Dilemas y desafíos de la Nueva Ruta de la Seda

Imagen: Ciro Saurio
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por DIEGO PAUTASSO*

Uno no puede entender la situación internacional actual sin una reflexión profunda sobre la naturaleza del ascenso de China.

La Nueva Ruta de la Seda (o Iniciativa de la Franja y la Ruta – BRI) fue lanzado en 2013 por el presidente chino Xi Jinping. Se trata, a nuestro entender, de un ambicioso proceso de integración euroasiática, centrado en las infraestructuras de transporte, comunicaciones y energía.

Con importantes precedentes en el modelo de relaciones sino-angolanas, el intercambio basado en la ejecución de obras de infraestructura y la operacionalización de la oferta de recursos naturales sirvió para emular otros mecanismos de cooperación. La Nueva Ruta de la Seda, en este sentido, es el resultado de la maduración de los proyectos de cooperación propiciados por la estrategia de inserción internacional china -cuyo punto de partida permea la capacidad de ejecución e inversión en importantes obras de infraestructura-, que adquiere niveles cada vez más complejos, cuestiones de mayor envergadura, cubriendo temas de gobernabilidad, sustentabilidad y otras áreas de desarrollo social.

La nueva ruta de la seda, puesta en marcha en 2013 por China, se enfrenta a la oposición de Estados Unidos, temeroso de la pérdida de hegemonía económica del gigante asiático.

Nuestro argumento central, en este sentido, ha sido que la implementación actual de la Nueva Ruta de la Seda representa la etapa regional del proyecto de globalización chino, recreando el sistema sinocéntrico. China se ha convertido en el epicentro de los principales flujos económicos regionales, liderando procesos de integración dirigidos tanto al Pacífico, con ASEAN +3 y ASEAN +6, como a la región euroasiática, a través de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS).

La integración euroasiática cumple, al mismo tiempo, varios objetivos nacionales e internacionales para China. En primer lugar, creando demanda para el exceso de capacidad de su industria nacional. En segundo lugar, al interactuar con temas relacionados con la seguridad alimentaria y energética, así como con el acceso a los recursos naturales necesarios para mantener el proyecto de desarrollo, con miras a generar alternativas a las denominadas dilema de malaca – el eventual estrangulamiento de las rutas de suministro por el control extranjero del estrecho. En tercer lugar, contribuyendo a impulsar la internacionalización de sus empresas y servicios nacionales, principalmente de ingeniería, al tiempo que fortalece la presencia del país en las redes comerciales regionales, ampliando el papel gravitatorio de China.

Finalmente, al ayudar a estabilizar políticamente el entorno estratégico que rodea al territorio nacional, al tiempo que favorece la condición de China como epicentro financiero regional y otorga mayor convertibilidad a la renminbi (RMB).

Está claro, sin embargo, que este proceso virtuoso de desarrollo e integración bajo el liderazgo de China, la Nueva Ruta de la Seda, tiende a enfrentar múltiples desafíos. Después de todo, el mundo atraviesa una transición sistémica llena de contradicciones, ya que los Estados Unidos de América (EE. UU.), la superpotencia, enfrenta dificultades para manejar las estructuras hegemónicas de poder que ellos mismos crearon en la posguerra. De esta manera, la rivalidad chino-estadounidense aparece como un elemento central de la mayoría de las contradicciones sistémicas actuales. Y es natural, por lo tanto, que existan desafíos de seguridad complejos y diversos para el logro de la Nueva Ruta de la Seda. En primer lugar, se componen de focos de desestabilización política y fragmentación territorial en países y regiones vinculados a ella. De estos, destacan los movimientos separatistas y terroristas que afectan a la propia China, en Xinjiang, ya Rusia, en Chechenia; regiones que irradian delincuencia organizada transnacional vinculada al tráfico de drogas y armas en Afganistán, Pakistán y países de Asia Central; y otras zonas que comprenden diversas disputas territoriales, que tocan temas como la demarcación de fronteras en Asia Central.

Además de alimentar los movimientos separatistas antes mencionados, EE.UU. está llevando a cabo una compleja política de contención de China y, en efecto, del proceso de integración euroasiático bajo el liderazgo de Pekín. Cabe destacar los movimientos recurrentes de Washington en apoyo de todas las fuerzas políticas independentistas y la venta de armas a Taiwán; la promoción, desde sus aliados, de disputas en el Mar de China Meridional [6], especialmente en las Islas Spratly; solidaridad con Japón en las disputas por las islas Senkaku/Diaoyu; y apoyo externo a los movimientos separatistas en el Tíbet, Xinjiang y Hong Kong.

La presencia de Estados Unidos en la cuenca del Pacífico (ver mapa) se complementa con una fuerte presencia militar en países como Corea del Sur, Japón, Tailandia, Malasia y Filipinas, además del control de bases militares en Guam y Hawái, intensificada con el anuncio de la construcción de un antimisiles THAAD escudo en la península de Corea, percibido por Beijing como una amenaza a su capacidad de disuasión militar.

La modernización y expansión del poder naval y aeroespacial chino pone en entredicho la hegemonía militar de Estados Unidos en los mares de Asia.

Otro tema complejo que atraviesa la iniciativa china se refiere a las relaciones chino-indias. Al establecer la dimensión marítima de la Nueva Ruta de la Seda, Beijing da pie a la construcción y modernización de los puertos de Colombo y Hambantota, en Sri Lanka; Gwadar, Pakistán; Chittagong, Bangladés; Isla Meday, Birmania; y Puerto Victoria, Seychelles. Esta infraestructura se llamó collar de perlas, y es percibido por India como un desafío a su hegemonía regional. Por lo tanto, el collar de perlas chino compite con la ya establecida presencia estadounidense e india en la región. Por un lado, las interacciones de India con China expresan cooperación, en dimensiones como compartir la participación en la OCS, en la Infraestructura de Asia Investment Bank (AIIB), donde los indios tienen la segunda mayor contribución, y, aunque con desinterés, en el Corredor Económico Bangladesh-China-India-Myanmar (BCIM) de la Nueva Ruta de la Seda. Por otro lado, India desarrolla iniciativas propias, además de exhibir un notable malestar con uno de los ejes de la Nueva Ruta de la Seda: el Corredor Económico China-Pakistán, que fortalece la cooperación entre rivales históricos y con los que comparte extensas fronteras, en gran parte con límites aún en disputa y no completamente demarcados. En efecto, el éxito de la Nueva Ruta de la Seda depende inexorablemente de la consolidación de las relaciones chinas con este importante vecino y competidor de la India, con sus consecuentes repercusiones diplomáticas.

También cabe mencionar el reto crucial de la Nueva Ruta de la Seda en cuanto a su extensión al continente africano [8]. Además de ser el principal socio comercial de prácticamente todos los países del continente, China creó, en el año 2000, el Foro de Cooperación China-África (FOCAC), que realiza reuniones trienales y sostiene robustos Planes de Acción. La institucionalización de estas relaciones fue de la mano con la mejora de varias otras iniciativas. Primero, la expansión de la ayuda internacional de China a África, con formación profesional, cooperación técnica, ayuda humanitaria, etc. En segundo lugar, la contribución al desarrollo de proyectos de infraestructura en el continente, con la construcción de edificios públicos, plantas de producción de energía, carreteras, escuelas y centros de desarrollo agrícola, hospitales, entre otros. En tercer lugar, la aplicación de sólidas inversiones directas chinas ha impulsado las Zonas Económicas Especiales y las Zonas de Libre Comercio en varios países africanos, compensando las posibles pérdidas de empleo derivadas de los efectos del aumento de las importaciones de productos industrializados chinos. África, por tanto, representa un elemento central en la consolidación de una collar de perlas agrandado, ya que conecta los puertos chinos con el Este de África, especialmente los puertos de Yibuti, Kenia y Sudán, potenciando su presencia en las inmediaciones del Cuerno de África.

En definitiva, el hecho es que no se puede entender la actual coyuntura internacional sin una profunda reflexión sobre la naturaleza del ascenso de China y su proyecto de globalización, inicialmente centrado en la realización de este complejo proceso de integración euroasiática. Si, por un lado, es claro el cambio progresivo en el eje geoeconómico y geopolítico global, pasando del Atlántico Norte a la cuenca del Pacífico, por otro lado, los costos, la violencia y el tiempo para la consolidación de estas nuevas configuraciones de poder aún reserva muchas incertidumbres.

*diego pautasso Doctor en Ciencias Políticas por la UFRGS.

Publicado originalmente en el sitio web Otras palabras.

 

Referencias


PAUTASSO, Diego. “La Nueva Ruta de la Seda y sus desafíos de seguridad: Estados Unidos y la contención del eje chino-ruso”. Estudios internacionales, v.7, p.85 – 100, 2019.

_________________ “Desarrollo de China y poder global: la política Made in China 2025”. Del Sur: Revista Brasileña de Estrategia y Relaciones Internacionales, v. 18, pág. 183-198, 2019.

_________________“El papel de África en la Nueva Ruta de la Seda Marítima”. Revista Brasileña de Estudios Africanos, v.1, p.124 – 136, 2016.

PAUTASSO, Diego; DORIA, Gayo. “China y las disputas en el Mar del Sur: entrelazando las dimensiones regional y global”. Revista de Estudios Internacionales (REY), v. 8, núm. 2, 2017.

PAUTASSO, Diego; UNGARETTI, Carlos. “La Nueva Ruta de la Seda y la recreación del sistema sinocéntrico”. Estudios internacionales, v. 4, pág. 25-44, 2017.

 

 

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