Dignidad

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por EUGENIO BUCCI*

Antonio Cicero, que vivía en Río de Janeiro, dio su último suspiro en Zúrich. ¿Y qué pasa con aquellos que no tienen dinero para cruzar el Atlántico y pagar los servicios?

“La muerte también tiene arte”. Este verso de Antonio Cicero cierra el poema “La Capricciosa”, que forma parte del libro Tal vez (Registro, 2012). Cuando esté terminado, queremos leerlo por segunda vez. Y luego lee un tercero. No es suficiente.

Y no importa. El soneto en términos más amplios, sin rimas, no quiere agarrarnos por los pelos, sólo quiere ser sentido y almacenado. Sin fanfarrias. Todo lo que el verso aspira y tiene es elevación estética y, en esto, refleja la límpida elegancia que marcó la biografía de su autor.

El poeta, que evidentemente también fue filósofo, cerró los ojos por última vez la semana pasada, el 23 de octubre. Viajó a Zurich, Suiza, y allí se sometió a un suicidio asistido, un procedimiento legal en ese país. Tenía 79 años y padecía la enfermedad de Alzheimer. En la carta que dejó a sus amigos definió su estado de salud como “insoportable”. Decidió irse mientras aún conservaba cierto control sobre la existencia que se desprendió de su conciencia en el atardecer. Eligió morir como vivió: “con dignidad”, según sus exactas palabras.

El periodismo tiende a tratar el suicidio con moderación, siguiendo el protocolo publicado en el año 2000 por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Hay que evitar las glorificaciones, así como los lapsos o excesos sensacionalistas. La Organización Mundial de la Salud recomienda que no se publiquen los mensajes dejados por las víctimas de suicidio. Si no hay forma de evitar las noticias, las organizaciones de noticias deben proporcionar “información sobre números de teléfono y direcciones de grupos y servicios de apoyo donde se puede obtener ayuda”.

Todas estas precauciones se centran en la corrección. Si se convirtieran en espectáculos llamativos, las muertes voluntarias podrían promover un efecto de contagio que victimizaría particularmente a quienes enfrentan crisis personales agudas y cuya salud mental es frágil. No hay forma de estar en desacuerdo. No hay evidencia de que algún periodista se haya quejado de censura cuando sus medios se esfuerzan por no resaltar los detalles de las historias de quienes se suicidan. Aquí tenemos una de las únicas situaciones en las que el silencio periodístico es una virtud.

Sin embargo, tras el fallecimiento de Antonio Cicerón, la carta de despedida se publicó ampliamente y la cobertura superó los estándares de discreción. No adoptó tonos atractivos, no romantizó ni embelleció los hechos, pero no se limitó a las pautas establecidas. Cuando el cineasta Jean-Luc Godard murió por medios similares, en 2022, la postura periodística siguió la misma dirección.

¿Qué explica la actitud espontánea de las redacciones profesionales, aparentemente contraria a reglas tan sensatas? La respuesta es sencilla. El suicidio asistido y la eutanasia no son lo mismo que el suicidio común: son recursos legítimos, rodeados de toda la atención médica, que se ofrecen como un derecho a los pacientes que padecen una enfermedad terminal o incurable y que están a punto de perder sus últimos vestigios de salud física. y autonomía moral.

El problema es que casi ningún país reconoce este derecho. ¿Por qué? Esta pregunta es de máximo interés público: explica y justifica la amplia cobertura periodística.  

El periodista Hélio Schwartzman, de Folha de S. Pablo, en su columna del jueves de la semana pasada, argumentó acertadamente: “ante situaciones irreversibles de sufrimiento, como la de Cicerón, corresponde al Estado liberal garantizar que los ciudadanos tengan (…) la libertad de anticipar su propia muerte”. Jean-Luc Godard o Antonio Cicero no afrontaron tribulaciones que pudieran superarse, se encontraron sumidos en la agonía de la cordura, sin perspectivas de mejora.

En definitiva, relatar lo ocurrido a los dos artistas y pensadores no tiene nada que ver con explorar sentimentalmente un doloroso drama personal. En estos casos, la información precisa invita a la sociedad a reflexionar, y esta reflexión es importante para mejorar el Estado democrático de derecho. Seguir prohibiendo el debate sólo prolonga el sufrimiento de quienes necesitan, racionalmente, seguir esta elección, además de hacer más tortuosa la angustia de sus amigos y familiares.

Antonio Cicero, que vivía en Río de Janeiro, dio su último suspiro en Zúrich. Sus seres queridos comprendieron y acogieron con agrado el gesto. Con dignidad, como él quería. ¿Y qué pasa con aquellos que no tienen dinero para cruzar el Atlántico y pagar los servicios? ¿Con qué dignidad podrás tomar la decisión final? La búsqueda de las mejores respuestas es tarea de todas las personas que creen en la solidaridad.

Por cierto, o por casualidad, se proyecta la nueva película de Pedro Almodóvar, La habitación de al lado, ganadora del gran premio del Festival de Cine de Venecia, que aborda con maestría este mismo tabú. La obra muestra el dolor de quienes mueren y, sobre todo, expone el calvario de quienes, además de acompañar a quienes mueren, necesitan esforzarse en mentirle a la policía.

El mensaje sosegado de Pedro Almodóvar tampoco quiere agarrarnos de los pelos, sólo pretende invitarnos a pensar. Que la película nos ayude a desterrar la insensibilidad. Que la filosofía nos desconcierte. Hay arte en la muerte, porque es necesario que haya dignidad.

*Eugenio Bucci Es profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP. Autor, entre otros libros, de Incertidumbre, un ensayo: cómo pensamos la idea que nos desorienta (y orienta el mundo digital) (auténtico). Elhttps://amzn.to/3SytDKl]

Publicado originalmente en el diario El Estado de S. Pablo.


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