por AFRANIO CATANÍ*
Como una pandemia: comentario al libro de Adolfo Bioy Casares
“Pensó por primera vez que entendía por qué se decía que la vida es un sueño: si alguien vive mucho tiempo, las obras de su vida, como las de un sueño, se vuelven incomunicables porque a nadie le importa. Las mismas personas, después de muertas, se convierten en personajes oníricos para quienes les sobreviven; se desvanecen, se olvidan, como sueños que convencieron, pero que nadie quiere escuchar” (Adolfo Bioy Casares)
La primera edición de diario de guerra de cerdos [diario de la guerra del cerdo], de Adolfo Bioy Casares (1914-1989), se publicó en 1969. Escribí el texto que estás leyendo usando el 16a. impresión del libro (1985), con una tirada de 2 ejemplares. Hay información de que hasta ese momento -por tanto, de 1969 a 1985- se habían vendido 59 ejemplares, lo que entiendo ya constituía una obra que agradaba mucho a los lectores argentinos.
Mi copia fue comprada en Buenos Aires en octubre de 1991, en la extinta prometo libros (Avenida Corrientes, 1920), por siete pesos exactos. Después de unos meses comencé a leerlo, pero no podía seguir adelante. No lo encontré muy agradable. El ejemplar permaneció polvoriento durante mucho tiempo en varios anaqueles y en diferentes lugares, hasta que en septiembre pasado, casi treinta años después, fui convencido por Ricardo Musse para retomar su lectura, quien insistió en su actualidad. Eso hice, y más: vi la versión cinematográfica de 1975, dirigida por el gran Leopoldo Torre Nilsson (1924-1978), con guión de Beatriz Guido, Luis Pico Estrada y el propio Leopoldo, con música de Gato Barbieri y con José Slavin y Marta González en los papeles principales.
Cuando escribió este libro, Bioy Casares tenía 54 años y lo publicó a los 55. Ya era un autor reconocido en su país y en el extranjero. Después de todo, había publicado, entre otras, las novelas La el invento de morel (1940) plan de evasion (1945) El sueño de los héroes. (1954), además de nueve volúmenes de cuentos, cinco libros con su amigo Jorge Luis Borges (con quien también escribió tres guiones: los orilleros, 1955; el paraiso de creyentes, 1955; invasión, 1969, resultando una excelente película dirigida por Hugo Santiago) y otra novela, Los que aman, odian (1946), con su esposa, la escritora Silvina Ocampo.
la trama de diario de guerra de cerdos es falsamente simple: durante nueve días, del lunes 23 de junio al martes 01 de julio, en una gélida Buenos Aires, se desarrolla una guerra implacable, difícil de apropiarse y explicarse, en la que el protagonista, un hombre que se adentra en el viejo se enfrenta a la edad, con sus compañeros que frecuentan el mismo café donde beben y juegan a las cartas, una sociedad en la que los jóvenes eliminan a los viejos.
Por tanto, la vejez es el choque generacional, con los jóvenes culpando a los mayores de todos los problemas a los que se enfrentan. Bioy, como escribí en el párrafo anterior, tenía poco más de cincuenta años, que era la edad aproximada a la que la gente se jubilaba en ese momento. Luego de esos nueve días tétricos, la telenovela dedica siete páginas más, con un ítem titulado “Algunos días después”, a concluir la aventura vivida por “Isidoro Vidal, conocido en el barrio como don Isidro” (p. 9) [1] . Fue profesor y vive con su hijo en una especie de inquilinato, una gran vivienda donde conviven talleres de costura y decenas de vecinos más en sus habitaciones. El libro no fue bien recibido en Europa cuando se publicó, precisamente porque la mayoría de los lectores tenían la misma edad que los ancianos de la novela.
La lectura de este Diario, al principio, me causó cierta incomodidad, una sensación que se prolongó durante unas setenta y tantos páginas. Luego se disipa razonablemente, aunque con cada párrafo se hace presente una fuerte tensión. Se sabe que vendrá el desastre, aunque no se puede medir su alcance. Bueno, en términos: el tono es sombrío, duro, pero no necesariamente pesimista, siendo la presencia del amor una característica de las obras del autor, que termina mitigando realidades adversas.
La acción comienza con el inquilino Isidro prácticamente confinado, desde hace unos días, en su habitación y la habitación contigua, donde vive su hijo, dejándose únicamente para ir al baño, situado en el otro extremo del edificio, viéndose obligado a cruzar dos patios. Se desanima, afirmando que “ha llegado un momento de la vida en que el cansancio no sirve para dormir y los sueños no sirven para descansar” (p. 19-20).
Termina saliendo por la noche y yendo al café para encontrarse con sus amigos. Después de unas partidas de truco y unas copas de fernet en el café de siempre, vuelven a casa. Pero en el camino, son sorprendidos por gritos, insultos, ruido de hierros y planchas, alguien respirando con dificultad, en un pasaje cercano. Se asustan: un grupo de jóvenes armados con palos y barras de hierro acababan de masacrar a un anciano que conocían. Asustados, desaparecen lo más rápido que pueden.
A la mañana siguiente, Isidro camina por las calles y se da cuenta de que “algunos transeúntes lo miran de una manera que le resulta incómodo” (p. 23). Va a la panadería y las criadas lo tratan con rudeza. El cuidador de su edificio tampoco actúa de una manera que le parezca agradable. Al hablar con uno de los amigos, le dice que no va al funeral del anciano asesinado, agregando que se comprende que no les gusten los viejos, pues siempre son los primeros en llegar a todos lados, son desagradable y concluye: “En fin, una mala combinación: impaciencia y lentitud de reflejos. No es un milagro que no nos quieran” (p. 34).
La situación que se vive ahora en Buenos Aires es trágica para los ancianos: hordas de jóvenes atléticos recorren la ciudad persiguiendo a los viejos débiles y lentos. Vidal y sus amigos observan y escuchan informes escalofriantes: poco a poco muchos de los integrantes de su grupo de edad, incluidos vecinos, comienzan a desaparecer o son asesinados; Huberman, “el viejo calvo”, recibió un disparo dentro de su automóvil porque, con sus reflejos lentos, tardó en avanzar cuando la luz se puso verde para él. El tirador declaró a un periódico: “este anciano fue víctima de una irritación que yo he acumulado por situaciones similares, por gente de edad similar. (...) La tentación de apuntar a esta calva, centrada por las orejas bien abiertas, fue demasiado para mí” (p. 49-50). Después de ser arrestado, el asesino pronto es liberado por la policía.
Antonia, habitante de la residencia, cuenta que fue acosada por uno de los amigos de Isidro, y le comenta a su amiga Nélida que “no se debe dejar vivo a ningún viejo así” (p.51). Uno de los visitantes del café narró que una mujer rica, "la vieja de los gatos", que salía todos los días de su casa para alimentar a sus gatitos, fue atacada por una horda de jóvenes en la esquina donde ella vivía y la mataron a golpes, con la connivencia de varios transeúntes (p. 59). Otro mencionó el caso de un abuelo que “era una carga para la familia y fue eliminado por dos nietas de seis y ocho años” (p. 59). Y un tercero, temeroso de ser atacado, se tiñó el cabello y pidió la opinión del grupo, habiendo escuchado el siguiente comentario, el sábado 28 de junio: “hay gente a la que las canas les disgustan y enfurecen; a su vez, otros se enojan con un anciano teñido (…) Un anciano teñido causa irritación” (p. 65).
Camiones de la División de Captura de Perros circulan por la ciudad buscando a los ancianos en sus casas, capturándolos y llevándoselos en jaulas (p. 135). Vidal camina por las calles y escucha un ruido y se asusta; no era una amenaza. Piensa: “En la vejez todo es triste y ridículo: hasta el miedo a morir” (p. 78). Sin embargo, poco después es atacado por botellas que le arrojan (p. 83), con la complacencia de los peatones; logra escapar y, en su casa, es ayudado por la joven Nélida, quien lo conduce hasta el dormitorio. Finalmente, comienza a darse cuenta de que efectivamente existe una guerra invisible, real y simbólica, contra los ancianos y, también, contra el implacable paso del tiempo.
Incluso en casa Isidro enfrenta problemas: su hijo lo esconde en el desván del edificio donde viven, porque un grupo de jóvenes se reúne en su habitación y teme por la vida de su padre. Sin embargo, el gran susto llega con la muerte de Néstor, pisoteado en la tribuna del campo de fútbol, con la connivencia de su hijo pequeño.
O Jornal última Hora dice que se está produciendo la “guerra contra el cerdo”. Esto se debe a que, dicen, “los viejos son egoístas, materialistas, voraces, roncadores. Cerdos reales” (p. 101). En el velorio de Néstor, Arévalo, ex periodista y miembro de la pandilla, dice: “En esta guerra, los jóvenes matan por odio al viejo en el que se convertirán. Un odio bastante asustado…” (p. 117).
El lunes 30 de junio, un vendedor de periódicos se niega a venderle el diario a Vidal. El amigo Jimi desaparece. Lo buscan por todo el barrio y no lo encuentran. Después del velorio, la procesión se dirige al cementerio para enterrar a Néstor, y los carros son atacados con una lluvia de piedras, se rompen muchos vidrios, algunos de los acompañantes resultan heridos en la cabeza, pero logran escapar de la furia asesina (p. 141 -142). Sin embargo, no solo hay espinas: Nélida se lanza sobre Isidro y lo lleva a la cama. Ella dijo que iba a romper el compromiso y lo invitó a vivir con ella en un barrio cercano, en la casa que heredó tras la muerte de un pariente (p. 148-153).
El martes primero de julio descubren que el desaparecido Jimi ha sido secuestrado y que sus captores lo han liberado. Herido, fue ingresado en un hospital, recibiendo la visita de Isidro y dos amigos. Se van pronto y le queda a Isidro hablar con el Dr. Cadelago, Vale la pena recuperar partes de este diálogo, que se encuentran en las páginas 193-4. Isidro le pregunta a Cadelago si entendía esta guerra como “un fenómeno que acaba”. La respuesta del médico lo deja un poco desconcertado: “el servicio de psiquiatría no está en condiciones de atender a los jóvenes. Todos vienen por el mismo problema: la aprensión de tocar a los ancianos. Un verdadero disgusto. (…) La mano se niega (…) Hay un nuevo hecho irrefutable: la identificación del joven con el viejo. A través de esta guerra, entendieron de manera íntima, dolorosa, que todo anciano es el futuro de algún joven. ¡Sus propios, tal vez! Otro dato curioso: el joven invariablemente elabora la siguiente fantasía: matar a un anciano equivale a suicidarse (…) todo niño normal (…) en algún momento de su desarrollo comienza a destripar gatos. ¡Yo también lo hice! Luego borramos estos juegos de nuestra memoria, los eliminamos, los excretamos. La guerra actual pasará sin dejar recuerdo”. [énfasis mío]
Al salir del hospital, toma un taxi y va tras Nélida. Entabla con el joven conductor otro diálogo que le parece significativo. El conductor dice que entiende el dolor por la muerte de su amigo, pero entiende que las cosas se están moviendo de esa manera, que ninguno de los dos está satisfecho con el estado de las cosas, con la forma en que los responsables crearon la realidad que los rodea. Isidro Vidal pregunta quiénes son los responsables y el taxista responde: “los que inventaron el mundo” y que los viejos “representan el pasado. Los jóvenes no andan matando héroes, los grandes hombres de la historia, por una muy buena razón: están muertos” (p. 200). También está el trágico episodio del atropello y muerte de su hijo por un camión, y el camionero, “con una sonrisa casi afable”, le explica: “Un traidor menos” (p. 211).
Después de nueve días, como una pandemia, como una enfermedad grave que se cura con unos costos, a veces pesados, todo parecía pertenecer al pasado. Se tiene, en la lectura, la sensación de una transición entre lo real y lo fantástico. Aparentemente, los ancianos ya no se debaten, como lo estaban en el punto álgido de la crisis, entre sus ganas de seguir con su vida normal. indignación y miedo.
Isidro Vidal vuelve al café tras dejar el calor de los brazos de Nélida. Es recibido por sus amigos, otro ocupa el lugar de Néstor (muerto en la guerra) en la mesa de juego y todo le va de maravilla, quien junto a sus compañeros gana todas las partidas. Juegan hasta altas horas de la noche. Se levanta para irse y, cuando se le pregunta adónde va, responde que no sabe – “y se va resueltamente en la noche, porque quería volver solo” (p. 218).
*Afranio Catani, profesor jubilado de la USP y profesor invitado de la UFF, es autor, entre otros libros, de que es el capitalismo (Brasilense).
Referencias
Adolfo Bioy Casares, diario de la guerra del cerdo. Buenos Aires: Emecé Editores, 16. impresión, 1985, 218 páginas.
Adolfo Bioy Casares. diario de guerra de cerdos. Traducción: José Geraldo Couto. São Paulo, Cosac y Naify, 2010.
Nota
[1] Utilicé la edición argentina del libro de Bioy Casares. Las traducciones de los extractos citados en este artículo fueron hechas por mí.