Desventuras del gobierno de la Unidad Popular en Chile

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por PLINIO DE ARRUDA SAMPAIO JUNIOR*

La derrota de la revolución chilena se combina con transformaciones de gran escala provocadas por la crisis estructural del capital.

“Quien lucha puede perder, quien no lucha ya ha perdido” (Bertold Brecht).

El trágico desenlace del gobierno de la Unidad Popular (UP) liderado por Salvador Allende constituye un parteaguas en la historia de las sociedades latinoamericanas. La destrucción del movimiento socialista más vigoroso y organizado del continente frenó la política de reforma que apuntaba a superar las bases económicas, sociales y culturales que perpetuaban el subdesarrollo y la dependencia externa en la región. La derrota de la revolución chilena se combinó con transformaciones de gran alcance causadas por la crisis estructural del capital. El largo ciclo de desarrollo capitalista de posguerra llegó a su fin y comenzó el proceso de globalización empresarial, impulsado por las grandes corporaciones transnacionales. El agotamiento del fordismo, la crisis del Estado de bienestar y la quiebra del keynesianismo inauguraron un período de ofensiva permanente del capital contra el trabajo y las políticas públicas.[i]

El nuevo momento histórico comprometió definitivamente la posibilidad de una salida positiva, de carácter democrático, republicano y soberano, para el proceso de formación de los Estados nacionales latinoamericanos que se venía arrastrando desde la independencia. Al instalar el terrorismo de mercado como razón de Estado, la ofensiva neoliberal a escala global –que tuvo un macabro laboratorio en la dictadura militar del general Augusto Pinochet– condenó a los pueblos de la región a las penurias de un proceso de reversión neocolonial que socavó la proyecto de industrialización nacional, reforzó la segregación social y comprometió irremediablemente la soberanía de los estados nacionales. La cristalización del poder burgués como contrarrevolución permanente consolidó la relación inextricable entre acumulación de capital y barbarie en América Latina.

Chile es parte de un todo.

Poner en perspectiva, con el privilegio de medio siglo de distancia, el mito de la “excepcionalidad” de la sociedad chilena en el contexto latinoamericano, difundido tanto por quienes defendieron la revolución con “vino tinto y empanada” como, más tarde, por los heraldos de la contrarrevolución neoliberal, se disipan en el torbellino del movimiento histórico.

La fe inquebrantable de los socialistas chilenos en la solidez de las instituciones democráticas resultó ser una quimera. En la hora decisiva, cuando la lucha de clases llegó al punto de ebullición, las fuerzas armadas, convocadas por la burguesía, siguieron las instrucciones de sus homólogos del Cono Sur con refinamientos de violencia y crueldad. Negando sus juramentos de lealtad al presidente electo, rompieron la Constitución sin pestañear e impusieron el terrorismo de Estado como medio para ajustar la sociedad chilena a los imperativos del neoliberalismo.

Décadas más tarde, a principios de los años 1990, los esfuerzos de los líderes del “concertacion” de diferenciar a Chile como un paraíso para los grandes capitales, destinado a un destino único en el orden global, resultó también ser una pretensión infundada, útil sólo para racionalizar los crímenes de la dictadura y justificar la continuidad del modelo económico y político heredado de Pinochet. Con el avance de la globalización, el patrón de acumulación liberal-periférica se extendió a todos los rincones, profundizando la especialización regresiva de América Latina en la división internacional del trabajo y llevando la mercantilización de la vida al paroxismo.[ii]

Al final, la particularidad de Chile se redujo al fervor con el que una porción significativa de la sociedad adhirió, primero, al proyecto reformista que ponía a la orden del día la necesidad de una revolución democrática y nacional y a la creencia supersticiosa en la capacidad de impulsar el desarrollo nacional y el bienestar social a través de la acción del Estado, y luego, tras la derrota de la revolución chilena, asumió la posición simétricamente opuesta de adhesión incondicional a la contrarrevolución neoliberal y fe ciega en las leyes del mercado como panacea para los problemas económicos y sociales del la población.[iii]

Además de las especificidades de cada formación social, la historia de la incorporación de América Latina al circuito de acumulación de capital a escala global revela que la ley del desarrollo desigual y combinado condena –para bien o para mal– a los pueblos de la región a un acuerdo común. destino. Las épocas históricas están entrelazadas, sincronizando el movimiento de todas las formaciones sociales latinoamericanas con el desarrollo del sistema capitalista mundial.

Son conocidas las oleadas históricas que condicionaron la penetración del capitalismo en la región: acumulación primitiva de capital, mercantilismo y colonización; revolución industrial, capitalismo competitivo, liberalismo e independencia nacional; expansión del mercado mundial, capitalismo monopolista, imperialismo y neocolonización; imperialismo total, keynesianismo, internacionalización de los mercados internos y dependencia; Crisis estructural del capital, neoliberalismo y reversión neocolonial. Desconectada del todo, la historia de Chile pierde significado.[iv]

La revolución chilena debe ser vista, por tanto, como un capítulo de la revolución latinoamericana, y ésta, a su vez, como un acto de la revolución internacional. Debido al alto grado de organización y movilización de los trabajadores, la fuerza de los partidos que impulsaron la Unidad Popular, la relativa estabilidad de las instituciones del Estado, los contornos bien definidos de la lucha de clases, con énfasis en la forma particularmente aguda y apasionada en que las diferentes corrientes ideológicas, así como el trágico desenlace que sepultó las enormes esperanzas suscitadas por el camino pacífico hacia el socialismo, Chile destaca en el contexto latinoamericano como un caso emblemático de los escollos y desafíos de la lucha de los trabajadores contra la barbarie capitalista en sociedades de origen colonial atrapadas en el circuito de hierro del capitalismo dependiente.

La caída de Salvador Allende

La derrota de la revolución chilena se concretó el 11 de septiembre de 1973, cuando, con el palacio de La Moneda En llamas, la población se enteró de la muerte de su colega presidente.[V] El destino del gobierno de Salvador Allende, sin embargo, ya estaba definido anteriormente, cuando la “revolución desde arriba”, encabezada por Unidad Popular, estrictamente dentro del orden y la ley, fue invadida por la “revolución desde abajo”, impulsada por la iniciativa autoorganizada de los trabajadores rurales y urbanos, la población pobre de la periferia y los pueblos indígenas. mapuche del sur de Chile.[VI]

Las acciones de ocupación de grandes latifundios, terrenos urbanos baldíos y fábricas, que comenzaron espontáneamente a finales de los años 1960, como reacción a las promesas fraudulentas de la “revolución con libertad” de Eduardo Frei, cobraron un impulso abrumador después de la victoria de Salvador Allende en 1970. En 1972, cuando el gobierno de Unidad Popular ya estaba a la defensiva, decidido a frenar el proceso de reformas, la formación de cordones industriales territoriales organizados por los trabajadores, al margen de las estructuras sindicales tradicionales, con el objetivo de acelerar la socialización de las fábricas, profundizó la desconexión entre los dos procesos. Los métodos revolucionarios del poder popular en plena expansión socavaron las premisas del reformismo radical del gobierno de la Unidad Popular.[Vii]

El temor de la plutocracia chilena a que el salto de calidad en la organización y movilización de los trabajadores pudiera impartir ritmos e intensidades a transformaciones sociales que traspasaran los límites de la institucionalidad burguesa llevó a la polarización de la lucha de clases para ir más allá de los límites de la institucionalidad burguesa. Pacto que apoyó la democracia de las elites y que duró –no sin importantes reveses– durante casi cuatro décadas.[Viii] El camino chileno al socialismo afrontaba su momento de la verdad. La disputa política pasó de las negociaciones partidistas y los salones parlamentarios a la confrontación directa y abierta en las calles.

La guerra civil, con sus propias leyes de exterminio del enemigo, se instaló definitiva e irreversiblemente como la lógica de resolución de la crisis política que polarizaba a la sociedad. El choque entre las clases antagónicas llegó a buen término, sin ninguna barrera legal que pudiera contener la violencia de la fuerza bruta en el inevitable enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución. Presionada por la urgencia de evitar la autonomía del poder popular, la burguesía se unificó en torno a la ineludible necesidad de recurrir a un golpe de Estado como único medio para detener el avance de la revolución.[Ex]

La polémica sobre las causas de la derrota

Al explicar la teoría y la práctica que guiaron a la Unidad Popular, el debate sobre las causas de la derrota de la vía chilena al socialismo adquiere una importancia decisiva para la reorganización de la lucha de los trabajadores contra la barbarie capitalista en todas partes del globo. Bajo el impacto político e ideológico del golpe militar, las interpretaciones se polarizaron fundamentalmente en torno a las razones tácticas que guiaron la política de la Unidad Popular y las acciones del gobierno de Allende.

El ala moderada de Unidad Popular, encabezada por Salvador Allende, con el apoyo del Partido Comunista, el Partido Radical y el MAPU-Gazmuri, atribuyó el colapso a un problema de ingeniería política. Sin cuestionar la arquitectura del camino pacífico hacia el socialismo, estos sectores atribuyeron la caída del gobierno a errores de la propia Unidad Popular. La responsabilidad política recayó sobre los hombros de los izquierdistas. La radicalización “excesiva” de las reformas habría tensado el sistema político más allá de lo permitido por la correlación de fuerzas, internas y externas, y provocado desequilibrios económicos innecesarios, con consecuencias desastrosas para la vida cotidiana de la población y el grado de vulnerabilidad del país. ante la presión del imperialismo.

El sectarismo de sectores de la Unidad Popular habría bloqueado la posibilidad de un acuerdo con el Partido Demócrata Cristiano. El terrorismo verbal habría fomentado puerilmente el pánico entre las clases medias y la burguesía, intensificando las animosidades políticas. La guerra fratricida entre los partidos de la Unidad Popular habría socavado la unidad de acción del gobierno y su capacidad para responder a los desafíos de la situación económica y política con la agilidad y flexibilidad que la situación requiere.

Finalmente, la incapacidad de la Unidad Popular para subordinar las movilizaciones que surgieron espontáneamente desde abajo a las demandas del proceso de negociación parlamentaria, muchas de ellas con el apoyo de sectores más radicalizados de la propia Unidad Popular, habría comprometido la quintaesencia de la estrategia de transición hacia el socialismo con “vino tinto y empanada”: la necesidad de adaptar el ritmo y la intensidad de las reformas al equilibrio de fuerzas en el parlamento.[X]

Sin cuestionar los fundamentos programáticos que sustentaron el camino chileno hacia el socialismo, el ala radical de Unidad Popular, compuesta por la dirección del Partido Socialista, la Izquierda Cristiana y el MAPU-Garretón, hizo la evaluación opuesta. La responsabilidad de la derrota se atribuyó a los sectores moderados de la coalición. El problema fundamental de la Unidad Popular no habría sido que impulsó transformaciones sociales más allá de lo que las instituciones democráticas podían soportar, sino que estuvo muy por debajo de lo que sería necesario para las demandas de una situación revolucionaria que polarizó la lucha de clases entre polos irreconciliables.

Además del posible sectarismo que podría haber dificultado las negociaciones con los partidos de centro, las inevitables rencillas que envuelven toda disputa política y las inevitables exageraciones en cualquier proceso de transformación social, el error fatal del gobierno de Allende habría sido su fe inquebrantable en la solidez de las instituciones democráticas. Atrapada por un arraigado cretinismo parlamentario, Unidad Popular no habría tenido la flexibilidad necesaria para abandonar una táctica que resultó absolutamente inviable ni la audacia indispensable para improvisar la defensa del gobierno por medios extrainstitucionales, única alternativa que podría haberle dado alguna posibilidad de victoria para las fuerzas populares.

La incapacidad de fusionar la “revolución desde abajo” con “la revolución desde arriba” y de organizar una insurrección preventiva que detuviera la ofensiva golpista habría sido el pecado capital que explicaría el calamitoso resultado del camino chileno al socialismo. La desconfianza del gobierno de Allende en relación a la expansión del “poder popular”, por el temor de que la tormenta revolucionaria pudiera desbordar las instituciones y constituirse como un poder paralelo, habría fracturado el movimiento revolucionario en el momento en que la contrarrevolución estaba en pleno apogeo. unificando. La insistencia obsesiva en una solución institucional a la crisis política, cuando la evidencia de que la burguesía y el imperialismo estaban conspirando abiertamente para un golpe de Estado era evidente, dejó a las fuerzas populares completamente impotentes para enfrentar la contrarrevolución.[Xi]

A pesar de la virulencia de la derrota sufrida, los partidos que integraron la Unidad Popular no cuestionaron el programa y la interpretación histórica que apuntalaron el camino pacífico hacia el socialismo.[Xii] Entre moderados y radicales prevaleció el sentido común de que, en términos generales, la teoría de la revolución chilena era correcta. El espíritu imperante lo resumió de manera concisa Sergio Bitar, ex Ministro de Minería de Salvador Allende: “afirmar que el fracaso de la experiencia vivida en Chile ya estaba predeterminado, por la imposibilidad de seguir el camino institucional, quita todo el interés del análisis, además de ser inexacto. Tampoco explica ni la victoria electoral ni los tres años de gobierno. Nuestra afirmación inicial es que el golpe de Estado en Chile no estaba predeterminado y, por tanto, el resultado no era inevitable. Además: al principio las condiciones eran favorables para implementar el programa de la Unidad Popular en sus términos generales. Cuando comenzó, el proceso era indudablemente viable”..[Xiii]

Aun reconociendo importantes vacíos en el programa, como, por ejemplo, la lectura errónea sobre la naturaleza del Estado chileno y la ausencia de una reflexión concreta sobre el papel de la violencia en la revolución, y admitiendo la absoluta falta de preparación de la Unidad Popular para Ante la ofensiva contrarrevolucionaria que abruma a trabajadores y organizaciones de izquierda, Carlos Altamirano llamó a acordar sin más consideraciones el camino gradual hacia el socialismo. En su interpretación de los motivos del fracaso afirma: “Hasta el advenimiento del Gobierno Popular en 1970, el problema de las vías de acceso al poder parecía tener un carácter más adjetivo. El desarrollo seguro y constante del movimiento popular en el marco de una institucionalidad liberal, aparentemente amplia y flexible, tendía a hacer que una discusión profunda sobre el tema fuera irrelevante y académica.".[Xiv]

Insuficiencia de medios y fines.

Sin embargo, la evaluación crítica del camino chileno hacia el socialismo sigue siendo incompleta. El mito de la transición pacífica al socialismo, dentro de las instituciones del Estado burgués, persiste sin cuestionamientos por parte de las principales fuerzas políticas heredadas de la Unidad Popular. El enigma de la derrota no ha sido descifrado. Transformado en héroe de la patria, con derecho a una estatua en una plaza pública frente al palacio donde fue inmolado, Salvador Allende se convirtió en héroe nacional. Un héroe improbable. Su legalismo bajo cualquier circunstancia es reivindicado y elogiado por el establishment como un ejemplo a seguir, mientras que su radicalismo sigue siendo un anatema que no puede emerger de las sombras.[Xv]

Si bien el trágico desenlace del camino pacífico hacia el socialismo estuvo directamente condicionado por las acciones y omisiones de clases sociales, movimientos sociales, partidos políticos y líderes de carne y hueso que se enfrentaron en el terreno concreto de la guerra en Chile, con énfasis en la impotencia de las fuerzas populares frente a la acción conspirativa del imperialismo norteamericano y la felonía de las fuerzas armadas lideradas por el general Pinochet, la derrota de la revolución chilena no puede reducirse a los problemas tácticos que condicionaron la acción del gobierno de Allende ni a la mera falta de un dispositivo militar para combatir el golpe de Estado.

Puesto en perspectiva, la tragedia de la revolución chilena se originó muchas décadas antes de que Salvador Allende llegara al poder, cuando las organizaciones políticas y sindicales de la izquierda socialista estaban entrelazando inextricablemente el programa, el método, la estrategia y los instrumentos de lucha de los trabajadores con la institucionalidad burguesa. , restringiendo el horizonte del movimiento socialista al marco del parlamentarismo y del sentido común de la opinión pública.[Xvi] A falta de una interpretación histórica basada en las contradicciones que impulsaron la transición del Chile colonial de ayer a la nación chilena del mañana, el programa de Unidad Popular subestimó las dificultades y sobreestimó las posibilidades de la revolución chilena.

Al buscar soluciones que no estaban inscritas en la realidad, el gobierno popular se quedó muy lejos de lo que exigían los desafíos históricos. La generosa experiencia de la revolución chilena encabezada por Salvador Allende demostró de la peor manera posible que la transición armoniosa al socialismo con vino tinto y empanada era un proyecto romántico inalcanzable.

Al rechazar de antemano la posibilidad de una guerra civil como resultado inexorable de la polarización de la lucha de clases, la Unidad Popular quedó completamente impotente para enfrentar la contrarrevolución. Contra el predicado de que la violencia es la partera de la historia, contra las lecciones dadas por la trágica experiencia de la Comuna de París, ignorando los ejemplos de la Revolución Rusa, la Revolución China y la Revolución Cubana, ignorando las masacres de rebeliones populares recurrentes en la historia de Chile y haciendo abstracción de las características particularmente violentas del imperialismo de su época, el camino chileno al socialismo imaginaba que sería posible que una formación social subdesarrollada, de origen colonial, saliera ilesa de la prueba de fuego de una revolución democrática y nacional. , de contenido fuertemente anticapitalista, en plena Guerra Fría, en el patio trasero de Estados Unidos, desarticulado de un movimiento socialista internacional, con la Unión Soviética ya en un avanzado estado de entropía.

El límite de la praxis que guió el camino chileno hacia el socialismo es evidente en la negación del papel estratégico del poder paralelo como único medio para superar al Estado burgués y garantizar la conquista del poder por las clases subalternas. La fe inquebrantable en la posibilidad de liderar el proceso de transformación social a partir de instituciones establecidas es evidente en la concepción de la Unidad Popular de que el poder popular autoorganizado debe subordinarse a las razones de Estado del gobierno de Allende. En esto coincidieron moderados y radicales.

La Unidad Popular no podía renunciar al control absoluto sobre las riendas del proceso de cambio. Los líderes no podían ser atropellados por las masas insurgentes. A los trabajadores de la fábrica de Yarur, tomada por asalariados en abril de 1971, Salvador Allende les explicó su dificultad para aceptar el carácter relativamente espontáneo de los grandes hitos históricos: “Los procesos (revolucionarios) exitosos se suceden con una dirección fuerte, en el lote. Las masas no podían superar a los dirigentes, porque tenían la obligación de dirigir y no querían dirigirse por las masas”.[Xvii]

La formulación de Carlos Altamirano es esencialmente la misma: “Pero si el doble poder exhibe plena legitimidad en la Rusia de 1917, es porque el poder estatal, en términos absolutos, era un instrumento de la burguesía. (…) Este ciertamente no fue el caso en Chile. Ver al Gobierno Popular como un enemigo, prescindir de la idea de que éste era el principal poder de la clase obrera y del campesinado, fue un error, y un subjetivismo imperdonable.".[Xviii]

En una completa inversión del sentido de determinación que debería presidir el método revolucionario, la resolución de las masas que se levantaron contra el poder burgués no pudo anular los cálculos políticos que condicionan las negociaciones parlamentarias. A raíz de los imperativos de la transición al socialismo con vino tinto y empanada, el poder popular –un embrión de gobierno revolucionario– se vio impedido de ganar autonomía y cumplir su deseo.

El programa de la Unidad Popular fracasó no sólo por la insuficiencia de la necesaria relación entre medios y fines, sino también por la definición de objetivos que estaban mucho más allá del campo de posibilidades. Los principales objetivos de la política económica, por ejemplo, eran inalcanzables.

Sin relación con un cambio radical en la estructura productiva –un proceso que requiere un largo período de maduración–, sin la imposición de un sistema de racionamiento draconiano, la audaz política de aumento salarial no podría evitar una crisis de escasez acelerada.[Xix] Por razones materiales ineludibles, relacionadas con el bajo desarrollo de las fuerzas productivas, la lucha contra la segregación social y la concentración del ingreso es incompatible con la continuidad del patrón de consumo basado en copiar los estilos de vida y patrones de consumo de las economías centrales.[Xx]

Por lo tanto, una política coherente de distribución del ingreso requeriría una reducción drástica del nivel de vida tradicional de las clases media y alta, fenómeno subestimado en el programa de la Unidad Popular, que tenía como uno de sus supuestos la posibilidad de una transición relativamente armoniosa desde subdesarrollo al desarrollo nacional, condición necesaria para contar con el apoyo de una porción de las clases medias, premisa política fundamental del camino chileno al socialismo.[xxi]

El proyecto de lograr la autonomía económica profundizando la industrialización mediante la sustitución de importaciones, con medidas para nacionalizar la riqueza nacional y los medios de producción, iba en contra de las tendencias de la división internacional del trabajo. No tenía ninguna posibilidad de convertirse en realidad. Por muy buenos que fueran los esfuerzos para evitar los desequilibrios macroeconómicos, el repentino aumento de la capacidad de consumo de la sociedad no podía dejar de tener como resultado, como de hecho ocurrió, una desorganización acelerada del sistema económico.

Mientras el patrimonio tecnológico y financiero de la humanidad siga monopolizado por las potencias imperialistas y las grandes corporaciones transnacionales, la libertad de las economías subdesarrolladas para impulsar el desarrollo nacional será extremadamente limitada. Lo máximo a lo que pueden aspirar los países del eslabón débil del capitalismo es recuperar el control de los propósitos que guían la incorporación del progreso técnico y socializar entre la población los estándares de vida material y cultural que les son accesibles, teniendo en cuenta las el grado de desarrollo de sus fuerzas productivas y la posibilidad de acceder a tecnologías de los centros desarrollados, una cuestión que en última instancia depende de la capacidad de eludir las represalias del imperialismo.[xxii]

El socialismo, entendido como un proceso de transición del capitalismo al comunismo, estaba mucho más allá del horizonte de posibilidades de la sociedad chilena. El salto del subdesarrollo al desarrollo, inspirado en la socialdemocracia europea, tampoco estuvo al alcance de las sociedades capitalistas de origen colonial, cuyas burguesías viven de la superexplotación del trabajo.

Las bases objetivas y subjetivas que condicionaron la lucha de clases dejaron a la sociedad chilena frente a dos alternativas efectivas: la solución que supere los dilemas de la formación de la sociedad chilena contemporánea –la revolución democrática y antiimperialista controlada por un gobierno obrero con la tarea de erradicar la segregación social y lograr la soberanía nacional; y la solución reaccionaria: la contrarrevolución neoliberal basada en la alianza entre la plutocracia y el imperialismo con la misión de llevar al paroxismo la explotación del trabajo, el saqueo de las riquezas naturales, los inconvenientes de la modernización de los patrones de consumo y la mercantilización de todos. Dimensiones de la vida. 

La contrarrevolución y la necesidad de la revolución

Los esfuerzos de Salvador Allende por evitar los sacrificios de la guerra civil fueron inútiles. Como la Unidad Popular no destruyó al Estado burgués, el Estado burgués destruyó la Unidad Popular. El costo humanitario del golpe de Estado liderado por Pinochet fue devastador. La transición pacífica al socialismo terminó en una carnicería.

La burguesía aprendió las lecciones de la Batalla de Chile e hizo todo lo que estuvo a su alcance para consolidar las bases económicas, sociales, políticas e ideológicas de la contrarrevolución reaccionaria. Aprovechó los años de terror de Pinochet para llevar la revolución capitalista neoliberal al paroxismo, masacrar sin piedad a sus oponentes políticos, destruir las organizaciones políticas y sociales de los trabajadores e infundir fe en el fin de la historia en la imaginación de la población.[xxiii]

En la transición del Estado de excepción al Estado de derecho, el régimen militar logró institucionalizar el patrón de acumulación liberal-periférica y, con la colaboración de fuerzas opositoras, una porción importante de las cuales estaban integradas por ex cuadros de la Unidad Popular recientemente Convertido al credo neoliberal, logró dar un barniz democrático a un patrón de dominación hermético a la participación de las clases subalternas. La “democracia controlada” funciona como un circuito político restringido, monopolizado por la plutocracia, completamente reacio a la movilización del conflicto social como forma legítima de lograr derechos colectivos.[xxiv]

La explotación, la dominación y la alienación se convirtieron en temas malditos que los estadistas deberían evitar. Se hizo todo lo posible para evitar la apertura de brechas democráticas que pudieran volver a colocar en la agenda nacional la lucha por cambios estructurales, contra y dentro del orden. La revolución chilena fue excluida del debate público. La política se ha reducido a la mera administración del orden neoliberal.[xxv]

La contrarrevolución neoliberal sofocó las demandas del movimiento popular y la protesta social, pero no eliminó las contradicciones sociales y políticas que impulsan la revolución chilena. El patrón de acumulación liberal-periférica impuesto por la dictadura militar y profundizado por los gobiernos civiles que la siguieron agravó e intensificó el antagonismo social. Cinco décadas de neoliberalismo han convertido a la sociedad chilena en un polvorín. Reprimida por la violencia del Estado, la necesidad histórica de revolución siguió avanzando espontánea y silenciosamente, sin rumbo definido, en las entrañas de la sociedad.

La hostilidad contra el statu quo acumulado en las placas tectónicas que sustentan la vida social, se manifestó de manera recurrente. El sentimiento crónico de malestar social en los barrios populares y las recurrentes protestas y revueltas sociales contra el progresivo deterioro de las condiciones de vida de la población evidenciaban la precariedad de la paz social.

Finalmente, en octubre de 2019, desencadenada por una protesta de estudiantes secundarios contra el aumento de las tarifas del metro, en un proceso sin precedentes en la historia de Chile, la rebelión popular volvió a las calles con la furia de una erupción volcánica. Las manifestaciones masivas parecían indicar que la predicción de Allende finalmente se haría realidad, abriendo “las grandes avenidas por las que pasarían los hombres libres para construir una sociedad mejor”. En abierto estado de desobediencia civil, con consignas contra el modelo económico y el modelo político, el “estallido social” restableció la necesidad histórica de la revolución chilena como único medio para detener el avance de la barbarie capitalista.[xxvi]

Con las particularidades que dieron a la protesta social chilena un carácter particularmente épico, desafiando abiertamente al poder establecido, el despliegue de “estallido socialBásicamente siguió el mismo patrón que el ciclo de rebeliones similares que, desde las Jornadas de Junio ​​de 2013 en Brasil, se han extendido por casi todos los países latinoamericanos. Después de un comienzo improbable, provocado por un conflicto social menor, la protesta social se generalizó en un ascenso meteórico aparentemente imparable, hasta que la ola de protestas alcanzó un punto máximo y entró en reflujo, retrocediendo al cabo de un tiempo al letargo social.

Al final, a pesar de la virulencia de la agitación social y política, los cimientos del Estado no se tambalearon. Contando con la falta de orientación y organización en las calles, las clases dominantes apostaron al agotamiento de la protesta social. Manejaron la crisis política con una brutal represión policial y una flagrante manipulación ideológica, mientras maniobraban las palancas del poder para permitir el reciclaje de la contrarrevolución neoliberal.[xxvii]

El abismo entre las esperanzas de cambio despertadas por el vigor, la contundencia y la masividad de las manifestaciones populares y la sorprendente incapacidad de las clases subalternas para realizar las utopías de las que son portadoras pone de relieve la absoluta relevancia de la reflexión sobre el carácter, las tareas y los desafíos de la revolución chilena. La transformación de la energía de la calle en una fuerza eficaz capaz de transformar la realidad requiere su condensación en forma de praxis política capaz de influir en los elementos determinantes del poder. Para superar el orden establecido, el “partido de las calles” está obligado a superar el fraccionamiento, superar el carácter indeterminado de sus banderas y superar la falta de organización para actuar como una fuerza monolítica, con métodos revolucionarios a la altura de los desafíos históricos.

Las derrotas de la clase trabajadora nunca son definitivas. El sacrificio de quienes cayeron en busca de un mundo mejor nunca es en vano. Las generaciones futuras tienen la obligación existencial de honrarlos y vengarlos. Los conocimientos adquiridos por los trabajadores chilenos a través de experiencias vividas al calor de las luchas son patrimonio de todo el movimiento socialista internacional. Hacer un balance de las batallas pasadas y aprender lecciones de los reveses es el primer paso hacia la organización de victorias futuras.

El inagotable espíritu de lucha de los trabajadores chilenos inspira a todos los que luchan por la construcción de una sociedad basada en la igualdad sustantiva. El compromiso, el coraje, la audacia para buscar caminos desconocidos, la dedicación y la dignidad –atributos que no faltaron en los generosos luchadores del camino chileno al socialismo– son condiciones indispensables en la lucha por superar la miseria del pueblo, pero son insuficientes. La utopía alejada de la realidad no es una buena consejera para la revolución.

La ilusión de que el orden burgués puede superarse dentro de instituciones establecidas con el objetivo principal de asegurar su autopreservación es un cuadrado del círculo. Sin un programa revolucionario, los trabajadores no pueden superar el horizonte del orden establecido. Sin partidos revolucionarios, las clases subalternas son impotentes para enfrentar a las burguesías que las explotan.

* Plinio de Arruda Sampaio Jr. Es profesor jubilado del Instituto de Economía de la Unicamp y editor del sitio web Contrapoder. Autor, entre otros libros, de Entre nación y barbarie - dilemas del capitalismo dependiente (Vozes). https://amzn.to/48kRt1T

Notas


[i] Para una interpretación estructural de los cambios en el patrón de desarrollo capitalista y sus implicaciones, véase Mészáros, I. Más allá del capital: Hacia una teoría de la transición, Londres, 1995.

[ii] En una reunión del FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos en 1989, las medidas para liberalizar la economía latinoamericana fueron sistematizadas por el economista John Williamson en una receta que se conoció como el “Consenso de Washington”.

[iii] El transformismo de la sociedad chilena es examinado en detalle en el libro de Tomás Moulian, Chile actual: Anatomía de un Mito, Santiago, LOM Ediciones, 1997.

[iv] Para una reseña histórica sintética de la formación de la economía latinoamericana de la colonia hasta mediados del siglo XX, véase Celso Furtado, La economía latinoamericana, São Paulo, Ed. Nacional, 1986; y Tulio Halperin Dongui, Historia Contemporánea de América Latina, Madrid, Alianza Editorial, 1997.

[V] El libro de Ignacio Gonzáles Camus, El día que murió Allende, Santiago, CESOC, 1988, narra detalladamente los últimos momentos de Allende el fatídico 11 de septiembre de 1973.

[VI] Las nociones de “revolución desde arriba” y “revolución desde abajo” fueron desarrolladas por Peter Winn, La revolución chilena, São Paulo, Ed. UNESP, 2009.

[Vii] Véase Peter Winn, T.eyectores de la revolución: Los trabajadores de Yarur y el camino chileno al socialismo, Santiago, LOM, 2004.

[Viii] La especificidad del pacto político que sostuvo la democracia chilena es el tema del libro de Enzo Faletto, Eduardo Ruiz y Hugo Zemelman, Génesis histórica del proceso político chileno, Santiago, Editora Nacional Quimantú, 1972.

[Ex] Peter Winn, La revolución chilena, São Paulo, Ed. UNESP, 2009, cap. 6 y 7.

[X] La interpretación de los “moderados” se puede encontrar en: Sérgio Bitar, Transición, Socialismo y Democracia – Chile con Allende, Río de Janeiro, Paz e Terra, 1980; Luis Corvalán, El gobierno de Salvador Allende, Santiao, LOM, 2003; y Juan Garcés, Allende y la experiencia chilena: Las armas de la política, Barcelona, ​​Ariel, 1976.

[Xi] La interpretación del ala radical de la UP está sistematizada en Carlos Altamirano, Dialéctica de una derrota, México, Siglo XXI, 1977.

[Xii] Entre las organizaciones políticas que participaron en la revolución chilena, sólo el Movimiento de Izquierda Revolucionaria –el MIR–, que se mantuvo al margen de la Unidad Popular, destacó el error estratégico que significó desconocer el papel inexorable de la violencia en la historia. Sin embargo, al no cuestionar el protagonismo de la UP entre las masas y no ofrecer un programa alternativo, el MIR no pudo superar su posición como actor de apoyo en la revolución chilena. El análisis que sustenta las acciones del MIR y su insistencia en la ineludible necesidad de construir un poder dual como condición para la victoria de la revolución socialista está sistematizado en Rui Mauro Marini, Reformismo y contrarrevolución (Estudios sobre Chile), México, Ediciones Era, 1976. Véase también, Mário Maestri, “'Volveremos a la montaña!' – Sobre el foquismo y la lucha revolucionaria en América Latina”, en: Historia: Debates y Tendencias – v. 10, n.1, ene./jun. 2010, pág. 96-121.

[Xiii] Sergio Bitar, S. Transición, Socialismo y Democracia, Chile con Allende, Río de Janeiro, Paz e Terra, 1977, p. 26.

[Xiv] Carlos Altamirano, Dialéctiva de una derrota, México, Siglo XXI, 1977, p. 26.

[Xv] El legado del gobierno de la Unidad Popular y la importancia de Salvador Allende en el Chile contemporáneo se examinan en Tomás Moulian, El Gobierno de la Unidad Popular – Para Comenzar, Editorial Palinodia, 2021.

[Xvi] Julio Faúndez, Marxismo y democracia en Chile: de 1932 a la caída de Allende, Prensa de la Universidad de Yale, 1988.

[Xvii] La reacción de Salvador Allende ante la demanda de nacionalización de Yarur, la fábrica textil más grande de Chile, tuvo lugar el 28 de abril de 1971. Peter Winn, La revolución chilena, São Paulo, Ed. UNESP, 2009, pág. 103.

[Xviii] Carlos Altamirano, Dialéctica de una derrota, México, Siglo XXI, 1977, pág. 116.

[Xix] Aníbal Pinto, “Apuntes sobre la distribución del ingreso y la estrategia distributiva”, en: Distribución del ingreso en América Latina y el desarrolloment, Río de Janeiro, Zahar, 1976.

[Xx] Celso Furtado, Breve introducción al desarrollo: Enfoque Interdisciplinario, São Paulo, Editora Nacional, 1981.

[xxi] Como figura histórica de la CEPAL, Pedro Vuskovic, ex ministro de Economía del gobierno de Allende, responsable del programa económico de la UP, era plenamente consciente de la relación inseparable entre la distribución del ingreso y los estándares de desarrollo. Sin embargo, aun reconociendo que una política redistributiva implica necesariamente alguna reducción en el nivel de vida de las clases altas, Vuskovic creía que sería posible mitigar sus efectos profundizando la industrialización a través de la sustitución de importaciones, una estrategia defendida por el estructuralismo latinoamericano. Su concepción está sistematizada en: Pedro Vuskovic Bravo, “Distribución del ingreso y opciones de desarrollo”, Cuadernos de la Realidad Nacional, nº 5, Santiago, septiembre de 1970, en: José Serra (org.), América Latina – Ensayos de interpretación económica, Paz y Tierra, 1976.

[xxii] Plínio S. de Arruda Sampaio Júnior, Entre la nación y la barbarie: Dilemas del capitalismo dependiente en Caio Prado Júnior, Florestan Fernandes y Celso Furtado, Petrópolis, Vozes, 1998, cap. 5 y 6.

[xxiii] Para un examen de la economía política de la dictadura militar y sus desastrosos efectos en la sociedad chilena, véase Aníbal Pinto SC, El modelo económico ortodoxo y la redemocratización, Vector – Centro de Estudios Económicos y Sociales, 1982; y Joseph Collins y John Lear, El milagro del libre mercado en Chile: Una segunda mirada, Oakland, 1995.

[xxiv] La noción de “democracia controlada” fue elaborada por Tomás Moulian, en el libro Chile actual: Anatomía de un Mito, Santiago, LOM Ediciones, 1997.

[xxv] Los profundos cambios sociales y culturales provocados por la revolución neoliberal se examinan en Tomás Moulian, Chile actual: Anatomía de un Mito, Santiago, LOM Ediciones, 1997.

[xxvi] Para un estudio detallado de la revuelta social chilena, véase Pierre Dardot, La memoria del futuro: Chile 2019-2022, Gedisa Editorial, 2023.

[xxvii] La rebelión social que sacudió a Brasil en 2013 es objeto de análisis en el libro organizado por Plínio de Arruda Sampaio Júnior, Viajes de junio: La revuelta popular en debate, São Paulo, ICP-Instituto Caio Prado Jr., 2014.


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