por HENRI ACSELRAD*
Se confunden las libertades de movimiento y de emprender con la libertad de destruir y dejar morir
Durante años hemos asistido a una ofensiva de los lobbies empresariales a favor de flexibilizar las normas de licenciamiento ambiental. Esta ofensiva es parte de un movimiento más amplio para deconstruir toda la legislación ambiental brasileña. Este movimiento ha sido impulsado desde hace tiempo por una articulación de fuerzas ubicadas dentro y fuera de nuestros cuerpos legislativos. En los últimos años, ha habido varias propuestas para cambiar el licenciamiento ambiental, entre ellas aquella cuyo texto base – el PL 3.729/2004 – fue aprobado el 12 de mayo de 2021 en la Cámara de Diputados, luego de coser a puerta cerrada con cabilderos de la industria y la agroindustria[i]. Este sustituto convierte al instituto de licenciamiento ambiental en una excepción, prácticamente aboliendo su existencia.[ 1 ]ia e introduciendo un proceso de autolicencia a ser llevado a cabo por los propios promotores de actividades depredadoras. La instalación de las fuerzas de transgresión de la legislación dentro del propio Ministerio del Medio Ambiente, a partir de 2019, representó el apogeo de la estrategia de deconstrucción adoptada por grupos que se enriquecen con la destrucción del patrimonio natural y cultural del país. La presencia, en este Ministerio, de un Ministro de Medio Ambiente que defiende una “estampida de ganado”, con la que pretende pisotear el mundo de los derechos, encarna sin escrúpulos el proyecto de transformar la ilegalidad en norma. La noción de política ambiental pública es reemplazada por su contraria.
Es sabido que la presión del poder económico siempre ha adoptado el sentido contrario al de los grupos sociales amenazados y victimizados por la degradación del medio ambiente. Pequeños productores rurales, comunidades indígenas y quilombolas, habitantes de periferias urbanas y zonas de concentración industrial han sido las principales víctimas. El sufrimiento de estas mayorías no resulta del exceso de evaluaciones ambientales anteriores, sino de su falta e insuficiencia. A lo largo de la década de 1980 se configuró un marco legal en materia ambiental que en su momento se aplicó, aunque de manera precaria, dada la crisis fiscal del Estado. A partir de la década de 1990, junto con las presiones por la liberalización de la economía, comenzó a aparecer un vocabulario expresivo de la presencia de intereses en el complejo extractivo agromineral dentro del propio Estado. Las críticas empresariales al “aumento de las regulaciones”, el “bloqueo de la economía”, los “obstáculos al desarrollo” cobraron fuerza y comenzaron a ser representadas en el Congreso por la llamada bancada ruralista. Desde entonces, uno de los blancos de sus ataques ha sido la legislación que garantizaba el papel del IBAMA como el organismo responsable de analizar los estudios de impacto ambiental requeridos en el caso de emprendimientos de gran envergadura y con gran potencial de impacto ambiental. Inicialmente, los cabilderos recurrieron a argumentos de la llamada “alternativa infernal”: “si no licenciamos hidroeléctricas, tendremos que recurrir a termoeléctricas”… Luego, una estrategia de culpabilizar a las víctimas de los impactos del tipo “veinte mil personas no pueden impedir el progreso de millones de brasileños”; o bien, “los quilombolas que denuncian los impactos nocivos de las hidroeléctricas serán culpados del calentamiento global, ya que llevarán a la adopción de termoeléctricas”.
Bueno, nunca antes los hechos habían contradicho tan enfáticamente esta vieja retórica de que cuidar el medio ambiente impediría el crecimiento y la creación de empleo. Desde 2019, Brasil viene experimentando, al mismo tiempo, récords en degradación ambiental y registros de desempleo. El desempleo ciertamente se ha visto exacerbado por la pandemia. Pero como muestra exhaustivamente el IPC de COVID en el Senado, la magnitud del daño causado por la pandemia es el resultado de los mismos principios “desreguladores” que predica ampliamente el gobierno federal. En este caso, la ausencia de regulación se aplicó, con sanción penal, a la salud pública. ¿Qué es la gestión bolsonarista de la pandemia sino la flexibilización total de los estándares sanitarios? ¿Cuál es el sentido de la acción del gobierno federal sino la búsqueda de la rentabilidad económica a toda costa, incluso a costa de cientos de miles de muertos?
Los estudios de impacto ambiental previos implican no sólo la preservación del medio ambiente, sino el mantenimiento de las condiciones de existencia de numerosos grupos sociales cuyos derechos territoriales, sanitarios y laborales dependen de la preservación de los ecosistemas, ríos, lagos, cuencas atmosféricas y diversidad biológica[ii]. Estos son los grupos sociales que se han visto afectados, en nombre del progreso, por graves injusticias ambientales. Al cuestionar la presente intención de caracterizar erróneamente los procesos de licenciamiento ambiental[iii], estos grupos entienden que no es justo que las ganancias de las grandes empresas se obtengan a costa del empobrecimiento de la mayoría. No pretenden admitir que la prosperidad de los ricos pasa por la expropiación de los que ya son pobres. Porque ese fue el mecanismo por el cual Brasil alcanzó una de las primeras posiciones mundiales en términos de desigualdad social: se concentraron los ingresos, pero también se concentraron los espacios y recursos ambientales en manos de grandes intereses económicos.
El rechazo de un proceso de licencia transparente y ampliamente discutido con grupos potencialmente afectados por proyectos económicos es similar, hoy, al rechazo de la vacuna por parte del gobierno federal. El otorgamiento de licencias, aunque hasta ahora visto como insuficiente desde la perspectiva de los grupos afectados, pretendía desempeñar el papel de una especie de vacuna contra la gran depredación y expropiación de los desprotegidos. La desregulación sanitaria y ambiental se justifica con la pretensión de ofrecer libertad para los negocios. Si prevalece el texto básico del PL 3.729/2004 aprobado por la Cámara. la libertad de movimiento y la libertad de emprender se confundirán con la libertad de destruir y dejar morir.
Henri Acselrad es profesor del Instituto de Investigación y Planificación Urbana y Regional de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (IPPUR/UFRJ).
Notas
[i] “El documento se elaboró a puertas cerradas, con la bancada ruralista, la Casa Civil y los grupos de presión de grandes industrias y empresas de infraestructura”. ISA, Indígenas, quilombolas y extractivistas en contra de proyecto que prácticamente acaba con el licenciamiento virtual-does-with-licensing?utm_source=isa&utm_medium=headlines&utm_campaign
[ii] Según un relevamiento del ISA, “297 Tierras Indígenas o el 41% del total de áreas con procesos de demarcación ya abiertos en la Fundación Nacional del Indio (Funai) serían transformadas en tierra de nadie para efectos de evaluar, prevenir y compensar la impactos socioambientales de las obras y actividades económicas. Esto se debe a que el texto de Geller contempla la concesión de licencias solo para territorios que ya han sido aprobados, es decir, con demarcación ya completada, o con restricciones de uso para grupos indígenas aislados”. ISA, Indígenas, quilombolas y extractivistas están en contra de proyecto que prácticamente acaba con el licenciamiento, https://www.socioambiental.org/pt-br/noticias-socioambientais/indigenas-quilombolas-e-extrativistas-sao-contra-projeto-que-praticamente-acaba-com-licenciamento?utm_source=isa&utm_medium=manchetes&utm_campaign
[iii] La Articulação dos Povos Indígenas do Brasil (Apib), la Coordinación de Articulación de Comunidades Rurales Negras Quilombolas (Conaq) y el Consejo Nacional de Poblaciones Extractivas (CNS), además de 24 redes y organizaciones, difundieron una nota en la que condenan la propuesta ruralista y bolsonarista. Nota de Repudio al Suplente del Diputado Mauro Pereira al Proyecto Lein N° 3.729/2004, https://www.sabnet.org/download/download?ID_DOWNLOAD=431