olvidar

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por EUGENIO BUCCI*

Para obtener el derecho a la memoria, debemos invertir en el trabajo duro para construir los caminos de acceso al pasado.

al final de madres paralelas, la nueva película de Pedro Almodóvar (que se proyecta en São Paulo y próximamente en Netflix), aparece en pantalla una frase del escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015). En letras blancas sobre fondo negro, las palabras cumplen la función de resumir la moraleja de la historia, como si fueran un Post Scriptum o una especie de despacho:: “No hay historia muda. Por mucho que la quemen, la desgarren, por mucho que mientan, la historia humana se niega a callar”.

Parece una oración. Suena como una profecía. Parece un poema. parece cierto ¿Pero será verdad?

madres paralelas narra los encuentros y desencuentros de dos mujeres que dan a luz el mismo día, en el mismo hospital de maternidad y permanecen en la misma habitación. Los dos no se conocían hasta que colapsaron en sus camas emparejadas. Vienen de diferentes orígenes, clases separadas, universos desconectados. Uno no tiene nada que ver con el otro, hasta que la trama unida por Almodóvar comienza a enredarlos en lazos bien anudados, definitivos y hermosos.

La película no aporta (casi) ningún toque de comedia. En este aspecto se diferencia de los grandes éxitos del cineasta español. El tempo serio combina algunas notas de romance con una severa crítica al olvido de las atrocidades cometidas por los fascistas (franquistas) durante la Guerra Civil Española (1936-1939). La trama pesa y se mueve. Las dos mujeres, las llamadas “madres paralelas”, viven la experiencia de la maternidad mientras se descubren a sí mismas: Ana (Milena Smit) quiere liberarse de su familia burguesa, mientras que Janis (Penélope Cruz), mayor que su compañera de piso, se compromete hasta encontrar el lugar donde estuvo enterrado su bisabuelo, fusilado en la Guerra Civil por las tropas franquistas.

A partir de entonces, las verdades íntimas de cada uno de ellos se despliegan en paralelo a los hechos históricos que se van exhumando. La subjetividad irreductible de Ana y Janis va ganando consistencia al mismo ritmo que se sacan a la luz los crímenes de lesa humanidad.

Luego, al final de todo, el texto de Eduardo Galeano, el famoso autor de Las venas abiertas de América Latina, de 1971. “La historia humana se niega a callar”, nos asegura. El pasaje en cuestión forma parte de un breve ensayo, “La impunidad de los cazadores de gente”, dentro del libro Paws up: la escuela del mundo al revés, de 1998. Es hermoso leer el mensaje confiado, después de ver una película que también es bella y confiada. La certeza de que nada quedará en el olvido, que nada quedará impune, viene a consolarnos y fortalecernos. Te hace querer creer. Incluso puedes llorar.

¿Pero es realmente así? ¿Es creíble la creencia de Almodóvar y Galeano? ¿Hubo un impulso propio en los hechos pasados, un impulso que les impidiera ser silenciados? ¿Podemos pensar la historia como pensamos lo reprimido en el psicoanálisis? Lo reprimido, según los psicoanalistas, siempre vuelve, y vuelve porque, de una forma u otra, no le da descanso al sujeto. Lo reprimido siempre conspira para volver. Sólo con mucho trabajo, mucho trabajo, el sujeto podrá mantener oculto lo reprimido. Cuando el ciudadano se cansa, o cuando está distraído, la cosa brota del fondo del armario y sale a la superficie, como la lava de un volcán. Volviendo a la película, ¿la historia, o como dice Galeano, “la historia humana”, funciona de la misma manera que lo reprimido en cualquier persona?

Tal vez no. Cuando desaparece una lengua (y más de 200 lenguas han desaparecido desde 1950, según la Unesco, y otras 2 tienen amenazada su existencia), desaparece toda una historia. Lengua muerta, historia muerta. Los hechos también desaparecen. Los actos humanos naturalmente tienden a ser olvidados, a menos que otro acto humano, como el trabajo de reporteros o historiadores, evite que se pierdan en la oscuridad.

Mientras lo reprimido requiere un trabajo psíquico para permanecer en el olvido, la historia requiere un trabajo investigativo para no ser olvidado. Sin esta obra, la verdad fáctica, la más frágil de las verdades, como enseña Hannah Arendt, desaparecería en el tiempo. Abandonada a su propia inercia, la historia calla. Para tener el derecho a la memoria –tema por excelencia del cine de Almodóvar–, para luchar por él, hay que invertir en un trabajo arduo para construir vías de acceso al pasado.

En Brasil, la Comisión Nacional de la Verdad tuvo un lío federal para calificar objetivamente las graves violaciones a los derechos humanos cometidas por agentes de la dictadura militar. ¿Qué vino después? Olvido. Las recomendaciones dejadas por la comisión quedan en silencio, en silencio.

¿Y qué no es silencioso? Fascismo. Un día de estos, un chico –del que se dice que es famoso en las redes sociales– defendió públicamente la legalización de un partido nazi en nuestro país. Es lo reprimido que vuelve, en brazos de la ignorancia y el olvido de la historia.

La palabra aletheia, en griego, generalmente traducido como “verdad”, tiene el significado de no olvidar. El problema es que los humanos olvidan. Olvidar y repetir.

*Eugenio Bucci Es profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP. Autor, entre otros libros, de La superindustria de lo imaginario (Auténtico).

Publicado originalmente en el diario El Estado de S. Pablo el 10 de febrero de 2022.

 

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