desarrollo y dependencia

Bryan Wynter, Meandro I, 1967
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por CLAUDIO KATZ*

La teoría de Fernando Henrique Cardoso y su contestación por Ruy Mauro Marini.

Fernando Henrique Cardoso desarrolló un enfoque opuesto al de André Gunder Frank, Ruy Mauro Marini, Theotônio dos Santos y Vânia Bambirra, pero inicialmente se colocó en el mismo campo que los teóricos de la dependencia. Su texto con Enzo Faletto cuestionaba la tradicional presentación del atraso regional como efecto de las fracturas entre la sociedad tradicional y la moderna. También se opuso a las explicaciones de Prebisch-Furtado basadas en el deterioro de los términos de intercambio y la heterogeneidad estructural.

Retrató los mecanismos de sujeción económica que acentuaron la integración subordinada de América Latina al mercado mundial, describiendo dos variantes de esta situación. En los modelos de control nacional, élites, burocracias u oligarquías manejan el principal recurso exportado (Brasil, Argentina); en las economías de enclave, esta administración está en manos de empresas extranjeras (pequeñas naciones centroamericanas o caribeñas). Con base en este esquema, Cardoso describió la diversidad de órdenes sociales que en cada país resultaron en escenarios de estancamiento o crecimiento.

Más que un diagnóstico de subdesarrollo, el teórico brasileño trazó un cuadro de múltiples caminos, destacando la importancia de las relaciones que se establecen entre los gobiernos locales y los poderes centrales. Identificó estas conexiones con diferentes situaciones de dependencia en la asociación entre grupos dominantes nacionales y extranjeros (Cardoso; Faletto, 1969: 6-19, 20-34, 40-53).

Cardoso no opuso dependencia al desarrollo. Solo enfatizó que ambos caminos generan modelos diferenciados que permiten o impiden el desarrollo a largo plazo. Enfatizó que esos caminos están determinados por el bloque rector del Estado, por la cohesión social y por la institución de órdenes legítimos de consentimiento y obediencia.

A su juicio, los grupos gobernantes definen modelos políticos que, a su vez, determinan los caminos económicos convenientes o adversos para cada país. Como esta acción requiere autonomía, FHC concentró su análisis en países medianos con gestión propia de sus recursos productivos. Consideró que los regímenes políticos excluyentes predominan en las economías de enclave, con poco espacio para mantener el desarrollo (Cardoso; Faletto, 1969: 39, 83-101).

Cardoso evaluó que Argentina avanzó significativamente en 1900-30 al incorporar a las clases medias a un proyecto dinámico de la burguesía exportadora. Consideró que Brasil mantenía una confederación de oligarquías sin hegemonías ni gravitación de los sectores medios, y por eso su economía quedó rezagada. La acción política desde el Estado determinó ambos resultados.

FHC evaluó que, en el período posterior (1940-60), el distributivismo afectó la expansión de Argentina, mientras que Brasil logró un mayor desarrollo industrial a través de la ayuda estatal y una menor presión popular. Las articulaciones realizadas por el peronismo y el varguismo definieron este resultado.

Cardoso concluyó su estudio señalando la tendencia generalizada a traspasar los límites del desarrollo mediante el aumento de la inversión extranjera y de los grupos capitalistas nacionales con sus socios extranjeros (Kubitschek, Frondizi) (Cardoso; Faletto, 1969: 54-77, 111-129 , 130-135).

confusión de teorías

Las tesis de Cardoso no confrontaban al liberalismo, no compartían el espíritu crítico de la CEPAL y eran ajenas a la tradición marxista. Mostraron afinidad solo con la sociología convencional, con el método funcionalista y con perspectivas indefinidas sobre la relación entre dimensión política y estructura económica, que algunos analistas asocian con Weber (Martins, 2011b: 229-233).

Cardoso atribuyó formalmente la primacía analítica a la condición económica (control nacional y no enclave), sino que en realidad atribuye a los actores políticos (clases, burocracias, élites) la capacidad de generar modelos positivos (desarrollo) o negativos (subdesarrollo).

En todos los casos, ignoró los límites que el capitalismo impone a las posibilidades en juego. Concibió este sistema como un régimen conflictivo, pero superior a cualquier alternativa. A diferencia de Frank, Dos Santos, Bambirra o Marini, no adoptó visiones anticapitalistas ni propuestas socialistas.

FHC solo contrastó esquemas de mayor o menor efectividad basados ​​en tipologías construidas en torno a modelos ideales. Atribuyó total primacía a los determinantes políticos de este contrapunto. Sostuvo que, en el ámbito de ciertas posibilidades estructurales, las trayectorias de cada país están definidas por el tipo de alianzas políticas predominantes.

Consideró que, en ciertos momentos, la presión de trabajo favorece la acumulación y en otros la entorpece. Asumió la misma observación para los acuerdos de la burguesía industrial con las oligarquías exportadoras o para la entrada y salida de capitales (Cardoso; Faletto, 1969: 136-143).

Con esta perspectiva, evaluó la compatibilidad de cada proceso con el desarrollo, siguiendo una lógica funcionalista de adaptación o no adaptación a las exigencias del capitalismo. Adoptó este régimen social como un hecho invariable, omitiendo toda reflexión sobre la explotación de los trabajadores.

Cardoso evitó las opiniones claras. Adoptó la actitud de un investigador distante, que disecciona su objeto de estudio, observando cómo los distintos sujetos capitalistas se alían entre sí, aprovechando el acompañamiento pasivo del pueblo.

Lo más curioso de este enfoque fue su presentación como teoría de la dependencia. En el esquema de FHC, este término constituye un ingrediente adicional de la deducción funcionalista. Algunas situaciones de dependencia son disfuncionales y otras son compatibles con el desarrollo.

En esta perspectiva, dependencia no implica necesariamente adversidad. Por lo tanto, simplemente se registra sin ninguna denuncia de sus efectos. FHC omitió considerar los mecanismos de reproducción dependiente que Marini, Dos Santos o Bambirra señalaron como las causas del subdesarrollo.

Cardoso solo observó adversidades significativas en los enclaves. En países con control nacional del recurso exportado, percibió que las situaciones de dependencia se pueden mitigar con un manejo adecuado. El alejamiento total de este enfoque de una teoría de la dependencia fue oscurecido inicialmente por las ambigüedades y el reconocimiento que rodeaba a FHC.

un debate esclarecedor

La visión de Cardoso quedó aclarada en la polémica en la que se vio envuelto con Marini. En un artículo coescrito con José Serra, acusó al teórico marxista de estancamiento. Cuestionó la consistencia de la sobreexplotación, se opuso al deterioro de los términos de intercambio, rechazó la existencia de una caída en la tasa de ganancia y destacó el auge del consumo de las clases medias (Cardoso; Serra, 1978).

En otros artículos complementó esta crítica, enfatizando que las situaciones de dependencia no obstaculizaban el dinamismo de las economías industrializadas de la periferia (Cardoso, 1980; Cardoso, 1978; Cardoso, 1977a). Sostuvo que la inversión extranjera fomentó una revolución burguesa, internacionalizó los mercados y revirtió la estrechez del consumo local (Cardoso, 1973; Cardoso, 1977b; Cardoso, 1972).

Marini respondió ilustrando el nivel de explotación de los asalariados. Presentó indicadores de extensión e intensificación del trabajo y aclaró que su concepto de sobreexplotación se refería a estas modalidades. También indicó que su modelo no implicaba el predominio de la plusvalía absoluta, ni la ausencia de aumentos de productividad.

El teórico marxista también demostró la gravedad de las crisis de realización, señalando que, en un contexto de alto desempleo y deterioro de los salarios, el surgimiento de las clases medias no compensa la debilidad general del poder adquisitivo (Marini, 1978).

Marini recordó que el estancamiento era un defecto del pesimismo desarrollista de Furtado y de su tesis de la “pastoralización” brasileña. Esta visión diagnosticaba una regresión a etapas agrícolas, que se contradecía con el nuevo período de industrialización (Marini, 1991: 34).

El revolucionario brasileño nunca fue un estancamiento. El escribio dialéctica de la dependencia investigar las contradicciones y no las etapas finales del capitalismo (Osorio, 2013). En su evaluación de la dinámica expansiva de este sistema, estaba más cerca de Mandel que de Sweezy.

La respuesta de Marini dejó claro que sus desencuentros con Cardoso no giraban en torno a la existencia de una nueva burguesía local, muy asociada al capital extranjero. Ambos autores destacaron esta novedad. El punto conflictivo fue la consistencia y el alcance de la industrialización en curso.

Para Marini, ese proceso no corrigió las viejas limitaciones de la economía brasileña, ni equiparó su desarrollo con los países centrales. Por el contrario, Cardoso asumió que esas restricciones habían quedado atrás y que el país sudamericano entraba en un círculo virtuoso de desarrollo.

En el transcurso de la polémica, Marini modificó su visión inicial sobre su contrincante y consideró que Cardoso había roto con su pasado para embarcarse en una “apología grotesca del capitalismo imperante en Brasil”.

Esta fascinación le impidió registrar los datos básicos de un país con desigualdades superiores a la media mundial, mercados internos más segmentados y desequilibrios de industrialización más importantes. Cardoso omitió estos problemas e ignoró la imposibilidad de Brasil de lograr el desempeño histórico de Estados Unidos, Francia o Japón (Marini, 2005).

Dos Santos hizo las mismas críticas. Destacó su acuerdo con Cardoso sobre la existencia de un giro de la burguesía brasileña hacia mayores asociaciones con capital multinacional. Pero subrayó su total desacuerdo con la presentación de este cambio como un camino hacia el desarrollo. Indicó que el modelo adoptado por la clase dominante aumentó la inversión, sin repetir el desarrollo autosostenido de las economías avanzadas (Dos Santos, 2003).

Todo el debate confirmó que la fascinación de Cardoso por el capital extranjero germinó en su clásico libro con Faletto. El título de esta obra - Dependencia y desarrollo en América Latina – ya había sido concebida en oposición implícita a la desarrollo del subdesarrollo de franco

Allí se evidenciaron situaciones de dependencia muy alejadas de las dinámicas estructurales de sujeción expuestas por Marini, Dos Santos o Bambirra. Se asumió que el desarrollo se materializa con políticas económicas correctas y que el capitalismo no obstaculiza la erradicación del subdesarrollo.

reacción socioliberal

La disolución del sentido de dependencia fue enfatizada por Cardoso en la reseña de su libro. Luego utilizó la fórmula “desarrollo dependiente asociado” para caracterizar la gestión conjunta de las empresas multinacionales con las burocracias y burguesías locales (Cardoso, Faletto, 1977).

FHC señaló que, bajo tal administración, la inversión extranjera facilitó una intensa expansión económica, sin generar los obstáculos señalados por los teóricos marxistas. Rechazó el enfoque de los autores que ilustraba cómo el crecimiento impulsado por el capital extranjero genera mayores desequilibrios que los que sufren los países del centro. Esta diferencia cualitativa fue olvidada por Cardoso, quien transformó la dependencia en un concepto opuesto a lo imaginado por los creadores de esa idea.

El único límite real al desarrollo que observó Cardoso en los países intermedios fue la existencia de regímenes políticos excluyentes que obstruían mercados que abarcaban a toda la población. Supuso que al remover esta barrera política también se erradicaría la principal causa del subdesarrollo.

Durante este período, FHC todavía estaba considerando varios caminos para el éxito de esta democratización. Pero, poco después, indicó que solo las transiciones negociadas con las dictaduras allanarían ese camino. Por ello, participó activamente en la creación de democracias tuteladas, que en la década de 80 aseguraron la continuidad del esquema económico neoliberal inaugurado por estas tiranías.

Con base en este enfoque, Cardoso impulsó las transiciones posdictatoriales como el marco político idóneo para la atracción de capital extranjero. Inició una ferviente reivindicación del neoliberalismo y sus desencuentros con la izquierda se centraron en esta apología. Las valoraciones dispares de la adicción han quedado relegadas a un tema del pasado.

FHC también se distanció más de la CEPAL y abandonó cualquier presentación del Estado como un ente impulsor de la industrialización (López Hernández, 2005). Es cierto que, contrariamente al desarrollismo, percibió la conversión de las viejas burguesías nacionales en asociados, pero nunca lamentó ni cuestionó este cambio. Al contrario, lo justificó como un camino correcto hacia la prosperidad latinoamericana.

Su crítica a Marini coincidió con el ascenso de posiciones más derechistas. Cuestionó todos los conceptos de su adversario que chocaban con su fascinación por el mercado y las multinacionales.

Durante este período, Cardoso introdujo la Fundación Ford en la academia y fomentó la financiación privada de las ciencias sociales. Cortó cualquier referencia a los problemas discutidos con Marini y evitó debates relacionados con su propio pasado (Correa Prado, 2013).

Posteriormente, como presidente de Brasil, Cardoso se convirtió en el principal artífice de ajustes, privatizaciones, aperturas comerciales y flexibilizaciones laborales. En la última década traspasó nuevos límites para convertirse -con Vargas Llosa- en el principal garante de las causas reaccionarias. Actualmente es vocero de la intervención imperialista en Venezuela y de todos los abusos del Pentágono.

Por eso, no sorprende su participación activa en el reciente golpe judicial-mediático-institucional que derrocó a Dilma Rouseff. FHC jugó un papel destacado en esta arbitrariedad, presentándose como un noble estadista que ensalzaba los valores de la república, pidiendo la destitución de un presidente electo.

Cardoso escribió 22 artículos con este hipócrita mensaje en el principal diario de los golpistas (El Globo) y asumió esta campaña como una venganza personal contra su rival Lula (Anderson, 2016; Feres Júnior, 2016). Esta actitud ya ha generado un mordaz repudio por parte de la intelectualidad progresista (CLACSO, 2016).

El socio de FHC en las críticas a Marini, José Serra, también fue un activo golpista y recibió el cargo de ministro de Relaciones Exteriores. A partir de entonces, promovió el mayor giro pro-estadounidense de la historia reciente de Brasil (Nepomuceno, 2016).

La retirada neoliberal de Cardoso fue anticipada por las críticas de Marini. La polémica entre ambos no fue un episodio coyuntural de la década de 70, ni concentró errores de ambos lados. El primer autor negó la persistente realidad del retraso y el segundo explicó su continuidad. Esta diferencia los sitúa en polos opuestos.

En los últimos años se ha iniciado una revalorización de la obra de Marini (Murua, 2013:1-3; Traspadini, 2013:10-12). Sus escritos son muy difundidos y sus obras se retoman para actualizar su concepción. Algunos investigadores sostienen que construyó una “economía política de la dependencia” y sienta las bases para entender el subdesarrollo (Sotelo, 2005).

Esta caracterización plantea varias preguntas: ¿son suficientes los pilares señalados por Marini? ¿La apreciación de su enfoque se refiere a la época del revolucionario brasileño o se proyecta hacia el presente? ¿Cómo evaluar las preguntas que recibió del campo marxista?

*Claudio Katz. es profesor de economía en la Universidad de Buenos Aires. Autor, entre otros libros, de Neoliberalismo, neodesarrollismo, socialismo (Expresión Popular).

Traducción: Fernando Lima das Neves.

Para leer la primera parte de este artículo haga clic en https://dpp.cce.myftpupload.com/o-surgimento-das-teorias-da-dependencia/

Para leer la segunda parte de este artículo haga clic en https://dpp.cce.myftpupload.com/sobre-as-teorias-da-dependencia/

Publicado originalmente en la revista América Latina jacobina.

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