por DYLAN RILEY*
Nuestro objetivo no debe ser el acceso universal al capital cultural o humano, sino su abolición como realidad social.
Existen numerosos debates entre sociólogos y economistas sobre los conceptos de “capital humano” y “capital cultural”. La opinión general es que la primera implicaría una actitud racional e instrumental dirigida a obtener ciertas habilidades, mientras que la segunda sugeriría una inversión en lo que los bourdianos llaman espejismo: la negación de que el juego de la cultura sea realmente un juego.
Iván Szelényi una vez caracterizó esta distinción de manera ligeramente diferente, señalando que el capital humano era recompensado por su contribución a la productividad, mientras que el capital cultural era fundamentalmente un reclamo rentista. Me parece, sin embargo, que deberíamos estar haciendo otro tipo de pregunta. Es particularmente importante preguntarse: ¿bajo qué condiciones históricas la cultura toma la forma de un “activo” o “cuasi-activo”?
Las condiciones previas de esta formación son un evento anterior, de expropiación cultural, y el proceso posterior que permite la reproducción continua y regular de esta expropiación. Tal “acumulación primitiva” de capital humano o cultural puede darse de varias formas. Puede implicar imponer una dialéctica única sobre el idioma nacional que de repente devalúa las lenguas preexistentes, como ha sucedido Entre otros con la dialéctica florentina en la península itálica.
O podría ser la devaluación del conocimiento indígena, como el manejo de tierras comunales y desertificadas en base a ciclos de fertilidad. Pero necesitamos un análisis más articulado aquí. Porque no es cierto que las únicas opciones disponibles en el proceso de formación de capital cultural sean la igualdad total o la propiedad privada. Distintos períodos de la historia humana estuvieron marcados por una forma colectiva de propiedad de la cultura, que abarcó un amplio espectro de clases, de tal manera que la cultura no podía entenderse como “capital” de propiedad individual. Uno podría pensar en los hombres del Renacimiento culturalmente omnívoros, o en los debates públicos que modelaron a Habermas. Dentro de estos espacios de relativa exclusividad, la cultura era una “posesión” colectiva. No tomó la forma de un objeto extraño de la clase dominante; no era un “activo” apropiado por un individuo en particular.
Todo esto es relevante para que pensemos una política universitaria y, además, una política cultural en el capitalismo contemporáneo. Hoy en día, la academia suele ser defendida por su contribución al capital “cultural” o “humano”. Pero este enfoque es contraproducente. La afirmación de que se proporciona “capital” para algunos se basa en la idea de que otros están siendo excluidos.
El capital cultural o humano solo es valioso en función de su escasez. En esta configuración, no es del interés de las élites universitarias que todos o incluso la mayoría de los que lo deseen reciban diplomas. El valor de un título universitario, como cualquier otro activo, disminuye a medida que se amplía el acceso a él.
La respuesta de la izquierda socialdemócrata, “educación superior gratuita para todos”, apenas toca este problema de fondo. Porque la universalización de la educación superior sólo redundaría en la reducción de su valor económico, a menos que se transforme radicalmente el sentido de esta educación. La cultura debe ser descapitalizada en primer lugar; ya no puede ser un activo. La universidad humanizada dejaría de ser un lugar donde se adquiere capital humano o cultural y pasaría a ser una institución dedicada a la construcción de la personalidad.
Este proceso no debe pensarse como una especie de regreso al caballero estudioso ("caballero erudito”), pero debe basarse en la formación de un nuevo tipo de intelectual. El nuevo intelectual aún poseería una amplia gama de habilidades, pero los medios por los cuales esas habilidades se enseñarían y transmitirían serían diferentes de la forma en que se usan en el aula contemporánea.
El oficio de enseñar en sí mismo se convertiría cada vez más en la enseñanza del oficio. Mutatis mutandis, la disponibilidad generalizada de "información" (un nombre un poco inapropiado) a través de Internet y la inteligencia artificial ayudaría a la academia, en lugar de perjudicarla. Nuestro objetivo no debe ser el acceso universal al capital cultural o humano, sino su abolición como realidad social. En este, como en otros casos, el programa de una sociedad humanizada no es la redistribución de la propiedad, sino la superación de la misma como categoría real.
*dylan riley es profesor de sociología en la Universidad de California, Berkeley. Autor, entre otros libros, de Microversos: observaciones de un presente destrozado (Verso).
Traducción: Julio Tude d´Avila.
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