por PEDRO TIERRA*
La lucha contra el neofascismo pasa inevitablemente por un castigo ejemplar a los responsables del intento de golpe de Estado
El asalto de las hordas fascistas inspiradas (¿engendradas?) por el loco, que se refugió en Estados Unidos horas antes de que asumiera el cargo electo, se consumó el domingo 8 de enero de 2023.
Las instalaciones de los tres poderes de la república quedaron arrasadas por el impulso destructivo acumulado durante cuatro años de la pesadilla neofascista, alimentada a diario por el discurso de odio contra las instituciones democráticas de los delincuentes derrotados en las urnas en octubre pasado.
El intento de golpe fracasó. Como los anteriores fracasaron desde enero de 2019, espoleados por el gobierno de milicianos de Rio das Pedras, surgidos del hampa criminal para tomar el gobierno central de un país aturdido por el fanatismo y el culto a la ignorancia, con connivencia, si no con el apoyo explícito del capital financiero, los agrosectores y los empresarios religiosos.
La mayoría del pueblo brasileño que resistió la estrategia de demolición del país, a lo largo de seis años, fracasó en el intento de reelección de la siniestra figura que encarnó la barbarie, el 2 y el 30 de octubre de 2022. Punto de inflexión histórico cuando la enérgica fue derrotado por el frente amplio liderado por Lula.
El silencio que siguió a la derrota no aceptada no fue más que un caldero de resentimiento que alimentó la furia y el terror contra las instituciones y votantes que le negaron las pretensiones de perpetuarse, hasta el estallido del 8 de enero.
Lo que la sociedad brasileña presenció aquel domingo asombroso fue una metáfora de lo que vivió el país mientras duró el gobierno de liquidación nacional, en todos los ámbitos de acción del Estado. Una metáfora plasmada en la destrucción física de los edificios sede de los tres poderes de la república. Como no fueron capaces de destruir el país -porque el pueblo brasileño resistió-, la legión de los resentidos se quedó con el último gesto de demoler sus símbolos más emblemáticos.
Una acción típica de las hordas fascistas que buscan destruir por la fuerza lo que ni siquiera pueden entender: la democracia. Incluso si es esta democracia liberal mal diseñada que el país ha estado construyendo desde 1988.
El lienzo de Emiliano Di Cavalcanti que recibió las huellas dactilares del fascismo -siete golpes asestados con piedras portuguesas recogidas en la Praça dos Três Poderes, utilizadas con un instrumento contundente- será un testimonio perdurable del paso de la barbarie del 8 de enero, un especie de epílogo siniestro al gobierno derrotado.
Es evidente para la sociedad –el 90% de los brasileños y brasileñas repudia la tentativa de golpe de Estado– la indulgencia, la incompetencia o incluso la connivencia de las autoridades de seguridad pública del Distrito Federal.
El exministro de Justicia del gobierno derrotó en las urnas del 30 de octubre de 2022 a Anderson Torres, designado inexplicablemente secretario de Seguridad Pública del DF por el gobernador Ibaneis Rocha, a una semana de asumir el cargo, se encontraba disfrutando de unas vacaciones en Florida, donde, casualmente, el inspirador se refugió de la devastación perpetrada por las hordas fascistas contra el STF, el Congreso Nacional y el Palacio del Planalto.
El interino que lo reemplazó envió un mensaje al gobernador en la tarde del domingo 8 de enero, asegurando que las manifestaciones serían pacíficas, mientras su policía encabezaba feliz la horda que media hora después estaría destrozando los edificios públicos que albergan el institucional. corazón del país. Un hecho que llevó al gobernador del DF a exonerarlo y al presidente Lula a decretar prontamente la intervención federal en el área de Seguridad Pública del DF, visiblemente cómplice de las manifestaciones golpistas del pasado 12 de diciembre y ahora de los actos terroristas del XNUMX de enero. . .
Un dato curioso y revelador: las hordas de extrema derecha que se movilizaron para perpetrar la barbarie en la Praça dos Três Poderes, partieron de un campamento mantenido a la sombra de las atalayas del Cuartel General del Ejército Brasileño, desde la derrota del loco, el 30 de octubre El ministro de Defensa del gobierno, José Múcio Monteiro, llanero, adoptó la táctica de "comer por los bordes" para desmovilizar los campamentos -verdaderas incubadoras de actos terroristas en opinión de su colega, el ministro de Justicia Flávio Dino- y cosechó las catástrofe del 8 de enero de 2023.
El ministro Múcio Monteiro reveló, una semana después de asumir, que no era el hombre hecho para liderar un área cuyo cotidiano está marcado por el desafío de convertir en realidad lo que determina la Constitución: subordinar el estamento armado, portador histórico de un cultura autoritaria y golpista, al poder civil que confiere la soberanía popular en un gobierno democrático.
El estamento militar brasileño cultiva con envidiable celo, a lo largo de la historia, la pretensión de colocarse por encima de la Constitución, y como si algún ente sobrenatural lo definiera como guardián del poder civil.
El impulso económico, social y cultural que derivó en el intento de golpe de Estado promovido, el pasado 8 de enero, por la extrema derecha, sigue latente en la sociedad. Aunque su mito se refugió en Orlando, llevándose consigo la expectativa de volver a los brazos de los mineros ilegales, los asesinos de indígenas, los arrasadores y madereros, acaparadores de tierras y envenenadores ambientales en este intento, que finalmente fracasó. Los defensores de la democracia deben recordar que los factores que lo llevaron al poder durante cuatro años conservan la energía suficiente para sostenerlo a él oa cualquier otro aventurero con un perfil similar.
Lo que impone, más que nunca, en la historia de Brasil, la unidad de las fuerzas populares y democráticas para enfrentar el neofascismo en todas sus manifestaciones. Ya sea en estructuras estatales contaminadas por la ideología autoritaria de la extrema derecha –y el lavajatismo es solo una de ellas– o en una sociedad donde la “guerra cultural” se ha convertido en un elemento movilizador de lo más reaccionario de la sociedad para reconstruir una utopía regresiva, en búsqueda de un pasado que, en rigor, nunca existió.
Los sectores populares, los movimientos obreros, los sindicatos, los movimientos culturales tienen ante sí la tarea permanente de presionar al gobierno Lula, apoyado en un frente heterogéneo como todos saben, para avanzar más allá de las políticas públicas de combate al hambre, de inclusión social, de reducción desigualdades regionales, hacia la construcción y consolidación de mecanismos de participación democrática capaces de sustentar la vocación transformadora del proyecto que lo eligió por tercera vez.
La lucha contra el neofascismo pasa inevitablemente por el castigo ejemplar de los responsables del intento de golpe de Estado -y de sus patrocinadores- y sólo se hará realidad con una importante participación popular organizada en los lugares de trabajo, escuelas, universidades y centros de investigación y diariamente en redes sociales sociales.
¡Lula en el Planalto y militancia antifascista en las calles!
*pedro tierra es poeta y expresidente de la Fundación Perseu Abramo.
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