por Leonardo Boff*
Mientras crezca el calentamiento global y aumente la devastación de los hábitats naturales, no tendremos inmunidad: los animales nos transmitirán más virus.
Muchos ya han declarado: después del coronavirus ya no es posible llevar adelante el proyecto del capitalismo como modo de producción, ni del neoliberalismo como su expresión política. El capitalismo solo es bueno para los ricos; para otros es el purgatorio o el infierno y para la naturaleza, una guerra sin tregua. Lo que nos está salvando no es la competencia (su principal motor), sino la cooperación, ni el individualismo (su expresión cultural), sino la interdependencia de todos con todos.
Pero, vayamos al punto central: encontramos que la vida" es el valor supremo, no la acumulación de bienes materiales. El aparato de guerra montado, capaz de destruir varias veces la vida en la Tierra, demostró ser ridículo frente a un enemigo microscópico invisible, que amenaza a toda la humanidad. sería el Próximo grande (NBO) del que temen los biólogos, “el próximo Gran Virus”, destruyendo el futuro de la vida? nosotros no Esperamos que la Tierra aún tenga compasión de nosotros y solo nos dé una especie de ultimátum.
Dado que el amenazante virus proviene de la naturaleza, el aislamiento social nos ofrece la oportunidad de cuestionarnos: ¿cuál fue y cuál debe ser nuestra relación con la naturaleza y, en términos más generales, con la Tierra como nuestra Casa Común? La medicina y la tecnología, por necesarias que sean, no son suficientes. Su función es atacar al virus hasta exterminarlo. Pero si continuamos atacando a la Tierra viva, “nuestro hogar con una comunidad de vida única”, como lo expresa la Carta de la Tierra (Preámbulo), volverá a atacar con más pandemias mortales, incluso una que nos aniquile.
Sucede que la mayoría de la humanidad y los jefes de estado no son conscientes de que estamos dentro de la sexta extinción masiva. Hasta hoy no nos sentimos parte de la naturaleza y los humanos su porción consciente; nuestra relación no es con un ser vivo – Gaia – que tiene valor en sí mismo y debe ser respetado, sino con el mero uso para nuestro confort y enriquecimiento. Explotamos violentamente la Tierra al punto que se ha erosionado el 60% de los suelos, en la misma proporción las selvas tropicales y provocamos una asombrosa devastación de especies, entre 70-100 mil por año. Es la duración del “Antropoceno” y el “Necroceno”. Continuando en esta ruta, nos vamos a encontrar con nuestra propia desaparición.
No tenemos más remedio que – en palabras de la encíclica papal “Scuidar nuestra casa común” - un “conversión ecológica radical”. En este sentido, el coronavirus es más que una crisis como otras, sino la exigencia de una relación amable y cuidadosa con la naturaleza. ¿Cómo implementarlo en un mundo construido sobre la explotación de todos los ecosistemas? No hay proyectos listos. Todos están en búsqueda. Lo peor que nos puede pasar sería, después de la pandemia, volver a ser lo que era antes: fábricas produciendo a todo vapor aunque con cierto cuidado ecológico. Sabemos que las grandes corporaciones están trabajando juntas para recuperar el tiempo perdido y las ganancias.
Pero hay que reconocer que esta conversión no puede ser repentina, sino procedimental. Cuando el presidente francés, Emmanuel Macron, dijo que “la lección de la pandemia fue que hay bienes y servicios que deben retirarse del mercado”, provocó una avalancha de decenas de grandes organizaciones ecologistas, como Oxfam, Attac y otras, que pedían la 750 mil millones de euros del Banco Central Europeo destinados a remediar las pérdidas de las empresas se dirigieron a “reconversión social y ecológica” del aparato productivo en vista de más cuidado de la naturaleza, más justicia e igualdad social. Lógicamente, esto sólo puede hacerse ampliando el debate, involucrando a todo tipo de colectivos, desde la participación popular al conocimiento científico, hasta que surja un convencimiento y una responsabilidad colectiva.
Debemos ser plenamente conscientes de una cosa: mientras crece el calentamiento global y aumenta la población mundial, devasta hábitats y así acercando a los humanos a los animales, estos últimos transmitirán más virus. Seremos sus nuevos anfitriones, situación a la que no somos inmunes. Entonces pueden surgir pandemias devastadoras.
El punto esencial e irrenunciable es la nueva concepción de la Tierra, ya no como un mercado de negocios que nos coloca como amos (dominus), fuera y por encima de él, pero como una superentidad viviente, un sistema autorregulador y autocreador, del cual somos parte consciente y responsable, junto con otros seres como hermanos (Frater). el paso de dominus (propietario) a Frater (hermano) requerirá una mente nueva y un corazón nuevo, es decir, ver la Tierra de otra manera y sentir con el corazón nuestra pertenencia a ella y al Gran Todo. Junto a esto, el sentido de interrelación de todos con todos y una responsabilidad colectiva hacia el futuro común. Sólo así llegaremos, como predice la Carta de la Tierra, a “una forma de vida sustentable” y garantía del futuro de la vida y de la Madre Tierra.
La fase actual de retraimiento social puede significar una especie de retiro reflexivo y humanista para que reflexionemos sobre tales cosas y nuestra responsabilidad frente a ellas. El tiempo es corto y urgente y no podemos llegar demasiado tarde.
*leonardo boff, ecologista, es autor, entre otros libros, de Cómo cuidar la Casa Común (Voces, 2018).