por VALERIO ARCARIO*
La movilización del domingo demuestra que la relación social de fuerzas no se ha revertido. El país sigue fragmentado y la extrema derecha mantiene más peso en la parte políticamente activa de la sociedad
“Empezar es la mitad de la acción. Piensa despacio. Actúa rápido." (Sabiduría popular griega).
La movilización de este domingo 25 de febrero fue muy numerosa. En rigor, seamos estrictos, fue inmenso. Fue sorprendente, cuantitativa y cualitativamente. El bolsonarismo puso en las calles, durante más de tres horas, a más de cien mil personas muy entusiasmadas, bajo un calor abrasador. La composición social no sorprendió: era blanca de clase media, de mediana edad, furiosamente, anticomunista, arrastrando a sectores populares evangélicos. Pero la dimensión y el ardor, sí.
El uniforme de las camisetas amarillas de la CBF, las innumerables banderas israelíes, el odio contra Lula, el resentimiento por la derrota electoral, la adhesión explícita al proyecto golpista, la emoción con el emotivo discurso de Michelle, la adulación del jefe, la emoción con los Silas El extremismo de Malafaia, el escenario un tanto abrumador y apocalíptico. La moral del neofascismo iba en aumento. Salieron a las calles a luchar. Paulista puede haber sido sólo el comienzo de una campaña. El impulso de este domingo debería impulsar nuevas manifestaciones.
No reaccionaron cuando Jair Bolsonaro quedó inelegible, cuando estaba muy acorralado, pero ahora han vuelto con fuerza. Ocuparon la Avenida Paulista en el mayor acto desde el 7 de septiembre de 2021, cuando era presidente. Pero en un contexto incomparablemente más difícil: la Policía Federal está reuniendo una avalancha de pruebas desde el acuerdo de culpabilidad de Mauro Cid, que confirma su compromiso de preparar un golpe de Estado.
La presencia de cuatro gobernadores –de Minas Geais, Santa Catarina, Goiás y nada menos que Tarcísio de Freitas–, más de un centenar de diputados federales, centenares de alcaldes, incluido el de São Paulo, además de innumerables concejales, revela que hay apoyo enorme institucional. Se sintieron victoriosos.
Esta voluntad de solidaridad pública incondicional parece espantosa, un peligroso cálculo de riesgos, cuando es concluyente que la investigación sobre los crímenes de Jair Bolsonaro y su círculo de generales de cuatro estrellas ya ha reunido pruebas irrefutables de culpabilidad. Pero estaban todos allí. ¿Por qué? Porque sus destinos son indivisibles del de Jair Bolsonaro. Todos los que acudieron al Paulista, en el terreno y en la tribuna, fueron cómplices del golpe. El grito que los unía era uno: no arresten a Jair Bolsonaro. No nos engañemos, lo escuchamos bien. Salieron reforzados.
El cerco policial contra Jair Bolsonaro se intensificó desde la operación en la casa de Angra dos Reis a mediados de enero y, un mes después, cuando afectó a los generales, y la extrema derecha decidió lanzar el contraataque. ¿Porque ahora? Porque confiaban en que podían hacerlo. No fue sólo un llamado de su base social a “tomar una foto”. Fue una demostración de fuerza en una situación defensiva. ¿Cuáles son tus metas? No quiere ser arrestado, por eso disfrazó el chantaje con la fórmula de Amnistía.
Jair Bolsonaro mostró los dientes para demostrar que, si es necesario, sabe morder. Amenazó a las Cortes Superiores y al gobierno, apoyado en la fuerza de las redes sociales, en las calles y en el Congreso. Quiere la garantía de preservar la legalidad de su movimiento. El centro de la táctica, para quienes aún dudaban o dudaban, es: prisión para Jair Bolsonaro y los generales golpistas.
Reducir el impacto de la concentración de la ultraderecha, siguiendo la línea “negacionista” de una parte de la izquierda –la ley no “cambia nada”, Alexandre de Moraes “no dará marcha atrás”– no es sólo una superficialidad. No se trata sólo de un análisis sesgado de los objetivos de Jair Bolsonaro. Resume la miopía estratégica. Nunca es “todo o nada” y “ahora y ahora” en la lucha social y política. La lucha contra el bolsonarismo será un proceso complejo y, quizás, largo de lucha político-ideológica que tendrá una dimensión internacional, y el resultado sigue siendo incierto.
La subestimación de la fuerza de choque social de los neofascistas es un error de análisis y, tácticamente, erróneo, porque desarma la necesidad de construir movilizaciones de masas los días 8 y 24 de marzo. Sólo sirve para mantener la actual “hibernación” del pueblo de izquierda y, también, de la dirección mayoritaria. Tampoco las conclusiones “psicologizantes” que pretenden explicar la iniciativa de movilización porque Jair Bolsonaro tiene “miedo” de ser detenido. Burlarse del enemigo es legítimo e incluso divertido, pero no es nada serio. Jair Bolsonaro es un monstruo con “instinto” de poder, pero todavía tiene fuerza. Está herido, acorralado, a la defensiva, pero no por ello menos peligroso.
Ser arrestado sería una derrota, pero no irreversible, si logra preservar la influencia de masas que ha logrado. La línea de discurso fue una maniobra apostando a la posibilidad de ampliar alianzas con la derecha liberal. Ya sabemos que hay una posición consolidada en fracciones de la burguesía liberal, que defendieron la tercera vía en las elecciones, que denuncia a Alexandre de Moraes por los “excesos” de las largas penas de prisión contra los “alborotadores” del 8 de enero.
Amnistía, pacificación política y defensa de la legitimidad de la extrema derecha como corriente electoral fueron las banderas de Jair Bolsonaro en Paulista. Explore una delicada laguna jurídica. No puede ser condenado sin que también sean encarcelados los generales de cuatro estrellas que estuvieron a su lado hasta el final. En Brasil, los generales golpistas nunca fueron juzgados ni condenados.
La ultraderecha está llevando a cabo un giro táctico o reposicionamiento político, desde la derrota electoral y, sobre todo, desde el fracaso del levantamiento del 8 de enero del año pasado. Su proyecto es garantizar una presencia legal del “movimiento” que garantice el derecho a participar en las disputas electorales de este año, y la acumulación de fuerzas para competir con Jair Bolsonaro por la presidencia en 2026, como lo está haciendo Donald Trump este año en Estados Unidos. Estados. Incluso aunque sea detenido y, por tanto, cualitativamente debilitado, Jair Bolsonaro quiere ser candidato. La Ley sigue el cálculo de que tiene fuerza social y política para intentar escapar de prisión. Jair Bolsonaro quiere negociar, pero desde una posición de fuerza.
La situación puso en manos de la izquierda el desafío de luchar por el arresto de Bolsonaro y los generales golpistas. El mayor peligro ahora sería la división de la izquierda. La izquierda no puede retirarse de la bandera de No Amnistía sin que nos golpee una desmoralización irreparable. Se equivocan quienes sostienen que la lucha por la detención de Jair Bolsonaro es una trampa, porque ir a la cárcel lo “martirizaría”.
La base social del bolsonarismo tiene varias capas. Hay un “núcleo duro”, alrededor del 10% de neofascistas en el país, unos 15 millones de personas, que es inexpugnable. Pero la menor simpatía ideológica hacia la extrema derecha llega a más: el 15% o incluso el 20%. El impacto de los juicios producirá erosión entre decenas de millones de personas, especialmente entre las clases populares. El arresto de Jair Bolsonaro no será sólo una batalla legal. No puede depender únicamente de la autoridad del STF. Será una campaña de conciencia popular. Nunca podremos rendirnos ante la parte de la clase trabajadora que se sintió atraída por el bolsonarismo. La condena de Jair Bolsonaro y de los generales sería la mayor victoria democrática desde la victoria electoral de Lula, o incluso desde el fin de la dictadura.
En la izquierda debemos tener la lucidez para comprender que la relación social de fuerzas no se ha revertido. El país sigue fragmentado, y la extrema derecha mantiene más peso en la parte políticamente activa de la sociedad, más activista en las redes y también en las calles. Pero la relación de fuerzas políticas cambió, favorablemente, porque Lula ganó las elecciones. Evolucionó para mejor con la firmeza de Alexandre de Moraes contra los golpistas. Pero nada permanece estático, y lo que no avanza, retrocede.
¿Cuándo fue la última vez que la izquierda metió tanta gente en Paulista? ¿El día de la victoria de Lula, en 2022? ¿Tunami educativo en 2019? ¿Él no, en 2018? ¿Va a ser dificil? La única respuesta honesta es sí. Pero el bolsonarismo no puede seguir manteniendo indefinidamente la hegemonía en las calles y en las redes. La peor derrota, ya lo sabemos, es la que no se lucha. Todos los partidos de izquierda, los movimientos sociales populares en el campo y en las ciudades, las mujeres y los negros, los estudiantes y la cultura, los movimientos LGBT y ambientalistas están llamados a dar un paso adelante y organizar la respuesta los días 8 y 24 de marzo.
* Valerio Arcario es profesor jubilado de historia en el IFSP. Autor, entre otros libros, de Nadie dijo que sería facíl (boitempo). Elhttps://amzn.to/3OWSRAc]
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