por LUIZ MARQUÉS*
La convivencia entre democracia y capitalismo ha sido siempre un escenario de tensiones y conflictos
Al finalizar la clase sobre “el nacimiento de la biopolítica”, en el Collège de France (31/01/1979), Michel Foucault preguntó si alguna vez hubo un “gobierno socialista autónomo”. Él mismo respondió que tal gobernanza siempre ha faltado en la historia del socialismo, que incluía el período del Estado de Bienestar en Europa central. Gobiernos que se decían transformadores, en general, convivieron con la democracia liberal, indiferente a las modalidades de la democracia participativa (plebiscitos, referéndums, asambleas, congresos nacionales). Como en el pasado el derecho recurrió a la relación de reservas entre gobernantes y gobernados, en detrimento de la representación política clásica, se desconfió de los expedientes propuestos por los líderes para la consulta con los votantes. gato escaldado teme el agua fría. Era comprensible. En la actualidad, es absolutamente inaceptable.
En Brasil, provincianismo aparte, las experiencias emblemáticas de democracia participativa ocurrieron en gobiernos encabezados por el Partido de los Trabajadores (PT), en Rio Grande do Sul. En la capital de Rio Grande do Sul, por 16 años consecutivos, bajo los auspicios de Olívio Dutra (1989-1992), Tarso Genro (1993-1996 y 2001-abril 2004), Raul Pont (1997-2000), João Verle ( mayo de 2004). A nivel estatal, la gesta legendaria del Presupuesto Participativo (PB) se dio con el gobernador Olívio Dutra, con Miguel Rossetto como diputado (1999-2002), protagonizada por un frente de partidos progresistas (PT, PC do B, PSB, y PCB, apoyado en la segunda vuelta electoral por el PDT). Miles de personas se iniciaron en la política, en la discusión sobre los ingresos del Estado. Con variaciones, se repitió la forma emblemática de gobernar condicionada por la correlación de fuerzas políticas, en más de cien unidades federativas.
El PP concilió la participación (asambleas locales y regionales) con la representación (consejos). Perfeccionó la democracia, con criterios técnicos para cubrir las necesidades, sin abandonar el concepto tradicional de representación, corto. Los Consejos Regionales de Desarrollo (Coredes, 1994), integrados por diputados estatales y federales, alcaldes y presidentes de las Cámaras de Concejales, en sus respectivas áreas de actuación, fueron incorporados al Consejo General de la JP. La labor de sostenimiento de los ideales de igualdad y libertad requirió redoblar los esfuerzos a nivel político y la capacidad de innovar en los mecanismos de funcionamiento. Para una lectura panorámica sobre el tema, véase el artículo de Cláudia Feres Faria “Foros participativos, control democrático y calidad de la democracia en Rio Grande do Sul (1999-2002)” (Opinión Pública, Campinas, nov 2006).
No por casualidad, las ediciones inaugurales del Foro Social Mundial tuvieron lugar en Porto Alegre/RS. Surgió así una respuesta a la pregunta de Foucault. La nomenclatura de democracia participativa, cabe señalar, es más adecuada que la de democracia directa inspirada en la obra de Jean-Jacques Rousseau (Sobre el contrato social, 1762). Evita malentendidos.
Libertad: el pueblo (demos) normas (locura)
Algunos autores, como Norberto Bobbio, lógicamente descalifican la caracterización de Rousseau de la democracia directa a escala de las metrópolis. Argumentan que instancias de representación, al estilo de los cabildos, anularían la conceptualización que invoca la participación sin mediación. Alain Touraine, por su parte, rechaza la experiencia en términos políticos, por concebir la participación en la estricta condición de un movimiento de presión sobre la cosecha político-institucional. Argumenta la ilegitimidad de la ocupación por parte de la sociedad civil de las atribuciones habituales de la sociedad política (el Estado). Por ejemplo, en lo que implica tomar decisiones sobre prioridades para la asignación de recursos presupuestarios y la definición de políticas públicas. El espectro del populismo cesarista está presente en la memoria europea.
Sin embargo, las advertencias no son razonables. El pensador italiano olvidó que el experimento real no se reproduce, ipsis literas, el tipo ideal. El pensador francés, en cambio, se olvidó de las dificultades para condicionar, en teoría, el ímpetu participacionista de quien rompe una larga pasividad. En la democracia participativa, las instancias representativas no otorgan a los agentes prerrogativas que vayan más allá de los límites acordados colectivamente. Los delegados no se exceden en sus deberes, comportándose como representantes guiados por la conciencia (no más). Se guían por indicadores explicitados en la carta constitutiva de la democracia profana: el Reglamento Interno de la JP. La legislación, cumplida, ya que fue generada con la participación de todos, se convierte en una prueba explícita de libertad.
En la alegórica Carta Magna de los invisibles (repartidores a domicilio, cajeros de supermercado, trabajadores informales, tercerizados, precarios, desocupados) las referencias acordadas en asamblea establecen los “imperativos categóricos”. La suprema autoridad instituida inhibe la traición de los notables. La igualdad prevalece en las relaciones. Lo que tornó paradigmáticas las experiencias de Rio Grande do Sul es que el pueblo (demos) mandaba (cracia).
La democracia participativa permite una crítica a la democracia liberal que va más allá de la objeción permanente a la establecimiento, expuesto por los medios corporativos al sentido común bajo la apariencia de una denuncia de quienes, por calumnias opositoras, se revelan como “en contra”. En lugar de dejarse caricaturizar como una división de lamentos, el participacionismo posibilita que la izquierda se ubique en el espacio público con una visión política, social, cultural y económica alternativa. El oposicionismo y el escepticismo dan paso a una postura proposicional.
Raul Pont considera que esta es “la marca” que distingue a la gobernanza antisistémica cuando se dirige a las comunidades. En la participación plebeya reside el “programa de transición” que conduce a la realidad posneoliberal. La plena intervención de la ciudadanía sólo podrá materializarse plenamente con la superación radical de las estructuras de dominación existentes. El capitalismo no apoya, en toda su extensión, la aplicación de la democracia participativa sobre los fondos públicos. No se puede sobrevivir sin secretos: el alma del negocio statu quo.
La praxis de la democracia participativa no es un bastón para mantener en pie la debilitada representación política de blancos, racistas, machistas, homófobos y ricos que ascienden a vacantes legislativas sin campañas millonarias. La representación se ha convertido en sinónimo de un fisiologismo chantajista, cuyo objetivo principal es la autoconservación. Al diablo con el proyecto de nación. En consecuencia, la lucha por la Reforma Política sigue siendo una bandera fundamental en la agenda de cambios necesarios para democratizar la democracia y recuperar la decencia de la política. La democracia participativa colabora con la “buena política” para superar la pandemia de la apatía política. No es la panacea para todos los males. Es, eso sí, una vitamina AZ de esperanza y fe en una sociabilidad humanista y acogedora.
Distopía sobre los hombros de la “democracia”
sectores del espectro a la izquierda catalogar a los gobiernos bajo la responsabilidad del PT, posteriores a 2002, con la etiqueta de “social-liberales”. Gran error. Asumen que el neoliberalismo puede beneficiar las áreas de salud y educación, vivienda y transporte público, defensa de los derechos laborales y preservación del medio ambiente, a pesar de sus fallas originales. La contradicción está en denunciar el perverso marco neoliberal y, al mismo tiempo, creer que la “lámpara” anticivilizatoria revienta el “genio” para promover correcciones en las consecuencias del tejido social. El supuesto incrustado en la tergiversación busca, al mismo tiempo, servir al amo y al esclavo de la dialéctica hegeliana. Desafortunadamente, es imposible obtener leche de una piedra. Salió mal, manos.
Es erróneo pintar de domesticable un modelo de sociabilidad que propone la autorregulación salvaje del mercado (liberalismo manchesteriano) y supone el dominio de las finanzas en lugar de la producción, en la sociedad postindustrial. El término fascista para describir los regímenes autoritarios en América Latina, en particular Brasil (1964-1985), era engañoso. Encubrió los crímenes atroces de los horrores fascistas contra la humanidad en la década de 30, que se extendieron al Holocausto. Lo mismo ocurre, hoy, con el uso y abuso del término social-liberalismo, que promete lo que no cumple. Las palabras contienen “actos de habla performativos”, señala Judith Butler (Hate Speech: A Politics of the Performative, Unesp, 2021). Es importante tomárselo en serio, para no confundir... a la abuelita con el lobo feroz.
El neoliberalismo hizo inocua la distinción entre liberalismo político y liberalismo económico (“liberismo”). Sus huellas están en la economía, en la política, en la cultura, en la subjetividad de los ciudadanos-consumidores, en definitiva, en la totalidad de la vida social. Pierre Dardot y Christian Laval (Nova Razão do Mundo, Boitempo, 2016) son enfáticos: “No hay ni podría haber 'social-liberalismo', simplemente porque el neoliberalismo, siendo una racionalidad global que invade todas las dimensiones de la existencia humana, prohíbe cualquier posibilidad de extenderse en el plano social”. Con estos grilletes, el neoliberalismo encarceló a regímenes políticos que aspiraban a la manumisión social.
La supuesta densidad analítica de la imprecación para descifrar el “enigma PT” se fue por el desagüe. Bien se dice que el sectarismo no es un consejero confiable. No puede haber mejoras sociales a través de la injerencia del gobierno, sin enfrentar las estructuras de explotación y opresión. Mucho menos un rostro democrático, incluso formal, en la sociedad neoliberal. No significa que esté obligado a asumir rasgos dictatoriales. pero eso con finura, tomó contornos “democráticos”, sin contemplar la participación, escuchando a la representación ungida en las urnas (electrónicas) o recurriendo a la repetición del AI-5.
El aparato jurídico organizado para proteger las leyes hace superfluo el acto de gobernar. Es el significado, para ejemplificar, de las camangas con la Propuesta de Reforma Constitucional para congelar inversiones en salud y educación por veinte años (gobierno Temer). Y con la PEC por la autonomización del Banco Central en manos de rentistas y banqueros (gobierno de Bolsonaro). A los economistas les preocupa cómo, con el yugo del techo de gasto y encadenado por la gestión financiera de Bacen, el gobierno electo en 2022 resolverá la cuadratura del círculo para fomentar el crecimiento económico con creación de empleo y distribución de la renta. Este no es un juego jugado con seguridad. La salida requerirá diplomacia política, apoyo del Congreso Nacional y apoyo popular.
Los parches constitucionales convierten la gobernabilidad de la ciudadanía en una “gestión de las cosas” al estilo Sain-Simon. No importan los incrementos en el precio de la gasolina, el gas, la luz en la vida cotidiana de la población. Lo que importa es el apetito de los accionistas de Petrobrás y de las Empresas de Energía Eléctrica. La concentración de la riqueza es un valor tenido por encima de las políticas sociales de igualación. Para detener la resistencia, solo presione el botón Judicial y sintonice las Fuerzas Armadas de la Policía Militar. El objetivo es frenar la desobediencia civil a la legislatura y mantener libres a los “ornitorrincos”. Aquí, desnuda y cruda, está la “democracia”.
No hay camino, si se hace camino al andar
El neoliberalismo quiere construir el “fin de la historia”, anunciado con anticipación por Francis Fukuyama (El interés nacional, 1989). El año que acababa de celebrarse el Consenso de Washington, en el que se enumeraron los infames diez puntos del mal para delinear la financiarización del Estado, en ambos hemisferios. Cantada con triunfalismo por el filósofo norteamericano, la democracia liberal que haría el réquiem del gran final disuelto en el aire putrefacto de la hegemonía del signo del dólar, aunque corrientes acríticas de izquierda siguen rindiéndole tributo. Nada quedó de las virtudes que ensalzaron el debate público sobre el bien común, en un clima de tolerancia. Sobre las ruinas, la extrema derecha creció a escala internacional, abjurando del enfrentamiento de posiciones, transformando a los opositores en enemigos, difundiendo noticias falsas alimentando al lawfare y reactualizando el fascismo.
Con un neoliberalismo democrático, proliferaron los llamamientos medievales del atraso al neoconservadurismo moralizador. Sobre raíles aparentemente torcidos, se mueve la locomotora de la barbarie, con extrañas cargas ideológicas (Guedes & Damares) que van en vagones desiguales pero combinados. La gobernanza neoliberal-neoconservadora articula la dinámica empresarial con la religión del nuevo pentecostalismo. De nada sirve mirar por el retrovisor:
a) el capitalismo no retrocederá a fases anteriores, como lo sueñan quienes quisieran importar el “ordoliberalismo” alemán con el efectivo papel interventor del Estado y;
b) La democracia liberal no devolverá el equilibrio, el decoro, la dignidad a la representación política convencional, ya que ha naufragado y tomado buenas maneras con ella.
Nadie en Terra Redonda apuesta por la resurrección de la actividad parlamentaria, a la antigua (Ulysses Guimarães, Teotônio Vilela, Paulo Brossard). No existen condiciones socioeconómicas y políticas de retorno. Lo que fue, nunca volverá a ser. Es decir, la renovación de la cartografía de la representatividad es una necesidad para salvar el concepto de representación. La tarea de los progresistas es oponer la democracia participativa al nihilismo resultante del inevitable fracaso de la democracia liberal y el apoliticismo contemporáneo.
Sólo desplegando, con audacia e imaginación, un patrón de gobernanza con participación proactiva (cara a cara), el horizonte de los excluidos revelará una pedagogía inclusiva. Lo viejo ha muerto, lo nuevo no ha nacido. Estamos en pausa, momentáneamente. La salvación se encuentra en una firme resistencia ideológica a la racionalidad neoliberal ampliada.
La convivencia entre democracia y capitalismo ha sido siempre un escenario de tensiones y conflictos. La primera, dirigida a los intereses de la mayoría, buscando respetar los derechos de las minorías y mitigar las desigualdades. El segundo, dirigido a los intereses de quienes utilizan el trabajo de otros para obtener ganancias, basado en una concepción lineal del progreso a expensas del medio ambiente. Las condiciones para la democracia moderna siempre se han visto limitadas por el proceso de acumulación capitalista, que hizo de la ciencia una fuerza productiva. El reencantamiento del mundo por el protagonismo de las clases subalternas debe buscar lecciones en la Revolución Mexicana autogestionaria (1910), engullida por la fascinación que suscitan las aventuras épicas y por la intelectualidad dirigente de la Revolución Rusa (1917). La gobernabilidad democrático-popular (socialista) toca la campana de la historia para redescubrir el futuro. “Nada como un día que va tras otro que viene”, traduce Leminski.
La pregunta que desafía a la izquierda hoy
Es necesario reflexionar sobre lo que implican las plataformas y tecnologías de la comunicación en la expansión de la esfera pública en la era de la información. La intersubjetividad y las interacciones voluntarias, actualmente, atraviesan el Estado y el sistema político. Hay una mayor pluralidad de voces políticas, sociales, culturales y comunitarias. Esto fortalece y pluraliza la democracia (digital), con una nueva forma de politicidad. Por otra parte, facilita la circulación de “verdades mentirosas” y el tránsito de sentimientos de odio y frustración con los valores de la modernidad, que aprovechó la campaña de Donald Trump en Estados Unidos. El fanatismo idiota se refleja en el Trópico, en el equipo callejero (truculento, ignorante) de la CBF.
La era de la información es también la era del capitalismo de vigilancia. No se puede caer en la conversación ingenua de que tales innovaciones debilitan los medios de comunicación “jurásicos”. El tamaño de los grupos comunicacionales no ha disminuido. Se multiplicó como los tentáculos de un pulpo resucitado. Para tener una idea, la Red Globo tiene veinticinco instrumentos de prensa escrita, diez estaciones de radio, cuatro canales audiovisuales y, atención, cinco plataformas de información web. En Argentina, el Grupo Clarín cuenta con diarios y semanarios, la principal editorial del país, revistas, canales audiovisuales abiertos y por cable, radio AM y FM, plataformas y servicios en la web, internet... nacionales y locales. Es mucho.
“Lo que generan los medios de comunicación, desde sus diversas plataformas y orientaciones, atraviesa los espacios públicos a través de su incidencia en la formación de opinión, en la priorización de los temas a debatir, en la información que difunden, en la 'espectacularización' de la vida cotidiana y en la expresión de las expectativas”, subrayan Fernando Calderón y Manuel Castells (A Nova América Latina, Zahar, 2021). Forbes publica el electroencefalograma de la riqueza con nombre, apellido y CPF, no el obituario de los consuetudinarios detentadores del poder en el Estado y en la sociedad brasileña y latinoamericana.
Da la impresión de que Calderón y Castells, en parte, fetichizan la importancia de medias con la afirmación de que “la política en nuestras sociedades es fundamentalmente mediática… los distintos actores compiten por aparecer en ellas… ahí es donde se juega la construcción del poder político”. Lento con el andador. El escenario de la disputa política sigue siendo la sociedad civil, organizada en asociaciones, sindicatos, estudiantes, vivienda, género, etnia/raza, orientación sexual, movimientos por ciclovías, etc. Sin embargo, en un breve pasaje (p. 217), los autores admiten que hay vida inteligente fuera del ciberespacio: “Las redes sociales no son por sí mismas instrumentos de transformación real, ni de auténticas experiencias de comunicación”. Por no hablar de que favorecen una dinámica personalista en detrimento de las instituciones.
Esta tecno-sociabilidad puede ayudar a ampliar el campo de acción de la democracia participativa. Además, puede dar el golpe de gracia en la actual crisis de representación. Es urgente utilizar el instrumental de última generación que se pone a disposición (piénsese en la atracción ejercida y la familiaridad compartida con los jóvenes), en el sentido de la emancipación y no de la servidumbre de las conciencias. La cuarentena pandémica demostró que la amenaza no está en la existencia de la tecnología en sí, sino en la necropolítica, el negacionismo, la exclusión digital y la invisibilidad del cara a cara. No hay nada que temer". Primero, hay algo que conquistar.
La pregunta que Foucault no planteó sobre el potencial de la ciudadanía autónoma en la era del capitalismo de la información y la vigilancia, ahora tenemos que responderla. A través de la gobernabilidad democrático-popular (socialista), con un instrumento desafiante. Es un programa revolucionario en muchos sentidos. ¡¿Porque no?!
* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.