por FERNANDES FLORESTAN*
Necesitamos asumir plenamente nuestra posición socialista proletaria y la promoción de una democracia con un polo social de clase y popular.
La polémica suscitada por la Revolución Rusa aún no ha llegado a su fin, y aún hoy hay quienes temen la supresión de la democracia a cambio de la igualdad social. Ahora bien, igualdad sin libertad no corresponde a los ideales y utopías del socialismo, tan bien retratados por Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci. A diferencia de los pensadores socialdemócratas o marxistas, ambos entendieron, como luego lo harían Bobbio, Colletti y Gorz, que las condiciones de atraso económico, cultural y político en la Rusia prerrevolucionaria tenían consecuencias que impedían convertir la dictadura del proletariado en una forma más avanzada y completa de democracia. Tumultuosa y contradictoria, tendría que nacer del surgimiento del autogobierno colectivo de las mayorías.
Revelada brevemente por Marx en los escritos de 1840, esta forma de democracia fue examinada con extrema objetividad y crudeza en la Crítica del Programa de Gotha. Existía, sin embargo, confianza en el futuro y la certeza de que la revolución estallaría en Europa, luego se irradiaría a su periferia y países coloniales, lo que resultó inviable.
Tanto Rosa como Gramsci creían que la nacionalización y socialización de los medios de producción conduciría a los ideales democráticos e igualitarios del socialismo y el comunismo. Su crítica es positiva: creían en los soviets -o consejos- y promovían la exaltación de su autonomía frente a las desviaciones burocráticas, registradas por Lenin y, posteriormente, denunciadas con vehemencia por Trotsky.
Es interesante volver a Rosa Luxemburg, quien fue dolorosamente lúcida en su ataque al “revisionismo” y en su diagnóstico de la socialdemocracia. Sin el sarcasmo y la virulencia de Lenin, se limita a develar las miserias del partido, en momentos en que la dirección política y la burocracia se aliaron contra la revolución, traicionando al socialismo, fortaleciendo a las clases dominantes y confiriendo legitimidad al estado capitalista. . El Partido Socialdemócrata (SDP) mantuvo la reverencia por sus símbolos, banderas y valores marxistas. Una simple fachada… Como letras muertas o un poema sin encanto, quedaron atrás el marxismo, el lassalleanismo y hasta el bernsteinismo.
Este proceso de degradación burguesa del socialismo y sus fundamentos teóricos y políticos no fue localizado. Se extendió por toda Europa y descartó su corriente revolucionaria como pura palabrería. Las dificultades y la adulteración del marxismo, debido al aislamiento y las consecuencias imprevistas de la Revolución Rusa, dieron una apariencia de verdad a las versiones de “la democracia ante todo” emanadas del fariseísmo pequeñoburgués e intelectualista. Si, de hecho, la democracia estuviera en juego, nunca podría disociarse del socialismo. En relaciones compasivas y comprometidas con el orden existente, ser cruzado de la democracia equivalía a abandonar el socialismo y atribuir al capitalismo la capacidad de asegurar la libertad, la igualdad y la solidaridad junto con la perpetuación de la propiedad privada, la expropiación por parte del trabajador de los medios de producción y la intangibilidad de la sociedad civil. Era lo contrario de lo que había sido antes la socialdemocracia, especialmente hasta el revolucionario Kautsky (desde finales del siglo XIX hasta alrededor de 1910).
Dos movimientos históricos simultáneos reforzaron, ampliaron y profundizaron la tendencia señalada. Por un lado, la Unión Soviética necesitaba un “respiro histórico” para sobrevivir a través de la coexistencia pacífica, alternando con brotes ocasionales de hostilidad programada con las naciones capitalistas. Los “frentes populares” pusieron en primer plano la democracia como valor final. Dejaron de lado, sin embargo, la pregunta fundamental: ¿qué tipo de democracia? La capitalista, que institucionaliza la clase como medio social de dominación y fuente de poder, o la socialista, que debe apuntar a la eliminación de las clases y al desarrollo de la autogestión colectiva, pasando por un período de dominación mayoritaria, tan corto como posible? Por otro lado, la expansión del capitalismo – con un prolongado período de prosperidad, disuasión policial-militar de las divergencias de quienes podrían ser representados como “enemigos” internos y externos, coalescencia de un sistema mundial de poder y alternancia de promesa y represión – forjó nuevas condiciones para la gentrificación de asalariados calificados, intelectuales y la “solución negociada” de conflictos sobre empleo, niveles salariales, niveles de vida u oportunidades educativas.
Por el impulso mismo de las transformaciones democráticas de la civilización, brotó la “reforma capitalista del capitalismo” como alternativa al socialismo y como “camino de transición gradual” hacia él. Willy Brandt encarna esta objetivación de la liquidación de la socialdemocracia como partido socialista stricto sensu. La presencia norteamericana y aliada en Alemania justificaría la evolución. Sin embargo, podría servir en sí mismo como un ingrediente revolucionario, si el socialismo proletario marxista se hubiera mantenido vivo en el SDP. ¿Y el resto de Europa? Allí se dio el proceso en general, que implicó una opción contra el socialismo revolucionario, a favor de la burguesía.
Estas consideraciones nacen de una convicción: corremos el peligro de ver descender sobre nosotros el restablecimiento de la confusión entre democracia y socialismo. Para muchos “socialdemócratas”, “socialistas” y “comunistas”, el objetivo central se reduce al establecimiento de las condiciones económicas, sociales, culturales y políticas para la existencia de la democracia. No cabe duda que esto es vital para la libre manifestación de la lucha de clases y la liberación de los oprimidos. Sin embargo, ya no es posible trasladar siempre al futuro la preparación de las clases trabajadoras y de abajo para luchar por el socialismo y por una democracia con enfoque socialista. Los partidos de izquierda no pueden imitar el falso “centro” burgués y la demagogia populista. Sus voceros usan y abusan de las “fórmulas sociales” o de la “cuestión social” en la elaboración de sus programas, en los nombres de sus partidos y en el discurso político.
Necesitamos separarnos de ellos con valentía, asumiendo plenamente nuestra posición socialista proletaria y la promoción de una democracia con un polo social de clase y popular, al mismo tiempo enfocada en tareas revolucionarias inmediatas y de más largo plazo. Es urgente que esto se haga con método, organización y firmeza, para que la democracia por construir no devore al socialismo, convirtiéndose en un buen sustituto del aburguesamiento de la socialdemocracia y de la socialdemocratización del comunismo. Necesitamos urgentemente la democracia. Sino de una democracia que no sea la tumba del socialismo proletario y los sueños de igualdad con libertad y felicidad de los trabajadores y oprimidos.
*Florestán Fernández (1920-1995) fue profesor emérito del Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la USP. Autor, entre otros libros, de La revolución burguesa en Brasil (Contracorriente)
Publicado originalmente en la revista Crítica marxista no. 3