democracia y libertad

Clara Figueiredo, serie_ Brasilia_ hongos y simulacros, congreso nacional, 2018.
Whatsapp
Facebook
Twitter
Instagram
Telegram

por LUIZ AUGUSTO ESTRELLA FARIA*

Toda sociedad necesita algún tipo de gobierno o estado que la mantenga unida y proteja a sus miembros.

Las personas con ideas liberales se ven a sí mismas como verdaderas campeonas de la libertad. Su odio al Estado sería una forma de prevenir el autoritarismo y la opresión que estarían inexorablemente asociados al ejercicio del poder sobre la sociedad. Su lema es a menos Estado, más libertad.

Para su molestia, nada es más falso que esta afirmación. Toda sociedad necesita algún tipo de gobierno o estado que la mantenga unida y proteja a sus miembros. La diferencia existe entre los que deciden su propio gobierno y los dirigidos por la discrecionalidad de un poder discrecional. Solo el primero es gratis. Esta afirmación, sin embargo, no es aceptada por los liberales.

El sentido común entiende la libertad de “hacer lo que uno quiera”, siempre que no cause daño a los demás. Asegurar la libertad y preservar los derechos de estos otros sería la única y exclusiva razón de ser del Estado y de las leyes. Contrariamente a este sentido común, sin embargo, las estructuras e instituciones políticas de nuestra sociedad están organizadas para asegurar la vigencia de la libertad como facultad del pueblo para gobernarse a sí mismo, tal como lo establece nuestra Constitución. Esto implica la obediencia a una voluntad mayoritaria capaz de imponer límites a los deseos de la minoría, pero conservando su derecho a tenerlos y procurar alcanzarlos dentro de la ley. Y esto supone también que la libertad es un bien colectivo y no individual. O toda la comunidad es libre o nadie lo es.

La comprensión de la libertad como bien colectivo fue una invención de la Antigüedad Clásica. En Libertad: una historia ingobernable, (Libertad, un cuento mal portado, sin traducción al portugués) Annelien de Dijn recupera los diferentes significados de la libertad en nuestra tradición cultural. En el inicio de su andadura están los griegos, fundadores de la civilización occidental de la que nuestro Brasil pasó a formar parte cuando los portugueses arrebataron estas tierras a los originarios brasileños. A ellos debemos la mayor parte de nuestras ideas sobre el mundo y sobre nosotros mismos, lo que llamamos filosofía. Hay otras “filosofías” en la diversidad de culturas y civilizaciones que el homo sapiens ha construido desde que surgimos en lo que hoy es África hace unos 200 años, pero esta es la que nos legó la historia.

En la Antigua Grecia, así como en la República Romana, su hermana cultural, la libertad tenía un significado muy diferente a la mera posibilidad de que un individuo tomara decisiones. Hombres libres eran aquellos que no se subordinaban a ningún tirano y establecían una forma de gobierno en la que los ciudadanos ejercían directamente el poder y elegían a algunos de sus iguales como encargados de la administración de lo común, la cosa pública, res publica en latín. Organizados en un estado soberano autónomo, griegos y romanos se vieron por encima de sus vecinos "bárbaros", oprimidos por los caprichos de sus reyes y emperadores. Además, la soberanía misma sólo puede ser ejercida por tales pueblos libres. El nombre de esto es democracia, gobierno del pueblo.

Un tema importante que estuvo presente entre los pensadores clásicos fue el de la igualdad como condición necesaria de la democracia, la circunstancia de que todas las voces fueran escuchadas de la misma manera y todas las ideas y proposiciones fueran igualmente consideradas. Esta noción de igualdad terminó inevitablemente por fundirse en una discusión sobre la propiedad y la herencia y terminó por llevar a considerar que su distribución desproporcionada implicaría una participación desigual en la vida política, un cercenamiento de la libertad.

Al transformarse en un imperio en la sucesión de los doce césares, Roma redujo la libertad a las elecciones al senado, que había perdido gran parte de su poder. El ejercicio del gobierno estatal dependía de los caprichos del emperador. Sin democracia, los derechos de los romanos se restringieron a lo que ahora llamamos derechos civiles -el derecho de ir y venir, de propiedad o de opinión- cuyos límites, al final, dependían de la voluntad imperial. Se ha perdido la esencia de la libertad, del autogobierno.

El advenimiento de la Edad Media y la hegemonía del cristianismo trajeron una nueva percepción de la libertad, entendida entonces como comunión con Dios en la vida piadosa y obediencia a su palabra tal como la interpreta la Iglesia. Con el Renacimiento y luego con la Ilustración, se reaviva la discusión sobre la libertad a raíz de la relectura del pensamiento antiguo. En las revoluciones francesa y americana reaparece la noción de libertad como autogobierno de iguales, defendida por federalistas y jacobinos. En un mundo que bordea los mil millones de seres humanos y en países con sociedades complejas donde la población se cuenta por millones, el ejercicio del gobierno se realiza necesariamente a través de representantes electos. Hay entonces toda una discusión sobre la democracia representativa y cómo lograr que los elegidos se mantengan fieles al mandato popular. Luego vinieron las ideas de investiduras revocables, breves intervalos entre elecciones, pesos y contrapesos entre los poderes divididos en legislativo, ejecutivo y judicial, el ejército constituido por el pueblo en armas y los referéndums, asambleas y tribunales populares.

A lo largo del siglo XIX, sin embargo, se materializó una nueva concepción de lo que es la libertad a partir de las ideas de los filósofos liberales, especialmente influyentes en el mundo anglosajón. Es entonces cuando aparece la noción mencionada al inicio de este texto de la libertad como ejercicio exclusivo de los derechos individuales, entre los que cobra centralidad el derecho de propiedad y la garantía de los contratos entre particulares. Desde este punto de vista, la forma de gobierno es absolutamente irrelevante mientras se preserven tales derechos. La justificación moral de esta posición es que la felicidad individual posibilitada por estas libertades produciría necesariamente la felicidad general.

Al mismo tiempo, reaparece una ampliación del concepto de libertad en la voz de los socialistas. Para ellos, la libertad sería más que el autogobierno, implicaría necesariamente la igualdad efectiva entre todos los ciudadanos, condición necesaria para la plena participación en la vida política. Además de superar las distinciones entre hombres y mujeres, y entre creencias, culturas y etnias, se debe lograr la igualdad en la distribución de la riqueza social. Por lo tanto, esta riqueza producida según las capacidades de cada uno tendría que ser distribuida según las necesidades de cada uno. Dos legados de este movimiento permanecen en la agenda política de la sociedad contemporánea: la lucha por reducir la desigualdad y su resultado más perverso, la pobreza y el hambre, y la lucha por ampliar la participación popular en los centros de decisión de los estados.

En un mundo aún más complejo que el de fines del siglo XIX, la polémica por la libertad sigue siendo hoy la misma que dividió a liberales y socialistas. Del lado liberal, la versión más difundida de esta polémica terminó separando libertad y democracia, que eran sinónimos para los antiguos. Es decir, desde la perspectiva de los liberales y libertarios contemporáneos, la forma de gobierno es irrelevante. Una república democrática, una monarquía o incluso una dictadura sanguinaria como la chilena de Pinochet, organizada para oprimir despóticamente a su pueblo, pueden ser consideradas un baluarte de la “libertad” individual, como pensaba Milton Friedman. El modo de gobierno inspirado por estos movimientos, el neoliberalismo, constituye un Estado fuerte y autoritario, impermeable a las demandas de las clases trabajadoras, y que actúa únicamente en la dirección de promover los intereses del capital y sus ricos propietarios. El aumento de la desigualdad y el bloqueo de la participación política de la mayoría en las decisiones gubernamentales son sus resultados.

Por su parte, entre quienes se mantienen fieles a los antiguos, la conquista de la libertad está todavía muy lejos, pues la participación ciudadana en las decisiones políticas es muy baja, casi restringida a la consulta en elecciones periódicas y con poca influencia en el mandato de aquellos. elegido. . Además, la desigualdad está creciendo en todo el planeta. Si hay un predominio en el mundo de hoy de Naciones que se organizan en Estados donde hay elecciones periódicas y la posibilidad de alternancia en el poder, en los que casi toda la población tiene la posibilidad de participar en las elecciones, entre otros derechos individuales, especialmente la propiedad , la capacidad de influir en las decisiones gubernamentales y la distribución de la riqueza social son enormemente desiguales.

Más que en cualquier otro período de la historia humana, la relación entre el poder y el dinero es enorme en los tiempos modernos. Esta circunstancia explica la paradoja de nuestras democracias constitucionales reconociendo los derechos políticos, económicos y sociales como inalienables y de todos, pero restringiendo la influencia en las decisiones del Estado a una pequeña minoría de los muy ricos. Como resultado, vemos opciones políticas que contemplan casi exclusivamente los intereses de esa pequeña porción que acapara la riqueza.

En el caso brasileño, y para quedarnos en el período actual, la secuencia de los gobiernos de Temer y Bolsonaro es un ejemplo muy característico. Todas sus iniciativas fueron tomadas para favorecer a los empresarios rurales y urbanos y, en especial, a los del sistema financiero, reduciendo impuestos y contribuciones sociales, acortando el alcance de la protección al medio ambiente y a los pueblos indígenas y quilombolas, creando nuevas formas de trabajo temporal con jornadas intermitentes para abaratar el costo de la mano de obra, reducir las prestaciones de seguridad social, recortar gastos en salud, educación y asistencia, inviabilizar el acceso de los trabajadores a la justicia laboral y acabar con la participación de los representantes populares en los consejos que deciden las políticas públicas. Por otro lado, se incrementaron las ganancias financieras con la deuda pública, se crearon nuevas oportunidades de negocios con privatizaciones y concesiones de exploración de minerales y petróleo. Además, se están implementando otras ventajas para el capital, como la autonomía del Banco Central, nuevas posibilidades de ganancias financieras a través de la especulación con el tipo de cambio, seguros, salud y pensión privada.

A pesar de tener un sistema de votación universal y obligatorio, la disputa electoral sufre una inmensa presión de dinero, ya sea en el financiamiento privado, ya sea en el uso de los monopolios de comunicación, o en el uso de espacios en internet y redes sociales comprados, además de la Siempre presente la corrupción. En consecuencia, la influencia de los ricos es grande en las elecciones y aún mayor en el cabildeo y presión económica sobre el Parlamento, el Ejecutivo y también el Poder Judicial. Lejos de lo que griegos y romanos definían como libertad, la autogestión de todo el pueblo, el verdadero nombre de este tipo de gobierno es plutocracia.

*Luiz Augusto Estrella Faría Es profesor de Economía y Relaciones Internacionales en la UFRGS. Autor, entre otros libros, de La clave del tamaño: desarrollo económico y perspectivas del Mercosur (Editorial UFRGS).

 

Ver todos los artículos de

10 LO MÁS LEÍDO EN LOS ÚLTIMOS 7 DÍAS

Umberto Eco – la biblioteca del mundo
Por CARLOS EDUARDO ARAÚJO: Consideraciones sobre la película dirigida por Davide Ferrario.
Crónica de Machado de Assis sobre Tiradentes
Por FILIPE DE FREITAS GONÇALVES: Un análisis al estilo Machado de la elevación de los nombres y la significación republicana
El complejo Arcadia de la literatura brasileña
Por LUIS EUSTÁQUIO SOARES: Introducción del autor al libro recientemente publicado
Dialéctica y valor en Marx y los clásicos del marxismo
Por JADIR ANTUNES: Presentación del libro recientemente publicado por Zaira Vieira
Cultura y filosofía de la praxis
Por EDUARDO GRANJA COUTINHO: Prólogo del organizador de la colección recientemente lanzada
El consenso neoliberal
Por GILBERTO MARINGONI: Hay mínimas posibilidades de que el gobierno de Lula asuma banderas claramente de izquierda en lo que resta de su mandato, después de casi 30 meses de opciones económicas neoliberales.
El editorial de Estadão
Por CARLOS EDUARDO MARTINS: La principal razón del atolladero ideológico en que vivimos no es la presencia de una derecha brasileña reactiva al cambio ni el ascenso del fascismo, sino la decisión de la socialdemocracia petista de acomodarse a las estructuras de poder.
Gilmar Mendes y la “pejotização”
Por JORGE LUIZ SOUTO MAIOR: ¿El STF determinará efectivamente el fin del Derecho del Trabajo y, consecuentemente, de la Justicia Laboral?
Brasil: ¿el último bastión del viejo orden?
Por CICERO ARAUJO: El neoliberalismo se está volviendo obsoleto, pero aún parasita (y paraliza) el campo democrático
Los significados del trabajo – 25 años
Por RICARDO ANTUNES: Introducción del autor a la nueva edición del libro, recientemente publicado
Ver todos los artículos de

BUSQUEDA

Buscar

Temas

NUEVAS PUBLICACIONES