La democracia y la educación como derecho

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por MARILENA CHAUI

Introducción del libro recientemente publicado “El derribo de la construcción democrática de la educación en el Brasil oscuro”

“Seamos realistas: pidamos lo imposible” (Graffiti estudiantil en 1968).

1.

Encuestas del CPDOC y del ISER, realizadas en 2018, buscaron verificar qué entiende la población brasileña por derechos ciudadanos y cuáles considera que son los más fundamentales. Los resultados fueron alarmantes: el 45% de los encuestados no tenía idea de qué era un derecho ciudadano y tendía a identificar “derecho” y “lo correcto” o “lo correcto”, dando una interpretación moral a un concepto sociopolítico; del 55% restante, que entendieron, aunque sea vagamente, lo que es un derecho ciudadano, prácticamente todos ubicaron la seguridad personal como el primero de los derechos y sólo el 11% consideró la educación como un derecho ciudadano; de este 11%, sólo el 5% dijo que el derecho a la educación debe ser garantizado por el Estado a través de escuelas públicas gratuitas.

Curiosamente, sin embargo, cuando se les preguntó acerca de sus aspiraciones y deseos, el 60% de los encuestados mencionaron la educación, junto con el empleo, entre sus principales aspiraciones.

Al mismo tiempo, otra encuesta, esta vez limitada al estado de São Paulo, realizada por el diario El Estado de São Paulo, pidió la opinión de la población sobre la escuela primaria pública. Hubo dos tipos de respuestas: los encuestados pertenecientes a las clases populares afirmaron que la escuela ya había sido mejor, pero que la violencia, por un lado, y la aprobación automática de los estudiantes, por el otro, habían perjudicado la calidad de la enseñanza; por su parte, los encuestados pertenecientes a la clase media, que habían perdido su trabajo o habían tenido una reducción de salario, explicaron que sus hijos siempre habían asistido a escuelas privadas y que solo por circunstancias adversas los obligaban a asistir a la escuela pública y que esto era así. un verdadero castigo, una humillación y una desgracia, ya que la calidad de la enseñanza es pésima y hará casi imposible ingresar a la universidad.

Las tres encuestas indican que: pocos brasileños entienden que la educación es un derecho; quienes así lo entienden no atribuyen al Estado el deber de garantizar este derecho; el deseo de educación es fuerte porque a menudo se asocia con la posibilidad de un mejor trabajo; las clases populares lamentan la pérdida de calidad docente en las escuelas públicas; la clase media aborrece la educación pública porque no ofrece instrumentos para competir por la educación universitaria y, en consecuencia, para obtener trabajos más calificados.

Si cruzamos los datos de estas encuestas, obtenemos la siguiente interpretación: la educación no es percibida como un derecho por tres razones principales: (1) porque la mayoría de la población ignora lo que es un derecho ciudadano; (2) porque la educación no es vista desde la perspectiva de la formación, sino como un instrumento para insertarse en el mercado laboral; (3) la escuela pública está devaluada porque no es un instrumento efectivo para ingresar a este mercado.

Nos lleva así a dos preguntas: en primer lugar, ¿por qué se desconoce qué son los derechos de ciudadanía y, entre ellos, el derecho a la educación? En segundo lugar, ¿por qué la escuela se asocia inmediatamente con el mercado?

Estas dos preguntas nos llevan, por un lado, a la necesidad de comprender qué es una sociedad democrática y, por otro lado, a la necesidad de comprender los efectos del neoliberalismo en la educación.

2.

Estamos acostumbrados a aceptar la definición liberal de democracia como sistema de ley y orden para garantizar las libertades individuales. Dado que el pensamiento y la práctica liberales identifican la libertad y la competencia, esta definición de democracia significa, primero, que la libertad se reduce a la competencia económica de la llamada “libre empresa” y la competencia política entre los partidos que participan en las elecciones; segundo, que hay una reducción de la ley al poder judicial para limitar el poder político, defendiendo a la sociedad de la tiranía, ya que la ley garantiza gobiernos elegidos por la voluntad de la mayoría; tercero, que existe una identificación entre el orden y la potestad de los poderes ejecutivo y judicial para contener los conflictos sociales, impidiendo su explicitación y desarrollo a través de la represión; y, en cuarto lugar, que, si bien la democracia aparece justificada como un “valor” o como un “bien”, en realidad es vista bajo el criterio de eficiencia, medida, a nivel legislativo, por la acción de los representantes, entendidos como políticos profesionales, y, a nivel del poder ejecutivo, por la actividad de una élite de técnicos competentes que tienen a su cargo la dirección del Estado.

La democracia se reduce así a un régimen político efectivo, basado en la idea de ciudadanía organizada en partidos políticos, y se manifiesta en el proceso electoral de elección de representantes, en la rotación de gobernantes y en las soluciones técnicas a los problemas económicos y sociales.

Sin embargo, la democracia va más allá de la idea de un régimen político, ya que define la forma de la sociedad misma. En otras palabras, no se refiere sólo a la forma de gobierno, sino a la forma general de una sociedad, la sociedad democrática. En este sentido, las principales características de la democracia podrían resumirse de la siguiente manera:

(1) forma sociopolítica definida por el principio de isonomía (igualdad de los ciudadanos ante la ley) e isegoría (derecho de toda persona a exponer en público sus opiniones, a verlas discutidas, aceptadas o rechazadas en público), basado en la afirmación de que todos son iguales porque son libres, es decir, nadie está bajo el poder de otro porque todos obedecen las mismas leyes de las que todos son autores (autores directamente, en una democracia participativa; indirectamente, en una democracia representativa). De ahí que el mayor problema de la democracia en una sociedad de clases sea el mantenimiento de sus principios -igualdad y libertad- bajo los efectos de la desigualdad real;

(2) forma política en la que, a diferencia de todas las demás, el conflicto se considera legítimo y necesario, buscando mediaciones institucionales para que pueda expresarse. La democracia no es el régimen del consenso, sino el trabajo de y sobre los conflictos. De ahí otra dificultad democrática en las sociedades de clases: ¿cómo afrontar los conflictos cuando toman la forma de contradicción y no de mera oposición?

(3) forma sociopolítica que busca enfrentar las dificultades mencionadas anteriormente, conciliando el principio de igualdad y libertad y la existencia real de desigualdades, así como el principio de legitimidad del conflicto y la existencia de contradicciones materiales, introduciendo, para esto, la idea de la derechos (económico, social, político y cultural). Gracias a los derechos, los desiguales ganan igualdad, ingresando al espacio político para reclamar la participación de los derechos existentes y, sobre todo, para crear nuevos derechos. Estos son nuevos no simplemente porque antes no existían, sino porque son distintos a los que existen, ya que dan lugar, como ciudadanos, a nuevos sujetos políticos que los afirmaron y los hicieron reconocer por el conjunto de la sociedad;

(4) a través de la creación de derechos, la democracia emerge como el único régimen político realmente abierto a los cambios temporales, ya que hace emerger lo nuevo como parte de su existencia y, en consecuencia, la temporalidad es constitutiva de su modo de ser;

(5) la única forma sociopolítica en la que el carácter popular del poder y de la lucha tiende a hacerse evidente en las sociedades de clases, en la medida en que los derechos sólo amplían su alcance o sólo emergen como nuevos a través de la acción de las clases populares contra el orden jurídico-político. cristalización que favorece a la clase dominante. En otras palabras, el sello de la democracia moderna, que permite su paso de la democracia liberal a la socialdemocracia, se encuentra en el hecho de que sólo las clases populares y los excluidos (las “minorías”) sienten la necesidad de reivindicar derechos y crear otros nuevos. ;

(6) forma política en la que la distinción entre poder y gobernante está garantizada no solo por la presencia de leyes y la división de varias esferas de autoridad, sino también por la existencia de elecciones, ya que estas (contrariamente a lo que afirma la ciencia política) no quieren decir mera “alternancia en el poder”, sino señalar que el poder siempre está vacío, que su titular es la sociedad y que el gobernante sólo lo ocupa porque ha recibido un mandato temporal para hacerlo. En otras palabras, los sujetos políticos no son simplemente votantes, sino votantes. Elegir significa no sólo ejercer el poder, sino manifestar el origen del poder, reforzando el principio afirmado por los romanos cuando inventaron la política: elegir es “dar a alguien lo que tiene, porque nadie puede dar lo que no tiene”. ”, es decir, elegir es afirmarse soberano para elegir ocupantes temporales del gobierno.

(7) una sociedad -y no un simple régimen de gobierno- es democrática cuando, además de elecciones, partidos políticos, división de los tres poderes de la república, respeto a la voluntad de la mayoría y de las minorías, instituye algo más profundo, que es una condición del propio régimen político, es decir, cuando instituye derechos y esta institución es una creación social, de tal manera que la actividad socialdemócrata se desarrolla como un contrapoder social que determina, dirige, controla y modifica la acción estatal y el poder de los gobernantes.

El corazón de la democracia es la creación y conservación de los derechos.

¿Qué es un derecho? Uno derecho difiere de uno necesidad ou falta y de un interés. De hecho, una necesidad o deseo es algo particular y específico. Alguien puede necesitar agua, otro necesita comida. Un grupo social puede carecer de transporte, otro puede carecer de hospitales. Hay tantas necesidades como individuos, tantas necesidades como grupos sociales. Un interés es también algo particular y específico, según el grupo o la clase social. Las necesidades o carencias, así como los intereses, tienden a ser conflictivos porque expresan las especificidades de diferentes grupos y clases sociales.

Un derecho, sin embargo, a diferencia de las necesidades, necesidades e intereses, no es particular y específico, sino general y universal, válido para todos los individuos, grupos y clases sociales, ya sea porque es el mismo y válido para todos los individuos, grupos y clases derechos sociales, o porque, aunque diferenciado, es reconocido por todos (como es el caso de los llamados derechos de las minorías). Así, por ejemplo, la falta de agua y alimentos manifiesta algo más profundo: el derecho a la vida. La falta de vivienda o transporte también manifiesta algo más profundo: el derecho a buenas condiciones de vida. Del mismo modo, el interés, por ejemplo, de los estudiantes expresa algo más profundo: el derecho a la educación y al conocimiento. En otras palabras, si consideramos las diferentes necesidades y los diferentes intereses, veremos que bajo ellos se encuentran supuestos correctos, no formulados explícitamente.

Un derecho difiere de las necesidades, las necesidades y los intereses, pero se distingue intrínsecamente del privilegio, ya que este último es siempre particular, excluyente y nunca puede universalizarse y convertirse en un derecho sin dejar de ser un privilegio. Mientras necesidades, necesidades e intereses presuponer derechos que conquistar, privilegios que conquistar oponerse a a los derechos

Una de las prácticas más importantes de la política democrática es precisamente propiciar acciones capaces de unificar la dispersión y particularidad de las necesidades en intereses comunes y, gracias a esta generalidad, hacerlos llegar a la esfera universal de los derechos. En otras palabras, los privilegios y las necesidades determinan la desigualdad económica, social y política, contraviniendo el principio democrático de igualdad: el tránsito de las necesidades dispersas a los intereses comunes y de éstos a los derechos es la lucha por la igualdad. Medimos la capacidad política y la fuerza de la ciudadanía no sólo cuando realiza este paso, sino también cuando tiene la fuerza para deshacer los privilegios, haciéndolos perder legitimidad frente a los derechos.

Por eso la práctica de declarar derechos (Ver C. Lefort la invención democrática). ¿Por qué declararlos? Esta práctica revela, en primer lugar, que no es un hecho evidente para todos los seres humanos ser titulares de derechos y, en segundo lugar, que no es un hecho evidente que tales derechos deban ser reconocidos por todos. En otras palabras, la existencia de la división social de clases permite suponer que unos tienen derechos y otros no. En contraste, la carta de derechos afirma exactamente lo contrario al inscribir derechos en lo social y político, afirmando su origen social y político y como algo que llama a la reconhecimento de todos, exigiendo la consentimiento social y políticamente. Este reconocimiento y este consentimiento dan a los derechos la condición y la dimensión de los derechos. universales.

Ahora, la sociedad brasileña está polarizada entre las necesidades de las clases populares y los privilegios de la clase dirigente y dominante. Esta polarización es un signo de la ausencia de democracia real o, al menos, de la enorme dificultad para establecerla e indica que, estructuralmente, somos una sociedad autoritaria.

3.

Conservando huellas de la sociedad colonial esclavista, patriarcal y patrimonialista, la sociedad brasileña está marcada por el predominio del espacio privado sobre el público y, teniendo la jerarquía familiar en el centro, es fuertemente jerarquizada en todos sus aspectos: en ella, las relaciones sociales e intersubjetivas se realizan siempre como una relación entre un superior, que manda, y un inferior, que obedece. Esto explica la fascinación por los signos de prestigio y poder, que aparece, por ejemplo, en el mantenimiento de sirvientes domésticos cuyo número indica un aumento de estatus, o en el uso de títulos honoríficos sin relación alguna con la posible relevancia de su atribución, la siendo el más corriente el uso de “Doctor” cuando, en la relación social, el otro se siente o es visto como superior, por lo que “doctor” es el sustituto imaginario de los antiguos títulos nobiliarios.

En la sociedad brasileña, las diferencias y asimetrías siempre se transforman en desigualdades y éstas en inferioridad natural (en el caso de mujeres, trabajadores, negros, indígenas, migrantes, ancianos) o en monstruosidad (en el caso de lgbt+), reforzando la relación de mando y obediencia. Al otro nunca se le reconoce como sujeto ni como sujeto de derechos, nunca se le reconoce como subjetividad o alteridad. Las relaciones entre quienes se consideran iguales son de “parentesco”, es decir, de complicidad; y, entre los que son vistos como desiguales, la relación toma la forma de favor, clientela, tutela o cooptación, y, cuando la desigualdad es muy marcada, toma la forma de opresión.

En definitiva, los micropoderes se esparcen en la sociedad de tal forma que el autoritarismo de y en la familia se extiende a la escuela, a las relaciones amorosas, al trabajo, al comportamiento social en la calle, al trato dado a los ciudadanos por la burocracia estatal, y se expresa, por ejemplo, en el desprecio del mercado por los derechos del consumidor (el corazón de la ideología capitalista) y en la naturalidad de la violencia policial. Es comprensible, entonces, que en nuestra sociedad exista una negativa tácita (ya veces explícita) a admitir la igualdad formal o el mero principio liberal de la igualdad jurídica: para los grandes, la ley es un privilegio; para las capas populares, represión. La ley no expresa el polo público del poder y la regulación de conflictos, nunca expresa los derechos y deberes de los ciudadanos porque la tarea de la ley es la conservación de los fueros y el ejercicio de la represión. Por eso, las leyes aparecen como inocuas, inútiles o incomprensibles, hechas para ser transgredidas y no para ser transformadas. El poder judicial se percibe claramente como distante, secreto, representando los privilegios de las oligarquías y no los derechos de la generalidad social;

La ausencia de reconocimiento de derechos lleva a concebir la ciudadanía como un privilegio de clase, una concesión de la clase dominante a las demás clases sociales, que puede ser revocada cuando los dominantes así lo decidan y por tanto, en el caso de las clases populares, los derechos, en cambio. de aparecer como logros de movimientos sociales organizados, siempre se presentan como concesiones y dádivas hechas por el Estado, dependiendo de la voluntad personal o discreción del gobernante para mantenerlas o retirarlas mediante “reformas laborales”.

Los conflictos sociales son considerados sinónimo de peligro y desorden, recibiendo tres respuestas: represión policial y milicias privadas para las capas populares, represión militar para los movimientos de protesta política y, en el espacio institucional, desprecio condescendiente a los opositores así como al uso del poder judicial. poder para impedirles actuar o desacreditarlos, gracias a los medios de comunicación, que no sólo acaparan la información, sino que difunden la idea de que el consenso es unanimidad y que el desacuerdo es ignorancia, dilación, conspiración y peligro.

Las luchas por la propiedad de la tierra desencadenan la criminalización de sus líderes, cuyo asesinato permanece en la impunidad; Los trabajadores de la agroindustria son conocidos como “boias-frias” porque, al comenzar su jornada laboral al amanecer, su comida (cuando tienen algo para comer) se reduce a un puñado de arroz frío y huevos. Los accidentes de trabajo, tanto en el campo como en la ciudad, se atribuyen a la incompetencia e ignorancia de los trabajadores y no a las pésimas condiciones de trabajo. La población de las grandes ciudades se divide entre un “centro” y una “periferia”, barrios alejados en los que faltan todos los servicios básicos (electricidad, agua, alcantarillado, pavimentación, transporte, escuela, atención médica), lo que hace que el viaje de trabajo se prolongue. hasta 15 horas. En el caso del “centro”, se naturaliza la oposición entre los llamados “barrios nobles” y bolsas de pobreza, conventillos y villas miseria.

El racismo no es percibido como tal y asegura la naturalidad de las exclusiones sociales y culturales, así como la desigualdad salarial, pues los negros son considerados una raza pueril, ignorante, traviesa, indolente, inferior y peligrosa; y los indígenas, en la fase final de exterminio, son considerados irresponsables (es decir, incapaces de ciudadanía), vagos (es decir, inadaptados al mercado de trabajo capitalista), peligrosos, y deberían ser exterminados o, entonces, “civilizados”. (es decir, entregados a la furia del mercado para la compra y venta de mano de obra, pero sin garantías laborales por ser “irresponsables”).

El machismo no se percibe como tal, ya sea en la opresiva vida doméstica de las mujeres o en el ámbito laboral, donde se considera natural la desigualdad salarial entre hombres y mujeres; y las mujeres que trabajan (si no son maestras, enfermeras, trabajadoras sociales o empleadas domésticas) son consideradas prostitutas y prostitutas en potencia, degeneradas cuyo séquito aumenta con la llegada de la peligrosa multitud de otros pervertidos sexuales, que deben ser prontamente eliminados – las lgbtqi+ .

La desigualdad de salarios entre hombres y mujeres, entre blancos y negros, la explotación del trabajo infantil y de los ancianos se consideran normales. La existencia de los sin tierra, de los sin techo, de los desocupados, se atribuye a la ignorancia, la pereza y la incompetencia de los “miserables”. La existencia de niños sin infancia es vista como “una tendencia natural de los pobres hacia la criminalidad”. Los accidentes de trabajo se atribuyen a la incompetencia e ignorancia de los trabajadores. Las mujeres trabajadoras (si no son maestras, enfermeras o trabajadoras sociales) son consideradas prostitutas y prostitutas en potencia, degeneradas, perversas y criminales, aunque, lamentablemente, indispensables para preservar la santidad de la familia.

Este autoritarismo hace que el neoliberalismo nos quede como anillo al dedo.

4.

Lo que llamamos neoliberalismo nació de un grupo de economistas, politólogos y filósofos, que en 1947 se reunieron en Mont Saint Pélérin, Suiza para oponerse al surgimiento del Estado de Bienestar Social, en el que el Estado regula la economía y el mercado. y orienta los fondos públicos hacia los derechos sociales de los trabajadores (sueldo de desempleo, salario familiar, vacaciones, vivienda, salud y educación). Este grupo elaboró ​​un detallado proyecto económico y político en el que atacaba al Estado de Bienestar Social, afirmando que este tipo de Estado destruye la libertad y la competencia de los ciudadanos, sin las cuales no hay prosperidad.

Estas ideas quedaron en letra muerta hasta la crisis capitalista de principios de la década de 1970, cuando el capitalismo experimentó, por primera vez, un tipo de situación impredecible, es decir, bajas tasas de crecimiento económico y altas tasas de inflación: la famosa estanflación. El grupo de los neoliberales comenzó a ser escuchado con respeto porque ofrecían la supuesta explicación de la crisis: ésta, decían, se producía por el poder desmedido de los sindicatos y movimientos obreros que habían presionado por aumentos salariales y exigían un aumento de la protección social. cargos del Estado. De esta forma, habrían destruido los niveles de ganancia exigidos por las empresas y desencadenado procesos inflacionarios incontrolables.

Una vez realizado el diagnóstico, el grupo propuso los remedios: (1) un Estado fuerte para quebrantar el poder de los sindicatos y movimientos obreros, controlar el dinero público y recortar drásticamente las cargas sociales y las inversiones en la economía; (2) un estado cuyo principal objetivo debe ser la estabilidad monetaria, conteniendo el gasto social y restaurando la tasa de desempleo necesaria para formar un ejército industrial de reserva para romper el poder de los sindicatos; (3) un Estado que llevó a cabo una reforma fiscal para incentivar la inversión privada y, por tanto, que redujo los impuestos sobre el capital y la riqueza, aumentando los impuestos sobre la renta de las personas y, por tanto, sobre el trabajo, el consumo y el comercio; (4) un Estado que se desmarcó de la regulación de la economía, dejando que el propio mercado, con su propia racionalidad, operara la desregulación; en otras palabras, abolición de la inversión estatal en la producción, abolición del control estatal sobre los flujos financieros, legislación drástica contra las huelgas y un vasto programa de privatización (ver David Harvey, La condición posmoderna).

Como podemos ver, el neoliberalismo es la decisión de invertir fondos públicos en capital y privatizar los derechos sociales, por lo que podemos definir el neoliberalismo como la expansión del espacio privado de los intereses del mercado y la reducción del espacio público de los derechos. Su presupuesto ideológico básico es la afirmación de que todos los problemas y perjuicios económicos, sociales y políticos del país provienen de la presencia del Estado no sólo en el Sector Productivo para el mercado, sino también en los Programas Sociales, de lo cual se concluye que todos las soluciones y todos los beneficios económicos, sociales y políticos provienen de la presencia de la empresa privada en el Sector Productivo y en el Sector de Servicios Sociales.

En otras palabras, el mercado es el portador de la racionalidad sociopolítica y el principal agente del bienestar de la república. Esto es claramente evidente en la sustitución del concepto de derechos sociales por de servicios, lo que lleva a colocar derechos sociales en el sector de servicios privados. En otras palabras, la privatización neoliberal se refiere a la transformación de derechos en servicios privados vendidos y comprados en el mercado.

El neoliberalismo es la nueva forma de totalitarismo. Para comprenderlo, debemos considerar su núcleo, es decir, la idea de acción social y política como administración o gestión.

Como sabemos, el movimiento del capital tiene la particularidad de transformar todas y cada una de las realidades en objeto del y para el capital, convirtiendo todo en mercancía y por eso mismo produciendo un sistema universal de equivalencias, propio de una formación social basada en la intercambio de equivalentes o en el intercambio de mercancías por mediación de una mercancía universal abstracta, el dinero como equivalente universal. A esto corresponde el surgimiento de una práctica, la de Administração, analizado por Adorno, Horkeimer y Marcuse (Ver Adorno y Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración; Max Horkheimer, La teoría crítica; Herbert Marcuse, hombre unidimensional).

Esta práctica se basa en dos supuestos: que toda dimensión de la realidad social es equivalente a cualquier otra y por ello es manejable de hecho y de derecho, y que los principios administrativos son los mismos en todas partes porque todas las manifestaciones sociales, siendo equivalentes, se rigen por las mismas reglas En otras palabras, la administración es percibida y practicada según un conjunto de normas generales desprovistas de contenido particular y que, por su formalismo, son aplicables a todas las manifestaciones sociales. De esta manera, como observa Michel Freitag (Ver El naufragio de la universidad.), convierte un Instituição sociales en un organización.

Una institución social es una acción o una práctica social fundada en el reconocimiento público de su legitimidad y atribuciones, en un principio de diferenciación, que le otorga autonomía frente a otras instituciones sociales, y estructurada por órdenes, reglas, normas y valores de reconocimiento. y legitimidad interna a ella. Su acción se desarrolla en una temporalidad abierta porque su práctica la transforma según las circunstancias y sus relaciones con otras instituciones, es histórica. Por otra parte, una organización se define por otra práctica social, a saber, la de su instrumentalidad, basada en los dos supuestos de equivalencia y generalidad de todas las esferas sociales, que, como hemos visto, definen la administración. Se percibe y practica según un conjunto de normas generales desprovistas de contenido particular que, por su formalismo, son aplicables a todas las manifestaciones sociales. Se refiere al conjunto de medios particulares para obtener un objetivo particular, es decir, no se refiere a acciones articuladas con las ideas de reconocimiento externo e interno, legitimidad interna y externa, sino la operaciones, es decir, estrategias guiadas por las ideas de eficacia y éxito en el uso de determinados medios para lograr el objetivo particular que lo define. Se rige por las ideas de gestión, planificación, previsión, control, competencia y éxito.

¿Por qué designar al neoliberalismo como una nueva forma de totalitarismo?

Totalitarismo: porque, en su núcleo está el principio fundamental de la formación social totalitaria, esto es, la negación de la especificidad de las diferentes instituciones sociales y políticas que se consideran homogéneas e indiferenciadas por concebirse como organizaciones. El totalitarismo (en cualquier momento) es la negación de la heterogeneidad social, de la existencia de clases sociales contrarias (contradictorias y conflictivas), de la pluralidad de formas de vida, comportamientos, creencias y opiniones, costumbres, gustos, poniendo en su lugar ideas para ofrecer la imagen de una sociedad homogénea, una, indivisa, en concordancia y en consonancia consigo misma.

Nuevo: por qué, en lugar de que la forma del Estado absorba a la sociedad (o la sociedad como espejo que refleja al Estado), vemos ocurrir lo contrario, es decir, la forma de la sociedad absorbe al Estado (el Estado es el espejo que refleja a la sociedad). De hecho, los totalitarismos anteriores instituyeron la nacionalización de la sociedad. La gran novedad neoliberal radica en definir todas las esferas sociales y políticas no sólo como organizaciones, sino que, teniendo al mercado como núcleo central, las define como un tipo específico de organización que recorre la sociedad de punta a punta y de arriba abajo: la empresa – la escuela es una empresa, el hospital es una empresa, la iglesia es una empresa, el centro cultural es una empresa y el propio Estado se concibe como una empresa, siendo por tanto un espejo de la sociedad y no al revés, como en los viejos totalitarismos. Va más allá: define al individuo no como miembro de una clase social, sino como empresa, empresa individual o “capital humano”, o como hombre de negocios de sí mismo, destinado a la competencia mortal en todas las organizaciones, dominado por el principio universal de competencia disfrazado bajo el nombre de meritocracia.

El salario no es percibido como tal, sino como un ingreso individual, y la educación es considerada una inversión para que los niños y jóvenes aprendan a realizar conductas competitivas. De esta manera, desde que nace hasta que ingresa al mercado laboral, el individuo es capacitado para ser una inversión exitosa y para interiorizar la culpa cuando no gana la competencia, desencadenando odios, rencores y violencias de todo tipo, particularmente contra inmigrantes, migrantes, negros. , indígenas, ancianos, mendigos, enfermos mentales, lgbtq+, destrozando la percepción de uno mismo como miembro o parte de una clase social, destruyendo formas de solidaridad y desencadenando prácticas de exterminio.

¿Cuáles son las consecuencias de este nuevo totalitarismo?

Social y económicamente, al introducir el desempleo estructural y la fragmentación/dispersión del trabajo productivo, da lugar a una nueva clase trabajadora, llamada por algunos estudiosos con el nombre de precariado para indicar un nuevo trabajador sin trabajo estable, sin contrato de trabajo, sin sindicalización, sin seguridad social, y que no es simplemente el trabajador pobre, ya que su identidad social no está dada por el trabajo o la ocupación y que, por no ser un trabajador pleno ciudadano, tiene una mente alimentada y motivada por el miedo, por la pérdida de autoestima y dignidad, por la inseguridad y sobre todo por la ilusión meritocrática de ganar la competencia a los demás y sentirse culpable si éstos fracasan.

Políticamente, pone fin a las dos formas democráticas existentes en el modo de producción capitalista: (1) pone fin a la socialdemocracia con la privatización de los derechos sociales regidos por la lógica del mercado, provocando un aumento de la desigualdad y exclusión; (2) pone fin a la democracia liberal representativa, con la política definida como gestión y ya no como discusión pública y decisión de la voluntad de los representados por sus representantes electos; los directivos crean la imagen de que son representantes de las personas de verdad, de la mayoría silenciosa con la que se relacionan de forma ininterrumpida y directa a través de twitter, blogs y redes sociales, es decir, a través de la fiesta digital –, operar sin mediación institucional, cuestionar la validez de los congresos o parlamentos políticos e instituciones jurídicas y promover manifestaciones en contra de estas instituciones; (3) introduce la judicialización de la política, ya que en una empresa y entre empresas los conflictos se resuelven por la vía jurídica y no por la vía política (al ser el Estado una empresa, los conflictos no se tratan como un asunto público, sino como un asunto jurídico ) ; (4) los llamados gestores políticos operan como gánsteres mafiosos que institucionalizan la corrupción, alimentan el clientelismo y fuerzan lealtades. ¿Cómo lo hicieron? Gobernar a través del miedo. La gestión de la mafia opera mediante amenazas y ofrece protección a los amenazados a cambio de lealtades para mantener a todos en dependencia mutua. Al igual que los jefes de la mafia, los gobernantes tienen la concejales, asesores, es decir supuestos intelectuales, que orientan ideológicamente las decisiones y discursos de los gobernantes; (5) transforman en corruptos a todos los opositores políticos: los corruptos son los demás, aunque la corrupción mafiosa es prácticamente la única regla de gobierno; (6) ahora tienen el control total del poder judicial, ya que el funcionamiento de la mafia les hace tener expedientes sobre problemas personales, familiares y profesionales de los magistrados a los que ofrecen “protección” a cambio de lealtad total y cuando el magistrado no acepta el trato, ya sabes lo que le pasa.

Ideológicamente, (a) estimula el odio al otro, al diferente, a los socialmente vulnerables (inmigrantes, migrantes, refugiados, lagbtq+, enfermos mentales, negros, pobres, mujeres, ancianos) y este estímulo ideológico se convierte en una justificación por prácticas de exterminio; (b) con la expresión “marxismo cultural”, persigue todas las formas y expresiones del pensamiento crítico, inventando la división de la sociedad entre las “buenas personas”, que las apoyan, y las “diabólicas”, que las impugnan. OLos gobernadores/gerentes tienen la intención de hacer una Limpeza ideológico, social y político y para ello desarrollan una teoría de la conspiración comunista, la cual sería liderada por intelectuales y artistas de izquierda. Los asesores son autodidactas que se educaron leyendo manuales y odian a los científicos, intelectuales y artistas, aprovechándose del resentimiento que la clase media y la extrema derecha tienen hacia estas figuras del pensamiento y la creación, resentimiento producido por los liberales, que siempre han dicho que el pueblo no sabe pensar ni votar.

Como estos asesores carecen de conocimientos científicos, filosóficos y artísticos, utilizan la palabra “comunista” sin un significado preciso – es un eslogan: comunista significa todo pensamiento y toda acción que cuestione la statu quo y sentido común (que la tierra es plana; que no hay evolución de las especies; que la defensa del medio ambiente es una conspiración comunista; que la teoría de la relatividad no tiene fundamento, etc.). Son estos asesores quienes ofrecen argumentos racistas, misóginos, homófobos, sexistas, religiosos, etc. a los funcionarios del gobierno, es decir, transforman miedos, resentimientos y odios sociales silenciosos en discurso de poder y justificación de prácticas de censura y exterminio; (c) manipulando el sentimiento de la fugacidad del presente, la ausencia de vínculos con el pasado objetivo y la esperanza de un futuro emancipador, provocan la reaparición de un imaginario de trascendencia religiosa en forma de fundamentalismos religiosos. De esta forma, la figura del emprendedor de sí mismo es sostenida y reforzada por la llamada “teología de la prosperidad”, desarrollada por la Iglesia Universal del Reino de Dios (IUDRD) y, más allá de eso, este fundamentalismo conduce al culto de la llamada autoridad política decisionista, es decir, al apoyo incondicional al gobernante como autoridad fuerte indiscutible (un pequeño Dios terrenal - un mito).

Psicológicamente, conduce al surgimiento de una nueva forma de subjetividad, marcada por dos rasgos aparentemente opuestos, pero en realidad complementarios: por un lado, una subjetividad depresiva, porque está marcada por la necesidad de ganar todas y cada una de las competencias y por la culpa. si fallas; y, por otro lado, una subjetividad narcisista, producida por las prácticas de las tecnologías de la comunicación electrónica. Opera, por tanto, con una subjetividad que ya no se define por las relaciones del cuerpo con el espacio y el tiempo del mundo o de la vida, sino con la complejidad de las relaciones reticulares dispersas y fragmentadas.

Las nuevas tecnologías operan con obediencia y seducción en el campo mental, pero disfrazadas de una supuesta libertad –la de elegir obedecer–, pues estudios en neurología revelan que, en los usuarios, se produce una disminución de las capacidades del lóbulo frontal del cerebro, donde se llevan a cabo pensamientos y juicios, y hay un gran desarrollo de la parte del cerebro responsable del deseo. Uno piensa menos y desea mucho y, en consecuencia, se frustra mucho. Gustar se ha convertido en una obligación, el selfie, el como uno y el meme se convirtieron en la definición del ser de cada uno, porque ahora, existir es ser visto. Solo en apariencia estas dos formas de subjetividad parecen contrarias, ya que, hace un siglo, los estudios de Freud revelaron que la depresión y el narcisismo son dos caras de la misma moneda.

Este breve cuadro significa que estamos listos para comprender el surgimiento, en Brasil, de la ideología de la “escuela sin partido”.

Con esta ideología, la educación (desde la escuela primaria hasta la universidad) deja de ser un institución social convertirse en organización administrada según las reglas del mercado, lo que lleva a la descalificación y desmoralización de la escuela pública y al incentivo a la privatización oa la escuela como negocio.

Pero no solo eso. bajo el poder de concejales, pierde su doble núcleo. Por un lado, se pierde la idea de formación, isto é, o exercício do pensamento, da crítica, da reflexão e da criação de conhecimentos, substituída pela transmissão rápida de informações não fundamentadas, a inculcação de preconceitos e a difusão da estupidez contra o saber, um adestramento voltado à qualificação para o mercado de trabajo. Por otro lado, pierde el estatus de derecho de ciudadanía, afirmándose como un privilegio y, como tal, un instrumento de exclusión sociopolítica y cultural, de competencia mortal, estímulo al odio, al miedo, al rencor y a la culpa. En una palabra, instrumento del terror.

Si, por el contrario, consideramos la educación como un derecho de ciudadanía, no podemos pensar en ella simplemente como la transmisión de información o como una cualificación rápida de jóvenes que necesitan incorporarse rápidamente a un mercado laboral del que serán expulsados ​​en un pocos años, ya que se convierten, en poco tiempo, en jóvenes obsoletos y desechables; tampoco podemos tomarlo como formación para obtener habilidades impuestas por los intereses del mercado, es decir, el conocimiento como fuerza productiva del capital. Si la educación es un derecho, debemos tomarla en el sentido profundo que originalmente tuvo, es decir, como formación para y de la ciudadanía, por lo tanto como un derecho universal de acceso al conocimiento y creación de conocimiento. Es un ejercicio de libertad y no un instrumento de terror.

La formación de y para la ciudadanía es una acción civilizadora que toma como derecho el libre ejercicio del pensamiento y la imaginación porque nos lanza al cuestionamiento, nos pide confrontar lo instituido para que haya descubrimiento, invención y creación. La educación formativa de y para la ciudadanía se realiza como un trabajo de pensamiento para pensar y decir lo que aún no ha sido pensado o dicho, aportando una mirada comprensiva de totalidades y abiertas síntesis que conducen al descubrimiento de lo nuevo y a la transformación histórica como una acción consciente de los seres humanos bajo condiciones materialmente determinadas.

Marilena Chauí es profesor emérito de la FFLCH de la USP. Autor, entre otros libros, de En defensa de la educación pública, gratuita y democrática (Auténtico).

referencia


Idalice Ribeiro Silva Lima & Régia Cristina Oliveira. El derribo de la construcción democrática de la educación en el Brasil oscuro. Porto Alegre, Zouk, 2021, 524 páginas.

 

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