La democracia como forma de vida

Imagen: Alex Fu
Whatsapp
Facebook
Twitter
Instagram
Telegram

por ANTÔNIO VENTAS RIOS NETO*

La democracia es esencialmente una forma de vivir, no de gobernar

“A menudo escribimos la palabra Democracia.\ Sin embargo, vale la pena repetir que esta es una palabra\ cuya esencia aún duerme, imperturbable (...)\ Es una palabra notable, cuya historia aún no se ha escrito, supongo,\ porque esa historia aún no se ha interpretado.\ Ella es, en cierto modo, la hermana menor de otra palabra notable\ y utilizada con frecuencia, Naturaleza,\ cuya historia también está esperando un escritor". (Walt Whitman)

La historia ya ha demostrado que en momentos como el actual, cuando el autoritarismo va en aumento y se está apoderando de la forma de hacer y hacer política, la locura humana siempre se ha exacerbado de una forma muy insoportable y autodestructiva. Aun así, la humanidad, en las múltiples ocasiones en que se vio envuelta en estos momentos de impasse civilizatorio, logró desviarse de la ruta de la autodestrucción, reorganizarse y abrirse a nuevas conformaciones políticas, acogiendo nuevas experiencias democráticas, aunque siempre muy insuficiente, restringida y limitada a las coacciones impuestas por la cosmovisión hegemónica de cada época histórica.

Vivimos hoy las turbulencias de una nueva transición histórica que, como las ocurridas en el pasado, está marcada por el sentimiento de profundo malestar, discontinuidad, desorientación, inseguridad y vulnerabilidad frente a los acontecimientos en curso. La cosmovisión tecno-economista actualmente predominante, que encuentra su expresión política más fuerte en el poder del capitalismo de plataforma, seguirá prevaleciendo durante algún tiempo en este interregno histórico. Si bien algunos analistas políticos se inclinan a creer que un estado revigorizado bajo los auspicios de una especie de antiliberalismo alta tecnología, guiará nuestra próxima fase histórica, así como el liberalismo industrial ha guiado los últimos 250 años, hay muchos indicios de que esta no es la perspectiva más probable (y deseable) para la humanidad.

Las profundas desigualdades sociales, los continuos desajustes ambientales y la efervescencia sociocultural, que se han agudizado desde fines de la década de 1960, dan algunos indicios de que la cosmovisión que podría emerger, en las próximas décadas, tenderá a una nueva comprensión de la realidad convergente con la teoría aportes formulados a lo largo del siglo XX. Aprendimos a través de Thomas Kuhn que, en el choque de paradigmas e interpretaciones del mundo, la ciencia y la filosofía siempre han estado vinculadas a las visiones del mundo, a veces influyendo, a veces siendo influenciadas. Entre estas contribuciones más recientes se encuentran: relatividad (Einstein, 1905), incertidumbre (Heisenberg, 1927), complementariedad (Bohr, 1928), azar y necesidad (Monod, 1971), autoorganización (Atlan, 1972), Gaia (Lovelock, 1972); pensamiento complejo (Morin, 1973), autopoiesis (Maturana y Varela, 1974), negentropía (Prigogine, 1977), orden implicado (Bohm, 1980), fractales (Mandelbrot, 1983), caos (Gleick, 1989; Lorenz, 1996), catástrofes (Thom, 1989), lógica difusa (Kosko, 1995), entre otras (esta lista está lejos de ser exhaustiva). Como señaló Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química (1990), en la década de 1977, “estamos asistiendo al surgimiento de una ciencia que ya no se limita a situaciones simplificadas e idealizadas, sino que nos confronta con la complejidad del mundo real”. .

La lógica económica rapaz de los agentes políticos actuales –que existe desde antes de que el hombre inventara la propiedad privada y la plusproducción–, y el anacronismo institucional que conducen a la anarquía geopolítica actual, ya sea del lado del capitalismo liberal crepuscular en Occidente, o del lado del lado del capitalismo antiliberal ascendente de Asia, o incluso del capitalismo servil y reprimarizado de los países periféricos explotados del Sur Global, dada su incapacidad para responder a las crecientes convulsiones sociales y ambientales globales en curso, poco a poco, darán paso a nuevos actores sociales cuya cosmovisión se sustenta en la percepción de que la realidad está más asociada a atributos fluidos y relacionales como la interdependencia, la pluralidad, la alteridad, la diversidad, la comunidad y el diálogo.

Ante las feroces tensiones geopolíticas de este mundo multipolar, que están marcando la transición desde la era actual, si la humanidad no sucumbe a un diluvio de bombas atómicas y, posteriormente, a un largo invierno nuclear que haría la vida en la Tierra tal y como la conocemos. Si es inviable, es probable que la cosmovisión emergente acepte que la realidad se entiende mejor como un proceso adaptativo complejo. Surgirá una nueva comprensión de que el mundo real está gobernado por el azar y la necesidad, por una misteriosa maraña de relaciones, y no exclusivamente por la voluntad humana de dominación y control que prevaleció en cosmovisiones anteriores, y que desencadenó el antropocentrismo que está arrastrando a la civilización a el abismo.

Al mismo tiempo, este contexto histórico agónico podría crear las condiciones para el surgimiento de convivencias democráticas más amplias y profundas. Pero hasta que estos nuevos actores obtengan suficiente masa crítica para revertir la cosmovisión actual, literalmente tendremos que sobrevivir con los tres subproductos más devastadores de la expansión capitalista excluyente, depredadora y beligerante que afligirá a la humanidad en las próximas décadas: desigualdad social abismal, la sombría inminencia de un colapso ambiental y la continua amenaza de una conflagración nuclear terminal.

Mirando nuestro largo y sufrido proceso histórico, se hace difícil imaginar que la salida de esta fase de profunda regresión que se perfila en el horizonte cercano no contemple la perspectiva de rescatar una democracia de naturaleza fractal, una nueva forma de convivencia humana. en el que la Democracia se despliega en todas las escalas y en todos los espectros de los espacios políticos, precisamente porque la actual crisis sistémica, que muchos ya llaman crisis existencial, es el resultado de una lógica imperialista que también se ha vuelto fractal. El ser conflictivo que caracteriza al hombre civilizado parece acercarse a su cúspide, creando las condiciones de su propia negación y, por tanto, haciendo intolerable la propia existencia humana. Las altas y crecientes tasas de depresión y ansiedad están ahí para demostrar este hecho. Llegamos a una situación que bien expresó el ecologista Garrett Hardin: “Habiendo eliminado a todos los demás enemigos, el hombre es ahora su peor enemigo. Al acabar con todos sus depredadores, el hombre es su propio depredador”.

Para vislumbrar tal perspectiva de rescate profundo de la democracia, que nos permita superar esta crisis sistémica, partiremos del supuesto de que lo que alimenta el anhelo democrático que ha acompañado gran parte de la historia de la civilización es un impulso inherente a la naturaleza del animal humano, cualquiera que sea, a pesar de la adversidad de sus circunstancias, seguir siempre un modo de vivir en la participación, la inclusión, la cooperación, la comprensión, el acuerdo, el respeto mutuo y, sobre todo, en la parsimonia con sus ambiente. El estado de conflicto psíquico permanente que caracteriza la conducta del llamado hombre civilizado no es un hecho constitutivo de la naturaleza humana, con el cual estaríamos irremediablemente condenados a convivir. El conflicto humano deriva de un componente cultural, no biológico, como sostiene el neurobiólogo chileno Humberto Maturana: “pertenecer a una cultura es una condición operativa, no una condición constitutiva o propiedad intrínseca de los seres humanos que la realizan”.

Por tanto, la democracia y la convivencia (el acto de convivir cotidianamente con el otro y con el medio ambiente, incluidas todas las contingencias inherentes a estas relaciones), serán abordadas aquí, como conceptos inseparables, no sólo desde un punto de vista reducido a las ciencias sociales, sino que también abarca las ciencias naturales. Este entrelazamiento explica incluso la coexistencia de la inmensa diversidad de modos y formas de vida y la sostenibilidad de la compleja red de relaciones que mantuvo la evolución de la biosfera terrestre durante miles de millones de años. Por tanto, esta inseparabilidad fue, como veremos a lo largo de los textos posteriores, lo que sustentó también la larga evolución de los diferentes linajes de primates, que culminó en la de los Homo sapiens. .

Seguiremos, pues, un patrón de pensamiento que trata de buscar las convergencias entre la filosofía, las ciencias sociales y las nuevas ciencias naturales, desarrollado en las últimas décadas, de acuerdo con los nuevos aportes teóricos enumerados anteriormente. La democracia será tratada aquí, por tanto, desde la perspectiva de la fenomenología de la biología entrelazada con la de la cultura, dos aspectos inseparables para la comprensión de los seres vivos, según la comprensión del reconocido neurobiólogo Humberto Maturana, quien será nuestro principal referente.

Tomaremos como punto de partida las reflexiones que Humberto Maturana desarrolla sobre la democracia en un texto seminal titulado Conversaciones matrísticas y patriarcales, que forma parte integrante del libro Amor y juego: fundamentos olvidados de lo humano del patriarcado a la democracia (1993), escrito en colaboración con la psicóloga alemana Gerda Verden-Zoller.

Es de notar, sin embargo, que a lo largo de la historia, muchos pensadores notables, desde los demócratas atenienses (Solón, Clístenes, Pericles y otros), pasando por expresivos nombres como Spinoza, Rousseau, Tocqueville, hasta los más recientes, Karl Popper, Hannah Arendt , Amartya Sen, Umberto Eco, Boaventura de Sousa Santos, entre muchos otros, también hicieron su aporte en la misma dirección. Todos ellos se dedicaron a comprender e interpretar las diferentes formas de interacción social, ofreciendo mejores argumentos para la forma de vivir en democracia. Todos ellos pensaron en la democracia a partir de supuestos que superaban las limitaciones impuestas por el patrón patriarcal, dominador y controlador de realidades, que caracterizó y forjó todo el curso de la civilización.

Luego de los notables descubrimientos de Charles Darwin en el campo de las ciencias naturales (Teoría de la Evolución de las Especies – 1859), Maturana fue quizás quien mejor logró ampliar la comprensión de la dinámica de la vida, llegando incluso, a través de los llamados “biología de la cognición”, una comprensión ampliada también sobre el comportamiento humano y la vida en sociedad. Contradiciendo la primacía de la razón que siempre ha guiado la comprensión filosófica y científica de los fenómenos naturales y del comportamiento humano, Maturana entiende que “la historia humana ha seguido y sigue un curso determinado por las emociones”, y que “nuestros deseos y preferencias surgen en nosotros en cada momento, en el entrelazamiento de nuestra biología con nuestra cultura y determinan, en cada momento, nuestras acciones.”

Al investigar el entrecruzamiento entre los procesos biológicos que sostienen a los seres vivos y las dinámicas sociales que sustentan la vida en sociedad, Maturana parece haber desentrañado, o al menos haber dado los primeros pasos hacia lo que Walt Whitman, considerado el padre de la poesía estadounidense. y poeta de la democracia, anhelada hace 200 años, como se expone en el epígrafe que inicia estas reflexiones.

Los descubrimientos de Maturana en el campo de la biología, y en especial en la biología de la cognición, le permitieron extrapolar a nuevos entendimientos en el campo del comportamiento humano, representando un gran avance hacia el establecimiento de vínculos entre la fenomenología de la política y la fenomenología de la biología y, así, , podemos percibir cómo lo biológico y lo cultural se entrelazan, por una condición inherente a la naturaleza de los seres vivos, y cómo, en el caso de los seres humanos, esta relación fue disociada en el curso del proceso civilizatorio, contrariamente a los principios que rigen el metabolismo constitutivo de la vida y, en consecuencia, inviabilizando también la convivencia democrática y la vasta red de relaciones que sustentan la vida en el planeta Tierra.

Sabemos que no es raro observar en la mayoría de las personas y especialmente en los estratos sociales más altos, que incluye actores políticos de las más variadas corrientes ideológicas, autoridades del Estado, líderes de instituciones gubernamentales, e incluso grandes corporaciones, defender a capa y espada la democracia. clavo, pero no viviéndolo en sus relaciones cotidianas con los demás, ya sea en la familia, en sus comunidades, en la empresa, en la escuela o en cualquier otro espacio de convivencia. Las instituciones occidentales, en particular, son reconocidas como guardianas de la democracia, pero en la práctica están contaminadas por relaciones patrimonialistas, autoritarias, excluyentes y antidemocráticas. Nuestra civilización, forjada en gran medida por la arrogancia eurocéntrica, sufre una gran paradoja: desea y defiende con firmeza la democracia en el ámbito de la retórica, sin embargo, la niega continuamente en el ámbito de la experiencia.

Lo mismo se refleja en la relación entre el ser humano y el medio ambiente. La necesidad de construir sociedades sostenibles nunca ha estado tan extendida, aún así, seguimos atrapados en un nivel de vida consumista, excluyente, depredador e insostenible. En el fondo establecemos una relación utilitaria con la democracia, tal como lo hacemos con la Tierra. Sin darnos cuenta nos comportamos y actuamos como seres contradictorios y conflictivos, porque estamos ciegamente inmersos en un cultura patriarcal la cual, por ser milenaria y, por tanto, parte del largo proceso de formación de nuestra civilización, consideramos que es la forma natural de vida del ser humano.

Si la democracia se va a constituir como una forma de vivir en la participación, la inclusión, la cooperación, el entendimiento, el acuerdo y el respeto mutuo, hay muchas maneras de hacerlo. Por tanto, hay muchas expresiones de la vida democrática, por lo que no es defendible, sino que debe ser vivida de acuerdo a las circunstancias y contextos de cada individuo, cada comunidad, cada pueblo y cada país. La democracia es esencialmente una forma de vivir, no de gobernar. Las experiencias que intentaron imponer a otras sociedades un sistema de gobierno que se reconoce democrático, cualquiera sea la matriz ideológica, invariablemente terminaron negando y destruyendo ricas tradiciones culturales ancestrales, muchas veces conquistadas con gran dificultad, generando así cada vez más guerras, conflictos y violencia entre los pueblos.

Por ello, también nos ocuparemos de cómo, tanto nuestra vida cotidiana como la historia de la humanidad, están llenas de ejemplos que demuestran cómo la imposición de las llamadas conductas e ideales democráticos derivó en diversas formas de relaciones opresivas e implacables tiranías. Y no sólo contra la condición humana, sino que influyó y alimentó las múltiples dinámicas que forjaron el rumbo de la civilización, arrastrándola hacia la profunda degradación social y ambiental que vivimos hoy.

Estamos hablando aquí desde la perspectiva de un rescate neomatrístico, como lo sugieren Maturana y otros. El rescate de una época en la que aún no existía la democracia en forma de conceptos o reglas en el lenguaje de Homo sapiens porque no necesitaba que se impusieran directivas y normas unos a otros. Eran simplemente modos de vivir que convivían de una forma más adaptada e integrada a la complejidad del mundo natural y sus contingencias que nuestra milenaria forma de vida patriarcal. Para usar las palabras de Maturana, una época en la que “la vida cotidiana se vivía en una coherencia no jerárquica con todos los seres vivos”.

Las tragedias en curso a principios de este milenio, que apuntan a una destrucción social y ambiental abrumadora e insondable, a escala global, tenderán cada vez más a desafiar nuestra condición de supervivencia como especie. Un mundo cada vez más intratable se encuentra justo frente a nosotros. Teniendo en cuenta que la historia nos ha demostrado que “la humanidad no tolera mucha realidad” –recordando aquí al poeta inglés Thomas Eliot y su refinada agudeza sobre el comportamiento humano–, el devenir de los acontecimientos parece indicar que se acerca el momento de revivir una democracia. del día a día, como antes, sin necesidad de apropiaciones y distorsiones para defenderlo, alimentando y manteniendo las tiranías, especialmente la del capital y los algoritmos, que están arrastrando la civilización al precipicio.

*Antonio Sales Ríos Neto, servidor público federal, Es escritor y activista político y cultural.

 

Ver todos los artículos de

10 LO MÁS LEÍDO EN LOS ÚLTIMOS 7 DÍAS

Ver todos los artículos de

BUSQUEDA

Buscar

Temas

NUEVAS PUBLICACIONES

Suscríbete a nuestro boletín de noticias!
Recibe un resumen de artículos

directo a tu correo electrónico!