delirio colectivo

Imagen: Elina Araja
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por SANDRA BITENCORT*

Qué instrumentos de propaganda y discurso son capaces de producir delirios colectivos y enormes flujos de opinión distorsionada

Marchas, llantos, oraciones, gritos, insultos, coreografías y discursos bizarros materializan la locura y la creencia fanática en un supuesto mito, en sorprendentes y múltiples actuaciones en tiempo real, en las últimas semanas postelectorales en Brasil. Es como si un ballet fuertemente satírico con intenciones violentas coreografiara en verde y amarillo los efectos de la propagación de información, ideas y valores falsos.

Una diáspora rítmica de sentido común, cordialidad y verdad fáctica caracteriza los movimientos en carreteras, cuarteles, intercambiadores y muros de las lamentaciones improvisados. El espectáculo de cuerpos convulsos, dedos levantados y fuertes maldiciones genera una angustiosa extrañeza: ¿quiénes son estas personas, dónde estaban, cómo pueden –todavía– creer y comportarse así? ¿Qué instrumentos de propaganda y discurso son capaces de producir delirios colectivos y enormes flujos de opinión distorsionada?

El asombro ante una emergencia fascista que recorre el mundo redondo en el que vivimos exige nuevas categorías de análisis, considerando el entorno de conexión intensiva y la posibilidad de personalizar una propaganda permanente ajustada a realidades, valores y aspiraciones paralelas. Pero es posible, con la ayuda de autores pioneros en la formulación de dicha opinión pública.

Gustave Le Bon, psicólogo social francés, pionero en los estudios sobre la naturaleza del comportamiento colectivo, lanzó su obra principal, La psicología de las multitudes. [la psicología de las masas] (1895) a principios del siglo XX, analizando la psicología de las multitudes. El texto habría inspirado a Hitler en su Mein Kampf, y se convirtió en el libro de cabecera favorito de Mussolini. Le Bon apoyó la teoría de que la historia resulta de características nacionales y raciales y que la fuerza dominante en la evolución social no es la razón sino la emoción.

En la vertiginosa era digital actual, podemos decir que la confrontación política se da básicamente en el terreno de los afectos y en el entorno online. Daniel Innerarity, un filósofo político del País Vasco, argumenta que los cambios de ciclo ocurren menos a través de cálculos precisos y razonamientos sofisticados y más a través de estados de ánimo, cansancio, miedo, pesimismo y represión. Es decir, las narrativas dominantes ya no son teorías o doctrinas, sino aspiraciones emocionales.

Gabriel Tarde (1843-1904) es el primer sociólogo que trata la opinión pública como un campo de estudio de la sociología o, más exactamente, de la psicología social, aunque Rousseau ya se había referido al tema al construir una teoría de la voluntad general. Gabriel Tarde desarrolló una teoría de formación de opinión en la que la conversación y el papel de la prensa son componentes esenciales. Es decir, tenemos cuatro elementos fundamentales para entender la esencia de su obra: multitud x público; prensa y conversación. Todas relevantes hasta hoy y presentes en la llamada nueva sociedad de la información, de una forma más compleja.

Aunque remota, la formulación sobre las nuevas experiencias de sociabilidad, caracterizadas en la idea de públicos, es fundamental para comprender la nueva sociedad occidental. Descrita por Gabriel Tarde, esta caracterización de los públicos abarca los siguientes aspectos: como redes de interdependencia social, que prescinden del vínculo físico y la presencia directa entre sus miembros; carácter simbólico, es una colectividad puramente espiritual, como una dispersión de individuos separados físicamente y entre los que sólo existe cohesión mental.

Esta cohesión en las sociedades modernas son los medios de comunicación (el periódico sólo en la época de Gabriel Tarde) y hoy en día son las redes digitales. Gabriel Tarde hace una distinción fundamental entre audiencias, con respecto a la naturaleza de su propósito, o su fe. Para el autor, los públicos son menos radicales que las multitudes, pero con un despotismo y un dogmatismo más agudos. Es decir, el público también puede ser intolerante y arrogante, porque bajo el nombre de opinión cree que todo está permitido, incluso rechazar la verdad.

La esfera pública en este momento de hiperconexión se expande, diversifica y se vuelve singularmente complicada. Los mecanismos de formación de opiniones, los mecanismos de control y manipulación de los grupos humanos, el comportamiento contagioso de las masas, la influencia a través de valores y conductas compartidas, la capacidad de influir en grupos cohesionados, la unidad en espíritu a partir de determinados temas y banderas, la distinción y acción de públicos que pueden incluso recrear la verdad.

Es en este escenario que el periodismo trata de mantenerse como verificador de la verdad, activo en el contrato social tácito para describir e interpretar los acontecimientos mundiales. Esta actividad, sin embargo, es cada vez más acentuada, discutida, cuestionada e incluso confundida dentro del complejo y múltiple fenómeno que recibió el sello genérico de noticias falsas.

Entonces, cuando el periodismo hace su encuadre y selecciona sus fuentes, también puede ser acusado de mentir o revelar una “narrativa” parcial. Aun cuando presenta datos y funciona como un sistema experto, es decir, busca mostrar a diferentes expertos señalando la verdad fáctica, aún no goza de la credibilidad pretendida. Todo va por la misma zanja de acusación y desconfianza. Expresiones de todos los gradientes ideológicos y políticos cuestionan su legitimidad y encubren su conducta. Sería sumamente importante hacer las distinciones adecuadas, porque precisamente el momento del caos informativo favorece la confusión.

La gente que rodea los cuarteles tiene a la prensa entre sus enemigos imaginarios, aunque claman por la libertad de expresión (este es otro tema a enfrentar). En los últimos días, sin embargo, nos hemos topado con el campo progresista cuestionando también la actuación de los periodistas, no sin razón, desconfiados del papel que tienen los medios corporativos en la representación de los intereses de las élites económicas y financieras.

Lo primero que hay que decir es que no se puede optar por el estándar bolsonarista de insultar a los periodistas, especialmente a las mujeres, cuando se contradice la visión de los hechos o se considera que la expresión de la opinión no es correcta. El ejemplo más elocuente fue el lamentable discurso de la periodista Eliane Cantanhede, con un razonable currículum de halagos a los poderosos, sobre el papel de la primera dama. Sin embargo, no es tolerable que la forma de respuesta sea en términos aún más sexistas y ofensivos. Es posible –y diría imprescindible– discutir, replantear y debatir la agenda que plantea, en otros términos.

El segundo ejemplo es la noticia de la columna de Mônica Bergamo sobre el supuesto viaje del presidente a la COP en Egipto. De hecho, es una cuestión de moralidad política que se abordará enérgicamente en este tercer mandato. Es prudente discutir cómo se construirá y restaurará con el voto de millones una imagen pública tan dañada por las acusaciones de corrupción. No es posible arriesgarse a sufrir más daños. Este es un hecho de la realidad, tal vez no sea justo, pero es real.

Lo que no se puede hacer es agredir al periodista. Aunque es legítimo y oportuno debatir cómo los medios de comunicación cargan y atacan a los gobiernos populares y contribuyen a la criminalización de la política. Tampoco me parece productivo vincular comparaciones con un gobierno infame: “ah, pero cuando Bolsonaro hizo o dijo tal cosa, nadie se escandalizó”. Primero porque no es del todo cierto, muchos denunciaron, insistieron, mostraron los despropósitos. Segundo, porque este infame gobierno que ahora desaparece produjo lo más sórdido de nuestra historia republicana y no seremos mejores si hacemos paralelismos con la iniquidad.

Finalmente, estamos ante un fenómeno muy complejo, de inmersión en teorías conspirativas, disonancia y captura emocional. Las estrambóticas actuaciones que nos mantienen entre la incredulidad y la risa nerviosa así lo demuestran. Hay mucho patrocinio para estos movimientos y la máquina de manipulación funciona a toda velocidad. Es necesario monitorear el periodismo, hacer un debate de alto nivel, abordar temas estructurales y políticas de comunicación, que sí incluyan la regulación de plataformas y el control social.

La prensa sigue siendo parte esencial en la formación de opinión, incluso en esta nueva sociabilidad hiperconectada. Hay que reconocer que el periodismo de investigación contribuyó mucho al desmantelamiento de la farsa legal de Lava Jato, que muchos buenos periodistas denunciaron incesantemente la colusión, las actividades delictivas de la familia dirigente, que produjo el desmantelamiento. El periodismo también participó en esta victoria, aunque fue en parte responsable del mal que se apoderó del poder en nombre de los intereses del mercado.

Pero insisto, el ambiente de caos y la enfermedad psíquica colectiva de sectores importantes de la población exige hacer distinciones, tener buenos modales, valorar la calidad argumentativa, estar dispuesto a escuchar, firmeza sin truculencias y ser sumamente cuidadoso, obsesivo, con las conductas, comportamientos e imagen pública de los representantes del campo progresista. Sería la máxima de la mujer de César al cubo.

Ganamos las elecciones, pero el mal todavía nos persigue. Como en la Alemania nazi, la propaganda del odio se convierte en incitación al genocidio. Esta construcción del enemigo resultó ser un poderoso elemento de imitación, de propagación de los sentimientos, de las ideas, del modo de actuar, añadió, dio propósito, infundió miedo y tornó totalitario el sentimiento de pertenencia al guía supremo.

Menos de un siglo después, todo el planeta tiene condiciones ilimitadas de conexión, permitiendo la circulación de ideas, símbolos y discursos de manera intensiva e ininterrumpida. Como nunca, logra producir contenido en diferentes formatos, enviando sonido, fotos, imágenes, en tiempo real, ilimitado.

Incluso en las formas más inventivas y actualizadas, lo que mueve y forja opiniones sobre diferentes temas sigue siendo el intercambio de emociones y percepciones entre las personas. Aunque mucho de lo que se debate en línea no es necesariamente consecuente, serio o políticamente relevante. O, por el contrario, ser resolutivos y sostener, con aires de modernidad, viejas técnicas para operar el terror.

*Sandra Bitencourt es periodista, doctora en comunicación e información por la UFRGS, directora de comunicación del Instituto Novos Paradigmas (INP).

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