Decrecimiento: ¿una necesidad imperiosa?

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por ELEUTÉRIO FS PRADO*

Es necesario detener la lógica de expansión que ha guiado la civilización en los últimos siglos

No hay duda, el capitalismo es globalmente hegemónico. En casi todos los países que componen el mundo actual, domina el modo de producción histórico que se guía por la acumulación de capital. En todos ellos, por tanto, el crecimiento económico figura como un imperativo socialmente cristalizado. Como resultado, la expansión de la producción como riqueza real y riqueza ficticia en forma de deuda en papel (o digitalizada) no se puede cuestionar de manera efectiva. El decrecimiento aparece así como una mala utopía.

Sin embargo, artículos y libros que defienden el decrecimiento como una necesidad imperativa e incluso definitiva, si la humanidad quiere sobrevivir en las próximas décadas de este y el próximo siglo, ya se han acumulado en sitios web y estanterías de bibliotecas. Como se sabe, la razón inmediata del surgimiento de esta ansiedad teórica -e incluso práctica- se deriva de la creciente preocupación por el cambio climático como una megaamenaza para la existencia de vida altamente organizada sobre la faz de la Tierra.

Si este peligro existencial ha sido considerado durante mucho tiempo como antropogénico por personas bien informadas, ahora se lo atribuye cada vez más al capitalismo mismo, incluso por autores que no se ven a sí mismos como marxistas. Pero la resistencia sigue siendo poderosa aún cuando ya se tiene conciencia de la gravedad de los efectos de la contaminación en general sobre las condiciones de vida posibles en este planeta que, como es bien sabido, favoreció excepcionalmente el desarrollo de una rara o complejidad orgánica única en el universo.

O Informe de riesgos globales producido por foro Economico Mundial es un ejemplo de la alienación ilustrada que prevalece en la élite pensante del sistema de relaciones del capital. Aquí le preocupa -afirma al principio y de manera central- la ocurrencia de eventos que puedan causar “impactos negativos significativos en el PIB y en la población mundial”. Ahora bien, al centrarse privilegiadamente en el PIB y tomar estos eventos como si fueran exógenos a un sistema económico que funcione bien, es bastante evidente que el informe presupone la continuidad del capitalismo.

Vea, entonces, cómo concibe los riesgos globales que aparecen en el horizonte cercano y más lejano: “La próxima década se caracterizará por ocurrencias de crisis ambientales y sociales, impulsadas por tendencias económicas y geopolíticas subyacentes. La crisis del costo de vida aparece como el riesgo global más grave para los próximos dos años, su punto máximo es a corto plazo. La pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas emergen como el riesgo global cada vez más agudo de la próxima década”.

Como puede ver, las amenazas se toman en serio en este informe, ya que se consideran megaamenazas. El documento tampoco deja de señalar que el sistema económico mundial se encuentra en un acelerado proceso de deterioro por diversas causas que señala, discute y critica. Además de los problemas ecológicos sobrevenidos, este escrito señala como riesgos las “confrontaciones geopolíticas” y la “erosión de la cohesión social y el aumento de la polarización política”, sin olvidar mencionar las crecientes “inmigraciones involuntarias” y la “propagación de los delitos cibernéticos”. ” que provocan inseguridad para las empresas y las personas en general.

El informe ni siquiera rehuye asumir un tono catastrófico: “A medida que crecen las amenazas en paralelo, se acelera el riesgo de policrisis. (…) las crisis dispares interactúan de tal manera que el impacto global supera con creces la suma de cada parte. La erosión de la cooperación geopolítica tendrá efectos en cascada en el panorama de riesgo global a mediano plazo, incluida la contribución a una posible policrisis de riesgos ambientales, geopolíticos y socioeconómicos interrelacionados relacionados con la oferta y la demanda de recursos naturales”.

Si la valoración de la posible falla del sistema es pertinente, si la visión de las amenazas es desalentadora, las recomendaciones para enfrentarlas parecen tímidas y, de hecho, incompletas: “Algunos de los riesgos descritos en el informe de este año están llegando a un punto crítico. punto Este es el momento de actuar colectivamente, con decisión y con una visión a largo plazo para trazar un camino hacia un mundo más positivo, inclusivo y estable”.

Sí, es necesario actuar colectivamente. ¿Pero para hacer qué? Cómo tal acción sería posible en las circunstancias actuales. Es evidente que falta una propuesta eficaz para hacer frente a los peligros anunciados, si bien ésta no es todavía la principal carencia del informe.[i] Porque asume desde un principio que hay que conservar el modo de producción capitalista, es decir, que las alternativas para enfrentar las megaamenazas tienen que limitarse a lo que sería posible manteniendo las estructuras societarias de ese modo de producción.

Para demostrar que este supuesto no es más que un error, de hecho, un error inducido ideológicamente, es necesario mostrar que es imposible enfrentar las megaamenazas manteniendo las relaciones sociales que constituyen el capitalismo. Y, para ello, es necesario empezar a recuperar los argumentos básicos de quienes abogan por el decrecimiento económico. Y esto se basa en un solo elemento, aunque central, de la calamidad que se avecina.

Sostienen con una sólida base científica que la expansión de la transferencia material (rendimiento de materiales) que lleva a cabo el actual sistema económico es incompatible con la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero e incluso con el mantenimiento de los niveles actuales, que ya se consideran desastrosos.

Por lo tanto, si el objetivo es lograr la sustentabilidad en el futuro cercano, es imperativo reducir el volumen actual de transferencia de material, lo que necesariamente implica -consideran- un decrecimiento económico. En otras palabras, es necesario detener la lógica de expansión que ha guiado a la civilización en los últimos siglos, de lo contrario habrá un colapso de la civilización humana y de la vida compleja sobre la faz de la Tierra.

Una disminución sustancial, en principio, podría lograrse de varias maneras. Por ejemplo, a través de un genocidio despiadado de las poblaciones más débiles de los países más pobres de la periferia. Y esta es una posibilidad real que encuentra ejemplos en la historia misma del colonialismo capitalista pasado y presente. Si se pretende alcanzar un mayor nivel de civilización, necesariamente requerirá una planificación que incluya también una drástica redistribución del producto social, hoy muy concentrado.

Puede verse, ahora, que los críticos de esta tesis suelen disputar la positividad de la relación entre el crecimiento económico y el aumento del transporte material. Sugieren que las innovaciones tecnológicas, el uso de otras fuentes de energía, pueden revertir la dirección de los cambios en estas dos variables. Si esto fuera efectivamente posible, se produciría, en este caso, una transformación del capitalismo realmente existente en un “capitalismo verde”. Bueno, los estudios empíricos existentes han demostrado que más crecimiento implica más efecto invernadero y que los intentos de eludir esta “ley de tendencia” han fracasado sistemáticamente.

Ahora bien, como es sabido, el sistema económico actualmente dominante no puede existir sin crecimiento: he aquí, su lógica se basa en la acumulación insaciable de capital y, por tanto, en la apropiación ilimitada de la naturaleza humana y no humana. Y no es necesario ser marxista para saber eso, solo saber un poco de historia. Entonces, lo que estos críticos realmente no pueden soportar saber es que el capitalismo debe ser suprimido para que la humanidad pueda tener un horizonte de supervivencia más amplio y a más largo plazo. Lo que Sigmund Freud llamó “negación” en el ámbito de la clínica psicoanalítica se manifiesta así a escala social para sustentar una evolución suicida, un negacionismo. in extremis, en definitiva, un pasado que necesita morir para que el ser humano genérico sobreviva.

No sólo el “calentamiento global”, sino todos los riesgos mencionados en el Relatório producido bajo los auspicios de Foro Económico Mundial provienen del motor económico del Antropoceno, que por eso mismo suele denominarse también Capitoloceno. Así, el resurgimiento de las “confrontaciones geopolíticas”, así como el advenimiento de “la erosión de la cohesión social y el aumento de la polarización política” son productos endógenos de la sociabilidad del capital.

En particular, como dice Gustavo Mello, “la guerra atraviesa la reproducción social moderna en los más diversos sentidos y dimensiones. Siendo el suelo en el que germina el propósito inacabable de valorar el valor, en un segundo momento la guerra será subsumida por el capital, que se autonomizará en su movimiento fetichista, sin por ello dejar de tener la guerra como uno de sus pilares fundamentales”.[ii]

La pregunta que se plantea ahora es saber por qué el proceso de acumulación de capital requiere de ambos tipos de guerra, interna y externa, como momentos constitutivos. Ahora bien, el capitalismo es un modo de producción que se basa en la apropiación de la plusvalía generada por el trabajo en unidades de producción, las cuales son propiedad de capitales privados que compiten entre sí a través de la competencia.

El antagonismo entre las clases trabajadoras y capitalistas sólo puede prosperar produciendo mercancías porque está sellada por el Estado, una superestructura cuya función principal es traer la unidad de la sociedad frente a esta contradicción constitutiva, ya sea a través de leyes o a través de la violencia. Ahora bien, la competencia capitalista más allá de los límites de los estados nacionales no está limitada por un “estado global” y, por eso mismo, engendra constantes luchas por la hegemonía regional o global. Es este proceso igualmente antagónico, como es bien sabido, el que se ha llamado propiamente imperialismo.

Es precisamente este carácter del modo de producción capitalista lo que explica la paradoja central de la geopolítica en el momento histórico actual. Las naciones deben cooperar para enfrentar la megaamenaza del calentamiento global, pero no pueden evitar actuar de manera oportunista practicando sistemáticamente “conducción gratuita”, es decir, huyendo de las obligaciones que ellos mismos aceptaron en los “acuerdos climáticos”.

Pero eso no es todo. La prioridad de las potencias, en particular de la potencia hegemónica, no es combatir las megaamenazas en general a las que se enfrenta la humanidad, sino garantizar esa hegemonía frente a potenciales competidores. Esto es, por supuesto, lo que explica la guerra de Ucrania entre la OTAN y Rusia, esto es lo que explica la creciente tensión entre Estados Unidos y China, esto es lo que explica los conflictos en curso en el Medio Oriente.

Todo esto, como saben, es bastante obvio; pero es necesario repetir tales perogrulladas porque los ojos están ciegos, los oídos son sordos y la boca está cerrada al imperativo del decrecimiento.

*Eleutério FS Prado es profesor titular y titular del Departamento de Economía de la USP. Autor, entre otros libros, de De la lógica de la crítica de la economía política (luchas contra el capital).

Notas


[i] Sin embargo, Klaus Schwab, cofundador de Foro Económico Mundial, piensa en el “capitalismo de partes interesadas” como una solución a los problemas actuales. Así lo explica este oxímoron societario: es “un modelo que (…) posiciona a las empresas privadas como gestoras de la sociedad para responder a los desafíos sociales y ambientales de hoy”.

[ii] Mello, Gustavo M. de C. – La naturaleza bélica del capital: una introducción a la crítica de la economía política del capital. Informe de investigación, 2022.

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