De Hayek a Guedes

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Por Tarso Genro*

Jean Delumeau dijo en una conferencia que el siglo XX fue el más criminal de la historia, en el que “el miedo llegó a su cúspide”, porque, “al exterminio de judíos y gitanos que intentó llevar a cabo Hitler, se suman -un antes y un después- la masacre de armenios y los genocidios en Camboya y Ruanda” (En: Ensayos sobre el miedo, Senac, 2004).

Intuyo que el siglo XXI superará al siglo XX en barbarie, hambre, desamor, fragmentación y precariedad en las relaciones humanas.

Es evidente que los grandes relatos históricos no han perdido ni perderán vigor, pero si es cierto que “hace una docena de años los gobiernos de los estados soberanos no (sabían) de antemano cómo (reaccionarían) los mercados” (John Gray), en esta etapa de integración mundial –bajo el mando de las agencias del capital financiero global– los mercados pueden orientarse para reaccionar de acuerdo a las necesidades de sobreacumulación. Hay mercados libres de toda influencia de la política democrática, pero no hay mercados financieros libres del dominio y la técnica de las agencias globales de este capital.

Menciono estas nuevas características de las finanzas y la política totalitarias o democráticas contemporáneas porque toda la política y toda la economía se han internacionalizado. Y si, por un lado, las grandes narraciones históricas no han perdido su vigencia, por otro lado, deben ser consideradas como capaces de hacernos comprender períodos más breves. Se trata de la suma y superposición de lo cotidiano en la sublimación del presente presionado por la contracción del futuro. Así como las tácticas y estrategias de supervivencia se funden en la vida inmediata, las tácticas y estrategias políticas tienden a unificarse, en cada momento de disputa, a lo largo de la vida común.

Los partidos libertarios, demócratas y socialistas no hablan de ello y parece que no intentan pensar en ello, al menos valorar si realmente hay un cambio gigante en la forma de ver la política y de sentir las personas que navegan en ella. el viernes negro de la vida. Parece que siguen esperando las “grandes rebajas” de los grandes días de la Historia, como un momento concentrado donde se producirán cambios y revoluciones que, dicho sea de paso, ya han llegado por el lado contrario.

Ni siquiera en el neoliberalismo clásico hubo tal abdicación de los instrumentos de regulación del mercado, como está ocurriendo en nuestro país en estos momentos. Suficiente
Recuérdese que Chile -aún bajo un régimen dictatorial de radical liberalización económica- no renunció al monopolio estatal del cobre, que por cierto tenía una cuota especial de recursos transferidos directamente al financiamiento de las Fuerzas Armadas. Fue una decisión política “intervencionista” del Estado, con restricciones al “libre mercado”.

Quienes conocen el debate entre Popper y Hayek saben que ambos -liberales en distinto grado y moderados en comparación con Paulo Guedes- defendían la necesidad de regulaciones estatales para garantizar la “libertad de mercado”, lo que implicaba, por parte de ambos, el reconocimiento de cierto “matrimonio auspicioso entre la economía y la política”.

La visión dominante en el liberalismo, sin embargo, que ya corteja a la dictadura para eliminar los obstáculos del Estado Social (que desplaza los ingresos “de arriba hacia abajo”) ya está formulada de otra manera: la política, las elecciones libres, el disenso democrático obstaculiza la creatividad empresarial y la libre empresa. . Esta es la lógica que defienden quienes tienen una visión instrumental de la democracia y la consideran un método de toma de decisiones inadecuado para la convivencia política, cuando se trata de promover intereses empresariales inmediatos.

Dice un típico empresario de Rio Grande do Sul, admirador del presidente demócrata Bolsonaro: “el [Estado brasileño es] intervencionista, burocrático, con un costo superior al que la sociedad puede soportar y gobernado por el patrimonialismo clientelista populista de las “próximas elecciones”. Este contexto desincentiva la generación de empleo, la competitividad sistémica y el crecimiento económico necesario para la inserción en la economía globalizada” (W. Lídio Nunes, Cero horas, edición del 27.11.2019). No pasa por tu mente lúcida que el Estado Social de Derecho se configuró -históricamente- para proteger un poco a quienes tienen “dificultades para vivir”, y no sólo servir a quienes tienen “dificultades para emprender”.

István Mézáros en su ya clásico Además de la capital (Boitempo, 2002, p. 29), dice que “el gran error de las sociedades poscapitalistas –como designaba a la URSS– fue el hecho de que intentaron “compensar” la determinación estructural del sistema que heredaron imponiendo, sobre elementos adversarios, de una estructura de mando extremadamente centralizada en un estado político autoritario”. En él, la política desapareció como movimiento libre de la sociedad civil.

Lo que Mészáros busca aclarar es que el intento de “revocar” las leyes del mercado a través de la fuerza de la burocracia estatal –sin considerar las consecuencias sociales y políticas de cada Plan centralizado– desechó la experiencia soviética. La “eliminación de las personificaciones capitalistas privadas del capital – continúa – no fue (…) suficiente, como primer paso”, para dar eficiencia al nuevo sistema y dar un papel saludable a los burócratas, en la transición al socialismo”.

Quienes rechazan las elecciones democráticas porque tienen influencia política en el mercado, simplemente proponen reemplazar a los burócratas estatales totales con la autoridad suprema de los burócratas corporativos que aman el mercado perfecto: el neoliberalismo. top model, hoy en su versión ultra radical.

La crítica de Mészáros la había hecho explícita, años antes, León Trotsky. En su crítica de principios contra el régimen burocrático estalinista, el comandante del Ejército Rojo y defensor de la militarización de los sindicatos, defendió la necesidad de “combinar plan, mercado y democracia soviética”, durante el período que denominó “período de transición”. , Plan, por tanto, ligado al mercado y la democracia, significaría para Trotsky la integración de la política con la economía, para que esta última no quedara atada a los cálculos de la burocracia, que cuidaría -en el régimen estalinista posterior a la Segunda Guerra Mundial – principalmente de las condiciones para la reproducción de su propio poder.

En Brasil

Estas cuestiones sobre el mercado, que tienen que ver con el socialismo y la socialdemocracia, además de la democracia política, son suficientes para provocar algunas reflexiones sobre lo que estamos viviendo en Brasil. Es un país en el que el neoliberalismo -aceptado y difundido con la socialdemocracia en distintos grados- ha sido sustituido por el ultraliberalismo, que busca separar -formal y materialmente- la economía de la política.

Este ultraliberalismo, que ahora extingue la primacía de la política democrática en la gestión estatal, ¿puede ser derrotado por la concepción neoliberal, ya “civilizada” por la socialdemocracia?

Todo indica lo contrario, como se desprende de los propios efectos de las reformas ultraliberales, que crean su propia base social y amortiguan cualquier resistencia de masas a sus planes reformistas. Las reformas obligan a una gran masa de trabajadores a vivir sólo en el presente, sin perspectivas de protección social. Son grupos humanos que se creen “dueños de su propio olfato” y cuyo incierto futuro sólo se concretará a medio o largo plazo.

Se trata entonces de formular otra pregunta, cuya respuesta puede ser conformista o provocar una estrategia política innovadora, para oponerse a una situación inédita en América Latina. ¿Qué hacer, si las fuerzas del ultraliberalismo -extinguiendo el pacto del Estado Social- delegan el discurso político directamente al mercado financiero, al margen de los partidos? El mercado, ocupando el territorio de la política, con sus permisos o prohibiciones de lo que puede o no puede en la democracia capitalista.

Pregunto por qué el juego político ya no es el mismo del neoliberalismo thatcheriano clásico. Habló a través de los partidos tradicionales y presentó abiertamente sus proyectos, pero actualmente el ultraliberalismo predominante prescinde de la mediación democrática. Esto es reemplazado, completamente, por la institución fantasmal llamada mercado. Esto subsume a la política, construyendo nuevos valores de convivencia, ajenos a las necesidades cotidianas de una comunidad gobernada democráticamente: no hay democracia en el mercado, pues sólo tienen voto los que tienen poder adquisitivo.

La pregunta que sigue es más dramática y su respuesta puede dar pie a una estrategia innovadora: lo que estamos viendo es un detalle de la crisis de la democracia liberal-representativa o es la antesala de un nuevo tipo de fascismo –al mismo tiempo” social” y paraestatal – donde el nuevo Líder político es la voz del mercado en los medios oligopólicos?

 Me parece que esta cuestión es decisiva para que entendamos lo que está pasando en Brasil, como una experiencia original -nueva y radical- sobre la que los partidos de izquierda no han hecho reflexiones más certeras, ya sea en sus congresos o a través de la manifestación educativa de sus núcleos líderes.

Cuando el Presidente se niega a hablar de economía –“porque eso le toca a Guedes” y completa diciendo que no entiende del tema–, en realidad dice mucho más que eso. Dice, por ejemplo, que las decisiones económicas ya no pasan por la política, por lo tanto, no pasan por elecciones, partidos, programas y pluralidad de miradas sobre el tema: la política sólo existe aislada en la dimensión simbólica del fascismo –en los gestos y en el habla–. presidencial- y la economía, que orienta la sobrevivencia cotidiana de las personas, se expresa en las reformas ajustadas por la técnica ultraliberal. Estos, mientras sofocan la política, diluyen la sociedad de clases tradicional.

Brasil vive bajo un pacto firmado entre clases y grupos dominantes para refrendar la separación radical entre economía y política. Guedes, sin embargo –responsable de la economía– no es un neoliberal en el sentido clásico y “thatcheriano” del término, sino un ultraliberal. Como tal, busca extinguir cualquier institución reguladora del mercado, desinflando así la posibilidad de que la política pueda jugar un papel activo en la construcción de una nación soberana.

Bolsonaro es un intérprete de la sociopatía del fascismo. Fue elegido, por las clases dominantes locales, como un "implementador ultraliberal sin conciencia". Constituye así el complemento simétrico de Guedes, ya que es plenamente consciente de lo que hace. Ambos comparten lo que en Chile se sintetizó en un solo hombre: Pinochet, el asesino de primates que no pasó -como diría el autor del artículo-. Cero horas – “por el tamiz del clientelismo populista en las próximas elecciones”, pero supo poner en armas a quienes resistían sus delirios autoritarios.

* Tarso en ley fue gobernador de Rio Grande do Sul y ministro de Justicia en el gobierno de Lula.

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