De Anaximandro a la COP 27

Imagen: Kendall Esperanzas
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por HENRI ACSELRAD*

El fenómeno del cambio climático como resultado de una desigualdad de poder sobre los recursos del planeta

El filósofo presocrático Anaximandro de Mileto fue, en el siglo VI aC, el primero en establecer una relación entre el orden social y el orden de las cosas, entre el orden político y el orden de lo no humano. La noción de cosmos había surgido, ante él, sólo aplicada al orden del mundo humano, el Estado y la comunidad. Anaximandro proyectó la noción de cosmos fuera del campo social. Esta noción pasó, a partir de entonces, a designar también un ordenamiento del propio universo en su conjunto.

Para el filósofo, el principio de isonomía también debe prevalecer en el universo. Es decir, existiría una conexión jurídica a través de la cual, con el tiempo, las cosas –hoy diríamos, la biosfera– reflejarían, de manera problemática, las injusticias cometidas en el mundo social. ¿Cuál es la naturaleza de estas injusticias? El filósofo se refería a los llamados pleonexia — a saber, el ávido deseo de algunos de tener más cosas de las que deberían tener. La experiencia política – isonómica – del derecho y la ley debe ser el fundamento de la existencia del mundo social, pero también del mundo cósmico.

Esta es la interpretación del pensamiento de Anaximandro que presenta el helenista Werner Jaeger, en su gran síntesis de 1933,[i] mucho antes, por tanto, que el tema del medio ambiente apareciera como un problema público. Impresionante es esta anticipación filosófica secular de la articulación entre el orden cósmico y la noción de justicia: la sugerencia de que el desorden cósmico, es decir, la injusticia en el orden cósmico y la subsiguiente destrucción de las cosas resultaría de la concentración de cosas no humanas en un pocas manos humanas.

Las señales de desorden en el mundo cósmico –como las que registran hoy los repetidos informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático– serían el resultado de la avidez con la que ciertos actores económicos se apropiarían de una parte mayor del planeta que, por justicia, debe caberles. . Esta filosofía puede ayudar a comprender el fenómeno del cambio climático como resultado de una desigualdad de poder sobre los recursos del planeta. Pero también contribuye a entender la política como un espacio de lucha contra las desigualdades sociales y ambientales; sugiere, por otro lado, que las políticas para enfrentar la crisis climática deben incluir el combate a las desigualdades sociales.

Los miembros de la coalición negacionista que llegó al poder en Brasil no leyeron a Anaximandro. Pero demostraron que saben que, para mantener su poder sobre partes del planeta que son más grandes de lo que, en justicia, deben descalificar la esfera política, desmantelar las instituciones de control ambiental y dejar espacio para el ejercicio directo de fuerza sobre los grupos sociales que más sufren los daños ambientales causados ​​por sus negocios: comunidades indígenas, quilombolas y habitantes de las periferias de las ciudades.

Para muchos analistas de políticas públicas, el rol principal de las instituciones ambientales estatales es producir nuevos criterios de acción y nuevos modelos de desarrollo. Más que adoptar nuevas normas técnicas y procedimientos de intervención, les correspondería proponer nuevos marcos de referencia que movilicen a los actores para diferentes representaciones del futuro, por ejemplo, el del capitalismo extractivo generalizado que resultó de las reformas neoliberales.

Los gobiernos de negación, al tiempo que se esfuerzan por interrumpir los procedimientos establecidos de intervención y aplicación de las normas instituidas, buscan deconstruir los marcos de referencia que sirvieron a la “ambientalización” democratizadora de las acciones gubernamentales, desconociendo las implicaciones de la desregulación como factor de agravamiento de las desigualdades ambientales y sociales. irrespeto a la diversidad cultural. En el caso de Brasil, por ejemplo, esto implicó aunar políticas anti-indígenas y anti-ambientales para facilitar el avance territorial acelerado del complejo agro-mineral.

Parte de la literatura especializada en el estudio de los procesos de “ambientalización” de los estados nacionales opta por clasificarlos según la forma en que se acogen en ellos los intereses de la sociedad. Los llamados estados excluyentes seleccionarían unos pocos intereses para acomodar y negarían el acceso a otros, mientras que los llamados estados inclusivos estarían abiertos a intereses más amplios. Estas experiencias de “ambientalización” también se clasifican según tipos pasivos o activos con respecto a las actitudes del Estado hacia los intereses de la sociedad no empresarial: Estados activos tratarían de afectar el contenido y el poder de los grandes grupos de interés, abriendo espacio para la sociedad no empresarial. empresarial, mientras que los estados pasivos no tenderían ni a promover ni a impedir la acción de la sociedad civil no empresarial sobre el estado.

Esta literatura no podría dedicar suficiente atención a los más recientes procesos de gestión de las máquinas públicas para promover un retroceso en las regulaciones ambientales, una neutralización de las agencias de protección ambiental y, más aún, una radicalización de lo que sería un proceso al mismo tiempo. tiempo activo y excluyente respecto a las perspectivas de la sociedad civil no empresarial, en su diversidad de percepciones sobre el tema ambiental.

La comprensión de lo que se entiende por problemas ambientales es producto de las representaciones a partir de las cuales se entienden los procesos de cambio socioecológico. Estos procesos pueden verse como un desafío institucional manejable o, alternativamente, como que requieren cambios estructurales. A estas dos estrategias de comprensión, sin embargo, convendría agregar una tercera, la que descalifica a los sujetos que definen el medio ambiente como un problema público.

Si una parte de la elaboración de políticas se constituye definiendo el tipo de problema que deben enfrentar las instituciones y para el cual se buscarán soluciones, la acción política misma puede, paradójicamente, construirse como un problema. Si las políticas no solo se construyen para resolver problemas, sino que los problemas también se construyen para crear políticas, podemos decir que, para el negacionismo ambiental, las políticas y regulaciones preexistentes son el problema en sí mismas.

La libertad que tienen las grandes corporaciones para producir desigualdad es una causa importante del mantenimiento del modelo depredador de desarrollo. Esto porque mientras sea posible asignar los riesgos y daños a los más pobres y no blancos, nada tenderá a cambiar en el modelo de desarrollo y seguirá avanzando la frontera de la agroindustria y la minería, deforestando y amenazando a los pequeños productores rurales, pueblos indígenas y comunidades tradicionales. Nada tenderá a cambiar tampoco desde el punto de vista de los proyectos urbanos y la ubicación de infraestructuras que dejen de atender y penalicen a los habitantes de las periferias urbanas.

Es decir, la depredación ambiental tenderá a continuar mientras quienes sufren sus efectos sean los menos representados en las esferas de poder, ya sean poblaciones víctimas de fenómenos meteorológicos extremos, o aquellas cuyas tierras sean ocupadas por agentes del acaparamiento de tierras y la deforestación. El filósofo Walter Benjamin advirtió[ii]: es necesario tirar del freno de emergencia de la locomotora del progreso técnico para evitar que el mundo sea conducido a una posible catástrofe. Pero, ¿quién detendrá este tren si los que tienen el poder de frenar logran escapar del daño que ellos mismos hacen?

Para los antiambientalistas del capital agrominero, los “rebaños de la ilegalidad”, “un buen ambiente es un ambiente degradado”. Esto porque el ambiente a degradar es el ambiente de los pobres de la periferia, de los pequeños productores rurales, de los pueblos indígenas y quilombolas. La pregunta a debatir hoy es: ¿cómo hacer políticas ambientales que combatan la desigualdad y alimenten un proceso de reconstitución de la esfera política? ¿Cómo vincular el montaje de políticas ambientales al montaje de una política democrática?

Si la desigualdad ambiental es lo que permite que el capitalismo extractivo se expanda sin freno, en Brasil y en el mundo, la lucha contra esa desigualdad –así lo sugiere la filosofía presocrática de Anaximandro– es la forma de detener la trayectoria de la locomotora del progreso hacia un posible colapso. Ciertamente no será suficiente para tirar del freno y reducir la velocidad. Será necesario cambiar la dirección del tren de desarrollo.

*Henri Acselrad es profesor del Instituto de Investigación y Planificación Urbana y Regional de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (IPPUR/UFRJ).

Notas


[i] werner jager, Paideia – los ideales de la cultura griega. Fondo de Cultura Económica, México – Buenos Aires, 1957, p.113.

[ii] En un texto de 1928, la metáfora de Benjamin es la de la necesidad de cortar la mecha del desarrollo tecnológico cuya chispa puede alcanzar la dinamita. Walter Benjamín, calle de un solo sentido, Obras Escogidas II, Ed. Brasiliense, 1987, pág. 45-46. Es en 1940 cuando, como destaca Michel Lowy, Benjamin habla de la necesidad de un freno de emergencia en la locomotora del progreso, Gesammelte Schriften, Berlín, Suhrkamp, ​​​​1977, I, 3, p. 1232, apud M. Lowy, La revolución es el freno de emergencia – Ensayos sobre Walter Benjamin, ed. Autonomía Literaria, São Paulo, 2019. Pág. 145.

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