Cuba y la Revolución Socialista

Imagen: Leonie Fahjen
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por FERNANDES FLORESTAN*

La experiencia revolucionaria cubana no ocurrió por casualidad.

Para muchos es un enigma que la Revolución, que dividiría la historia de América, haya tenido lugar en Cuba. ¿Por qué Cuba? Podríamos seguir adelante, desdeñando este debate en última instancia ingenuo. Proceder así sería ignorar, sin embargo, que la Revolución Cubana trasciende a Cuba y al Caribe: sitúa a las Américas en el circuito mismo de formación, difusión y expansión de un nuevo tipo de civilización. Representa, para toda América, la conquista de un nivel histórico-cultural que parecía nebuloso o improbable y, para América Latina, en particular, la evidencia de que existen alternativas socialistas para la construcción de una nueva sociedad en el Nuevo Mundo. Retomar aquí el tema implica, sin duda, un desvío. No tiene nada de malo aceptarlo, siempre y cuando se tenga presente que tal discusión es preliminar (no explica la Revolución Cubana). No debemos, bajo ningún concepto, atar a Cuba a los que quedan atrás y lo más importante hay que saberlo desde Cuba ya través de Cuba. Por lo tanto, esta discusión tiene dos temas. Primero, sin pretender llevar el análisis demasiado lejos o profundizar, ¿cómo entender el “salto revolucionario” cubano? En segundo lugar, ¿cómo se constituye y evoluciona (en algunos aspectos esenciales para entender el presente) la situación revolucionaria que conduciría al socialismo? Verás, tenemos que escapar del europecentrismo y de la contaminación cultural norteamericana. Las naciones capitalistas industrializadas y “avanzadas” bloquean el avance del socialismo: ¿vía democrática, que impide la revolución, o vía revolucionaria, que lleva a la democracia socialista? Ese es el dilema y la experiencia cubana nos lleva a la esencia de este cuestionamiento.

No se podría hablar de un elemento diferencial decisivo. Sin embargo, conjeturas o presunciones comparativas permiten señalar que el contenido del nacionalismo cubano y las peculiaridades de la revolución nacional en Cuba permiten comprender y, en cierta medida, explicar el mencionado salto. Este es un buen ángulo de observación y análisis, porque tanto el nacionalismo como el clímax de la revolución nacional deben pensarse a la luz de la interacción entre las estructuras cambiantes y la historia de la sociedad global, involucrando también factores psicológicos y políticos que operan en continuidad. y profundidad Una consecuencia, que es necesario mencionar: desde esta perspectiva, la Revolución Cubana se representa en estricto apego a las identificaciones ideológicas y polarizaciones utópicas del movimiento castrista, tal como fue perfilado en el momento de su estructuración y desencadenamiento.

Ya se ha señalado que la frustración de la emancipación nacional sólo reformuló, profundizó y transfirió las funciones históricas disgregadoras y constructivas de la revolución nacional. Uno de los efectos más importantes de este proceso aparece en el tipo de nacionalismo que se forma en Cuba, sobre una evolución secular. En otros países, los sentimientos e ideas nacionalistas se desgajaron de la idea de Nación, ya que lo que se definía como “nación” era una proyección “liberal” de los intereses y valores conservadores de las clases privilegiadas (que, en de hecho, no realizaron un movimiento nacional y se limitaron a crear un Estado oligárquico, reemplazando a la Corona y al gobierno colonial). Todo ello antecedió a la aparición de burguesías más o menos consolidadas y, por tanto, estuvo muy lejos de las funciones que representaba el nacionalismo, en el desarrollo capitalista, como factor de unificación política y hegemonía de las clases sociales. En Cuba, ni siquiera los rudimentos de esta transformación se dieron históricamente y el nacionalismo quedó confinado a los sectores más radicales de los diversos estratos sociales de la población. No surgió de la dominación económica, social y política de los estratos conservadores, a menudo aliados con controles externos y la propia represión antinacionalista, sino de la confluencia de varias fuerzas sociales divergentes, comprometidas con la liberación nacional, en la lucha contra el dominio colonial y español. dominación. o en las luchas contra el imperialismo y la dominación de EE.UU. Si bien los intelectuales tuvieron un enorme papel en la formulación política de los diversos proyectos nacionalistas sucesivos, no fueron más que portavoces (y, en ocasiones, líderes) de profundos, sufridos y exaltados sentimientos e ideas nacionalistas, compartidos verticalmente por los sectores movilizados. militancia nacionalista. Así, hay un desarrollo del nacionalismo de abajo hacia arriba, bajo una constante fermentación política radical-nacional, que oscila en los momentos de mayor tensión económica, social y política. Además, todos los conflictos, primero entre estamentos y luego entre clases, debían pasar por el tamiz de este nacionalismo militante y su alta fermentación política. Fue paralizado o neutralizado por el orden social colonial y, durante poco más de medio siglo, por el orden social neocolonial. Ello no impidió que creciera, madurara y terminara expresando un tramo vertical de una sociedad lanzada con toda su fuerza en la aspiración de convertirse en una Nación libre, independiente, dueña de su destino histórico y de su soberanía política. En suma, un nacionalismo puro, de “apóstoles” (recuérdese la representación normal y el culto a José Martí), que se rebeló contra la capitulación negociada de las capas dominantes de la burguesía y contra la injerencia sistemática del imperialismo. En las décadas de 1930 y 1950, este nacionalismo reaparecería en un clímax histórico, luchando ferozmente contra estos dos polos simultáneos, en un clima político susceptible de elevar al máximo su eficacia ideológica y utópica. Dada la penetración imperialista de la dominación burguesa, la compulsión contra el orden neocolonial abarca tanto componentes radical-burgueses, que podrían contener la revolución nacional bajo el capitalismo, como componentes estrictamente anticapitalistas, que tenderían a hundir la revolución nacional. En la lucha contra Batista, estos dos componentes se fusionaron y se activaron mutuamente. Tras el éxito del Ejército Rebelde, los segundos componentes prevalecieron y crecieron rápidamente, mostrando el verdadero rostro revolucionario del nacionalismo cubano. Ningún país en toda América logró desarrollar un nacionalismo de este tipo que pudiera estar ligado ya sea a una victoria burguesa, con la integración nacional que de ella pudiera resultar, o a una victoria de las masas y del proletariado, con la consiguiente la liberación y la transición al socialismo.

La revolución nacional, como proceso histórico y como transformación política, contiene dos peculiaridades centrales en el caso cubano. Una diferencia se relaciona con distintos elementos típicos vinculados a la alteración del contexto sociohistórico (algo inevitable: no sólo se pasa del siglo XIX al siglo XX; la conexión entre capitalismo, contención de la descolonización y una dominación externa que se vuelve imperialista particulariza medio siglo de evolución socio-histórica). Otra diferencia se relaciona específicamente con el contenido de clase (y no solo el contenido social) de la revolución nacional en Cuba. Irrumpe y vence tarde, pero no tarde: en el curso de una transformación profunda de la sociedad cubana, tendría que reflejar y dar predominio a las fuerzas sociales revolucionarias del siglo XX (y no a las que hubieran podido ser revolucionarias durante la “guerra de los 1895s”). años” o la “revolución de XNUMX”).

La regla en América Latina (no en los Estados Unidos, sino también en Canadá) es que las revoluciones “nacionales” victoriosas fueron dirigidas y detenidas por los estamentos privilegiados dominantes. De hecho, la revolución nacional significó, como punto de partida, una nativización de los controles económicos, sociales y políticos –incluyendo el nivel de poder político-estatal: surgió un Estado despótico, menos “nacional” que el estamento, oligárquico, esclavista (en muchos casos) y antipopular (su órbita democrática era restringida y sólo plenamente efectiva para los grupos que se autoreconocían como Pueblo y Nación, en nombre de los cuales se pronunciaban para defender intereses particularistas y ultraparticularistas, todos extrañamente antinacionales). o extranacional). Retrasándose, la revolución nacional en Cuba escapó de este nefasto circuito. La tutela conservadora y reaccionaria impidió o detuvo la desintegración del orden colonial e impuso un orden neocolonial que hizo inviable la idea y realidad de Nación. Sin embargo, cuando el caudal de la revolución nacional llegó a un punto de ebullición irreductible e indestructible, en las luchas contra la dictadura de Machado, es decir, a partir de la década de 1930, esta tutela no pudo imponerse. Se había fragmentado, privando a las clases burguesas de una posición estratégica en el control político y policial-militar del movimiento nacionalista. Todo esto se agravaría luego, en la medida en que el antiimperialismo y el antagonismo provocado por la dictadura batistiana convirtieron a la revolución nacional en una auténtica cruzada (en lo que podría llamarse una revolución de los pueblos, de todas las clases, contra el orden social vigente ꟷ, basado en la unificación en los intereses y valores sociales comunes a todas las clases). La idea de Nación se encarna, por tanto, en este contexto histórico-social como una concreción que debe servir tanto a las clases poseedoras y sus estratos dominantes, como a las clases trabajadoras y los estratos más humildes.

Esta diferencia en el contexto histórico-social corresponde naturalmente a una diferencia en el contenido de clase de la revolución nacional. En las condiciones particulares de la lucha contra el imperialismo y las dictaduras de Machado o Batista, la tendencia a privilegiar los intereses y valores sociales comunes fue moderada y burguesa. Esta tendencia estaba reñida con las fuerzas sociales ultranacionalistas (de “derecha” e “izquierda”, en términos relativos pensando en el ultranacionalismo de los colonos; y el nacionalismo libertario inherente al movimiento estudiantil, el sindicalismo o el socialismo de las clases trabajadoras ). Lo que es más importante, también estaba siendo desplazada por la tendencia alternativa, porque el centro mismo de gravedad de la revolución nacional se había desplazado gradualmente de la parte superior a la inferior de la sociedad. El nacionalismo militante extremo, puritano y revolucionario había caído en manos de la juventud radical, de ciertas capas de las clases medias y de la pequeña burguesía y, sobre todo, del proletariado rural y urbano. Si ya era impracticable contener la revolución nacional dentro del orden (¿cómo conciliarla con el orden social neocolonial?), este desplazamiento del centro de gravedad presuponía que los límites de la revolución contra el orden surgirían de la práctica política y militar. lucha (no del nacionalismo, en sí mismo, ni de las ideologías y utopías de las clases en pugna). Por ello, en la medida en que la correlación de fuerzas decida que lo que debe prevalecer son los intereses y valores de las masas populares (es decir, de las clases trabajadoras), la revolución nacional avanzará hacia la correspondencia, estructural y dinámicamente, , a su nuevo eje gravitacional. Este impulso se debió a la necesidad de erradicar el neocolonialismo a todos los niveles (el de la dominación imperialista y el de las clases burguesas cubanas). Sin embargo, al ir tan lejos y tan profundo, desliga la revolución nacional del “idealismo burgués”, del liberalismo, de la democracia constitucional y representativa. Y revierte la tendencia predominante del siglo XIX: el contenido de clase de la revolución nacional vendría de abajo hacia arriba, es decir, de las masas populares, de los humildes y explotadores, de los sectores organizados de las clases trabajadoras.

En consecuencia, la revolución nacional deja de ser una revolución puramente política (construyendo un aparato de dominación estatal “soberano”, nacional e “independiente”). Se desvincula – esto luego de que la guerrilla compartiera el poder con sectores radicales de la burguesía – según ritmos crecientes y acelerados, de la impregnación burguesa de defensa y consolidación de un ansiado orden social competitivo. La experiencia histórica con el orden social competitivo había sido catastrófica: había llevado a Cuba al impasse económico, social y político que se concretó dramáticamente en la década de 1950 y que tan vivamente denunció Fidel Castro. Para que la burguesía pueda imponer una revolución contra el orden a través del capitalismo, necesitaría preservar sus posiciones estratégicas de dominación de clase. La plebe no tenía vínculos fundamentales con el orden social competitivo y la aceleración de la revolución nacional la llevó a conquistar una nueva composición, que se traduciría en la hegemonía de la clase obrera. Por primera vez en la historia de América Latina una revolución nacional no logró disociar el elemento nacional del elemento democrático, y cuando triunfó, la idea de Nación arrastró consigo la construcción de un orden social completamente nuevo y socialista. .

Es arriesgado intentar una interpretación sociológica global de la Revolución cubana. No porque esté demasiado cerca. Sino porque la investigación sociológica de la sociedad neocolonial es aún insuficiente. Existe, además, el inconveniente de que algunas de las mejores descripciones e interpretaciones han absorbido demasiados modelos o supuestos del desarrollo capitalista autónomo, lo que sitúa la perspectiva de interpretación que suscribo, más rigurosa en cuanto a la especificidad de lo concreto. situación, bajo sospecha de parcialidad. A pesar de todo -desde esta perspectiva y teniendo en cuenta el final de este período, que va desde la década de 1930 hasta el primer año de la década de 1960- me gustaría, buscando “la unidad en lo diverso”, hacer un balance sobre la superposición, los desajustes e interpenetración de alteraciones estructurales (aquí descritas en términos del paso del orden social neocolonial a un nuevo orden social competitivo, que estaba en proceso, pero terminó por desmoronarse) y de transformaciones históricas (enfocadas aquí en términos del desempeño de personalidades, grupos y corrientes políticas, que cambiaron el rumbo de ese proceso y crearon una alternativa imprevista para el desenlace de las luchas contra la tiranía, el imperialismo y por la autonomía nacional). Sin duda, las alteraciones estructurales también son Historia (historia profunda y de largo plazo); y las transformaciones históricas, cuando afectan el comportamiento colectivo y el “destino” de una sociedad nacional, son también estructurales (las estructuras en surgimiento y formación, que, en el caso cubano, revelan un desplazamiento por la “revolución dentro de la revolución” : el salto del capitalismo al socialismo). La importancia de mantener las distinciones aparece en el nivel de consideración del objeto – el grado de conciencia racional u objetiva que alcanzan los individuos, grupos o clases sociales en conflicto de los procesos en curso; y, adicionalmente, a nivel de interpretación. Si no acudimos al nivel más profundo, paradójicamente, seremos incapaces de comprender la situación revolucionaria que se formó dentro del orden social neocolonial y sirvió como una especie de escalera mecánica de la verdadera revolución, que se incubó en los hechos y en la conciencia social, pero que sólo se manifestó plenamente a partir de los avances históricos ocurridos hasta la constitución del gobierno de Urrutia y su caída.

Una cosa podría decirse: la forma de producción capitalista, con su patrón de composición de la población y la relativa expansión del régimen de clase y sus requisitos políticos, había ido demasiado lejos para encajar en el marco del orden social y neocolonial. Esto, luego de las crisis de los años veinte y treinta y, principalmente, la recuperación de los niveles alcanzados por las fuerzas productivas, se había convertido en una verdadera camisa de fuerza para el desarrollo capitalista. Todo el alboroto causado por la “desorganización” de la economía o el “caos” de la sociedad debe verse desde esta perspectiva. Las fuerzas económicas, sociales y políticas no encontraron formas de expresión y regulación – lo que K. Mannheim lo formuló como disciplinante y estructurante; si bien el capitalismo lo preservó, las fuerzas emergentes reclamaron el espacio nacional que les fue privado (es decir, el orden neocolonial bloqueó dichas fuerzas, impidiendo el surgimiento espontáneo y natural de un orden social competitivo lo suficientemente diferenciado, integrado y dinámico para responder a “las demandas de la situación”). Por tanto, la vitalidad de estas fuerzas -ya en las condiciones que marcaron la caída de la dictadura de Machado- subraya algo evidente: tanto a nivel de la burguesía como a nivel de la clase obrera se establecieron irremediables contradicciones (que irían agudizándose cada vez más). ) con el modelo neocolonial de desarrollo capitalista. Este se había agotado y en la medida en que se perpetuó, por la presión imperialista, por la resistencia al cambio de las clases privilegiadas o por la reproducción estática del orden (una fuerza de “inercia” muy fuerte en situaciones neocoloniales prolongadas o permanentes) creó una especie de del hiato histórico (la vigencia ineficaz del orden neocolonial, que se suponía iba a desaparecer, pero sobrevivió en contraste con la necesidad de un orden social más complejo, parcialmente presente en muchas relaciones de producción y de mercado, pero que no pudo crecer y universalizarse). ). Todo esto daba una falsa impresión de desorden institucionalizado o de caos invencible. Lo que hubo, en efecto, fue una duración extrema y una profundización extrema del desorden transitorio, intrínseco al cambio social progresivo (en el lenguaje de muchos autores, el llamado “cambio estructural”). Ninguna sociedad puede soportar esta situación sin fuertes convulsiones internas y una apariencia de “catástrofe final”. Un orden social demasiado débil para controlar las crisis económicas, la anomia social y la violencia política, tan rico en artificios para explotarlas todas y, por tanto, agravarlas normalmente, cuando se desintegró las expuso a un ciclo paroxístico. Mi invitación, por tanto, es a repensar el dilema de la transición del orden social neocolonial al orden social competitivo. No fue solo el centro imperialista el que “frenó el carro”. Las clases burguesas no tenían forma de cambiar de marcha, primero, y de despegar, después; la camisa de fuerza del orden social neocolonial los estorbaba, mientras el conjunto de la sociedad era sacudido de arriba abajo por las fuerzas nacidas de su crecimiento económico, demográfico y cultural. En consecuencia, el surgimiento del orden social competitivo encontró obstáculos donde debería haber encontrado estímulos y las clases dominantes -internas y externas- comenzaron a actuar contra sí mismas y sus situaciones de intereses, pensando que defendían el “desarrollo capitalista”. En definitiva, hay una situación revolucionaria explosiva plenamente configurada. Una situación revolucionaria que no necesitaría empeorar si pudiera resolverse mediante una revolución dentro del orden (es decir, como una transformación capitalista dentro de la transformación capitalista, mediante la absorción de las estructuras y funciones coloniales por el elemento dinámico nacional). Esa historia estaba fuera del alcance en Cuba (aunque se ha repetido en tantos lugares).

La situación revolucionaria señalada ya estaba presente, con todos los elementos estructurales y dinámicos que la hicieron cíclica, durante el derrocamiento de Machado y en los posteriores intentos de reconstrucción, que fracasaron de manera compleja. Ahí está el recorrido histórico del crecimiento latente de esta situación, hasta su clímax y desenlace en la década de 1950. Lo que nos debe interesar aquí son los aspectos vinculados a las relaciones y conflictos de clase, que nos permiten comprender, por un lado, por qué la la transición del orden social neocolonial al orden social competitivo era imposible y, por otro lado, porque la propia situación revolucionaria fue conducida a la solución del estancamiento por medio de la guerra civil. Desde una perspectiva histórica extrema y superficial, toda esta evolución puede ser ignorada. La lucha contra Batista toma protagonismo y aparece como consecuencia la derrota del imperialismo. Sin embargo, si se profundiza en las contradicciones que labraron (o movieron) esa situación revolucionaria, se descubre: (1) que su razón de ser no fue la “impotencia de la burguesía”, sino la inviabilidad, en las condiciones cubanas, de el orden social neocolonial y la imposibilidad de lograr dentro de él, una transformación capitalista del capitalismo existente; (2) que los procesos históricos desplazarían rápidamente el eje gravitatorio de esta situación revolucionaria desde la inviable transformación capitalista hacia la construcción de un orden social que rompiera en todos los puntos con el pasado y con el presente, convirtiendo la liberación nacional, el antiimperialismo y la revolución democrática como eje vertebrador del nacimiento de nuevas formas sociales de producción, organización de la sociedad y ordenamiento del Estado. Al activarse, en definitiva, la descolonización rompió con lo que se había convertido en una camisa de fuerza capitalista e imprimió en la situación revolucionaria los ritmos y objetivos de las revoluciones proletarias del siglo XX.

Para aclarar este panorama global, es necesario considerar algunos aspectos centrales de las relaciones y conflictos de clase. Por un lado, cómo estas relaciones y conflictos se reflejaron en la composición y funcionamiento de la dominación burguesa. Por otro lado, cómo y por qué la oposición al orden neocolonial alcanzó proporciones de revolución social, a pesar de las inconsistencias y debilidades del régimen de clases (y tal vez por eso mismo, ya que si se consolidara más, las soluciones contra el orden existente encontraría otros caminos), obstáculos y dificultades, incluso a nivel de vinculación de las masas populares y de las clases trabajadoras con diversas formas conocidas de aburguesamiento).

En el plano de la dominación burguesa operaban tres elementos contradictorios. Primero, el elemento hegemónico, intrínseco a los intereses estadounidenses y al imperialismo. A pesar de las divergencias sectoriales ya pesar de ciertos cambios en el control económico, con el surgimiento de nuevas áreas de inversión y producción industrial, el imperialismo contuvo el impulso norteamericano de modernizar Cuba dentro de límites neocoloniales. Se hicieron concesiones, como la extinción de la Enmienda Platt (en 1934) o las recomposiciones surgidas en el negocio azucarero. Pero el esquema de injerencia sistemática y universal se mantuvo intacto, tanto en el plano económico, como en el cultural y político. Por tanto, este poderoso polo, por su decisiva importancia en la entrada de capitales, la transferencia de tecnología y los flujos de crecimiento capitalista, constituyó el factor dinamizador del impasse, ya que fue el que impidió, de hecho, el colapso del orden social neocolonial y al que asfixió. el potencial de expansión del orden social competitivo en Cuba (que requería una “revolución dentro del orden” temida y bloqueada, sobre todo, desde fuera). A diferencia de España, Estados Unidos no cedió terreno y mantuvo su posición de poder de manera decidida (e incluso con miopía política evidente). Segundo, los intereses capitalistas “locales” (o internos) que, alegóricamente, podría decirse que están involucrados en la cubanización del desarrollo capitalista. Este polo ostentaba un poder económico y social considerable, ya que englobaba varios tipos de empresas (entre las que se encontraban dos sectores relativamente activos, como el con licencia comprometidos con la recuperación de los ingenios y los pobladores). Sufría, sin embargo, de una doble parálisis. Por un lado, estaba dividido sobre el imperialismo y sobre el calibre revolucionario del movimiento nacionalista. Por otro lado, no contó con una base material y social lo suficientemente fuerte como para extinguir la cosecha de gobiernos dictatoriales y corruptos propios de la agonía de la República intervenida. En la hipótesis de un largo período de estabilidad económica, social y política, podría avanzar desde adentro, logrando la paulatina cubanización del desarrollo capitalista (comandando el crecimiento del orden social competitivo). Se creó así un círculo vicioso: este polo necesitaba del desarrollo capitalista para reforzar su posición y, de hecho, su mayor autonomía relativa constituía un requisito previo para la cubanización del desarrollo capitalista. El estancamiento económico y la inestabilidad social cortan este camino de raíz, desplazando la órbita del movimiento nacionalista fuera del campo de las “fuerzas del orden”. Este polo no fue neutralizado, sino que perdió poder real y solo contribuyó activamente a la desestabilización del régimen actual a través de algunos de sus sectores más radicales y nacionalistas. Careció de lo que podría describirse como un “movimiento de bloque”, lo que resultó en la pérdida de la oportunidad histórica que se abría, aunque débilmente, a la burguesía cubana. Tercero, toda la masa de intereses capitalistas cubanos, repartidos en los diversos sectores de la economía y la sociedad, que oscilaban entre un fuerte sesgo proimperialista y un repliegue autoprotector. Este fue el polo más odiado por los revolucionarios, cualquiera que sea su identificación ideológica o su fervor nacionalista. En ella primó la corrupción sin misterios, el oportunismo reaccionario, la indiferencia ante la situación de calamidad nacional en Cuba, el conservadurismo ciego, etc. Sin embargo, como resultado de la gravitación pasiva, también contaban en ella los de espíritu capitalista débil o apático (tenían tan poca confianza en una posible cubanización del desarrollo capitalista que prefirieron bloquear casi 500 millones de dólares, entre inversiones en Estados Unidos y acaparamiento). . Podían ver “con simpatía” las radiaciones del nacionalismo y la causa de la democracia, pero omitieron y reforzaron indirectamente lo que quedaba de la burguesía compradora.

Este panorama general indica dos cosas. La dominación burguesa se rompió en términos estructurales. El imperialismo no era sólo una “cuestión política”. Definía la orientación de la dominación burguesa y constituía su centro de gravedad, no desde afuera, sino desde adentro, desde donde bloqueaba la iniciativa de las clases poseedoras, principalmente a nivel de sus estratos dominantes. Por lo tanto, la liquidación de la statu quo se hizo imposible y el desarrollo capitalista fue magnetizado a las condiciones neocoloniales, que necesitaban ser superadas y destruidas por las clases burguesas. El orden social, que había dejado de responder a las exigencias de la coyuntura histórica, se preservó en detrimento de Cuba en su conjunto y en detrimento de sectores de la burguesía cubana que podrían liderar una instrumentación más acelerada de la cubanización del desarrollo capitalista. Además, la dominación burguesa también se dividió en función de las situaciones de intereses y valores de las propias clases burguesas cubanas. No tuvo ni unidad ni firmeza y eficacia – lo que quitó a las clases poseedoras y sus estratos dominantes la posibilidad de verse convertidas en un núcleo dinámico de desintegración del orden social neocolonial y aceleración del crecimiento interno del orden social competitivo. Este proceso se desarrolló y aceleró, por tanto, por encima y en contra de lo que la burguesía nacional pudiera desear o preferir. Había una oportunidad histórica concreta (incluso en cuanto a la autodefensa y las “exigencias de la coyuntura”, ya que desde el derrocamiento de la dictadura de Machado, la inestabilidad política había comenzado a socavar las bases económicas del dominio de clase de la burguesía). Esta oportunidad, sin embargo, no pudo ser aprovechada por la burguesía, lo que plantea, no la cuestión de la “impotencia de la burguesía cubana”, sino la de saber: ¿para qué clases o sectores de clases se presentó esa oportunidad histórica? Las clases burguesas deben liberarse y oponerse violentamente a las condiciones neocoloniales del desarrollo capitalista, al frente de una revolución política contra el orden existente. Sin darse cuenta de esta transformación, siguieron siendo las clases burguesas las que construyeron y mantuvieron el neocolonialismo con sus propias manos. ¿Cómo podrían surgir y actuar como clases revolucionarias? Desde este ángulo, ni siquiera Estados Unidos avanzó en brindarle a la burguesía cubana espacio económico y político para realizar una revolución dentro del orden, a través de la cual el orden social competitivo pudiera salir de la hibernación. Ni siquiera las clases burguesas en Cuba tenían las condiciones y los medios para volverse revolucionarios al nivel de profundidad que se impuso espontáneamente, que les exigió “arriesgarlo todo” a cambio de algo que parecía una utopía o un “sueño”. Lo esencial, por tanto, no es cuán dividida estaba internamente la burguesía cubana, sino el hecho de que prefería la contemporización como técnica.

En el plano de la oposición hubo una fragmentación histórico-social y política simétrica. Los elementos que salieron de las clases poseedoras -de sus estratos altos, medios y bajos- se encontraron divididos por intereses, valores y opciones ideológicas y políticas. En estos sectores, el patriotismo radical de los colonos, por ejemplo, lo único que tenía en común con el nacionalismo de las corrientes socialistas o ultrarradicales era el ímpetu independentista del antiimperialismo. Lo que querían los colonos era una especie de purificación del orden, como los campeones más extremos de la consolidación del orden social competitivo (en fin, querían todas las ventajas del desarrollo capitalista, sin la presencia asfixiante y los obstáculos de los norteamericanos). Las corrientes socialistas y ultrarradicales trajeron, a través de la juventud universitaria, la intelectualidad o la izquierda católica, el aliento más profundo y puro de las utopías nacionalistas. Sin embargo, sus conmovedores sacrificios no los sacaron de un desesperado aislamiento relativo, que los condujo a la rebeldía moral y al extremismo, cada vez más divorciados de la situación revolucionaria de la que salían y de su propia condición burguesa. A su vez, los movimientos de masas estaban vinculados a las clases trabajadoras y extraían su dinámica de los procesos estructurales más profundos, a través de los cuales las huelgas, la lucha por la libertad, la democracia y las condiciones de trabajo, etc. los hizo activos en la ruptura del orden social neocolonial y la expansión simultánea del orden social competitivo. Respondieron a una postura nacionalista y antiimperialista, pero no les proporcionó una ética revolucionaria. Sus banderas estaban en reclamos estratégicos que exigían la presencia de una burguesía fuerte y que, en ausencia de una revolución dentro del orden, obligaba a las clases trabajadoras y sus objetivos históricos a moverse cada vez más hacia la izquierda. Sin embargo, tendrían que ser el alfa y el omega de cualquier solución, capitalista o anticapitalista, y sus demandas aceleraron la desintegración del orden existente e hicieron oscilar las fuerzas que actuaban dentro de la situación revolucionaria, aumentando su inestabilidad y labilidad.

Este esbozo deja claro que la dificultad de una evolución decisiva también existió en el ámbito radical de los sectores burgueses y en el núcleo más organizado y activo de las clases trabajadoras. Debe notarse que el “inmovilismo” de la burguesía no procedió de la falta de acción. Pero la incapacidad de romper de frente y de una vez por todas con el orden social neocolonial. Pues lo mismo terminaría ocurriendo en la oposición, en la que el exceso de acción dispersiva fragmentó y debilitó la lucha contra el orden vigente. La oposición era un consorcio: al hacerse políticamente activa tendía a provocar lo contrario de lo que pretendía, es decir, contribuía a fortalecer la reproducción estática de ese orden. El gobierno dictatorial y los intereses norteamericanos, cubanos más o menos favorables al neocolonialismo, ganaron mayor espacio histórico para actuar reaccionaria o contrarrevolucionariamente, en nombre de la defensa de las costumbres, el orden o la propiedad y el derecho. Sin embargo, las divisiones que florecieron no fueron paralizantes. A diferencia de la dominación burguesa, la oposición contra la dictadura y el imperialismo pudo aprovechar la oportunidad histórica, aunque la pregunta era cómo y en qué medida. Sin un mínimo de unificación política, este avance sería imposible y, hasta donde sabemos, las contradicciones históricas no se resuelven automáticamente.

Este impasse se rompió gracias a tres elementos. Primero, el constante agravamiento espontáneo de la situación revolucionaria (quienes persisten en desconocer este componente, por ser intrínsecamente capitalista y subestimado, no comprenden que la guerrilla no creó “otras Cubas” porque no estaba en sus manos engendrar la situación misma en la que se encontraban) se convertiría en operativo revolucionario). La agravación nació de varios focos diferentes. Las más importantes fueron las presiones radicales de abajo hacia arriba de los trabajadores y el descontento popular generalizado. La situación de intereses y valores de las clases trabajadoras (al contrario de lo que ocurría con los de la burguesía), en ese período histórico, tendía a la unificación y a las tácticas de presión en todos los frentes. Para las clases trabajadoras, la dominación burguesa era dominación de clase. No importaba quién en la burguesía estaba de qué lado, y la interferencia imperialista solo agravó la exasperación existente e hizo más vulnerable a la burguesía en su conjunto. Cuando el elemento imperialista penetró en el conflicto de clases, para el sector obrero más organizado y fuerte lo que se puso en tela de juicio fue el componente hegemónico de la dominación burguesa. Por lo tanto, es de abajo hacia arriba, de las clases trabajadoras y de la población pobre, de donde proviene la principal fuerza disgregadora del orden, el solvente invisible y el factor básico del deterioro del poder real de la burguesía y sus gobiernos. Las demandas fueron planteadas y respondidas con tenacidad y creciente violencia, obligando a la burguesía a retroceder y mostrar su incapacidad para realizar la necesaria transformación capitalista del capitalismo, sin avanzar en la misma dirección que las clases trabajadoras y la población pobre. En consecuencia, es esta presión anónima pero masiva y en constante crecimiento la que cambia la calidad de la situación revolucionaria y la hace salir del marco del capitalismo y la acción de clase de la burguesía. Eventualmente, la cuestión de derrocar el orden existente se convirtió en una cuestión política de naturaleza militar. El orden neocolonial ya estaba prácticamente destruido y se mantuvo durante mucho tiempo. máquina de coacción, que necesitaba ser desafiado y derrotado. Lo esencial, en este contexto, no es cómo se supuso el “reemplazo generacional” en los años 1930 y en las luchas contra la dictadura de Machado. Sino el ímpetu específicamente revolucionario de las fuerzas que sufrieron las consecuencias más destructivas e inhumanas del orden social neocolonial. La expansión del régimen de clases estuvo ligada a la expansión del capitalismo, que en Cuba sólo podía darse a través de un nuevo modelo de desarrollo capitalista. Si esto no fuera posible, las luchas de clases tendrían que moverse rápidamente a otro terreno y redefinirse según un nuevo eje histórico, en el que las clases trabajadoras y la masa pobre de la población aparecieran como portadores del poder revolucionario real.

El segundo elemento es lo que funcionó, durante varias décadas, como el “polvorín” de la sociedad cubana. No sólo las generaciones más jóvenes, su idealismo nacionalista y radicalismo político, sino el desarraigo deliberado y desesperado de jóvenes que repudiaban todo un estilo de vida y poder que conocían por dentro. Muchos frenarían la ruptura dentro de la situación revolucionaria que se configuró como “Cuba para los cubanos”. Otros saltaron justo fuera de estos límites y vieron que el antiimperialismo exigía, como algo inevitable, el anticapitalismo: uno no podía dar un salto histórico sin el otro y, por tanto, era imperativo ir directo a la concepción libertaria y socialista de liberación nacional. Ahora bien, una generación que se había aislado de su clase y de su ideología de clase había terminado siendo libre para hacer una cosa u otra. Lo fundamental: en el caso de Cuba, este proceso es visible desde las luchas de los años treinta. Sin embargo, a medida que se completa la ruptura del orden social neocolonial y las clases trabajadoras pasan de la revolución dentro del orden a la revolución contra el orden, la socialización política del joven radical sufre una transmutación. Capta esa potencialidad aún en estado larvario y avanza a través de ella. En consecuencia, el joven radical será un protagonista ejemplar: será el sismógrafo de los sucesivos cambios en la situación revolucionaria y el vocero de las clases y estratos de clases específicamente revolucionarios de la sociedad cubana. En un principio, este avance se produce en un vacío histórico. Aparentemente, las clases trabajadoras y los “humildes” no respondieron del mismo modo. Sin embargo, como fenómeno histórico, esta impregnación es ciertamente crucial. El idealismo nacionalista y el antiimperialismo se proyectan hacia abajo y en un segundo plano, pasando a primer plano refundidos en cuanto a las exigencias económicas, sociales y políticas de una revolución de toda la sociedad cubana. En otras palabras, el desarraigo había dejado de existir para dar paso a una conciencia revolucionaria objetiva e intransigente, dispuesta a llegar hasta donde fuera posible para convertir a Cuba en una sociedad nacional, dentro del capitalismo o contra él. Entonces el vacío histórico se disipó. El éxito militar de los jóvenes rebeldes, a partir de fines de 1957, dejó abierto el campo político para el estallido de fuerzas revolucionarias reprimidas en los confines de la sociedad cubana. Las clases trabajadoras y los humildes fueron desplazados a la condición de retaguardia movilizada y militante. Se llega entonces al clímax de la socialización política producida y la conciencia revolucionaria del joven rebelde traduce no sólo las demandas de la “revolución nacional” y la “lucha antiimperialista”, sino la conciencia de la propia clase obrera, que emerge como la clase revolucionaria. , y su poder real, el poder popular. Para comprender cuánto alteró el sector rebelde de la joven generación la calidad de la situación revolucionaria preexistente, es necesario remontarse a 1959, año en que también se determina el sentido de las relaciones entre clase, generación y revolución en Cuba. completamente desvelado. La “revolución dentro del orden” se evapora para siempre.

El tercer elemento es la guerra de guerrillas, el ingrediente mediante el cual se desmanteló el castillo de naipes y las ilusiones. Surgió en una etapa avanzada de la descomposición de la sociedad neocolonial, cuando ya era políticamente claro que la “revolución dentro del orden” no era más que una buena intención y que la realidad era la sobrevivencia permanente del neocolonialismo. Por lo tanto, no aparece como un hágase . Se adhiere a esa situación revolucionaria como necesidad política y como último recurso para hacer evidente su derrumbe. También por ello, es el brazo armado de un movimiento político (el Movimiento 26 de Julio), que fue su vínculo con todas las clases y con la efervescencia política revolucionaria de la sociedad cubana. Las guerrillas crecieron más de lo que sería necesario para contener la rebelión a nivel burgués. Sin embargo, la Revolución cubana tuvo un nivel histórico propio: no se detendría antes de la descolonización final y total. Esto es lo que le dio a la guerrilla ya las guerrillas un cuerpo político denso. Terminaron concentrando y representando esta necesidad histórica, a través de la cual su antiimperialismo se liberó de la tutela burguesa y su nacionalismo se unió al ímpetu revolucionario de las clases trabajadoras y los “humildes”. En un principio, sólo por su posibilidad de existencia, atestiguaba el grado de profundidad de la situación revolucionaria que imperaba en Cuba. La dictadura no pudo impedir ni su implantación ni su transformación en Ejército Rebelde: lo que significaba tanto que el orden neocolonial agonizaba como que las fuerzas burguesas habían perdido toda posibilidad de contener la revolución nacional “dentro del orden”. Poco después, apenas se consolidó militar y políticamente, la guerrilla desplazó el eje de equilibrio del orden, pasándolo de la minoría a la mayoría y emergiendo, ella misma, como artífice y mediadora del poder popular. Por tanto, ella y su victoria desataron el verdadero componente revolucionario de la Revolución Cubana. Al crear un espacio histórico de manifestación y afirmación de las clases trabajadoras y la población pobre, llevó al límite la situación revolucionaria y sentó las bases políticas para su superación por el socialismo.

Esta foto es muy resumida. Sin embargo, revela que la Revolución cubana no ocurrió por casualidad. Ya se ha destacado la “impotencia de la burguesía” y el papel revolucionario de los Jóvenes Rebeldes. Sin embargo, la paralización de Estados Unidos, víctima de un mal hábito, no es secundaria. Se limitaron a intervenir y colaborar a través del gobierno designado (¡justo en el momento en que la República intervenida llegaba a su derrumbe definitivo!). Y, en particular, no es secundaria la situación revolucionaria, que surgió de un orden social neocolonial en crisis, desintegración y al borde del colapso, y creció contra el orden gracias a la capacidad organizativa y de protesta de las clases trabajadoras y las masas populares en cuba Finalmente, sin su compromiso con la liberación de la clase obrera, el significado político de la guerra de guerrillas sería mucho menor. Hubo un almacenamiento o acumulación secular de fuerzas sociales en la sociedad cubana. La Revolución es el producto de todas estas fuerzas, que no han desaparecido a lo largo de la historia. Se concentraron y estallaron a mediados del siglo XX, señalando que a través de Cuba las Américas participan de revoluciones abiertas al futuro.

*Florestán Fernández (1920-1995) fue profesor emérito de la FFLCH-USP, profesor de la PUC-SP y diputado federal por el PT. Autor, entre otros libros, de La revolución burguesa en Brasil (Contracorriente).

Publicado originalmente en la revista Encuentros con la Civilización Brasileña 18, en diciembre de 1979.

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