por HORÁCIO GONZÁLES
Consideraciones sobre el libro de Gabriel Cohn
En algún momento dimos nuestras primeras clases y, descansando en las que estamos dando ahora, esas nos parecen sutilmente irresponsables comparadas con las últimas, sólidamente trabajadas. Cómo nos gustaría recuperar el espíritu estremecido que acompañaba las citas vacilantes de aquellos tiempos iniciáticos. Cuando pienso en Gabriel Cohn, me vienen a la mente imágenes de un maestro que siempre está comenzando. La primera clase es la que aún no se ha dado. El uso de la ironía es lo que explica por qué todo parece suceder en un futuro no realizado.
Una vez, en una tarde difusa, al final de un curso de posgrado, caminábamos hacia el estacionamiento y Gabriel Cohn me señaló, a la salida de la USP, un grafiti en la pared. Debe tener alguna antigüedad. "Asamblea de Miércoles". ¿Qué le llamó la atención? Probablemente en algún momento la frase habría significado algo. Pero ahora significaba cada momento, para ewig. Todos los miércoles, como en el invento de morel, podría anunciar una asamblea fantasmal cíclica que, en su condición axiomática, anularía el tiempo y las asambleas mismas.
Tal vez sea posible decir que ningún enunciado corresponde a un acto vivo que le pertenezca enteramente. Quizás hay una sobreabundancia de declaraciones frente a la escasez de acciones vividas. Cada cosa dicha quisiera estar en consonancia con un trozo de vida que le encaje en su plenitud. Pero la imposibilidad de que eso sea así, el desencuentro entre la frase y los hechos, motiva un descubrimiento: la realidad se fisura entre un enunciado que pierde su raíz vital y la posibilidad de que cada uno de los enunciados sea una estructura permanente de la temporalidad humana. Pero, ¿estamos en condiciones de permitirnos este descubrimiento?
Para Gabriel Cohn, sólo podemos expresar la realidad del lenguaje a través de la ironía, es decir, a través de un sutil recordatorio del desencuentro entre las palabras y su materialización en el tiempo. ¿Fue Max Weber un pensador irónico? Nos gustaría creer que sí. La paradoja de las consecuencias es una forma de ironía. Todo estudiante de sociología recorre estos párrafos weberianos. La acción siempre nos desplaza, produce en nosotros la sensación de ser inalcanzables o afortunados. En esencia, sin embargo, nos desplaza, nos incomoda, nos abruma frente a lo que podemos recibir a cambio de nuestros movimientos. Puedo decir que pasé por ese momento weberiano que revistió nuestro existencialismo sociológico con cierto rigor de universidad neokantiana. Ese momento lo viví bajo la mirada de Gabriel Cohn.
Antes no sabía mucho sobre el linaje sociológico de Gabriel Cohn y no sé si ahora lo sé mejor. Primero estudió petróleo y comunicaciones, y luego el mundo de los tenues valores del “realista desencantado”. Siendo extranjero, me costaba imaginar este itinerario personal y el escenario trágico que había sido la Universidad de São Paulo antes de la existencia del campus aparte de la ciudad. Entre otras cuestiones, estaba la calle María Antonia.
Hubo un tiempo en que iba allí todos los días, pero mis esfuerzos no lograban intuir qué había significado lo que ahora era un Tribunal de Cuentas o una Fiscalía – muchos años después, el artista alemán Horst Hoheisel me mostró cómo obtener pequeños vestigios de las ocupaciones pasadas de la antigua y de las edificaciones en general. Era una forma de pensar en Gabriel Cohn y tantos de sus colegas y, lateralmente, en mí mismo. Son los pequeños sacrilegios que hacemos para poder pensar en las formas más esquivas del pasado.
Ahora, el trabajo de Gabriel Cohn logró para mí este mismo compromiso con un tema esquivo y etéreo. Pensar, pensar en ello, es una forma secular muy modesta de sacrilegio. Guardo un claro extracto de la obra de Gabriel Cohn: el momento en que, improvisando una pantomima, Chaplin salvó a Theodor Adorno de una acción fallida: el intento de estrechar la mano de un manco. Otro sacrilegio. Este es un buen retrato de la forma en que Gabriel Cohn –escogió esta anécdota como guía irónica para esbozar sus lecturas adornianas– abordó el tema de la acción.
Como un conjunto de tensiones de la razón a las que siguen, como sombras, pantomimas, gestos amputados, imitaciones, burlas del ser que exigen una sutileza superior para comprenderlas. La acción real, con su carga de novedad, su renovado peso histórico y liberada de lastre, tal vez debería partir de la comprensión de las huellas embalsamadas de la vida –“asamblea de miércoles”, modo involuntario de hacer que la vida reciba la lección fosilizada del lenguaje– para luego trazar el camino para desbloquearlos, para que estén nuevamente al servicio de la vida.
Creí entender esto cuando asistí a una conferencia de Gabriel Cohn sobre el modales, en la Facultad de Ciencias Sociales de Buenos Aires – sede del Parque Centenario, una vieja fábrica abandonada, no exactamente nuestra “María Antonia” que, en realidad, era el número 400 de la calle Viamonte, un edificio histórico abandonado de la Facultad de Filosofía y Letras. A juicio de Gabriel, esto significaría la emancipación de la acción desde su emplazamiento en la educación, en el ser social, en los rituales del lenguaje, en las figuras de la razón, en fin, en las estructuras que la sociología quiere ver en la permanencia de la historia. .
Creo que, para Gabriel, la ironía es la única manera de liberar el peso que hunde el modales en ontología social. Así que tendríamos que hacer la asamblea este miércoles! Tenemos que salvar los ensamblajes. Por tanto, esta delicadísima reflexión de salvar la acción originaria como mito iniciático del lazo social puede no ser comprendida por las modalidades políticas más ritualistas, que no consideran el tema gabrieliano por excelencia. El tema es la paradoja de la acción, ya que se trata de cuestionar si existiría un valor precioso último, el modales, para ser protegidos por el movimiento general de cambios en una sociedad, ya sea que se perciban como revolucionarios o no. Nada de esto es ajeno a las conferencias de Max Weber en Munich en 1919.
El pensamiento de Gabriel Cohn sobre Ma Weber parte precisamente del juicio que debe establecerse sobre un valor último a preservar, sobre el “último hombre” en términos de valores. Crítica y resignación, síntesis perfecta de su interpretación, propone la gran cifra para entrar en el mundo de los valores. No como lo haría el conservador o el miedoso, sino como alguien que ve los valores siempre móviles y fundantes, pero que plantea una cuestión trascendente al movimiento social, sin la cual estos movimientos no son dignos de ese nombre. ¿Es posible salvar algo? ¿Vale la pena? El autor de una pregunta de esta naturaleza sabe que puede ser visto como un aguafiestas de la ciudad vertiginosa y lineal. Y está dispuesto a no ser comprendido, haciendo de la resignación un valor chapliniano, revolucionario.
Trae consigo, en efecto, un principio revolucionario, el de la pregunta crítica y también resignada –una conjunción milenaria– sobre qué vale la pena preservar de la fragilidad de la vida. No se trata de un conservacionismo conservador, al contrario, profundamente transformador, ya que, en principio, transforma a quien hace la pregunta en un ser dispuesto a aceptar el arrepentimiento de la vida para cambiarla. La ironía es esta aceptación: consiste en actuar con optimismo en medio del pesimismo. Asamblea de miércoles. Persiste el pichação, que ya ha perdido su vitalidad.
Reencontrarlo es la pasión de tantos que, como Gabriel Cohn, leen en la gran sociología clásica la recóndita tarea de buscar la mímesis de la acción perdida en un conjunto de enunciados disponibles en los muros de la ciudad contemporánea. En estas paredes siempre estamos dando nuestra primera clase.
*Horacio González. (1944-2021) fue profesor de la Universidad de Buenos Aires y director de la Biblioteca Nacional de Argentina. Autor, entre otros libros, de que son los intelectuales (Brasileño).
Traducción: Alexandre de Oliveira Torres Carrasco e Marfil Lessa.
referencia
Gabriel Cohn. Crítica y resignación. São Paulo, WMF Martins Fontes, 3ra. Edición, 2023.
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