por LUIZ MARQUÉS*
La crisis permanente en la que nos encontramos es una forma de gobernar
No Diccionario del pensamiento social del siglo XX, editado por William Outhwaite y Tom Bottomore, editado en Oxford y traducido tres años después al portugués (1996), hay una entrada sobre “crisis”. Dice: “en cada crisis, los involucrados se enfrentan a la cuestión hamletiana, ser o no ser”. En griego, la palabra krisis No distingue entre crisis y crítica. El doble sentido al describir un callejón sin salida se mantuvo en el campo de la política. La unión de significados remite el estallido del dilema al juicio de una situación crítica. No hay crisis sin un discurso de crisis.
“El diagnóstico de crisis representa una fuerte posición explicativa. No apunta a una 'filosofía de la historia', sino que construye hipotéticamente una historia capaz de funcionar como justificación de acciones políticas para quienes viven la crisis”. En este sentido, expone la agonía de una totalidad histórica que exige una opción sobre lo deseable y lo no deseable. Queda algo muy desafiante en las elecciones, por lo que traen configuraciones innovadoras que nunca se han probado en la vida real.
El concepto que expresa la crisis de la sociedad capitalista fue formulado por Karl Marx, a partir del constructo de “contradicción” entre clases sociales – burguesía vs proletariado – que no puede resolver la ecuación en un sistema cerrado. La bipolaridad dialéctica atraviesa, a la vez, las individualidades con protagonismo en la lucha de clases. La leyenda sobre Creonte y Antígona tradujo los grandes conflictos de la antigüedad. El, ejerciendo la libertad en circunstancias concretas, dentro de los límites de la ley. Ella, al personalizar el absurdo sin medir las consecuencias de los actos. Sobre la frecuencia del sonar de zombies, es el reclamo de los terroristas del 6 de enero (1921) en Washington o del 8 de enero (2023) en Brasilia. Añádase a esto la relación contradictoria entre sociedad y naturaleza. En un crescendo, las tensiones conducen a un teatro trágico y al paroxismo que pone en riesgo la supervivencia humana.
La utopía de la distopía
Desde las décadas de 1970 y 1980, la población mundial vive bajo la explicación legitimadora de una crisis; no lo transitorio, sino lo duradero. Han pasado más de cuarenta años, prácticamente dos generaciones en las que –antes de que menciones a mamá– los bebés aprendieron desde pequeños a conocer y temer al lobo feroz, la crisis. La aterradora designación se ha convertido en sinónimo de contención de los activos sociales, erosión de la infraestructura y desindustrialización.
La caída de la producción hizo inútil la disposición de productos. Así como la dependencia externa hacía innecesaria la promoción de las universidades y la investigación científica y tecnológica. Volviendo al destino de un almacén comercial para potencias extranjeras, la exportación de . la agricultura parecía suficiente para las “élites” mestizas y la reducción de salarios a los funcionarios se convirtió en la regla seguida por los líderes de la dilación voluntaria.
Se inhibieron las contribuciones públicas a las obras para impulsar el crecimiento económico sostenible. Con el mantra del equilibrio fiscal, se disfrazó un relato ideológico de “decisión técnica”, solo para impedir la reproducción del modelo de Estado de Bienestar Social que floreció en la Europa de la posguerra. Así, el Estado tenía la condición de exigir industria privada y proveer salarios indirectos, con el fin de maximizar el consumo de los trabajadores en su conjunto. El capital transfirió las ganancias en la productividad laboral a los salarios, en línea con el viejo libro de jugadas del fordismo, para estabilizar el sistema. Por otro lado, los sindicatos aceptaron el marco del capitalismo, con miras a incorporar nuevos consumidores al paraíso de las mercancías.
Para darte una idea, el New Deal (1933-1937) para reformar la convulsa economía norteamericana y ayudar a los millones de náufragos de la Gran Depresión, que deambulaban inmersos en la miseria resultante del cataclismo financiero de 1929, no saldría a la luz bajo la tenaz vigilancia de los diez mandamientos del paradigmático Consenso de Washington (1989). La biblia de la prédica neoliberal contemporánea abrazada por el Banco Central (Bacen), entre nosotros, no llegaría a la boya de rescate. “La economía neoclásica (ortodoxa) se ha convertido en un sistema hermético, que prohíbe al ojo revelar perspectivas más allá de un horizonte estrecho”, señala el profesor de la Universidad Libre de Berlín, Elmar Altvater, en El fin del capitalismo como lo conocemos.
Franklin Roosevelt consideró que “dos personas inventaron el New Deal, el Presidente de los Estados Unidos y el Presidente de Brasil, Getúlio Vargas”. La fundamentación teórica vino con el ícono de la macroeconomía, Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936) de John Maynard Keynes. Fernando Henrique Cardoso quiso tirar a la basura la “herencia maldita”, abriendo la puerta de la inserción subalterna e indigna del país a la globalización del neoliberalismo. Le tocó a Luiz Inácio Lula da Silva retomar y aplicar la propuesta de Nuevo Acuerdo en los primeros mandatos (2003-2010). Por el momento, sin embargo, la Administración 3.0 se encuentra con una resistencia retrógrada. Congreso impone trabas al Marco Fiscal para frenar el “gasto público”, en sentido estricto, inversiones del Estado.
Este es el secreto bajo llave de la hegemonía depredadora de las finanzas. Lástima que los medios no reivindiquen la libertad de expresión para denunciar los intereses rentistas y las privatizaciones realizadas en el último cuatrienio. Según Eduardo Moreira, “los medios no cubren las privatizaciones, hacen la propaganda”; incluso en casos indefendibles y escabrosos como Eletrobras. Parafraseando al ex banquero, la película se repite ante la astucia de los rentistas, en la versión del “periodismo económico”.
El término crisis siempre ha ocultado una deliberación política, detrás del léxico tecnocrático de pseudoautoridades formadas en la tradición de chicos de chicago. Regada por el miedo, la crisis imita a un fantasma para dirigir la ejecución de medidas excepcionales. Medidas que encarnan el Estado de excepción, sin ningún compromiso formal ni material con la Constitución de 1988. El alivio del sufrimiento anterior se sublima en el sufrimiento posterior, a través de una legislación que acomoda la habitus de sufrimiento La utopía de la distopía es legalizar la infelicidad pública. La estratagema crea la falsa creencia de que las instituciones republicanas se mantienen dentro del ámbito de la normalidad, a pesar de los altibajos.
la manija del estafador
“Lo que no tiene precedentes, en el contexto histórico actual, es que la crisis se presenta explícitamente como continua y no oculta positividad en relación a los intereses neoliberales. Lo nuevo ya llegó, lo que no quiere decir que hayan desaparecido todos los restos del Estado constitucional. La permanencia de algunos institutos y prácticas conduce a la ilusión que ablanda a quienes creen estar en el marco del Estado democrático de derecho. Eso que llaman 'crisis' es, de hecho, una forma de gobernar”, subraya el juez de la Corte de Justicia de Río de Janeiro, Rubens RR Casara, en estado posdemocrático. Se entiende el éxito de la literatura de autoayuda en el contexto de la pobreza con un desamparo general, amplio e irrestricto que reza: ayúdate y no esperes nada del aparato estatal.
Las políticas de austeridad, el desempleo premeditado, la precariedad laboral, la aprobación de la ley de tercerización, la interrupción del proyecto de vivienda para ciudadanos de bajos recursos, el abandono de las escuelas públicas, la reforma de la educación secundaria y la falta de guiños a un futuro seguro son parte de la financiarización en curso de manejo de personas y cosas. Esta era la lógica de acusación, y es ahora la lógica de las tasas de interés más altas del planeta, alimentada por el prejuicio del Banco Central contra la patria. Volver al neocolonialismo no es un accidente. El chantaje del Parlamento sobre el Poder Ejecutivo no se daría si no hubiera un proceso de degeneración de la democracia.
A este fin contribuyó el ataque al principio del derecho moderno, la presunción de inocencia. Lava Jato restauró el medievalismo haciendo sospechar, per se, merecedor de castigo independientemente de la evidencia – “donde hay humo, hay fuego”. Sumado a los ataques al pilar de la democracia moderna, la equidad electoral. Escenarios que culminaron con la convocatoria de embajadores extranjeros a una sesión de denuncias contra la confiabilidad de las urnas electrónicas, en el conteo de votos. El expresidente alentó a los golpe de estado, en caso de perder el caso. “Fueron años de barriles, de la insistencia casi ininterrumpida con la que Jair Bolsonaro giraba la manivela golpista, con palabras y gestos”, recuerda Fernando de Barros e Silva (Piauí, mayo de 2023). La inhabilitación del Supremo Tribunal Federal (STF), del Tribunal Superior Electoral (TSE) y el pluralismo político coronaron la desgracia.
En el trasfondo de la posdemocracia se encuentran los entresijos de la mercantilización de todo y de todos, la sociedad del espectáculo, el totalitarismo de la mercancía, el hiperindividualismo, la fusión del poder político y económico; corto y grueso, el retroceso civilizatorio de la “posmodernidad”. La preocupación del gobierno se reduce al mantenimiento del (des)orden social, con vigilancia armada de las poblaciones no deseadas en las afueras. Las masacres conforman la eugenesia sociorracial.
El aparente funcionamiento de las instituciones no impidió el desplazamiento de las decisiones a la arena de las megacorporaciones. Basta con prestar atención a los vectores de la gobernabilidad de ultraderecha, a favor de la racionalidad neoliberal. Para Pierre Dardot y Christian Laval, en La nueva razón del mundo, siguiendo los pasos de los estudios sobre la nacimiento de la biopolítica (1978-1979), de Michel Foucault – los criterios de rendimiento y rentabilidad invadieron la subjetividad de los sujetos, y las oficinas de Psi.
Las promesas incumplidas del régimen liberal derribaron las puertas al auge de la demagogia neofascista, que corrompió la democracia desde sus instituciones. Véase la conducta del primer ministro Viktor Orbán (Hungría) y los presidentes Andrzej Duda (Polonia), Tayyip Erdogan (Turquía), Donald Trump (EEUU) y Jair Bolsonaro (Brasil), para no alargar la lista.
La advertencia de Gramsci
Los estados posdemocráticos desarrollaron políticas para controlar la vida (biopoder) e, igualmente, la muerte (necropoder). No es de extrañar, en la apertura del ensayo sobre necropolítica, Achille Mbembe afirma que “ser soberano es ejercer control sobre la mortalidad y definir la vida como la implantación y manifestación del poder”. Los brasileños vivieron esta experiencia en la pandemia del coronavirus. El negativismo se manifestó con aires oficiales de orgullo, retrasó meses la compra de vacunas e imprimió una escandalosa campaña antiinmunización, contraria a las recomendaciones sanitarias del Butantan, Fiocruz y la Organización Mundial de la Salud (OMS), en un verdadero genocidio.
El sentimiento antipolítico acompañado del desgaste de la socialdemocracia europea, sometida a las prescripciones de la pensamiento único cuya matriz apesta a la Sociedad de Mont-Pèlerin (Friedrich Hayek, Ludwig von Mises, Milton Friedman), embota la sensibilidad de las masas. En el hemisferio sur, la criminalización de la izquierda por la alianza entre el Poder Judicial y los medios, condensada en la difusión de la lawfare, refleja con tonos de gris las políticas progresistas. Afortunadamente, el PT resiste y cuenta con el 30% de la preferencia del electorado nacional. O no celebraría la victoria en la disputa en la que el sociópata gastó R$ 300 mil millones del Tesoro y perdió. Con el generoso programa del nuevo gobierno, renace también la esperanza del pueblo en la posibilidad de emanciparse de las cadenas.
Lula da Silva lidera un Frente Ampla (policlasista) contra el neofascismo. Sin embargo, la pizarra victoriosa en la percepción de los oprimidos y explotados, que apoyaron masivamente la alternancia, tiene el sesgo de un Frente Popular (uniclasista) frente al poder de la burguesía asociada a la barbarie. La diferencia en el conteo de votos lleva a una valoración exagerada de la adhesión del centro político que, en efecto, resultó en un porcentaje por debajo de lo esperado.
El gobierno camina sobre la cuerda floja al priorizar en las políticas públicas a los sectores socialmente más vulnerables. En la reconstrucción de la nación, es necesario cambiar la correlación de fuerzas para suavizar las concesiones tácticas, en una coyuntura sin movilizaciones callejeras. Aquí se aplica el precepto metodológico de Antonio Gramsci: “Observar bien significa identificar con precisión los elementos fundamentales y permanentes del proceso”. ¡Vamos!
* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.
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