Coronavirus: ¿qué sigue?

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Una vez superada la pandemia, queda por ver qué estados de ánimo marcarán los nuevos tiempos: si la continuidad o la ruptura. Todavía es imposible saber lo que nos quedará a todos

por André Marcio Neves Soares*

Con la pandemia en marcha, e incluso antes, los escritos sobre el futuro de la sociedad global posterior al coronavirus han sido abundantes. Los diferentes matices de pensamientos emergen en un orden errático y, no siempre, con alguna conexión. Filtrar la información que nos llega a diario es una tarea ardua y angustiosa. En este texto intentaré ser objetivo, citando tres ejemplos rápidos y haciendo unas breves consideraciones sobre nuestra realidad histórica.

En los últimos días, el presidente de la República, Jair Bolsonaro, ha tratado de deconstruir la gravedad de la situación en varias ocasiones, la última de las cuales fue en una comparecencia en las redes sociales, cuando calificó a la pandemia como una “gripecita que no derribarlo”. En el extremo opuesto, el presidente francés, Emmanuel Macron, criticó duramente este fin de semana el neoliberalismo y prometió cambios de actitud. Como último ejemplo, el filósofo belga Raoul Vaneigem, socio contemporáneo y militante de Guy Debord, escribió un artículo en el sitio web www.monday.am, la semana pasada, alertando de los peligros de desafiar al coronavirus, tanto desde el aspecto sanitario como político y social, pero también intentando abrir una ventana a cambios significativos en el modo común de la convivencia humana.

Vaneigem no está sola. Innumerables otros ejemplos dan cuenta de un posible parteaguas entre el antes y el después del “bloqueo” capitalista. No estoy de acuerdo. Creo que, más allá de una idea simplista de un parteaguas, la historia demuestra que siempre ha habido una bifurcación en el camino. Me explico mejor: en la división tiene que haber algo previo, concreto o no, práctico o teórico, visible o incluso invisible (como el átomo). En la bifurcación, hay que pensar, elegir un camino futuro. Una solución que no se nos presenta ahora, nunca antes tomada y, por eso mismo, innovadora.

Ahora llegamos al meollo del tema que impulsó mi participación: el futuro pospandemia no es nada nuevo. Las dos opciones que se presentan, en mi opinión, la bifurcación, son las mismas que en todas las demás eras posteriores a la catástrofe a lo largo del caminar humano sobre la tierra. En este sentido, hacer un breve roce contra la corriente de Benjamin ciertamente puede ayudar.

El primer camino es el de la continuidad, es decir, la secuencia (perpetuación) del capitalismo financiero-industrial-mediático que azota a la humanidad desde hace décadas, notablemente intensificado a partir de la década de 1970. La gran pandemia, erróneamente llamada “gripe española”, a pesar de las diversas mezclas ideológicas que existían, el bien común, la solidaridad y la empatía colectiva nunca fueron una opción global. Es cierto que algunos países se beneficiaron del período de bienestar social posterior a la segunda guerra mundial, especialmente Europa. Sin embargo, si tuviéramos que escudriñarlo con lupa, lo que finalmente quedaría sería el interés económico en la reconstrucción material de los espacios devastados, combinado con la urgente necesidad de un rescate mínimo de la psicología social de masas. HORKHEIMER (2015), tal vez previendo, y temiendo, esta continuidad, tras la euforia del derrumbe nazi, ya advertía en su prólogo, en marzo de 1946:

“Al momento de redactar este texto, los pueblos de las naciones democráticas se enfrentan a los problemas de consumar su victoria conquistada por las armas. Deben elaborar y poner en práctica los principios de humanidad en cuyo nombre se hicieron los sacrificios de la guerra. El potencial actual de realización social supera las expectativas de todos los filósofos y estadistas que ya han esbozado en programas utópicos la idea de una sociedad verdaderamente humana. Aún así, hay un sentimiento universal de miedo y desilusión. Las esperanzas de la humanidad parecen estar más lejos de la realización hoy que en los tiempos vacilantes cuando fueron formuladas por primera vez por los humanistas. Parece que mientras el conocimiento técnico amplía el horizonte del pensamiento y la actividad del hombre, su autonomía como individuo, su capacidad para resistir el creciente aparato de manipulación de masas, su poder de imaginación, su juicio independiente se reducen aparentemente. Los avances en los medios técnicos de ilustración van acompañados de un proceso de deshumanización”.

De hecho, los temores de Horkheimer se hicieron realidad. En lugar de utilizar el incremento de la tecnología sólo para la fortuna de la humanidad en general, evitando caer en la trampa del creciente uso del progreso científico para desplazar al ser humano de su propio eje de autonomía significativa, el capitalismo utilizó las crisis sanitarias (entre otras, obviamente, pero no el tema de este artículo) para justificar aún más la presentación del tema (DUFOUR, 2005).

El otro camino es la búsqueda de alternativas que rescaten al ser humano en su totalidad como especie. En este sentido, la descosificación de las personas y de sus voluntades autonomizadas por la engañosa propaganda del placer instantáneo del consumo –sólo valoramos y constituimos “normales” como seres solventes– es fundamental. Efectivamente, ¿no es eso lo que la pandemia nos está mostrando con tanta fuerza?

En efecto, “disfrutar a cualquier precio” (Melman, 2003) forma parte de nuestra vida desde hace décadas, y esta lógica ha ido aumentando en intensidad a medida que las facilidades tecnológicas pasan a formar parte de nuestro día a día. Hubiera sido perfecto si esta nueva religión, es decir, el progreso científico, hubiera estado orientada hacia el bienestar de la humanidad. De ser así, probablemente pandemias como la actual del coronavirus, o incluso pasadas, como la del “Ébola”, “Vaca loca”, Sars-Covid2”, etc., se resolverían más rápidamente mediante vacunas, medicamentos y estructuras adecuadas. . Lamentablemente, gastamos la mayor parte de nuestros recursos en objetos superfluos, urgidos artificialmente en nuestro inconsciente como necesidades ineludibles. Así, para bien o para mal, la mutación cultural que relata Melman (2003) en una entrevista con Jean-Pierre Lebrun quita la gravedad al hombre. En resumen, borra nuestras raíces culturales que alguna vez fueron sagradas, como la familia, la religión tradicional, la comunidad y el “estar juntos”. A cambio nos ofrece la angustia, el individualismo, el consumo fetichista, la transformación del “estar-juntos” al “despreocupación” a todo lo que no sea lo instantáneo.

De ahí esta estupefacción colectiva, traducida en histeria, ante algo presente a lo largo de nuestra historia (pandemia), pero fuera de nuestra mirada como seres enfocados sólo en la satisfacción inmediata. ¿Cómo, todos comenzaron a preguntarse, era esto posible en el siglo XXI? ¿No tendríamos ya los recursos materiales y científicos necesarios para detener un peligro tan grande para la propia humanidad? En el modelo actual la respuesta es no. El apoyo a esta negación se puede encontrar en Jappe (2019), que aclara:

“El triunfo del capitalismo es también su fracaso. El valor no crea una sociedad viable, incluso si es injusto, destruye sus propios cimientos en todos los dominios. En lugar de seguir en la búsqueda de un 'sujeto revolucionario', es necesario ir más allá del [sujeto automático] (Marx) en el que se basa la sociedad mercantil”.

Jappe enfatiza que la transformación de la sociedad de hombres/mujeres/otros géneros en una sociedad superflua, chatarra, traduce el principal problema de la humanidad. Lejos de poder solucionar problemas como la pandemia actual, la sociedad se está devorando a sí misma. En lugar de aprovechar la tecnología para promover su emancipación, la sociedad humana la utiliza para volver a la barbarie.

En este sentido, es interesante notar cómo las narrativas de dos presidentes aparentemente antagónicos, Macron y Bolsonaro, perpetúan este estado de cosas que ha existido durante más de doscientos años, con la evolución de la sociedad capitalista, aunque sean tan dispares en los medios de comunicación.

Bolsonaro habla claro, sin rodeos, sin culpa, una característica demasiado común en personas ignorantes que son útiles al sistema de producción de mercancías. La “gripecita” pasará y volveremos al esplendor del mundo dominado por las máquinas y la creciente virtualización de la vida. El “ser-en-el-mundo” de Heidegger se convierte en el “yo-en-el-mundo”.

Macron, un hombre originario del mercado financiero, le pone “guantes” a las palabras, para que la bofetada estrepitosa en el neoliberalismo sea amigable para los niños. Decir, en un momento como este, que el neoliberalismo ha fracasado como modelo de civilización y que el Estado necesita ser fortalecido, parece una retórica oportunista de comprensión superficial de lo que ha sido el intento, hasta ahora exitoso en la mayoría de los mundo, para aniquilar las potencialidades del Estado en favor de la comunidad. En resumen, es más probable que sea un engaño para hacer más aceptables para el mercado medidas momentáneas de gasto público, destinadas a salvar al país del caos social. Sin duda está siendo seguido por otros.

Finalmente, el artículo de Vaneigem presenta la lucidez y la ingenuidad utópica tan apreciadas por los pensadores posteriores a la década de 1960. Es difícil estar en desacuerdo con él, cuando escribe:

“¡Qué cinismo es atribuir la deplorable insuficiencia de los medios médicos utilizados a la propagación del flagelo! El bien público se ha visto comprometido durante décadas, pagando el sector hospitalario el precio de una política que promueve los intereses económicos en detrimento de la salud de los ciudadanos. Siempre hay más dinero para los bancos y cada vez menos camas y cuidadores para los hospitales. ¿Qué payasadas se esconderán más tiempo que esto? gestión catastrófica del catastrofismo (énfasis añadido) es inherente al capitalismo financiero globalmente dominante y hoy lucha globalmente en nombre de la vida, el planeta y la especie a salvar.”

Sin embargo, señalando el derrumbe del Leviatán y, al mismo tiempo, reprochando la posible falta de audacia y desparpajo de la gente común, sugiriendo que el Estado oligárquico entregará los anillos de poder de configuraciones simbólicas de concesiones, construcciones y realizaciones autónomas en manos de colectivos dispuestos a reinventar el llamado de la vida natural, tal vez sea el resultado de una búsqueda desesperada del gran Sujeto lacaniano, es decir, el Nombre-del-Padre, en plena transición hacia la posmodernidad.

Vaneigem olvida que este “Nombre-del-Padre” ya ha sido reinstituido por el capitalismo desde el final de las grandes guerras: la democracia. No en balde, tras esta unión gemela entre capitalismo y democracia, las guerras mundiales fueron apaciguadas, dejando para la maquinaria bélica de los países dispuestos los conflictos regionales, obviamente estimulados por los principales países beligerantes.

En este sentido, reinventar el binomio capitalismo-democracia es imposible. Tienes que superarlos. El sistema superó la barrera de la irracionalidad mercantil. Les recuerdo a los escépticos que así como el capitalismo es un sistema económico histórico y, por lo tanto, desaparecerá, la democracia es un sistema político de la misma cepa. Vino y se fue, solo para reaparecer con aún mayor fuerza, propagado por su hermano químico. El coronavirus no hace más que sacudir los cimientos de una estructura relativamente nueva por fuera, la citada sociedad capital-sufragio universal, reforzada por el neoliberalismo de las últimas décadas, pero podrida por dentro por ser tan antigua, como lo fue precisamente en el momentos de mayor turbulencia social -allí mismo, en la región de la antigua Grecia, considerada la cuna de la civilización occidental-, que en sí misma se mostró inadecuada, incapaz de satisfacer los deseos de toda la población, precisamente por ser un sistema político que no sirven a todos, excepto a una minoría oligárquica que maneja la coerción al viento de sus estados de ánimo.

Finalmente, una vez superada la pandemia, queda por ver qué estados de ánimo marcarán los nuevos tiempos: la continuidad o la ruptura. Todavía es imposible saber qué nos quedará a todos nosotros, la gente común. Pero si del paraíso bajo los escombros sopla una tormenta llamada progreso LOWY (2005), según Benjamin en su Tesis IX, los motivos para el optimismo son pocos. Aun así, nunca debes rendirte. Es necesario seguir reflexionando y discutiendo qué sentido de IGUALDAD queremos tener en un mundo retroalimentado por la transformación del trabajo abstracto en más capital.   

*André Marcio Neves Soares es estudiante de doctorado en Ciencias Sociales y Ciudadanía en la Universidad Católica del Salvador - UCSAL

REFERENCIAS:

  1. HORKHEIMER, Max. Eclipse de la razón. San Pablo. Editorial UNESP. 2015, págs. 7 y 8;
  2. DUFOUR, Dany-Robert. EL ARTE DE REDUCIR CABEZAS: Sobre la nueva servidumbre en la sociedad ultraliberal. Rio de Janeiro. Compañía Freud. 2005;
  3. MELMAN, Carlos. El hombre sin gravedad: disfrutar a toda costa. Rio de Janeiro. Compañía Freud. 2003;
  4. JAPPE, Anselmo. LA SOCIEDAD AUTOFAGICA – capitalismo, exceso y autodestrucción. Lisboa. Editorial Antígona. 2019, pág. 330;
  5. VANEIGEEM, Raoul. https://lundi.am/Coronavirus-Raoul-Vaneigem;
  6. LOWY, Michael. Walter Benjamin: alerta de incendios. San Pablo. Boitempo. 2005, pág. 87.
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