Coronavirus: trabajo bajo fuego

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por RICARDO ANTÚNES*

Lea un extracto del nuevo libro del sociólogo del trabajo

La trágica imbricación entre el sistema de metabolismo antisocial del capital, la crisis estructural y la explosión del coronavirus o, si queremos usar una síntesis fuerte, el capital pandémico, tiene un claro carácter discriminatorio en relación con las clases sociales, pues es mucho más letal para la humanidad de lo que depende. en su trabajo para sobrevivir. La clase burguesa, incluyendo sus séquitos de altos directivos, tiene sus fuertes instrumentos de defensa (recursos hospitalarios privilegiados, condiciones de vivienda que le permiten elegir las mejores condiciones para realizar sus cuarentenas, etc.), mientras que la clase-que-vive -la- obra lucha por ver quién puede sobrevivir, es decir, sufrir la brutalidad de la pandemia sin materializar la letalidad.

Agravada en la particularidad brasileña, la confluencia entre una economía destruida, un universo societario destrozado y una crisis política inenarrable, nos convierte en un firme candidato al abismo humano, a un verdadero cementerio colectivo. Esto se debe a que estamos viviendo una economía en recesión que se encamina hacia una terrible y profunda depresión. No es difícil comprender que esta tendencia amplifique aún más el proceso de miseria de amplias porciones de la clase trabajadora que ya experimentan formas intensas de explotación laboral, precariedad, subempleo y desempleo, ya que muchos de estos contingentes se encuentran de hecho desprovistos de derechos sociales. derechos en el trabajo.

En ese contexto, la pandemia también avanzó en medio de la expansión de las plataformas y aplicaciones digitales, con una masa creciente que no deja de expandirse y que vive las condiciones que tipifican la llamada uberización del trabajo. Sin otra posibilidad de encontrar trabajo inmediato, los trabajadores buscan “empleos” en Uber, Uber Eats, 99, Cabify, Rappi, Ifood, Amazon, etc. y así tratan de escapar del mayor flagelo, el desempleo. Emigran del desempleo a la uberización, esta nueva forma de servidumbre. Siendo el desempleo una expresión del flagelo total, la uberización parecía ser una alternativa casi “virtuosa”.

La tendencia, visible mucho antes del estallido de la pandemia, era límpida y clara: reducción del trabajo vivo, mediante la sustitución de las actividades tradicionales por herramientas automatizadas y robotizadas bajo mando informacional-digital, haciendo más “residual” el trabajo vivo en las plantas digitalmente más avanzado y empujándolo hacia las llamadas actividades “manuales” o ampliando el monumental excedente del ejército de mano de obra, que no deja de expandirse en esta fase tan destructiva del capital.

Si este proceso no lleva a la extinción completa de la actividad laboral humana (ya que las máquinas no crean valor, sino que lo potencian), ha ido desencadenando un nuevo período de expansión de lo que Marx llamó trabajo muerto (creado a través de la introducción de nueva maquinaria). informacional-digital de la cual el internet de las cosas es un ejemplo), y la consiguiente reducción del trabajo vivo, a través del reemplazo de las actividades humanas por herramientas automatizadas bajo el mando informacional-digital, en esta era de dominio “incuestionable” de las corporaciones globales financiarizadas.

Este procedimiento, de por sí oscuro y tenebroso, se ha ido agudizando en el contexto del coronavirus, que es una de sus tantas criaturas. Dicho de otro modo: la pandemia es el agrupamiento de un sistema letal en relación al trabajo, la naturaleza, la libertad sustantiva entre géneros, razas, etnias, la libertad sexual plena, entre muchas otras dimensiones del ser en busca de la autoemancipación humana y social. .

La desesperación actual del capitalismo globalizado (para no hablar del capitalismo brasileño) reside precisamente en este punto: sin trabajo no hay valorización del capital, imprimiendo su carácter de auténtico parásito. Las presiones, mayores o menores según la intensidad depredadora y depredadora de las burguesías global y nativa, foránea y provinciana, se explican por la desesperación que apunta al retorno de la producción, por el “retorno a la normalidad” en una época de alta letalidad.

Sabemos que el capital ha aprendido a lidiar y enfrentar este dilema que le es vital. Como su sistema metabólico no puede prescindir del trabajo, tiene que empobrecer, dilapidar, corroer y destruir la fuerza de trabajo humana. Es aquí donde las maquinaciones y patrañas de sus altos directivos (hoy llamados CEO, Director General), con sus alquimias, sus léxicos, sus burlas, sus obliteraciones y manipulaciones. La individualización, la invisibilización y la eliminación total de los derechos laborales son parte del sueño dorado del capital, ahora que el mundo digital, en línea, robótico y automatizado puede convivir con el trabajo degradado, vertebrado, desorganizado, aislado, fragmentado y fracturado.

Es por eso que recientemente sugerí la hipótesis de que el capitalismo de plataforma, el impulsado y comandado por las grandes corporaciones globales, tiene algo que se asemeja a la protoforma del capitalismo. En pleno siglo XXI, con algoritmos, inteligencia artificial, internet de las cosas, big data, Industria 4.0, 5G y todo lo demás que tenemos de este arsenal informacional, no falta evidencia de que se están gestando verdaderos laboratorios de experimentación laboral. , con una alta dosis de explotación del trabajo, que se agravan con la extensión del trabajo uberizado a las más diversas actividades, además de la expansión del home office, el teletrabajo y, en el universo educativo, la EAD (Educación a Distancia), para nombrar sólo algunos ejemplos.

Desde el punto de vista empresarial, las ventajas son evidentes: más individualización; relación menos solidaria y colectiva en el espacio de trabajo (donde florece la conciencia de sus condiciones reales); distancia de la organización sindical; tendencia creciente hacia la eliminación de derechos (como ya sabemos en pejotizados y otras formas similares, como el pequeño emprendimiento); fin de la separación entre tiempo de trabajo y tiempo de vida (ya que las metas desastrosas se encuentran interiorizadas en las subjetividades que trabajan); y lo que también es de gran importancia, tendremos más duplicidad y yuxtaposición entre el trabajo productivo y el trabajo reproductivo, con un claro impacto en la intensificación del trabajo femenino, lo que puede incrementar aún más la desigual división socio-sexual y racial del trabajo.

Si esta realidad laboral se extiende como una peste en periodos de “normalidad”, es evidente que en este período viral, el capital viene realizando varios experimentos que apuntan a ampliar, pospandemia, los mecanismos de explotación intensificada y potenciada del trabajo en los más diversos sectores de la economía.

Así, las corporaciones globales presentan la prescripción para salir de la crisis, un verdadero obituario para la clase trabajadora: más flexibilidad, más informalidad, más intermitencia, más tercerización, más oficina en casa, más teletrabajo, más EAD, más algoritmos “comandando” las actividades humanas, con el objetivo de convertir el trabajo en un nuevo apéndice autómata de una nueva máquina digital que, si parece neutral, en realidad está al servicio de los inconfesables designios de la autocracia del capital.

Y todo ello bajo la apretada hegemonía del capital-dinero, del capital financiero, esa verdadera fuente misteriosa que impulsa día tras día, sin descanso y con mucho cansancio, físico y psíquico, corporal y mental, este molino que se mueve sólo para generar más riqueza de apropiación privada, así, si se preservan los elementos estructurantes de este sistema de metabolismo antisocial del capital, tendremos más desempleo y más desigualdad social, y quien tenga la “suerte” de seguir trabajando experimentará un binomio desastroso: mayor explotación y más saqueo. O eso o el paro.

Si así ha sido el capitalismo tóxico, que no puede ofrecer nada que no contemple la destrucción, estamos (102 años después de la “gripe española”) viviendo un capitalismo pandémico o viral, aquel en el que “verdaderos experimentos in corpore vili [experimentos en un cuerpo sin valor], como las que los anatomistas realizan en las ranas”, para recordar el texto de Marx que da epígrafe a nuestro folleto Coronavirus: trabajo bajo fuego. Vale la pena recordar a Iside Gjergji y su sugerente conceptualización del cuerpo-clase (cuando se trata de la tortura y la tortura en la sociedad del capital) [1]. La contaminación masiva y la mayor letalidad de la pandemia tienen una clara dimensión corpórea, el cuerpo de la clase-que-vive-del-trabajo. incluso si tienes

Después de una apariencia policlasista inicial, la pandemia del capital es de hecho mucho más desastrosa cuando afecta al cuerpo-clase de las mujeres trabajadoras blancas, y más intensamente al cuerpo-clase de las trabajadoras negras, indígenas, inmigrantes, refugiadas, LGBT, etc.

Entonces, si dejamos que el capitalismo responda a la crisis, su propuesta es clara: obligar a la fuerza laboral a trabajar aún más y así descubrir las partes subterráneas del Infierno de Dante.

Pero, como estamos en un momento excepcional de la historia, uno de esos raros momentos en los que todo lo que parece sólido puede marchitarse, urge, entonces, reinventar una nueva forma de vida. Es necesario diseñar una nueva modalidad de trabajo humano y social, concibiéndola como una actividad vital, libre, autodeterminada, basada en el tiempo disponible, contraria al trabajo asalariado enajenado, que tipifica la sociedad del capital, incluyendo (y más intensa y sutilmente) ) en la fase informacional-digital.

Y tan vital como la obra es el tema ambiental, dada la ineludible necesidad de preservar (y recuperar) la naturaleza, evitando por todos los medios la escalada descontrolada de su completa destrucción. El calentamiento global, la contaminación de ríos y mares, la energía fósil, los pesticidas, los transgénicos, la extracción de minerales, los incendios, la industria destructiva, la agroindustria depredadora, todas expresiones del capital pandémico que no puede continuar su metabolismo antisocial sin intensificar la destrucción de la naturaleza (humana, orgánica e inorgánica). ) en todas sus dimensiones. Si así es el capitalismo viral, no tenemos alternativa: es necesario reinventar una nueva forma de vida. Y ese es el mayor imperativo de nuestro tiempo.

*ricardo antunes es Profesor Titular de Sociología del Trabajo en IFCH/UNICAMP. Autor, entre otros libros, de El privilegio de la servidumbre (Boitempo, 2020).

referencia

Ricardo Antúnez. Coronavirus: trabajo bajo fuego. Libro electronico. São Paulo, Boitempo, 2020.

Notas

[1] GJERGJI, I. Sociología de la tortura Immagine y práctica del supplizio posmoderno. Venezia Edizioni Ca' Foscari – Edición digital, 2019.

 

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