Por Juliana Paula Magalhães*
La película Joker (Joker), de Todd Phillips, ha llevado multitudes a los cines de Brasil y de todo el mundo. La brillante y exquisita actuación de Joaquin Phoenix, la impecable banda sonora, la magnífica cinematografía y el guión, por sí solos, son suficientes para que la película destaque. Sin embargo, la película sobre el payaso triste y sonriente trasciende los límites de la mera cinematografía y nos hace reflexionar sobre la sociedad en la que vivimos, constituida estructuralmente a partir del modo de producción capitalista.
El ímpetu transgresor del personaje Arthur Fleck, inicialmente, está contenido por los dispositivos ideológicos típicos de nuestra sociedad. La película transcurre en una época anterior a la era de internet, por tanto, en ella aparece el medio televisivo en todo su poder. Incluso la aparición de Robert De Niro en la película hace una clara referencia al famoso El rey de la comedia de Martin Scorsese, que tenía a De Niro como protagonista.
En la película de Todd Philips, Fleck aparece como un ciudadano pacífico, un poco desvinculado de los “estándares socialmente aceptables”, aunque inofensivo –aunque ya había sido internado en un sanatorio y usaba medicación psicotrópica de uso continuo–. Buen hijo, trabajador, honesto y sobreviviente de una vida insípida y miserable, una de las grandes alegrías de Fleck fue ver el programa de televisión de Murray Franklin, junto a su anciana madre. En uno de sus delirios, Arthur incluso se ve junto al presentador, en un momento de completo éxtasis. La falta de una figura paterna de Fleck se evidencia en su encuentro imaginario con Murray.
La vida de Arthur seguiría, tal vez, sin mayores contratiempos -aunque de manera mediocre y llena de humillaciones y agresiones-, si no fuera por la enfermedad mental que lo aquejaba, uno de cuyos síntomas era la risa incontrolable, en total Momentos impredecibles, generalmente en situaciones estresantes. La problematización de la enfermedad mental en la película se hace de manera notable, cuestionando los límites mismos entre “normal y patológico”, ya que Fleck –el llamado enfermo mental– es lo suficientemente sensible como para molestarse por el acoso que sufre un niña en un metro practicada por jóvenes de clase media -los llamados “buenos ciudadanos”, que trabajaban en la empresa de Thomas Wayne-, así como estar atentos a la mirada de un niño en el transporte público o percibir la ingenuidad materna en creyendo en todo lo que se decía en los noticieros.
La película, sin embargo, no sigue un camino convencional, sino que destruye nuestras ilusiones. – de ahí el cacareado fastidio en algunos sectores de la crítica y el público-, al abrir de par en par los males de la sociedad burguesa, con grandes ciudades infectadas, miseria, pobreza, banalización de la violencia, explotación del trabajo e individualismo exacerbado. Desde el primer momento nos impactaron las agresiones que sufrió Fleck, disfrazado de payaso -un oficio que garantizaba su sustento-, agredido gratuitamente mientras trabajaba. Allí permanece, nuestro “héroe antihéroe” tirado en el suelo, hecho un desastre, humillado y aún teniendo que pagar los daños de la placa destruida por los delincuentes juveniles que lo atacaron.
El diálogo con el jefe es bastante emblemático. Fleck es llamado a pagar el valor de la placa y, mientras escucha las injustas reprimendas de su jefe, sonríe, pues desde niño había escuchado de su madre que venía a traer alegría al mundo y que siempre debía sonreír.
Un arma que le regala un compañero de trabajo -que Fleck se resiste a aceptar- acaba siendo uno de los ingredientes para el comienzo de la transformación total del personaje. El artefacto, que accidentalmente se cae de la ropa del payaso -hasta entonces inofensivo-, durante una presentación en un hospital infantil, provoca su despido.
La humillación se completa cuando Fleck, despedido, vestido de payaso, regresa en silencio a su casa en el metro y es atacado por un ataque de risa nerviosa cuando una joven es víctima de acoso en el vagón casi vacío. El comportamiento de Arthur llama la atención de los acosadores. Luego vuelve a ser objeto de burlas, humillaciones y agresiones.
Creemos que, una vez más, nuestro mártir quedará en el suelo, maltrecho e indefenso. Pero aquí llegamos al punto de inflexión de nuestra historia. Arthur reacciona y de ahí empieza a nacer el Joker. Es interesante que el actor que protagoniza la película tenga el apellido Phoenix, ya que el ave fénix es el ave mitológica que resurge de las cenizas, pues eso es exactamente lo que sucede con el Joker de Todd Phillips. La destrucción de Arthur por parte de una sociedad burguesa opresiva da lugar a la aparición del Joker. Recién en ese momento el personaje comienza a ser tomado por un sentimiento de emancipación y el singular baile en el baño público lo representará.
La película subvierte la concepción tradicional del héroe, como alguien que respeta la ley y el orden, lo que permite una crítica mordaz de la ideología legal. El héroe, si bien no siempre hace uso de expedientes puramente normativos –después de todo, la figura del héroe siempre tiene un dejo de transgresión–, tiene como finalidad última la restauración de la paz y la tranquilidad momentáneamente perturbadas por algún villano.
Em Joker, la situación se invierte, porque el problema es precisamente el orden burgués excluyente. Por lo tanto, no hay otra salida plausible que no sea la ruptura. Arthur, al convertirse en el Guasón, está desprovisto de creencias y objetivos y él mismo lo verbaliza. Sin embargo, queda clara su inconformidad frente a lo ya dado. Y este sentimiento encuentra reverberación en la población de Gotham, teniendo como detonante una declaración de Thomas Wayne que llama a los más pobres payasos, al comentar las muertes ocurridas en el metro, en el episodio con Arthur, quien aún no ha sido identificado debido a a sus túnicas de payaso.
En este punto de la película, las protestas comienzan a extenderse por Ciudad Gótica y los manifestantes comienzan a usar máscaras de payaso, en alusión al “payaso héroe” del episodio del metro. Una de las genialidades de la película reside precisamente en resaltar la potencia del acontecimiento como algo que puede ser fundamental para desencadenar un proceso de reacción y de intento de ruptura por parte de las masas. Las críticas a los medios televisivos y al aparato ideológico del Estado en general son evidentes en la película.
Una de las escenas más emblemáticas es precisamente la participación de Arthur en el programa de Murray Franklin. Arthur pide que lo llamen Guasón, calificativo que le dio en otra ocasión, en tono sádico, el presentador. El diálogo que se establece entre Murray y Joker durante el programa es espectacular. La magnífica actuación de Phoenix en ese momento demuestra todo su poder.
Joker nos permite disfrutar de una representación artística de algunos aspectos ya señalados por la crítica marxista más avanzada sobre la sociedad, el derecho y la ideología capitalistas. En efecto, Karl Marx, en su obra de madurez, disecciona científicamente las vicisitudes intrínsecas del modo de producción capitalista, cuyo núcleo reside precisamente en la forma mercancía, constituida a partir de la universalización de la explotación del trabajo asalariado. El filósofo alemán, especialmente, en La capital, desentraña los mecanismos de funcionamiento y reproducción de la sociedad burguesa.
Por su parte, el jurista ruso Evguiéni Pachukanis, en su obra Teoría general del derecho y marxismo, extrae las consecuencias del pensamiento marxista para el derecho, demostrando que la forma jurídica se deriva directamente de la forma mercancía, como la forma política estatal. Por lo tanto, el derecho y el Estado -tal como se presentan en la época contemporánea- son productos directos del capitalismo. Por tanto, el camino de la transformación social pasa necesariamente por el fin de estas formas sociales.
El filósofo francés Louis Althusser, entre otros puntos, avanza en una comprensión de la ideología en el capitalismo, a partir de una combinación de marxismo y psicoanálisis. Para Althusser, la ideología no es un objeto de elección por un acto de voluntad, sino que se impone inconscientemente, a partir de prácticas materiales concretas. La constitución subjetiva de los sujetos se realiza a través de la ideología. Por tanto, en el capitalismo, el núcleo de la ideología es precisamente la ideología jurídica, dado que para la perpetuación de este modo de producción es imprescindible que los individuos se presenten como sujetos de derecho.
En la teoría althusseriana, junto a los aparatos represivos de Estado, tenemos los aparatos ideológicos de Estado, que actúan especialmente a través de la ideología. Ellos son: la escuela, los medios de comunicación, las iglesias y lugares de culto, los partidos políticos, el parlamento, las instituciones judiciales, entre otros. De esta forma, la actuación del derecho se da tanto a través de los aparatos represivos del Estado como a través de los aparatos ideológicos.
La salida a esta situación está precisamente en la acción de las masas y el evento puede canalizar ese potencial transformador. Aquí volvemos a nuestra película, por Joker nos permite visualizar esta posibilidad y se materializa en la apoteótica escena, en la que la población de Gotham, enloquecida con sus máscaras de payaso, promueve el caos, en un ímpetu destructivo que incluso se vuelve contra la clase burguesa, culminando con el asesinato de Thomas Wayne, su máximo representante.
Es el triunfo del Joker anárquico y quizás la posibilidad de triunfo del proletariado. Pero esta “victoria” duró poco y una vez más se impuso la ideología del orden burgués. Joker regresa al sanatorio y el ataque a la burguesía no fue más que una especie de “broma”, de la que Arthur sonríe mientras habla con un psiquiatra.
Sin embargo, la historia aún no ha terminado y el espantoso rastro de sangre que dejan las huellas de Joker en la escena final de la película nos invita a repensar nuestros valores. Arthur -aunque no se debe desestimar la presencia de sus problemas psiquiátricos- finalmente sucumbió a la sociedad capitalista y Joker es un producto de esa misma sociedad, al fin y al cabo, hasta su apodo se lo puso un vocero de la burguesía. Así, la película nos despierta la reflexión de que si no se busca el camino de la verdadera transformación social, a través de la ruptura con las formas sociales que engendran la exclusión social y la violencia cotidiana, el resultado será inevitablemente la triste perpetuación de la barbarie. …
*Juliana Paula Magalhaes es estudiante de doctorado en la Facultad de Derecho de la USP.