por RICARDO ABRAMOVAY*
De la misma manera que lideró la transformación agrícola más importante del mundo tropical en el siglo XX, Brasil puede ser líder en la transformación ecológica del sistema agroalimentario global.
No hay país mejor capaz que Brasil de combinar la lucha contra el cambio climático con el esfuerzo por proteger y regenerar la biodiversidad. La distancia entre estos dos objetivos en los compromisos multilaterales, los planes gubernamentales y las inversiones privadas es una fuerte amenaza para el éxito de la lucha contra lo que Naciones Unidas viene llamando la “triple crisis planetaria” (clima, biodiversidad y contaminación).
La presidencia brasileña del G20 fortaleció dos temas fundamentales en la agenda global. La primera es la necesidad de comenzar, de manera coordinada internacionalmente, a gravar a los superricos. El segundo fue presentado en Naciones Unidas el pasado mes de junio y pretende cumplir el segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible (Hambre Cero). Este es el Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza.
Es urgente que la protección y regeneración de la biodiversidad pase igualmente a lo más alto de la agenda global. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad –COP16, en Cali, Colombia, a realizarse entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre– es una oportunidad para que Brasil sea un protagonista decisivo en esta agenda que hoy, de ninguna manera, recibe la debida atención. Los desafíos son muchos: pago por servicios ambientales, créditos por biodiversidad y patentes de organismos vivos, entre otros. Pero dos de ellos son especialmente importantes.
El primero es la interrupción inmediata de la destrucción de los diferentes biomas latinoamericanos, no sólo del bosque tropical más grande del mundo, sino también del Chaco, la sabana guayana, el Pantanal, el cerrado, la caatinga, el bosque atlántico y las pampas. . Para ello, urge coordinar la inteligencia policial en la lucha contra el crimen organizado, que está en el origen de gran parte de la devastación en la Amazonía y que tiene un carácter claramente multinacional.
También es esencial que el apetito de los inversores internacionales por infraestructura latinoamericanas se regula y canaliza hacia iniciativas que respeten a los pueblos del bosque y beneficien a las poblaciones de los territorios en los que afectarán.
El segundo desafío se refiere a la agricultura. El modelo a partir del cual Brasil se convirtió en el epicentro del sistema agroalimentario global es fuertemente amenazado por eventos climáticos extremos, de la cual la actual sequía en el Amazonas y el Cerrado es un ejemplo. Las grandes empresas productoras de cereales ya se han dado cuenta de que la monotonía de los paisajes agrícolas reduce la resiliencia y la capacidad de resistir la crisis climática.
La idea, procedente de la Revolución Verde, de que el camino hacia la riqueza pasa por una producción monótona, impulsada por insumos químicos y flanqueada por áreas protegidas en las que se concentraría la biodiversidad, pertenece al siglo XX. Nuestro desafío hoy es incorporar la biodiversidad a la producción agrícola.
De la misma manera que lideró la transformación agrícola más importante del mundo tropical en el siglo XX, Brasil puede ser líder en la transformación ecológica del sistema agroalimentario global. La premisa para ello es fortalecer la biodiversidad agrícola, no sólo para ampliar la gama de productos que ofrece, sino, sobre todo, protegerla ante el avance de la crisis climática. La fuerte presencia de Brasil en Cali será un aporte fundamental en este sentido.
*Ricardo Abramovay es profesor de la Cátedra Josué de Castro de la Facultad de Salud Pública de la USP. Autor, entre otros libros, de Infraestructura para el Desarrollo Sostenible (Elefante). Elhttps://amzn.to/3QcqWM3]
Publicado originalmente en el diario Folha de S. Pablo.
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