por RENATO DAGNINO*
No es posible permanecer en silencio ante lo que parece un rumbo inadecuado para el esfuerzo de reindustrialización que requiere el país.
Un colega involucrado en la formulación de la Nueva Industria Brasil (NIB) hizo dos críticas justificadas a mi artículo. La primera, que no abordaré aquí, fue que estaba más interesado en defender la Reindustrialización Solidaria, que he demostrado que es esencial y complementaria a la Reindustrialización Corporativa, que en analizar el NIB.
La segunda, a la que me refiero ahora, es que no supe reconocer que la propuesta, al estar basada en lo que él considera la mejor que existe actualmente en el mundo en términos de política industrial, es lo mejor que podemos hacer.
El hecho de que un artículo de Mariana Mazzucato, una de las mayores autoridades interesadas en reformar el capitalismo a través de medidas de política industrial, que se publicó acogiendo la propuesta el mismo día en que se anunció, se tomó como evidencia de lo que defiende el colega.
Privilegio, por tanto, como hilo argumental de este texto, en detrimento de otras manifestaciones aparecidas antes y después de este esclarecedor artículo. Revisa y entrelaza didácticamente varios de los argumentos que ha desarrollado en los últimos años. Y, más que sintetizar la racionalidad (y resaltar las supuestas relaciones causales) en la que se basa el NIB y a la que han aludido los responsables de su formulación, se asemeja bastante a una “hoja de ruta” que puede servir para tal fin.
Las condiciones de contorno NIB
En lo que sigue, menciono telegráficamente las condiciones de frontera genéricas que aparecen explícitamente en el “guión” e, implícitamente, lo que ella señala en otros lugares. Y también, de manera repetida y sistemática, por la corriente que desde hace más de tres décadas se propone emular distópicamente en América Latina experiencias de alcanzando Europeos. Y, en particular, el del capitalismo surcoreano fabricado para servir de escaparate contra nuestra entonces lucha antiimperialista por el socialismo.
Esta corriente, que se ha convertido en una especie de receta corriente principal para los países considerados emergentes, llevó a la coexistencia entre nosotros, desde principios de los años 1990, de la orientación lineal-ofercionista del desarrollo de la ciencia y la tecnología del Informe Bush con la innovacionista, derivada de la narrativa neoschumpeteriana emanada de la propagación de ideas neoliberales.
Una mirada atenta revela que, a pesar de las diferencias que presenta NIB en relación al pasado, esta convivencia se puede percibir claramente. También explica por qué, en la situación actual de rebaja de las agendas políticas de la izquierda, esta corriente ha sido respaldada por ésta con miras a ampliar su gobernabilidad.
Un punto central del análisis que he llevado a cabo y que resumo en este texto es que la prevalencia de las condiciones de contorno (o precondiciones contextuales) de esas experiencias no ha sido verificada adecuadamente en nuestro contexto por quienes pretenden emularlas. Tanto las propuestas de política interna como externa relacionadas con la producción y el consumo, que incluyen políticas industriales y agrícolas, así como la política cognitiva –Educación y CTI–, que son el foco analítico de este texto, no han estado precedidas de diagnósticos satisfactorios.
Para lograr mi objetivo de que nuestra reindustrialización sea un éxito, esbozo estas condiciones límite. Se refieren a (1) la existencia de capacidades o comportamientos predecibles de los actores involucrados en estas políticas (las empresas y sus tomadores de decisiones pertenecientes a la clase propietaria, el Estado y sus tecnocracias, y las instituciones de enseñanza e investigación y su élite científica); (2) hechos o tendencias estilizadas que pueden deducirse de la evolución del contexto productivo, económico, social y político brasileño, identificando su adhesión a aquellas observadas en las experiencias que el NIB pretende emular.
Se pueden expresar de manera muy sucinta:
- Capacidad de inducir la inversión pública en aumentar la inversión productiva privada (que, a juzgar por la evidencia global sobre la participación de la inversión pública en el total, ha demostrado ser, además de muy pequeña, decreciente);
- Impacto cuantitativo positivo en el empleo generado por la empresa (que aquí son 37 de los 175 millones de personas en edad de trabajar, la mayoría en condiciones de escasa “empleabilidad” y que nunca han tenido ni tendrán un contrato formal) del incremento de su gasto para la producción de bienes y servicios;
- Impacto cualitativo positivo, sobre el empleo, del gasto empresarial en sectores altamente intensivos tecnológicamente (al contrario de lo que se pretende emular, cuando aquí aumentó el empleo en segmentos intensivos con la digitalización, implicó, en más del 90%, salarios de hasta dos mínimos). );
- Impacto positivo intersectorial, sistémico y compensado, como ocurre en las experiencias que queremos emular, de las tecnologías emergentes (las relacionadas, por ejemplo, con el “coche eléctrico”, no “dialogan” y tenderán a desarticular segmentos importantes ya afectados por desindustrialización);
- Existencia de dos actores dentro de la clase propietaria diferenciados en relación a opciones productivas y financieras (o proclives a comportamientos duales o, al menos, diacrónicos);
- Importante capacidad de I+D en empresas locales y voluntad de I+D en tecnologías emergentes;
- Alta capacidad de potencial tecnocientífico local para satisfacer los intereses de la empresa;
- Existencia de empresas de capital nacional ubicadas en sectores de alta intensidad tecnológica (la industrialización, a diferencia de lo que ocurre en esas experiencias, y con numerosas excepciones que confirman la regla, las “reserva” a las multinacionales);
- Existencia de empresas multinacionales sensibles a la autoridad estatal (NIB, a diferencia de lo que sucede en esas experiencias y a juzgar por lo que propone, tenderá a mantener privilegios desproporcionados para las multinacionales);
- Existencia de empresas estatales con capacidad de I+D o ubicadas en sectores de alta intensidad tecnológica (las sucesivas oleadas de privatizaciones han debilitado esta condición límite);
Si bien considero que ninguna de estas diez condiciones límite necesarias para la implementación exitosa de esas experiencias está presente en el contexto brasileño, los números 5, 6 y 7 merecen ser analizados con cierto detalle para evaluar las posibilidades de éxito del NIB. Procederé haciendo referencias a pasajes del artículo citado que, a mi criterio, considero relevantes para cuestionar su validez.
La quinta condición de frontera
Para ilustrar la “Existencia de dos actores dentro de la clase propietaria diferenciados en relación a opciones productivas y financieras (o, al menos, de comportamiento dual o diacrónico)”, seleccioné el siguiente pasaje:
“Un enfoque impulsado por una misión... se sustenta en una comprensión del papel del Estado en la configuración de una economía que, ex ante, sea sostenible y predistributiva. Esto contrasta con la idea más tradicional, que relega el papel del Estado a corregir fallas del mercado… [… debe tener…]… el potencial de transformar los desafíos… en oportunidades de negocios [… para las empresas…] y en canales de inversión”.
Para comentarlo necesito resumir aquí el panorama que he dibujado sobre estos dos actores –empresa y Estado– en el ámbito del proceso que aquí analizo.
Nuestra trayectoria de desarrollo capitalista periférico está marcada por una alta propensión a extraer plusvalía absoluta y no plusvalía relativa. Aquello que, con la consolidación del modo de producción capitalista, debido a la organización del movimiento obrero, obliga al empresario a introducir innovaciones con miras a aprovechar la prerrogativa que le otorga “su” Estado para apropiarse del consiguiente aumento de productividad del trabajo.
Somos una sociedad cuyo origen es la conquista del espacio donde vivimos a través de la apropiación de las tierras indígenas. Por el genocidio de, se estima, ocho millones de indígenas que, a finales del siglo XIX, quedaron reducidos a menos de 19 mil. Los conquistadores que llegaron aquí produjeron bienes a muy bajo costo (dado que la mano de obra era esclava y la tierra no costaba nada) que vendían a precios internacionales a sus familiares que se habían quedado en Europa.
Esta propensión a disfrutar de enormes tasas de beneficio continúa hasta el día de hoy. Esclavos traídos de África, inmigrantes europeos hambrientos que fueron expulsados por la primera revolución industrial y nororientales expropiados de sus tierras fueron quienes hicieron posible el proceso de industrialización, lo que contextualiza lo aquí analizado.
Esta altísima tasa de ganancia que explica nuestra enorme desigualdad es una característica estructural de nuestra formación económico-social que condiciona la relación que tenemos con la ciencia, la tecnología, la investigación y la innovación. Esta alta propensión a extraer plusvalía absoluta y no plusvalía relativa significa que nuestro empresario no necesita innovar; gana dinero explotando a “su” clase trabajadora de otra manera.
Debido a que tenemos una clase de propiedad acostumbrada a una alta tasa de ganancia, aquí tenemos una alta tasa de interés. Si es el más grande del mundo y no hay nadie que produzca ni un alfiler, es porque nuestra tasa de ganancia debe ser la más alta del mundo. Y esta es la relación causal, de ganancia a interés, y no al revés, lo que permite considerar un error pensar en la existencia de ese comportamiento dual o diacrónico que suponen la condición de contorno y la cita que elegí.
Otro punto a destacar es la demanda cognitiva condicionada por nuestro imitativo mercado periférico. Exige bienes y servicios ya producidos y, por tanto, ya diseñados en el Norte. Como sabemos los que estamos en el campo, “a quienes les gusta investigar son investigadores; A un empresario le gusta (y tiene que) ganar dinero”. Y para ganar dinero tiende a importar conocimiento, tiende a importar tecnología porque este es el doble del comportamiento económicamente más racional. Esta demanda cognitiva del mercado imitativo exacerba, agrava, esa escasa propensión a extraer plusvalía relativa de nuestra comunidad empresarial.
También vale la pena recordar que nuestra industrialización, incluso antes de que fuera vía sustitución de importaciones, estuvo fuertemente respaldada por capital extranjero. El hecho de que nuestro mercado haya estado reservado para ello es un tercer elemento importante que conduce a comportamientos poco innovadores y, sobre todo, adversos a la I+D en nuestro entorno empresarial. Es interesante notar que una empresa multinacional, que en su país de origen es innovadora, investiga, etc., cuando se instala en Brasil incluso olvida que alguna vez hizo esto…
Concluyo la consideración de esta condición, que trata del comportamiento esperado del actor empresa, cuya importancia es fundamental para el éxito del NIB, refiriéndose a un tema más integral; a algo que considero un defecto fundamental en el proceso que le dio origen.
No comenzó con un momento de reflexión en el seno de los órganos democráticos, formativos y participativos de que dispone el partido mayoritario de izquierda, que debe preceder, para garantizar su éxito, a los momentos de formulación, negociación e implementación de políticas.
La crítica que hago sobre el incumplimiento de este camino, que es en última instancia lo que anima este texto, no subestima la situación en la que la ultraderecha fascista nos ataca día tras día por el complot golpista y la derecha está configurando una contenido y forma antirrepublicanos a través de medios parlamentarios espurios para llevar a cabo la elaboración de políticas públicas. Por el contrario, mi crítica –fraternal y constructiva– busca, a través de la reflexión que propone, evitar la degradación, de antemano, limitando la discusión, de la agenda programática que defendemos.
Creo que el riesgo que corro, de que este texto sea asimilado a una posición inmovilista, regresiva y reaccionaria, es menor que el de permanecer en silencio ante lo que me parece una dirección inadecuada para el esfuerzo de reindustrialización que el país demandas. Sobre todo teniendo en cuenta que en esas instancias se han formulado alternativas no excluyentes al BNI, como la Reindustrialización Solidaria.
En resumen, y para dejar aún más claro el punto que estoy planteando, pregunto: ¿Es legítimo concebir que es a través de una reducción de la tasa de interés que será posible alentar a la clase propietaria y a sus empresas a asignar recursos a la producción? ¿Y no a la especulación?
Que ofrecerá a la clase inmobiliaria el 1% del PIB anual prometido por el NIB – 300 mil millones en tres años –, escaso comparado con el 6% de la deuda pública, el 10% de la evasión fiscal, el 3% de la corrupción, el 5% de exenciones y exenciones fiscales sobre ganancias, dividendos, exportaciones, propiedades y más del 15% de las compras públicas: ¿que se embarcará en un proceso de reindustrialización?
Que ella, que desplazó sus ingresos y riqueza de la industria a la reprimarización más rentable de la agroindustria y la minería, a la especulación inmobiliaria y financiera dentro y fuera del país, provocando la desindustrialización que la benefició, se sumará a una “…misión de estrategia industrial -impulsado [… que] apunta a alinear los objetivos sociales, ambientales y económicos [… y aprovechar] el potencial para transformar los desafíos… en oportunidades de negocios y canales de inversión”?
Volviendo al pasado en un nivel reflexivo, pregunto, ¿qué sentido tiene intentar cosificar al actor que los partidos comunistas latinoamericanos de los años 1960 creían capaces de hacer, alejándonos del feudalismo, liderando la revolución democrático-burguesa antiimperialista; ¿Un actor que conocemos desde hace mucho tiempo no satisface los criterios conceptuales de burguesía o nacionalidad?
O, en el marco de una economía extremadamente injusta, ambientalmente amenazada y cada vez más globalizada, resucitar a un hipotético empresario nacional productivo y no financiarizado para, rebajando nuestro estatus como nación y aprovechando nuestro potencial humano, encajarlo histórica y políticamente. ¿Narrativas descontextualizadas que pueden empeorar estas condiciones?
¿Tiene sentido seguir enredado en la ineficaz pero persistente trampa socialdemócrata de intentar hacer más eficientes la economía y el Estado capitalistas para financiar políticas socializadoras? ¿Y al mismo tiempo, seguir desperdiciando el potencial de quienes exigen un estilo de desarrollo más justo y sostenible y que parecen ser, ahora, en el corto plazo, los únicos actores capaces de garantizar la gobernabilidad que necesita el actual gobierno?
La sexta condición límite
Siguiendo el mismo procedimiento, pero de aquí en adelante de forma mucho más resumida, hago referencia a la “Importante capacidad de I+D en empresas locales y voluntad de I+D en tecnologías emergentes”, y selecciono el siguiente pasaje del artículo de Mazzucato:
“Este enfoque [… mediante misiones] tiene el potencial de generar un efecto multiplicador, en el que cada real invertido por el gobierno tendrá un impacto amplificado en el PIB. La misión Apolo... generó, por cada dólar invertido, un retorno de 5 a 7 dólares estadounidenses en impactos económicos... La estrategia impulsada por la misión de Brasil podría ayudar a estimular la inversión corporativa en innovación, que en Brasil es históricamente baja, para abordar las estructuras problemas."
Una de las inspiraciones teóricas recurrentes de la corriente que propone el NIB se basa en los Ciclos de Kondratieff-Schumpeter. Proponen la existencia de una relación causal considerada determinista, y cuestionada durante décadas por el campo de los Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad, entre la introducción de innovaciones radicales y la tasa de crecimiento económico. Incluso buscan prescribir, como quieren quienes formulan el NIB, formas de organizar nuestro capitalismo periférico.
Según ellos, hoy estaríamos presenciando la Cuarta Revolución Industrial o Industria 4.0 en el mundo. O, según otra interpretación, que menciona la existencia de cinco olas anteriores, estaríamos entrando en una sexta, de Sostenibilidad, o de ESG (Environmental, Social and Governance), que sugiere a todos un futuro prometedor. Como se desprende de la lectura del NIB, uno de los elementos centrales que permitiría a los países “surfear” esta sexta ola es su capacidad de generar el conocimiento que ésta demanda.
La afirmación contenida en el artículo de que “[…] la inversión de las empresas en innovación, que en Brasil es históricamente baja” tiene un cierto impacto anticuado. Incluso antes de que existiera evidencia empírica al respecto, los análisis de investigadores latinoamericanos en Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad sobre la poca propensión de la empresa local a la I+D nunca fueron cuestionados.
Como considero inofensivo repetir los resultados de estos análisis que quienes toman las decisiones no han tenido en cuenta, destaco sólo tres evidencias. La primera es contraria a la expectativa de impacto económico positivo implícita en mi cita del artículo. Según PINTEC, la respuesta de las empresas innovadoras a la asignación de recursos públicos a la I+D empresarial no ha sido en vano. Ha provocado una disminución relativa de sus propios gastos, reproduciendo el fenómeno de desplazando que ocurre en otras áreas de la política pública que involucran negocios.
La segunda, procedente de la misma fuente, indica que entre las cinco actividades innovadoras enumeradas por el Manual de Oslo, que obviamente incluyen la I+D interna, el 80% de esas empresas declaran optar sistemáticamente por la adquisición de maquinaria y equipos.
El tercero es aún más abrumador. Entre 2006 y 2008, cuando la economía estaba “en auge” y los empresarios ganaban mucho dinero, la tendencia innovacionista esperaba que contrataran a los maestros y doctores que nos habíamos dedicado diligentemente a formar en ciencia dura durante más de cinco décadas. Nos graduamos, entonces, siguiendo los cánones de las universidades de los países centrales, treinta mil por año: noventa mil en tres años. Si estuvieran en EE.UU., se habrían contratado alrededor de sesenta mil para hacer I+D en empresas; Después de todo, para eso están entrenados en todo el mundo.
El hecho de que, según PINTEC, sólo sesenta y ocho personas fueran contratadas para llevar a cabo I+D en nuestras empresas innovadoras, y que prefieran innovar adquiriendo el conocimiento existente, debería crear una profunda crisis existencial entre los responsables de las políticas cognitivas. En lugar de formar investigadores, deberían tomar un atajo espinoso y doloroso: formar buenos compradores de conocimiento.
Incluso antes de continuar, vale la pena señalar que una política que apunta a renovar el parque industrial mediante la incorporación de nuevas tecnologías que conduzcan a un círculo virtuoso de crecimiento económico debería implicar un cambio considerable en la política cognitiva.
La séptima condición de frontera
Considerar la “alta capacidad del potencial tecnocientífico local para atender los intereses de la empresa” existente en las experiencias que el NIB pretende emular me llevaría una vez más a resumir una retrospectiva panorámica. La imposibilidad de hacerlo aquí me obliga a señalar algunas de sus conclusiones.
Empiezo refiriéndome al actor hegemónico de nuestra política cognitiva. La élite de la comunidad científica, cultivada en el enclave que siempre ha sido nuestra universidad, irradia su modelo equivocado de política cognitiva en el ámbito de una tecnocracia cada vez más influyente en la elaboración de políticas públicas de izquierda.
Al contribuir a cooptar a otros actores, legitimando esta hegemonía y este modelo en la sociedad, esta tecnocracia refuerza el mantenimiento de agendas públicas de enseñanza, investigación y extensión consistentes con los valores e intereses de la élite científica. A pesar de ser cada vez más reconocidos como miméticos, obsoletos y desfavorables para la construcción de un escenario de justicia y responsabilidad ambiental, su coherencia con el dogma transideológico de la neutralidad de la tecnociencia capitalista hace que este modelo se mantenga generacionalmente. De este modo se reproducen las regulaciones innovacionistas y la reducción de las agendas políticas de izquierda se vuelve natural.
La influencia de este coalición política en la formulación del política de NIB es evidente. Su capacidad para cooptar, a través del ámbito de política Construido con la revitalización del Consejo de Desarrollo Industrial, actores oportunistas, como aquellos que se están manifestando en el entorno empresarial, y aquellos dentro de la comunidad investigadora y “su” tecnocracia, proponen políticas simbólicas destinadas a obtener beneficios intangibles.
Todo esto no invalida el hecho de que la actividad derivada de la agenda de docencia, investigación y extensión definida por la elite científica haya resultado en la formación de personas que podrían, en un escenario diferente al que el NIB pretende construir, suavizar las condiciones estructurales. impuesto por nuestro estilo de desarrollo.
Sin embargo, consciente de esta realidad, y alegando un supuesto atraso del empresariado local y la escasez de políticas capaces de generar un “entorno propicio a la innovación”, la élite científica ha cometido dos errores fundamentales.
La primera se debe a cómo su modelo de política cognitiva “entiende” la relación universidad-empresa en los países centrales cuyo virtuosismo desea emular. Su percepción es que la baja propensión a la I+D de nuestra empresa se debe a un déficit cognitivo y no a una condición estructural de nuestro estilo de desarrollo. En consecuencia, esta relación se modela como si el determinante del comportamiento innovador y la competitividad de las empresas en los países centrales se debiera a la transferencia de conocimiento incorpóreo producido por la investigación universitaria a la empresa.
Este modelado impide entender que la empresa contrata investigadores formados en la universidad, que traen consigo conocimientos sobre cómo realizar una investigación –lo que, como sabemos, aquí no ocurre–, lo que explica el comportamiento que quieren emular. Como ocurre en otras situaciones en las que la idealización sobre la realidad oscurece aspectos incómodos de esa misma realidad, persiste un extraño desconocimiento de análisis y evidencia empírica sobre cómo –allí y aquí– se da la relación universidad-empresa.
El hecho de que sólo el 1% de los recursos invertidos por la empresa norteamericana en investigación se contraten con universidades e institutos de investigación debería ser suficiente para que la élite científica cambie su política. En particular, debería revisar su acción en relación con las NIT, las incubadoras de empresas, las oficinas de patentes y otros acuerdos institucionales de carácter claramente corporativo y poco adherentes a la misión de las instituciones de enseñanza e investigación. Y, además, considerando que los recursos provenientes de los contratos de investigación con la empresa son casualmente también apenas el 1% del coste de la universidad norteamericana, no seguiríamos repitiendo la falacia de que nuestra universidad pública podría terminar financiándose de manera significativa a través del venta de servicios a la empresa.
El segundo error, asociado al anterior, se refiere a la capacidad latinoamericana de identificar avant la lettre, en la periferia, facetas del capitalismo que sólo más tarde revelan los investigadores del centro. Éstas son excepciones a la regla de la subutilización del potencial tecnocientífico local.
Cuando tuvimos la plaga del café aquí en Campinas, a finales del siglo XIX, ¿quién sabía de esto? Nadie. Entonces creamos el Instituto Agronómico. ¿Y la fiebre amarilla? Creamos lo que hoy es Fiocruz. ¿Cuándo regresaron los militares de la Segunda Guerra Mundial queriendo un avión cuando ni siquiera fabricábamos automóviles? Creamos CTA, ITA y Embraer. Cuando la agroindustria quiso sembrar soja en el cerrado, ¿quién sabía de esto? Creamos Embrapa. Cuando el petróleo brasileño apareció en aguas profundas, nos convertimos en líderes mundiales. En todo el mundo, y también en América Latina o Brasil, cuando un actor con importante poder económico o político tiene un proyecto político intensivo en conocimiento nuevo o inalcanzable, es capaz de satisfacer esta demanda cognitiva, esta demanda tecnocientífica, a través del Estado.
Conclusión
Ahora, para terminar, cito una vez más a Mariana Mazzucato:
“[…] Brasil puede estar en el camino de demostrar al mundo lo que se necesita para llevar la sostenibilidad y la inclusión al corazón de la estrategia industrial. Para hacer esto, sin embargo, tendrá que evitar la tentación de moderar la capacidad de transformación del Estado... asegurando... que las voces de aquellos que antes quedaron atrás estén en la mesa para ayudar a definir una nueva dirección radical para el crecimiento económico”.
Con la esperanza de haber conseguido codificar estas voces en un lenguaje comprensible para quienes deciden nuestra reindustrialización y con la esperanza de contribuir a lo que en otro lugar he llamado la transición del Estado heredado al Estado necesario, me despido de mi izquierdista colega a quien dediqué este texto.
*Renato Dagnino Es profesor del Departamento de Política Científica y Tecnológica de la Unicamp. Autor, entre otros libros, de Tecnociencia solidaria, un manual estratégico (luchas contra el capital).
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