Control remoto

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Por Roberto Bueno*

El escenario no hubiera sido posible sin la acción decisiva del poder militar que inconstitucionalmente se arrogaba por la fuerza su posición soberana.

El análisis de la crisis centrado en las Fuerzas Armadas (FA) y no en la Presidencia de la República parte de la premisa de que las FA son la fuente de facto del poder en el Brasil de hoy, al que se unen los debates políticos, las deliberaciones y la producción legislativa, las altas decisiones judiciales y la institucionalidad en su conjunto. Si bien no se han publicado normas como los actos institucionales, la Constitución ha sido atacada y suspendida en muchos de sus temas centrales a través de estrategias políticas y mediáticas, policiales y judiciales, tomándose decisiones excepcionales tanto en el ámbito jurídico como político.

Este escenario vivido hasta ahora no hubiera sido posible sin la decisiva competencia de esta potencia de facto personal militar que actúa en un puesto de decisión mediante la operación remota del control. Este es el poder que ejerce (inconstitucionalmente) la fuerza que se arrogaba la posición de soberano, ofreciendo apoyo a la implementación de territorios jurídico-políticos propios de un Estado de excepción, situado dentro de un macrocosmos sistémico-jurídico de sólo aparente normalidad. Este movimiento desplazó ilegalmente la soberanía del pueblo a la órbita de poder de segmentos de los cuarteles.

Durante el período electoral de 2018, sectores del militarismo postularon que los gobiernos democráticos debían tener cuadros militares, pues también en este segmento había individuos suficientemente preparados para colaborar con la dirección política del país -algo sobre lo que no existen dudas razonables-, salvo que es una cuestión de carreras incompatibles.

Como anticipaban los cuadros demócratas, el argumento era sólo una contraseña para que, una vez ganadas las elecciones, se produjera un desembarco total de militares en todas las esferas de la administración pública, con la colonización del Estado por individuos entrenados para someterse a la jerarquía, dejando en claro que los superiores estaban en la cima de las estructuras estatales, fueran elegidos o no. Las condiciones para un régimen autoritario están encarnadas en la suma de la omisión institucional y en la figura prominente dotada de una personalidad declarada y públicamente asumida como autoritaria, que desprecia no sólo la democracia sino también a la población brasileña en su conjunto a la que parece creer el no pertenece

Nunca estará de más recordar que el deber institucional de la FA es llevar a cabo la defensa de la soberanía nacional. No hay opción. Para el cumplimiento de su deber institucional, no existe otro enemigo legítimo que el que pretende violar la soberanía, y la FA debe defenderla de cualquier invasor que pretenda, a cualquier título y por cualquier medio, subordinar y someter la voluntad democrática. expresados ​​en las urnas y de acuerdo con los límites impuestos por la legalidad constitucional a los que las propias FA deben mantener estricto sometimiento jerárquico. Este es el deber más alto de la FA. Sin embargo, durante la dictadura militar brasileña, decenas de cientos de disidentes del régimen fueron asesinados bajo el pretexto de “combatir” al “enemigo interno”, de enfrentar la “subversión”.

Por la realización de masacres y torturas –profundamente documentadas– se afectaron derechos y garantías individuales y colectivas, tanto en lo formal como en lo sustancial, ya que, por regla general, los regímenes autoritarios como el militar brasileño desprecian los pactos constitucionales, y sus gobiernos no dudan en transgredir abierta o subrepticiamente sus disposiciones siempre que los fines a que se dirijan aconsejen recurrir a la arbitrariedad y la violencia de cualquier intensidad. Pasan por alto los dispositivos constitucionales fundacionales que protegen a los seres humanos, desconocen que no existe una guerra declarada, y que aún en el caso de una guerra declarada, corresponde a los presos aplicar el derecho de guerra, circunstancia en la cual es Tampoco está permitido aplicar torturas y métodos similares.

Existen deberes y límites para el funcionamiento de la FA, siendo la Constitución Federal el límite superior e inequívoco estipulado en el art. 142, expresando su subordinación al poder civil configurado en la institución de la Presidencia de la República y demás poderes constituidos que encarnan la soberanía popular en un Estado democrático de derecho.

El papel de la FA requiere ser analizado con mucha cautela, apuntando a las consecuencias inmediatas que esto implica en estos días en que la (a) Titular del Poder Ejecutivo declara en plaza pública su apoyo a dar un golpe de Estado y (b) adopta una política que potencia la muerte de la población brasileña, incluidos niños y ancianos.

En cuanto al primer aspecto, conviene recordar que el art. 142, cápita, establece que la FA puede ser convocada por cualquiera de los poderes constituidos para garantizar los poderes constitucionales, y si lo que se pone en peligro explícito es el propio orden constitucional, no hay mejor razón para que la FA cumpla su función una vez convocada a tanto por las autoridades competentes, aun cuando deban hacerlo en perjuicio de la Presidencia de la República.

En cuanto al segundo aspecto, y con base en el conocimiento público del apoyo del FA al actual Presidente de la República y el papel que juegan en el núcleo duro del gobierno y también en varias de sus áreas, cabe cuestionar si el Las FA pueden mantener su apoyo a un proyecto político franca e indiscutiblemente genocida y totalitario. Recordemos por un momento que en la década de 1960 la doctrina estadounidense de seguridad nacional fue adoptada plenamente por las FA con el pretexto de combatir el comunismo, cuyas consecuencias pronto vimos en forma de violaciones de todo tipo. Pero, y hoy, ¿qué justificaría que el FA prestara su apoyo a una política genocida y totalitaria con la totalidad del pueblo brasileño como potencial víctima? ¿A quién le serviría esto? En primer lugar, los principios y el estatuto de la FA no respaldan tal proyecto bajo ninguna circunstancia.

La civilización occidental es repetidamente mencionada como soporte de cierta opción ideológica, supuestamente basada en el cristianismo, para legitimar el establecimiento de regímenes militares –y esto sucedió en Brasil en 1964, pero también con las sucesivas dictaduras militares en Argentina, como la de Jorge Rafael Videla (1976–1981)–, pero que muestra una profunda incompatibilidad con el guión de persecuciones y muertes que los caracteriza, como en un nuevo traje que se está gestando en Brasil.

No existe una versión del cristianismo en la que la tónica sea la producción de la muerte, la falta de solidaridad y fraternidad, o el abandono de los enfermos y enfermas a su suerte. Esto no tiene cobijo en ningún aspecto de la doctrina del cristianismo, y todos aquellos que quizás lo profesan seriamente no pueden apoyar el exterminio humano, aunque esté anclado en proyectos políticos considerados valiosos, como la alienación de la soberanía brasileña a los Estados Unidos de América. (EEUU), osadía que ni siquiera la dictadura militar derivada del golpe cívico-militar de 1964 logró, aun teniendo en su origen la violencia política (y luego física) contra el pueblo brasileño encarnada en el Gobierno de João Goulart, luego en funciones legitimadas por los dictados constitucionales.

Aunque respetables, las preferencias políticas de cada uno de los miembros de la FA no modifican su competencia institucional, no los pone en condiciones de intervenir y apoyar el genocidio de la población brasileña que es quien les paga. Queda claro que si hay un deber que un militar nunca puede infringir es el de defender la vida de su pueblo, combinado con el de no intervenir nunca para determinar cómo debe vivirla, resumido en uno solo, el de no traicionar su gente. La FA tiene un deber ético-funcional mayor, que es el de no apuntar con la bayoneta a su pueblo, y ante las “órdenes superiores” de hacerlo, estará facultada para cumplir la Constitución y negar el cumplimiento de las órdenes que se originen. de actos de desviación y traición al Estado.

Cabe recordar que la resistencia a la comisión de actos ilegales por parte de las autoridades también encuentra anclaje legal en el art. 38, § 2, del Código Penal Militar (CPM), que establece la exclusión de ilegalidad, o sea, que no será considerado culpable del delito de denegación de obediencia “Si la orden del superior tiene por objeto la práctica de un hecho manifiestamente delictivo, o hay exceso en los actos o en la forma de ejecución, también es punible el inferior”. Las órdenes con contenido manifiestamente delictivo -de ilegalidad demostrable de entrada- equivalen a actos flagrantemente ilegales, ambos sujetos a resistencia, en el primer caso por parte del destinatario de la orden y en el segundo por parte de las instituciones competentes para reaccionar contra el autor. de la conducta

Este escenario explica la posición de subordinación de la FA frente al poder civil expresada a través de la legislación vigente, es decir, que el pueblo es el soberano al que la FA debe respetar en su actuar, sin colocarse nunca en una posición de tutela institucional. En una democracia, el pueblo es el mantenedor de la FA, y no al revés; el pueblo ostenta el poder que legitima el eventual uso de la fuerza por parte de las FA.

No hay compromiso con los valores religiosos a partir de las políticas implementadas por el autoritarismo que, de hecho, los instrumentaliza en manos de las fuerzas militares. Se explota una ideología: la “deideología”. Presentada como “neutral”, es sólo un velo que esconde una genuina ideología que pretende situarse más allá del campo de la legalidad instituido por la población en un orden democrático. Detrás de la “desideologización” de sus acciones hay profundos intereses económicos que coordinan políticas económicas afines, cuya realización en grado máximo depende de la aplicación de la neutralización o eliminación de los opositores mediante la aplicación de la violencia contra el pueblo. El dilema es que las FA están formadas por la carne del pueblo, aunque instrumentalizadas para cumplir la función de reprimir al pueblo.

Tarde o temprano, la política de opresión económica aplicada en perjuicio del pueblo brasileño bajo la indispensable sombra amenazante del brazo armado, resultará en la fragmentación de los propios órganos internos de las FA, en todos los niveles, y, por lo tanto, es es de esperar que la salud interna de la institución. Es necesario evitar iniciar este proceso por el camino correcto y correcto: retomar el camino de la restauración de la democracia y la afirmación de la supremacía de la Constitución.

Las FA deben evaluar y reaccionar con extremo asco, y finalmente desmarcarse, de la trampa retórica de la “democracia autoritaria” propuesta por el General Pinochet, cuya aplicación resultó en un régimen singularmente criminal en sintonía con los preceptos de una cruel extrema derecha, una amplia gama de crímenes sangrientos ampliamente conocidos e históricamente bien documentados, aunque en América Latina y, especialmente en Brasil, todavía existe un grupo de personalidades taciturnas y de dudosa cordura, que disfrutan tanto del olor como de los recuerdos de la carne humana aplastada.

La constitución interna de estos regímenes autoritarios da lugar a las peores caras del ser humano tanto en el fondo de sus mazmorras como en sus oficinas donde deciden sobre la vida o la muerte. La destrucción de estos regímenes parte de su contradicción interna, es decir, exigen el ocultamiento y debido a ese absoluto descontrol por parte de la esfera pública, sus prácticas corroen vilmente el marco en el que operan, destruyéndose desde dentro, y desvaneciéndose, arrastrando junto con la decadencia del régimen la imagen de la propia institución armada.

Tanto el régimen del general Pinochet como la dictadura militar brasileña brindaron abundantes evidencias de desvíos y descontroles, y el general Hugo Abreu no dudó en dar su testimonio sobre las desagradables entrañas del militarismo en el poder durante la dictadura, que no fueron puntuales ni aisladas. . Entonces, los altos mandos de la República en la corte de 1977 se negaron a escuchar denuncias desagradables, por ejemplo, de hechos ocurridos en Petrobrás, mientras también pasaban por alto la contratación a sueldo de una figura importante del régimen, el General Golbery do Couto e Silva, como presidente de la filial de Dow Chemical en Brasil. Hechos que se repetirán, oídos que ensordecerán y bocas que callarán, una vez más. No hace falta repetir la película, pero el tráiler ya comenzó con los amplios beneficios obtenidos a raíz de la reforma de la Seguridad Social que victimizó al pueblo brasileño.

La erosión del ejercicio del poder es evidente, especialmente cuando se produce un retroceso económico, especialmente cuando se adoptan políticas económicas cuyo único sesgo está orientado a servir los intereses de la economía y la política exterior de los Estados Unidos. Esta estricta y estrecha vinculación sigue las líneas de la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN) del imperio, que fue trasladada paulatinamente a Brasil, a partir de la Escola Superior de Guerra (ESG) en su fundación en 1949, por personalidades deslumbradas por el mito consagrado. por el fuerte aparato publicitario sobre el papel militar estadounidense como definitorio de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial en detrimento del papel decisivo del Ejército Rojo.

Tal proceso de aplicación del DSN se radicalizó en la década de 1960, especialmente después del golpe de Estado de 1964, cuando, entonces, el proceso de colonización de las FA por parte del americanismo se dio desenfrenado con la masiva y violenta depuración de miles de militares nacional-soberanistas. del cuerpo de la FA. La implementación del proyecto norteamericano de definir el doble enemigo, a saber, el comunismo y las fuerzas nacional-soberanistas, estaba en marcha, y para evitar involucrarse directamente en las tareas de represión, se trataba, a partir de entonces, de combinar dos intereses, (a) transferir (vender) equipo militar y (b) ofrecer entrenamiento a los militares y (bi) cooptarlos a la doctrina estadounidense y (b.ii.) entrenar a los militares en el uso de armas, asegurando una mayor efectividad en el combate a los “subversivos”, incluidos entre estos todos aquellos que no están de acuerdo con los intereses de las empresas estadounidenses o que de alguna manera representan una amenaza al proponer enfrentar el modo de producción capitalista.

Es una obviedad oceánica que la violencia se está reprimiendo en órdenes increíblemente grandes. Trasciende al campo de la prudencia el hecho de que las FA alberguen un régimen cuyas prácticas harán implosionar no solo al régimen, sino a todo el Estado y su pueblo, arrojándolo a un mar de incertidumbres que solo la ingenuidad guiada por una intensa sed de poder es capaz de comprender, capaz de alimentarse, indiferente a derramar aún más y mucha sangre en un escenario que ya está muy cerca. Cuán densa es la irresponsabilidad de quienes no prevén -como funcionalmente debe- que el embalse de demasiado odio es para las instituciones y la seguridad de un país como el exceso de agua para un embalse. ¿Qué suponer sino que, fatalmente, se romperá?

Cuando se aplica tanta violencia contra el sentido popular, se proyecta el futuro en el que encontrará su momento de expresión, operando como un torrente incontrolable rompiendo todos los diques. ¿Qué tan intensa puede ser la irresponsabilidad de las FA que sostienen un régimen que lleva al precipicio no solo de un gobierno, sino de las instituciones del Estado y, en conjunto, de todo un pueblo? Se atribuirá responsabilidad histórica a todos los que hicieron posible el horror cuya inauguración se acerca rápidamente, cuya masa de cuerpos fríos los estará recordando.

Es urgente el traspaso inmediato del poder de facto para civiles. Es imperativo que los militares hagan posible la transición, porque cada día de permanencia de un poder que se basa en la lógica de relación propia de los campos de batalla (amigo-enemigo) y no de la política (adversario-agónico) que lleva al país a la sumersión en profundidades sin precedentes, de las que la única certeza es la producción deliberada y consciente de un número expresivo de muertes, incluso superior a las ya contraídas hoy ante la ineptitud propugnada por el oscurantismo cruel. La entrega inmediata del poder apoyando la convocatoria de elecciones supone escapar de la trampa que le ha tendido al FA. Hemos llegado a este punto en una situación extremadamente grave, y la postergación de la transferencia del poder tiene un potencial aún más destructivo.

Las condiciones ideales para una larga dictadura fueron y continúan siendo persistentemente alimentadas a través de sucesivas aproximaciones. Todos sabemos cuáles son sus consecuencias, y la única duda razonable que queda es la cantidad de sangre que sus líderes estarán dispuestos a derramar antes de, una vez más, abandonar el escenario y entregar el poder a civiles con un país en ruinas. Antes tendrán que producir mucho dolor y derramar la sangre de individuos que, históricamente, siempre se han levantado en defensa de los derechos humanos, la democracia y la igualdad entre todos los individuos, y que sólo en la doctrina pueden encontrar apoyo para tal violencia. de seguridad nacional elaborado por el imperio, cuyos intereses son francamente opuestos a los de Brasil. Para evitar este escenario, es necesario que los altos mandos militares sumen la valentía y determinación de los líderes para enfrentar y descolonizar el poder de más de un par de miles de cargos que actualmente ocupan militares en el gobierno, eludiendo los sucesivos pretextos dilatorios.

Es necesario evitar que se repita uno de los grandes errores históricos más recientes cometidos por las FA, a saber, el de entrar en el juego político democrático sin desvincularse claramente del uniforme, las armas y el discurso de los cuarteles. No le corresponde al FA intervenir en la vida política despreciando a los partidos y promoviendo fricciones que terminarán por derrotar su unidad, que es meramente transitoria en algunos temas centrales. Pero si el error cometido en el pasado es imposible de reparar, no es imposible evitar que se profundice y agrave, más allá de sus ya nefastas consecuencias. Por ello, es imperativo que las FA tomen la seria decisión de renunciar al ejercicio del poder de facto que están ejerciendo desde los múltiples cargos que ocupan. Abandonando el cargo que no le corresponde como guardián de las instituciones y pasando a reconocer la supremacía de la soberanía popular a través de acciones concretas, dejando así cargos en ministerios y altos cargos injustificables junto a cargos centrales en el Poder Judicial.

El FA no planteó un proyecto de poder para una mera etapa transitoria en el poder, sino todo lo contrario, profundizando las condiciones para su presencia, ocupando espacios en todas las instancias y cargos, transformando a los órganos federales en una extensión de la racionalidad de los manuales de guerra típicos. de la formación de la cultura de cuartel. Esto sólo explica lo que todos sabemos, a saber, que de la supuesta transitoriedad en el poder (para garantizar el retorno a la “normalidad”) a la permanencia indefinida, no hay más que un pequeño paso.

Jamás será una potencia de transición que abrazando las armas exprese su desprecio atlántico por el poder político civil, sus representantes políticos así como por el espacio libre de los debates –las casas legislativas–, tratando de colonizar todos los espacios del Estado, consagrándose en el poder. movilizando actores ajenos al mundo de la política, formados según la lógica autoritaria, propia de quienes son entrenados para utilizar las armas como mediadores de conflictos o recursos.

La insistencia en este camino equivale a allanar un camino tortuoso, y será necesario que sus actores estén listos y dispuestos a descender nuevamente al infierno de los sótanos, preparados para escuchar los gritos de las mujeres violadas, los gritos de socorro de secuestrados, planear falsos atropellos, inaugurar centros clandestinos de detención, prepararse para aplicar horrendas sesiones de tortura, realizar extorsiones, y también para falsificar actas de defunción y actos de resistencia, pero también accidentes y hasta suicidios imposibles y, no menos importante, para condescender con todo ello bajo el falso pretexto de la bondad y la legalidad. Será necesario volver a alistar figuras con un perfil psicológico único capaces de violar a las madres frente a sus hijos y torturar a los niños frente a sus padres para disuadir a las personas de decir lo que no saben y confesar lo que no hicieron, y así, bajo el pretexto de proteger la democracia, tuercen y derrotan la legitimidad del Estado y el objeto mismo que supuestamente buscan proteger.

Al respecto, es necesario recordar que la búsqueda incesante de legitimar lo indecible recurrió al argumento de la “guerra interna” que es conceptualmente inadmisible, salvo en los manuales de Doctrina de Seguridad Nacional elaborados en EE.UU. y copiados por la Escuela Superior de Guerra. (ESG), entrenando así a todos los segmentos militares en una espiral descendente. Sólo hay una guerra posible para una fuerza armada, a saber, un enemigo que, por definición, es externo, excepto el que intenta subvertir, a través de una poderosa fuerza armada, el orden democráticamente construido según los parámetros de la legalidad vigente. .

Asegurar la independencia del Estado brasileño y la libertad de su pueblo con respecto a la perspectiva de las FA equivale a mirar contemplativamente las determinaciones políticas del pueblo para la buena conducción de sus asuntos. Mirar de lejos bajo la regla inquebrantable de que no se traspasará el Rubicón constitucional ni se agredirá al pueblo bajo ningún pretexto u orden, estos son los principios rectores del FA, ya que a ningún actor político se le otorga la competencia legítima para dictar tal decisión. les ordena, y aun cuando esto ocurra, sólo configurará el derrumbe (y el ocaso) político del poder del que proviene.

Es incuestionable que ya hemos superado todos los límites de lo soportable, tanto desde el punto de vista humano como institucional. Son insoportables, insostenibles, inaceptables y, sobre todo, vergonzosos y humillantes para el país, los minúsculos parámetros republicanos con los que se toman las decisiones al más alto nivel y que someten al pueblo brasileño.

El país hoy se encuentra postrado y vilipendiado no solo desde el punto de vista político sino también desde el punto de vista sanitario, con una fortísima amenaza de golpe de Estado pronunciada en plaza pública por el Presidente de la República, ocurriendo hasta el momento con la condescendencia de la FA. La experiencia política latinoamericana, por ejemplo, deja claro que el rumbo de los países no se decide sin que las FA compitan o, en su caso, tomen por sí mismas las riendas del poder, y las consecuencias apuntan a la tragedia.

No habrá documentos de propiedad ni altos cargos capaces de amortiguar el ruido impuesto por la memoria del mal que acompañará eternamente a los actores que omiten el uso adecuado de sus poderes constitucionales para impedir el genocidio del pueblo brasileño. El profundo silencio de los muertos resonará eternamente en la mente y en los dramas nocturnos de todos aquellos que, uniformados o no, callan hoy ante la toma de medidas capaces de suavizar la matanza, a estas alturas, ya irremediable. por acumulación de omisiones. El escenario es nada menos que desesperante y, dados los datos que irán surgiendo, sumado a la falta de recursos para la sobrevivencia de la población, se proyecta breve el estallido de violencia, cuya utilidad para las fuerzas antidemocráticas que acarician la El sueño de un golpe de Estado es utilizarlo como pretexto para la “invitación” a las FA a restablecer el orden mediante la formalización de una dictadura en Brasil.

Hoy los militares están en una posición de poder y ya dirigen los destinos políticos del país. Este es el último momento para que reflexionen sobre la aventura que están a punto de emprender bajo el llamado de las sirenas que el prudente Ulisses supo esquivar. Es necesario tener claro que no hay mayor honor para un soldado que actuar en defensa de su pueblo, ni oprobio que sustituya al de ser cómplice de su exterminio. Por este tipo de traición, un militar no encontrará un día de paz, ya que su uniforme ya no le quedará bien, cualquiera que sea la recompensa, por muy valiosa que la considere entre las más valiosas.

Este es el último momento para que los más altos mandos de las FA expresen de manera inequívoca que no apoyarán dictaduras ni siquiera políticas genocidas patrocinadas por las mentes de fracasados ​​dinamitadores de cuarteles históricamente movilizados por fuerzas ajenas para cumplir oscuros fines. Quizás el objetivo sea ineludible, que la magnanimidad sea superlativa y las FA se vayan en masa de este Gobierno, pero en ningún caso están de acuerdo con el genocidio. Si no lo hacen, serán llevados a la mancha indeleble de la institución.

Antes de que sea demasiado tarde, las FA deben reconstruir de inmediato los puentes quemados para que puedan regresar ordenadamente a sus cuarteles, coreando alto y claro el debido apoyo a las elecciones anticipadas, libres y directas para la Presidencia de la República. Así, cumplirán cabalmente su relevante papel constitucional a distancia del ámbito de la política, cuya naturaleza es incompatible con las armas, porque mientras éstas amenazan, las libertades se desvanecen, y cuando se pronuncian las primeras, ya no se escucha el verbo, deslegitimar las decisiones democráticas.

Es imperativo que la FA deje de resignarse a la enajenación de la soberanía nacional, y se ciña a la condición otorgada de mero gendarme a disposición de los intereses del imperio, mientras, por otro lado, se dedica a diseñar fosas y tropezando en la franca defensa de la Constitución al favorecer la elevación a la estratosfera de la ideología particular de la oficialidad en desfavor de los resultados derivados del juego político civil.

Es tan fundamental como urgente que el FA revise su posición de garante del orden jurídico y político, y que comience a sembrar esperanza garantizando la libre acción de los líderes políticos populares y el desarrollo de políticas que consoliden el mundo de los derechos. , observando desde la distancia la apertura de escuelas que mejor impiden la construcción de cárceles que la fuerza bruta. Se trata de la difícil misión histórica de sustituir la política dirigida a provocar el genocidio a través de diversos métodos para la independencia y celebración de la vida del pueblo brasileño.

*roberto bueno es profesor de filosofía del derecho en la Universidad Federal de Uberlândia (UFU).

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