Contratar+Brasil

Imagen: Michael Burrows
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por RENATO DAGNINO*

La izquierda aprendió de estas trayectorias urbanas, y especialmente de la agricultura familiar, que para replicarlas era conveniente empezar por su final.

El epígrafe del artículo “Nuevas brechas para la Reindustrialización Solidaria” – “La Ley de Economía Solidaria recientemente aprobada podría subsidiar otro proyecto de desarrollo. Pero se necesitan nuevos marcos legales. “Facilitar, por ejemplo, la compra pública de productos de los movimientos populares y la recuperación de empresas en quiebra por parte de sus trabajadores” – situó lo que imaginé con esperanza en diciembre sobre el potencial de la economía solidaria para aumentar la gobernabilidad.

Al referirme a la indispensable “construcción” de un actor capaz de aunar intereses para la implementación de la ley, destaqué la necesidad de acciones para. Incluyendo la promoción de la Reindustrialización Solidaria con vistas a incorporarla a la propuesta de la Nueva Industria Brasileña.

En la situación actual, entre “cartas abiertas”, resultados de encuestas de opinión, temores de que los defraudadores no sean castigados, etc., el reciente anuncio del programa, conocido como “plataforma”, “Contrata más Brasil” tiende a pasar desapercibido. Porque dificulta esa “construcción” y reduce el potencial de la economía solidaria para revertir la pérdida de gobernabilidad resultante de eventos de esta naturaleza, se trata aquí en el contexto en el que se inserta.

Cualquiera que haya oído hablar de la economía solidaria habrá oído hablar de sus características de ser “de abajo hacia arriba”. Entre ellas, destaco aquí una de tipo tecnoproductivo o tecnocientífico que incorpora aspectos que se sabe que son de carácter cultural y que paradójicamente son poco tenidos en cuenta.

La economía solidaria se organiza en territorios donde existe conocimiento tecnocientífico consistente con sus atributos de propiedad colectiva de los medios de producción, antes que propiedad privada; solidaridad y cooperación en lugar de competencia; y la autogestión en lugar del control capitalista de la producción y el consumo.

Los recicladores de residuos, algo que, al menos hasta ahora, no es propiedad privada y cuya rentabilidad por su explotación no interesa al capital, son el ejemplo más claro en las zonas urbanas. Son la red de solidaridad más valorada por los dirigentes de izquierda.

En las zonas rurales, la agricultura familiar, heredera, entre otros atributos, de la propiedad colectiva familiar de la tierra, ha adquirido aún mayor valor y legitimidad. Logró apalancar el movimiento social más importante del país, legitimar la agroecología en la universidad, captar una parte de las compras públicas, etc.

Conocimiento tecnocientífico construido “desde abajo” desde la agricultura familiar, que incluye aspectos de hardware (instrumentos de trabajo), software (modelos mentales sobre cómo y qué producir) y orgware (formas de organización que incluyen, entre otras, la forma de defender su derecho a la tierra), es un factor reconocido de éxito.

Aun a riesgo de exagerar, se puede decir que la izquierda aprendió de la agricultura familiar cómo potenciar la economía solidaria.

Si fuera posible replicar esta trayectoria paradigmática de consolidación en los espacios urbanos, la izquierda podría asegurar la implementación de su proyecto político. Al fin y al cabo, aquí sobreviven decenas de millones de personas pobres que nunca han tenido ni tendrán trabajo. Aquellos para quienes, como se ha demostrado exhaustivamente, la economía solidaria es, si no la única, la mejor alternativa, desde el punto de vista económico, social, ambiental y político, a esta condición.

El círculo virtuoso de concienciación, movilización, organización, participación, empoderamiento y gobernabilidad (expresado “en las calles” o “en el voto”) de la clase trabajadora en su conjunto podría establecerse mediante la expansión de la economía solidaria.

Las zonas urbanas carecen de muchos de los atributos que, en las zonas rurales, permitieron a la agricultura familiar, aunque de manera incipiente, alcanzar un factor de éxito muy significativo: la asignación de una parte del poder adquisitivo del Estado. Entre ellos, destaco el relacionado con el conocimiento tecnocientífico.

Expulsadas de sus territorios, las familias que viven en la ciudad no cuentan con los conocimientos técnicos y científicos que les permitan independizarse del circuito de explotación capitalista. Allí se aplica la “ley” de que nadie puede consumir lo que produce ni nadie puede producir lo que consume: todo tiene que pasar por el mercado. Lo poco que sobrevive, sorprendiendo a la clase propietaria, es la solidaridad que prevalece entre las madres pobres; No es de extrañar que sean ellos los que impulsen la economía solidaria.

Estas familias, como unidades de la economía popular, sobreviven a costa del conocimiento tecnocientífico que supieron recuperar a lo largo de su miserable vida de inserción subordinada. Algunos de sus miembros, absorbiendo el conocimiento tecnocientífico capitalista, logran sobrevivir, como individuos, realizando tareas cuya baja expectativa de ganancia no interesa a la empresa.

La izquierda aprendió de estas trayectorias urbanas, y especialmente de la agricultura familiar, que para replicarlas era conveniente empezar por el final. En otras palabras, respondiendo a la pregunta sobre qué podrían producir las redes de economía solidaria para satisfacer la demanda estatal de bienes y servicios, que hoy representa casi el 18% del PIB, en condiciones competitivas en relación a la empresa que hoy la capta casi en su totalidad.

Como algo que me permite aludir a la enorme cantidad de bienes y servicios de muy variada intensidad tecnocientífica que estas redes pueden producir, recurro a una metáfora: nuestra próxima Minha Casa Minha Vida debe tener ventanas de aluminio producidas en una cadena solidaria que comienza cuando, en el país que es uno de los líderes en reciclaje de aluminio, un recolector recoge una lata en la calle.

La izquierda aprendió que debía seleccionar entre esos bienes y servicios aquellos que pudieran producirse con el conocimiento tecnocientífico de los pobres urbanos. En particular, aquellas que incorporan su componente más preciado e irremplazable para la economía solidaria, la cooperación autogestionaria. Y que puedan ser optimizadas mediante acciones de Adaptación Sociotécnica de la Tecnociencia Capitalista hacia la Tecnociencia Solidaria, implementables con la ayuda de profesionales de izquierda de nuestras instituciones de docencia e investigación.

Al ordenar la producción de estos bienes y servicios a través de sus diferentes niveles y organizaciones, el Estado podría organizar, en torno a los aproximadamente 20 millones de personas que trabajan individualmente por cuenta propia en las zonas urbanas, la Reindustrialización Solidaria.

Pero, volviendo al hilo que dejé en el artículo citado (y al que vuelvo para saldar la deuda en la que incurrí con lo que menciono en el título) indico cómo Contrata más Brasil cambió mis expectativas.

Como se puede ver en el comunicado publicado en el sitio web del gobierno (disponible aquí), parece ir en la dirección opuesta de lo que la izquierda ha aprendido sobre cómo actuar para expandir la economía solidaria en las zonas urbanas en beneficio de la implementación de su proyecto político.

“Contrata+Brasil [que] es la plataforma de oportunidades de negocios del gobierno brasileño que conecta, de forma sencilla y rápida, compradores públicos de la Unión, estados y municipios y proveedores de todo el país, inicialmente microempresarios individuales (MEIs), para ampliar las oportunidades de negocios locales y generar más empleos e ingresos”… “amplía las oportunidades para los pequeños emprendedores en las compras públicas”… “alcanza más de 30 adhesiones de alcaldías y otros órganos públicos del país”.

El programa de la plataforma implementa a su manera “banderas” como las compras públicas que el movimiento de economía solidaria viene levantando entre sus compañeros que, hoy en el gobierno, están involucrados en la elaboración de políticas públicas. Sin embargo, la forma en que lo hace no tiene en cuenta ni siquiera conceptos básicos como el aumento de la productividad laboral resultante de la cooperación entre los trabajadores y las economías de escala que se han producido a lo largo de la historia.

Sin embargo, la asignación del poder adquisitivo del Estado a los pobres urbanos que están capacitados para prestar servicios para atender la demanda de los “casi 500 alcaldes [que] ya manifestaron su intención de sumarse a la plataforma” se producirá de una manera muy diferente a lo que se esperaba con la aprobación de la Ley de Economía Solidaria.

Los aproximadamente seis millones de MEI que trabajan de forma independiente en áreas urbanas podrían beneficiarse del programa de la plataforma y tenderán a operar de forma individual y no de manera asociativa, y es muy poco probable que operen de manera solidaria. Entre otras cosas porque, además de estar bajo la influencia de la ideología neoliberal que incentiva la competencia y de alegorías como el emprendimiento y la meritocracia, se verán inducidos sociotécnicamente a emplear el conocimiento tecnocientífico (asociado a la Tecnociencia Capitalista) que poseen.

Aunque el programa de la plataforma no satisface sus necesidades, los pobres urbanos que se benefician de él podrán aumentar la gobernabilidad en el largo plazo.

Pero su implementación corre el riesgo de frenar el movimiento de la economía solidaria urbana. Al ignorar las lecciones aprendidas por la izquierda, estaremos desperdiciando el potencial de movilización – “en las calles” pero también “votando” – de un movimiento que, como el MST hoy, podría convertirse en la vanguardia de la sociedad que queremos.[i]

*Renato Dagnino Es profesor del Departamento de Política Científica y Tecnológica de la Unicamp. Autor, entre otros libros, de La industria de defensa bajo el gobierno de Lula (Expresión popular). [https://amzn.to/4gmxKTr]

Nota


[i] Me gustaría agradecer, sin incriminar a nadie, a mis colegas Luciana Ferreira da Silva, Marcia Tait y Alzira Medeiros, y a mis colegas Gabriel Kraychete, Delso Andrade, Henrique Novaes, Antônio Cangiano, Marco Baleeiro Alves y Arthur Guimarães, por las ideas que aportaron a este texto.


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