por LUIZ MARQUÉS*
Los bolsonaristas tienen armas y odio, pero les falta alma y empatía con el sufrimiento del pueblo
El neoliberalismo extiende la red de la economía a campos alternativos de actividad, como las religiones pentecostales que miden la fe por la prosperidad. Incluso los comportamientos no racionales, como animar a un equipo de fútbol, son decodificados por la ideología de la homo economicus en forma de materiales de identificación del club. Todo se cuantifica como mercancía y se cataloga para generar ingresos por la venta. Tú centros comerciales equivalen a las “nuevas cuevas” del mito de Platón. Son metáforas de una modernidad que reemplaza los valores de la ciudadanía en movimiento por la cultura del consumo. La elección estratégica de los medios para lograr un fin permea las diferentes dimensiones de la vida social, bajo la hegemonía sociopolítica del libre mercado.
la omnipresencia de homo economicus evoca la “mano invisible”, descrita por el autor de La riqueza de las naciones. Muestra al sujeto en un juego cuyo sentido se le escapa a él ya los gobiernos nacionales, incapaces de programar el bien de la comunidad. El bien común resultaría de la suma de los intereses individuales, y no de una planificación tecnocrática o participativa. La visión de “totalidad” de los procesos económicos sería una quimera, y el principio del “derecho” a mitigar las desigualdades es un disparate. Los planes solo crearían obstáculos al verdadero motor del desarrollo, el egoísmo, según la vieja gramática liberal. Esta narrativa justifica el vagabundeo de jet ski en horario laboral, lo que deja vacío el Palácio do Planalto.
El neoliberalismo convierte en dogma el precepto de la intervención no estatal/gubernamental para, por un lado, intensificar la competencia por puestos de trabajo entre los asalariados y, por otro lado, formar monopolios u oligopolios. Como si, en la cuna de la industrialización dada la máquina de vapor en las fábricas textiles de Manchester, la liberalismo trajo más satisfacción a la población que el Estado del Bienestar en la Europa de la posguerra.
Los economistas (“fisiócratas”) rechazan las normas administrativas, pero reconocen la soberanía del Estado como copropietario de la tierra y coproductor de productos para justificar la recaudación de impuestos. Los neoliberales, en cambio, están en contra de los impuestos en general y, en particular, de las grandes fortunas –además de criticar la autoridad del Estado. La “contribución social de las empresas radica en la búsqueda de ganancias”, dice el padre del neoliberalismo estadounidense, Milton Friedman.
Ese chico chicago quien ascendió a cargos durante la dictadura de Pinochet y está a cargo del Correo Ipiranga, para que pueda dormir. Lo que desvela al actual Ministro de Economía es la Constitución que prohíbe la privatización de las playas del litoral brasileño, de las universidades federales y del SUS. Ni el reciente escándalo de corrupción (otro) practicado por el presidente, el 5 de octubre de 2022, con la “enmienda” que “hizo desviar R$ 10,5 mil millones en fondos destinados a salud, ciencia y educación para alimentar el secreto presupuestario” (diplomacia en línea).
Tampoco causa insomnio el fraude de más de R$ 1 mil millones, señalado por el TCU, en licitaciones de la estatal Codevasf para el “bolsillo” del cártel de la pavimentación asfáltica. O homo corrupto, que evolucionó de “cracks” en “cracks”, y empresarios del ridículo traje de Havan creen en el lema “Brasil es nuestro” (léelos). Es una pena que la prensa encubra el crimen de lesa-patria por falsos patriotas. Hay cosas que no salen Globo.
Jair Bolsonaro desgarra las iniquidades de la república, sustrae la sociabilidad plural de la nación y torpedea los pilares de la civilización: los derechos humanos y la preservación del medio ambiente. En el plano exterior, para recordar el carácter infantil y juvenil del que se apropiaron los fascistas en Italia, la reelección del Pinocho fortalece a la extrema derecha mundial. Internamente llama a la sobreexplotación de la mano de obra ya un régimen de excepción. Es deber moral de los demócratas impedir el establecimiento del autoritarismo y la legitimación de la necropolítica. Los bolsonaristas tienen armas y odio, pero les falta alma y empatía con el sufrimiento del pueblo y un proyecto de futuro para el país.
En lugar de un estado de exclusión al servicio del 1% privilegiado, urge un estado republicano democrático con participación popular que satisfaga las necesidades del 99% de la población. “La desigualdad es una construcción social, histórica y política”, señala Thomas Piketty. También se aplica a la utopía “hacia la igualdad y la justicia”. Victoria en las urnas homo generoso - Lula – es fundamental para la lucha por la democracia en América Latina.
*luiz marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.
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