por ALFREDO ATTIÉ
Una extrema derecha israelí parece una contradicción en sus términos y exige una reacción enérgica de la sociedad internacional, a la que este régimen israelí arrogantemente da la espalda.
“El mundo gira, gira alrededor del mundo, Camará”
1.
El mundo da muchas vueltas y el destino tiene muchas sorpresas guardadas para la humanidad. ¿Quién habría imaginado, sin embargo, que apenas un siglo después del ascenso del fascismo en Europa, la misma ola totalitaria volvería a golpear las costas de los continentes, ahora involucrados en el orden global?
Estos regímenes fueron derrotados en el curso de un cruento conflicto, que requirió de una alianza de países dispuestos a resistir y rescatar los viejos principios del liberalismo político, atemperados con la fuerza de los principios del socialismo –ambos tan criticados en su momento– para conjurar los males de la marea totalitaria y establecer un nuevo orden internacional, bajo la tutela de organismos internacionales enfocados en mantener la paz y salvaguardar la estabilidad de un sistema económico que preservara, sí, el capitalismo pero asegurara que los mecanismos de bienestar eliminaran el terreno fértil para la tentación de sucumbir a la capacidad seductora del discurso fácil y falso de los líderes de extrema derecha.
Sin embargo, una vez terminadas las salvaguardas del Estado de Bienestar, debido a la fuerte influencia del orden neoliberal, que logró destruir todas las estructuras de protección al trabajo y a la vida social, el discurso totalitario retomó su curso, poniendo de moda las peligrosas ideas de la lucha social por la supervivencia, de la competencia desenfrenada, de la desintegración de la sociedad, lo que condujo al asombroso enriquecimiento de nuevas oligarquías nacionales e internacionales, que gozan de un campo fértil para su labor de destrucción de las bases de la educación y de la cultura del pueblo, para imponer belicosas normas de conducta, engañosos modelos de comunicación, a través del nuevo ámbito informativo de los medios privados, paradójicamente llamados “sociales”, cuando, en verdad, su tarea es antisocial, en esencia.
En medio de este entorno hostil para la supervivencia de la naturaleza y la humanidad, ocurrió algo que, en un principio, parecería absolutamente impráctico. Se trata del cambio de configuración precisamente de los personajes que, hace aproximadamente cien años, eran, uno, víctima de la violencia atroz del totalitarismo, y, el otro, un salvavidas en el naufragio de la humanidad.
De un lado, el Estado de Israel, del otro, los Estados Unidos de América. Uno, en su momento, sin identidad estatal, representado por un grupo de personas perseguidas y violentadas, de tal manera que el simple recuerdo de lo perpetrado por las fuerzas del nacionalsocialismo todavía causa profunda indignación y revuelta. La otra, que apenas convertida en primera potencia económica a fines del siglo XIX, utilizó todo su poder para, junto al poder de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, contrarrestar el equilibrio de fuerzas europeas y la supremacía asiática japonesa, rescatando a Europa del dominio nazi y posibilitando el fin del imperialismo militar en Asia.
2.
El Estado de Israel fue precisamente el símbolo creado, gracias al compromiso de la sociedad internacional, con el papel protagónico de los diversos países aliados, responsables de la derrota del fascismo y del nazismo, del nuevo orden internacional, en el que comenzaba a primar la paz, que se fijó como objetivo principal, y las declaraciones internacionales y regionales de derechos, como los medios para preservar una humanidad libre y solidaria.
En el transcurso de este nuevo orden se pondría fin al colonialismo político, objetivo que se sumó a las bases de la posguerra, gracias al compromiso y la lucha de los pueblos del Sur Global, que impusieron derrotas al imperialismo europeo y exigieron que se forjara una sociedad internacional que respetara efectivamente la libre determinación de los pueblos y su soberanía nacional e internacional.
Por supuesto, este mundo no se ha vuelto perfecto, y ni siquiera ha logrado arraigar en la cultura internacional los derechos, establecidos en diversas Declaraciones, que influyeron en innumerables Constituciones nacionales y tratados regionales con cláusulas de respeto a la democracia y los derechos fundamentales, incluso si había esperanzas de que este orden de derechos se implementara plenamente mientras el ideal y la práctica de la Estado de bienestar.
La Guerra Fría actuó como contracorriente a este deseado orden de derechos, bienestar y democracia. Las potencias internacionales se esforzaron por mantener su ascendencia sobre sus zonas de influencia, de hecho, de dominación, permitiendo, alentando e incluso siendo protagonistas de la implementación de regímenes dictatoriales y de la violación de esos mismos principios, valores e ideales.
Volviendo, sin embargo, al argumento principal de este artículo, los Estados que representaban, al menos en el imaginario tejido por los medios de comunicación y la propaganda del nuevo orden internacional, el símbolo del rescate de los derechos y del respeto a la dignidad humana, víctima y protagonista de la salvación de la humanidad del totalitarismo, se han convertido, hoy, en las antípodas de esta representación.
Si no, ¿cómo podemos aceptar la imagen de una extrema derecha en Israel? Este Estado, que tanto debe a los esfuerzos de la sociedad internacional, se ha convertido ahora en acusado en un proceso ante la Corte Internacional de Justicia –pilar judicial del nuevo orden internacional de derecho– por haber cometido crímenes de lesa humanidad y genocidio. Crímenes cuya concepción surgió precisamente de la toma de conciencia de la humanidad de las atrocidades cometidas por regímenes de extrema derecha hace cien años, y de las cuales fueron víctimas personas, en particular el pueblo judío.
Además, esta investigación de gravísima responsabilidad se duplica en el proceso y en la orden de captura contra el líder del Estado de Israel –que ejerce el poder como Primer Ministro desde hace casi dos décadas, fruto, sorprendentemente, de unas elecciones que se reivindican y reafirman como democráticas– emitida por la Corte Penal Internacional.
Este mismo Estado de Israel que, en la apertura de su defensa ante la Corte Internacional de Justicia, afirmó que representaría los valores occidentales en Medio Oriente, exclusivamente. A todos nosotros nos corresponde preguntarnos a qué valores se refieren los abogados defensores del acusado.
3.
Los viejos principios de las democracias liberales –vilipendiados por el totalitarismo–, enriquecidos con los valores y las críticas aportadas por el movimiento socialista y por New Deal?O, como se afirma en las graves acusaciones contra las que se defiende, los antivalores y atrocidades perpetradas por esos mismos totalitarismos, que pretendieron hacer prevalecer la eugenesia, que les dio un fundamento siniestro, y consagrar una práctica de discriminación y violencia, destructora de la humanidad y de los pueblos considerados inferiores y de indeseable presencia en sus territorios, si no en el mundo?
Son acusaciones muy graves que ponen el mundo patas arriba. Sobre todo si observamos la tolerancia e incluso la defensa fundamentalista y virulenta que reciben de ciertos organismos de la comunidad internacional, que deberían jugar un papel crítico y permanecer en silencio o condonar la grave situación que presenciamos con perplejidad.
Una extrema derecha israelí parece una contradicción en sus términos y exige una reacción enérgica de la sociedad internacional, a la que este régimen israelí arrogantemente da la espalda.
Sin embargo, he aquí que Estados Unidos, a quien debemos, según la narrativa histórica dominante, la salvación del mundo de la ola totalitaria, adopta, en relación con los pueblos del mundo, el mismo discurso de extrema derecha que sustenta el surgimiento de los regímenes totalitarios. Discurso de superioridad, de prejuicios y de amenazas de violencia, de irrespeto al orden de derechos de una sociedad que se construyó contra la guerra y las atrocidades genocidas y criminales, precisamente sobre la base de esos derechos. Esto se hace mediante un discurso que viola los principios internacionales y una práctica que pretende eliminar esos principios y el orden que ellos sustentan y justifican.
Este cambio radical –que transformó a las víctimas de la opresión y la dominación y a los protagonistas de la liberación en verdugos del orden internacional, un cambio que pretende establecer un nuevo orden, basado precisamente en todo lo que el orden actual pretende combatir– debe ser puesto fin por la sociedad internacional.
4.
Sí, a través de mecanismos y estructuras creadas por los tratados internacionales, como la propia ONU y sus agencias, como las Cortes Internacionales creadas para defender y dar efecto a los derechos y deberes internacionales que sean coherentes y no se aparten de los valores de la paz, la igualdad, la libertad y la solidaridad. Es necesario defender y fortalecer estos mecanismos.
A través de una opinión pública bien informada, bien formada, removiendo el daño que ha causado la prensa corporativa, olvidándose de dar voz a quienes están verdaderamente comprometidos con la civilización, compuesta por naturaleza y humanidad, y permitiendo que se impongan discursos totalitarios y engañosos, que representan intereses que chocan con el orden de la democracia y los derechos.
Opinión pública formada e informada que también resulta, como debe ser, del control o supervisión de los medios de comunicación antisociales, que, por intereses privados de sus propietarios y financistas, han tomado el camino puro y simple de predicar y financiar la opresión, la explotación, la dominación y la destrucción humana y ambiental.
Una unión de países que aún preserven y defiendan la democracia, mediante la atención a los derechos y deberes y la implementación de políticas públicas coherentes con las declaraciones internacionales y sus Constituciones, sería esencial.
América Latina podría dar un ejemplo de esta unidad en torno a los valores que derrotaron al totalitarismo, de su defensa inquebrantable frente a las amenazas actuales. Países como México, Colombia, Chile, Uruguay y Brasil, actualmente bajo el gobierno de coaliciones democráticas, pueden y deben asumir ese liderazgo en la defensa de la recuperación de la democracia y su perfeccionamiento. Estos países, al igual que los pueblos americanos, son herederos del espíritu pionero interamericano en la búsqueda de estructuras de integración y valorización de los derechos a la autonomía y a la integridad territorial, tal como se forjó en los documentos forjados en la época de su independencia, especialmente en las Cartas de Panamá, y, sin duda, en la declaración de derechos que precedió e influyó en la declaración universal.
Los pueblos que hoy están oprimidos por estos Estados – que he citado aquí como ejemplos extremos del desorden que amenaza al mundo de hoy – que pretenden negar su propia historia, pueden mirar a esta nueva alianza internacional por la paz, la democracia, los derechos humanos y naturales, la igualdad, la libertad y la solidaridad, con la esperanza y el deseo de unirse a ella en un movimiento de nueva resistencia, para su liberación y la de toda la humanidad de la tormenta totalitaria.
Todos los pueblos del mundo, finalmente, nuevos aliados, no ya sólo como países, sino como sujetos de la historia de la humanidad. Unidos por un ideal que pueda representar su derecho a vivir y compartir bienes materiales e inmateriales, en la búsqueda de la felicidad.
Podremos salir de esta tormenta y sobrevivir a ella si sabemos emplear inteligente y activamente nuestra capacidad de convivir y compartir los mejores caracteres y genios de nuestra existencia.
*Alfredo Attié Es juez de los Tribunales de São Paulo. Autor, entre otros libros, de Derecho constitucional y derechos constitucionales comparados (Brasil tirante). Elhttps://amzn.to/4bisQTW]
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