Consenso, coerción y subalternidad

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por LEANDRO GALASTRI*

Las bases materiales para sustentar la dominación sobre los grupos sociales subalternos y las posibilidades de resistencia a las clases dominantes

Varios principios más o menos arraigados en el sentido común tienden a ser ampliamente explorados por la ideología conservadora en general. Ejemplos: ser rico o pobre es una cuestión de mérito, o una elección de la Providencia, o el azar y la aleatoriedad de la vida; la criminalidad es un problema de carácter moral individual, o del bien contra el mal en el mundo; el orden social, cualquiera que sea, es siempre una situación deseable que interesa a todos, por encima de disputas específicas (aquí están implícitas nociones “tradicionales” de familia, género/sexo, prejuicios raciales, así como nociones preconcebidas sobre el lugar y la función que cada uno debe ocupar en la sociedad); los políticos en general, todos los políticos y toda “política”, tienen la culpa de males sociales como el desempleo, la pobreza, la quiebra de los sistemas de salud y educación y, como corolario de este razonamiento, el único político social y verdadero es la corrupción. ; el buen gobierno es una cuestión de ética personal y “honestidad”; finalmente, el “egoísmo” es una característica de la “esencia” humana.

Siglos de difusión de la concepción liberal del mundo, luego liberal-conservadora, vía consenso o coerción, capilarizada en la sociedad en forma de sentido común y valores populares, tejieron este “velo de la ignorancia” –no en el sentido neocontractualista de Rawls ( 2000, p. 26), pero, en todo caso, no necesariamente en un sentido menos malo, sobre las estructuras, procesos y contradicciones de clase que subyacen a la percepción inmediata de los fenómenos sociales por parte del público en general. Esta superficie ilusoria -pero con efectos reales- se transformó en la única dimensión social existente con la ayuda de análisis sociales idealistas, positivistas y empiristas de intelectuales comprometidos con el statu quo de todos los tiempos. La etapa más reciente del modo de producción capitalista, la de la reestructuración fabril toyotista y el singular discurso del pensamiento neoliberal, reintroduce y refuerza esta concepción del mundo, esta vez con matices intensificados.

No Cuaderno 22, Gramsci identifica cuatro características básicas de la constitución de los fenómenos del americanismo y el fordismo en las primeras décadas del siglo XX: aumento de salarios, beneficios sociales, propaganda política e ideológica efectiva y, finalmente, el desmantelamiento de los sindicatos por la fuerza policial (GRAMSCI, 2001, pág. 247)[ 1 ]. Los tres primeros forman parte de la dimensión del consenso, obteniendo la aprobación activa o, al menos, la aquiescencia de la masa de trabajadores; el cuarto es un componente típico de la dimensión coercitiva, el sometimiento por la fuerza física (y, podríamos agregar, también económica y legal) de aquellos contingentes que ni activa ni pasivamente consienten, o que posiblemente podrían no consentir.

De todas estas características, las dos últimas (integrar un solo discurso político-ideológico y la coerción policial, económica y legal) son las que mayoritariamente predominan en las últimas décadas de imposición del discurso neoliberal. En cuanto a beneficios sociales (irrisorio, según de qué continente se trate) y ganancias salariales, estos se han hundido víctimas del feroz ataque del capital financiero global a través de privatizaciones y mercantilizaciones de todas las esferas de la vida social. Lo que quedó fue la fuerza física directa (o indirecta, a través de las leyes) en el desmantelamiento de la capacidad de organización política de los trabajadores y la intensa propaganda política e ideológica.

Este segundo es, actualmente, responsable por la construcción de un “consentimiento” inestable, inerte, confuso, contradictorio, pero rígidamente enmarcado y disciplinado por los bombardeos diarios de las redes sociales de internet, los medios electrónicos “tradicionales” y, como ejemplo del caso brasileño , grandes y pequeños templos cristianos repartidos por la periferia, metropolitana o no. Esta es la campaña ideológica “muy hábil”, propagada por los medios monopólicos y por la miríada de sectas religiosas de penetración difusa en los espacios sociales subalternos, en torno a dos mitos de la época del capitalismo actual: el individualismo “emprendedor” y el ensalzado “anti- “postura política”.

Ya es bien sabido, a través de diversas investigaciones académicas, que el enorme conjunto de grupos religiosos comúnmente evangélicos de las periferias urbanas acaba funcionando día a día no sólo como estímulo espiritual, sino también como una verdadera red de ayuda material de todo tipo. a sus feligreses, en gran parte pertenecientes a clases sociales desatendidas por políticas públicas.

Este hecho confirma la necesidad de bases materiales mínimas para el consentimiento a una determinada cosmovisión. Sin embargo, la precariedad e insuficiencia, o incluso la no universalidad de estas bases materiales, hacen que no se construya una hegemonía de facto y hacen indispensable la permanente coerción física, económica y jurídica de estos grupos subalternos, así como indispensable la avalancha ideológica de discurso del individualismo neoliberal del actual contexto histórico de contrarreformas.[ 2 ]

Este discurso se convierte en una especie de “modo de vida” arrancado de las entrañas de los nuevos métodos de reproducción y acumulación de capital, en un proceso en el que “el modo de vida materializa el paso de macroestructuras (relaciones capital-trabajo en su forma más abstracta) a las microrelaciones (la vida cotidiana de las clases). Las relaciones sociales de producción se traducen en relaciones de consumo y las determinan: el consumo es un elemento mediador importante en este proceso, a través del cual las clases tienen (o no) acceso a los bienes económicos y sociales. Estas relaciones determinan, al mismo tiempo, campos de posibilidades de clase y formas de dominación y subordinación. El mito de la libertad de consumo, por ejemplo, asociado a la falta real de recursos suscita elementos objetivos de insoportabilidad de la vida (...). Las palabras son elementos de encantamiento a través de la naturalización de las prácticas” (DIAS, 2012, p. 51).

Las últimas líneas de la cita anterior son esenciales en este caso. El lenguaje se convierte en vehículo de legitimación de prácticas, actuando en el ámbito de una semántica monolítica esencializada y naturalizada en todas las instancias pedagógicas del Estado y la sociedad civil. Los medios de comunicación, principalmente los medios electrónicos tradicionales y las redes sociales en internet –lejos de ser democráticos, por cierto– actúan con fuerza en este proceso.

El mundo simbólico del sujeto subalterno se desarrolla en el universo de este discurso, haciéndolo conformista de este conformismo. Sus posibilidades de ampliar la percepción de las relaciones sociales en las que se entrelaza son neutralizadas por la “fuerza del lenguaje, verbal e imaginario” que “reduce a las clases populares a un conocimiento superficial y fragmentado que constituye su sentido común y destruye todas sus posibilidades”. de resistencia” (SCHLESENER, 2016, p. 114).

Tales posibilidades de resistencia de los grupos sociales subalternos tanto a la coacción física, económica y jurídica de las clases dominantes y su Estado, como al singular discurso neoliberal que insiste en forjar una concepción del mundo basada en mistificaciones como el “emprendimiento” , la “lucha contra la corrupción” y la “antipolítica”, pasan por la reconstrucción y fortalecimiento de las organizaciones populares de base.

Los partidos políticos de izquierda socialista y comunista y los movimientos populares consolidados necesitan dedicar toda su atención a la organización y movilización permanente de sus bases, y aprovechar cada pequeña oportunidad para expandirlas. Nada de esto es elemental bajo los fuertes vientos reaccionarios que desequilibran nuestros pasos, pero si sólo se puede prever la lucha, como escribió Gramsci, es porque su motor es la voluntad.

* Leandro Galastri es profesor de ciencia política en la Unesp-Marília. autor de Gramsci, marxismo y revisionismo (Autores asociados).

 

Referencias

DÍAS, Edmundo. “Reestructuración productiva”: forma actual de lucha de clases. Octubre, No. 1, 1998, págs. 45-52. Acceso: http://outubrorevista.com.br/wp-content/uploads/2015/02/Revista-Outubro-Edic%CC%A7a%CC%83o-1-03.pdf

DÍAS, Edmundo. Revolución pasiva y forma de vida. São Paulo: Editora Sundermann, 2012.

GRAMSCI, Antonio. Cuadernos de prisiones. Traducido por Carlos Nelson Coutinho. Río de Janeiro: Civilización Brasileña, 2001, vol.4.

HARVEY, David. Condición posmoderna. São Paulo: Loyola, 2009 [1992].

RAWLS, Juan. Liberalismo político. Traducción de Álvaro de Vita. São Paulo: Martins Fontes, 2011.

SCHLESENER, Anita. Grilletes invisibles. Ponta Grossa: Ed. UEPG, 2016.

 

Notas


[ 1 ] El taylorfordismo surge como un fenómeno de “reestructuración productiva” o, menos eufemísticamente, como una intensificación de las formas de extracción de plusvalía relativa y, por tanto, una nueva revolucionarización de las fuerzas productivas, entre ellas la propia fuerza de trabajo: “La experiencia taylorista fue la forma de subsunción real del trabajo al capital practicada aún más plenamente a principios del siglo XX. El fordismo, como conjunto de medidas contratendencia, incorporó un nuevo tipo de gestión fabril. El taylorismo fue el instrumento para crear una disciplina obrera a través de la pérdida de su subjetividad clasista: los trabajadores debían renunciar al control que tenían sobre la producción y pasar a realizar un trabajo basado en la objetividad del capital, centrado en la reconstrucción de lógicas operativas. A la ruptura de los sindicatos, forzada por la coerción, por métodos policiales, se sumó la imposición de una nueva subjetividad” (DIAS, 1998, p. 47).

[ 2 ] Harvey (2009, p. 161) señala que el individualismo exacerbado se afirma como condición ideológica para la transición del fordismo a la “acumulación flexible” y, por ende, a “un individualismo mucho más competitivo como valor central en una cultura emprendedora que ha penetrado en muchos aspectos de la vida (...) Hoy, el emprendimiento caracteriza no solo la acción en los negocios, sino dominios de la vida tan diversos como la administración municipal, el aumento de la producción en el sector informal, la organización del mercado laboral, el área de investigación y desarrollo, llegando incluso a los rincones más remotos de la vida académica, literaria y artística”. Pocos años después de estos pasajes, la traducción portuguesa consagró el término “emprendimiento” en el contexto de la sociología crítica del trabajo, que también enfrentó el nuevo fenómeno de la “uberización” de la fuerza de trabajo.

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