por CARLOS ZACARIAS DE SENA JÚNIOR & MAÍRA KUBÍK HERMANO*
Defender la universidad, hoy en día, significa defender a los sujetos reales que hay dentro de ella.
Sobre el texto “¿Quién teme a los movimientos sociales”?, que publicamos en el sitio web la tierra es redonda , en respuesta al profesor de la Universidad Federal de Bahía Rodrigo Pérez Oliveira, tuvimos una réplica de su colega que pretendía comentar algunas de las cuestiones que planteamos y que también fueron planteadas por Fábio Frizzo, Marco Pestana y Paulo Pachá, en un Artículo publicado en Folha de S. Paulo el 2 de octubre.
En su réplica, titulada “Sobre las relaciones entre los movimientos sociales de izquierda y las universidades”, publicada en revista foro (04/10/2024) Rodrigo Oliveira afirma que “Muchos colegas coincidieron [con su texto 'Profesores universitarios odiados de derecha e izquierda', publicado en Folha, el 15/09] y la publicación llamó la atención sobre la necesidad de crear un Observatorio Nacional con el objetivo de monitorear las denuncias de todo tipo de violencia laboral contra profesores universitarios”.
El argumento utilizado por Rodrigo Oliveira sigue la misma línea de lo que ha expuesto en sus artículos sobre revista foro y en su intensa actividad en la red social, tema en el que nos centramos en nuestro texto. Sin embargo, el profesor de la UFBA agrega que nos habría faltado empatía ante los cuatro casos que presentó y que optamos por no discutir y también que “la suposición de que en casos de reincidencia los tribunales de cancelación serían legítimos, con los activistas poniéndose en calidad de acusadores, jueces y verdugos”.
Casi es innecesario decir que no defendemos los “tribunales de anulación” ni consideramos legítimo que los activistas de los movimientos sociales se coloquen en la posición de “acusadores, jueces y ejecutores”, pero es ridículo suponer que frente a Ante posibles tensiones cada vez más comunes entre acosadores (o presuntos acosadores) y sus víctimas, los estudiantes suelen buscar a sus organizaciones y actuar a favor de castigar a quienes consideran culpables. Ignorar esto es ignorar el funcionamiento del conflicto en una sociedad de clases, basado en la explotación y opresión de segmentos subordinados, que para el colega de la UFBA son una amenaza para el ejercicio de la docencia.
Finalmente, Rodrigo Oliveira lamenta que la universidad haya sido cooptada por grupos específicos, lo que forma parte del mismo razonamiento del colega de la UFBA Wilson Gomes, quien en septiembre de 2023 llegó a decir, entre otras cosas: “Uno de los Los lugares más insalubres donde trabajar hoy son las universidades. El más mínimo interés contradictorio, la más mínima exigencia de jerarquía pedagógica, la mera indicación de bibliografía pueden dar lugar a una acusación de un gravísimo delito de identidad. Crimen atroz, sentencia cumplida automáticamente”.
Si es como dicen, y no hay posibilidad de que estemos en diferentes universidades, porque todos somos de la UFBA, tal vez sería realmente cierto que apoyemos la propuesta de crear un Observatorio para acompañar el tema y protegernos de Ante tal usurpación de identidad, estos supuestos canceladores violentos, que no respetan las jerarquías, quieren imponer sus bibliografías y su lógica a todos aquellos que no rezan en sus guías. Sin embargo, no lo entendemos así, tanto porque tenemos experiencias diferentes a las de nuestros compañeros de la misma universidad, como porque accedemos a datos que contradicen una visión que consideramos distorsionada y sobreestimada del fenómeno que abusivamente llaman “identitarismo”. ”.
Nuestro objetivo en este texto no es continuar el debate con Rodrigo Oliveira, ni siquiera señalar los problemas del argumento de Wilson Gomes, algo que, de hecho, ya hicieron Joyce Alves, Patrícia Valim y Rosângela Hilário (“La invención del 'Tribunal de Identidad'”, Folha de S. Pablo, 01/11/2023), pero abordando temas que han movilizado a una parte de la academia y movimientos que expresan descontento con posturas que llaman “identitarismo”.
Nuestra intención, por tanto, no es personalizar el debate, sino responder a las acusaciones que han ido ganando terreno en el debate público, que dicen que los docentes son atacados por la izquierda “identitaria”, como si el gran problema de la izquierda fuera sus identidades, y no su letargo, su remolque y la conciliación de clases defendida por los partidos hegemónicos y el gobierno Lula, que opta por negociar con Arthur Lira y el Centrão, en lugar de apostar por las luchas, la movilización de los trabajadores y los movimientos sociales.
La universidad como espacio de reproducción de la violencia
Evidentemente, la universidad no está aislada del resto de la sociedad. Por su misión formativa y ser un espacio para el ejercicio del conocimiento crítico, aparecen y, quizás, se resaltan aún más los conflictos transversales presentes en las relaciones sociales al interior del mismo. No simplemente porque hay más violencia, sino porque éste debe (o debería) ser un entorno propicio para enfrentarla. Se supone que las aulas, en particular, son un lugar de cuestionamiento, de indagación. Después de todo, hacer ciencia, que es parte de la vocación central de la universidad, ¿no se trata de hacer preguntas? ¿No es eso lo que enseñamos?
Entre los conflictos sociales que se expresan agudamente en la universidad, podemos destacar aquellos que hacen explícitas las desigualdades superpuestas de género, raza/etnia y clase social. En los últimos años, gracias a un nuevo momento de fortalecimiento de los movimientos feminista, negro, indígena, LGBTQIA+ y de personas con discapacidad (PCD), combinado con el acceso a la universidad de estos llamados grupos subordinados a través de políticas públicas de ampliación de plazas y cupos. Ha habido denuncias cada vez más frecuentes de sexismo, racismo, LGBTfobia y capacitismo, provenientes tanto de estudiantes como de docentes y técnicos administrativos. Como resultado, hemos visto la implementación de políticas –todavía tímidas en la mayoría de las instituciones de educación superior– para combatir la violencia y el acoso, tanto moral como sexual.
Destacamos este nuevo momento porque, hace algunos años, habría sido impensable despedir a un profesor por acoso sexual, como ocurrió recientemente en la Universidad Federal de Bahía, donde enseñamos. Sin embargo, estos procesos, que se multiplican a medida que aumenta el número de denuncias, tienen un largo camino por recorrer, como lo demuestra el largo tiempo que transcurre entre la denuncia, la reacción y la resolución. Lo más común, sin embargo, es que no exista un movimiento institucional por parte de la universidad para responder a este tipo de situaciones. Y por universidad nos referimos a los docentes, que ocupan puestos directivos.
Generalmente, la falta de solución genera descontento, desánimo y, en casos extremos, enfermedad, deserción y abandono de la universidad. En un proyecto de extensión realizado entre 2017 y 2018 en la UFBA, cuando se les preguntó sobre derivaciones a situaciones de violencia de género, ya sea moral o sexual, estudiantes, docentes, empleados técnico-administrativos y trabajadores tercerizados demostraron su incredulidad en la capacidad de la universidad para enfrentar con quejas.
Al mismo tiempo, los declarantes denunciaron de forma muy contundente lo que habían oído, especialmente de profesores varones heterosexuales, pero también de estudiantes. El humor apareció como un arma frecuente utilizada por los agresores, pero también hubo quienes denunciaron violencia física extrema, como la violación.
Destacamos este contexto porque es en un entorno donde la violencia es lo que prevalece para los llamados grupos subalternizados que se han producido algunas movilizaciones que podrían considerarse más radicalizadas en términos de acción social. Y nos preguntamos: si la violencia no fuera parte de la vida cotidiana, ¿se producirían de esta manera tales acciones, o mejor dicho, reacciones? Ciertamente no.
Borrado y representación epistémica
El reciente acceso a la universidad de los llamados grupos subalternizados a través de una política de cuotas también trajo consigo una intensa reflexión sobre su borrado epistémico. En las aulas es cada vez más habitual solicitar referencias bibliográficas más representativas de una pluralidad de pensamiento y no restringidas a los cánones europeos. ¿Dónde estarían los autores además de los de cuatro o cinco países de Europa y Estados Unidos?
Sin embargo, constatar la existencia de tal reivindicación no significa que se presente en forma de imposición o ruptura de jerarquías, como algunos señalan. En la mayoría de los casos, la simple observación de la falta de diversidad en la literatura utilizada por profesores sensibles y atentos a los cambios, da como resultado una diversificación. En estas situaciones, aún sin desconocer los cánones, la ampliación de referentes incorporando la diversidad y, eventualmente, otras epistemologías, contribuye a fortalecer la universidad como espacio de crítica y confrontación de ideas.
Al reflexionar sobre la estructura del conocimiento en las universidades occidentalizadas, Ramón Grosfoguel señala una relación directa entre el conocimiento considerado legítimo por la academia y acontecimientos históricos que significaron el borrado, a través de la violencia, de otras formas de conocimiento: “Privilegio epistémico e inferioridad Las epistémicas son dos caras de la misma moneda. La moneda se llama racismo/sexismo epistémico, en el que un lado se considera superior y el otro inferior (…). Las estructuras de conocimiento fundamentales de las universidades occidentalizadas son epistémicamente racistas y sexistas al mismo tiempo” (Grosfoguel, 2016).
Ramón Grosfoguel se pregunta cuáles fueron los procesos históricos que produjeron las estructuras de conocimiento basadas en el racismo/sexismo epistémico y la respuesta, según el autor, se centra en cuatro epistemicidios: la conquista de Al-Andalus; la invasión del continente americano; Poblaciones africanas extraídas por la fuerza de África y esclavizadas en el continente americano; y el asesinato en masa de mujeres indoeuropeas acusadas de brujería y quemadas vivas por la Iglesia cristiana.
La universidad brasileña, cuyo acto fundacional fue la creación de la Facultad de Medicina de Bahía, en 1808, por D. João VI, ha estado, desde su creación, directamente vinculada a estos acontecimientos históricos y, por tanto, basada en el racismo, el sexismo y colonialismo. Nacida en manos de la monarquía portuguesa, poco cambió en el siglo siguiente, cuando el principal acontecimiento que dejó su huella fue la misión francesa en la Universidad de São Paulo en los años treinta.
El cambio más significativo se produjo a partir de la década de 1960, con el acceso de la clase media a este espacio previamente ocupado predominantemente por las clases dominantes. El resultado directo de esta ampliación de la universidad fue que el movimiento estudiantil se convirtió en un actor político relevante en el escenario nacional, simbolizando la lucha contra la dictadura militar. Aun así, la universidad siguió siendo un espacio poco representativo de la sociedad brasileña en su conjunto, especialmente en lo que respecta a raza/etnia.
Sólo con la política de cuotas, implementada en 2002 inicialmente en la Universidad Estadual de Río de Janeiro (UERJ) y en la Universidad Estadual de Bahía (Uneb), se produce una transformación de la universidad. Junto a una ostensible política de financiación de las universidades privadas, a través del Prouni – con todos los problemas que ello implica – vimos entonces, en todo Brasil, testimonios orgullosos de hijas e hijos de la clase trabajadora que lograron alcanzar la educación superior.
Si unirse es un logro, permanecer resultó ser un desafío. Las políticas públicas de ayuda al estudiante, con un presupuesto cada vez menor, no pueden atender a todas las personas en situación de vulnerabilidad social. Como resultado, tenemos un alumnado que también es trabajador y que invierte su tiempo entre la formación académica y el ejercicio profesional, muchas veces precario. En el caso de las mujeres y de las personas que desempeñan roles sociales femeninos, también existe una sobrecarga de tareas de cuidado. No faltan testimonios de estudiantes que resaltan la extrañeza de vivir mundos tan lejanos: la universidad y el resto de sus vidas.
Al reflexionar sobre su posición como académica negra en espacios predominantemente blancos, Patrícia Hill Collins utiliza la formulación de forastero dentro (outsider from inside), diseñado a partir de la experiencia de trabajadoras domésticas negras en hogares familiares blancos, para abordar este estar dentro y fuera de la academia al mismo tiempo (Collins, 2016 [1986]). Dominar el lenguaje del modo de vida blanco y vivir entre los negros adquiere, en esta lectura, un potencial de privilegio epistémico.
Ser mujer negra trajo a Patrícia Hill Collins preocupaciones académicas que un hombre blanco no tendría y, en consecuencia, dio lugar a diferentes preguntas de investigación, trajo diferentes construcciones epistemológicas y moldeó de manera diferente las relaciones interpersonales en la universidad, incluidas las relaciones con el alumnado. .
Siguiendo las sugerencias de Patrícia Hill Collins, un aula diversa debería ser un estímulo, un refrigerio, una invitación para que otros piensen y actúen. ¿Qué no nos preguntamos sobre determinados temas? ¿Qué autores no estamos leyendo? Algunos de nuestros colegas, sin embargo, responden reactivamente a estas oportunidades, poco acostumbrados a transformaciones e incomodidades decididas. Además, es un hecho que si bien el estudiantado se ha transformado sustancialmente y ha adoptado una postura protagónica para exigir cambios epistemológicos, el profesorado es mayoritariamente blanco.
Las cuotas para el servicio público tienen dificultades para implementarse en las universidades, debido a la falta de vacantes para especialidades. Y cuando se piensa que se ha avanzado en el tema de la reparación vía reserva de vacantes mediante cuotas, no es raro que candidatos de amplia competencia cuestionen los resultados en los tribunales y resulten exitosos, lo que representa un inmenso riesgo para este importante público. política arrebatada a los gobiernos por los movimientos sociales.
Así, además de no verse representados en las bibliografías, los estudiantes cupistas también sienten una falta de representación en la docencia. La política de la presencia importa. ¿Y cuántos de nosotros, profesores blancos, fuimos a leer, por ejemplo, a Bell Hooks u otro autor negro para reflexionar sobre esto? ¿Cuántos blancos ennegrecemos nuestras bibliografías y cuánto luchamos para aumentar la equidad en el acceso a plazas universitarias para blancos, negros e indígenas? ¿Cuántos autores indígenas tomamos como referentes?
Identidad e “identitarismo”
Es fundamental agregar una capa más al análisis realizado hasta ahora: el período de avance de la extrema derecha en la sociedad brasileña y, en particular, en la política institucional, coincide con el de transformación más intensa de las universidades. Nos preguntamos entonces si es posible establecer relaciones entre estos dos fenómenos.
Los cambios en las universidades están liderados por una nueva generación más fluida en términos de identidad de género, y también está marcada por un nuevo momento en los movimientos feministas, negros e indígenas. En 2015, mujeres jóvenes ocuparon las calles de las principales ciudades brasileñas para impugnar un proyecto de ley del entonces presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, que restringía el acceso a la pastilla del día después a personas víctimas de violación. Ese mismo año, las mujeres negras organizaron una marcha a Brasilia donde exigieron la buena vida.
En 2018, #EleNão fue un movimiento masivo y, aparentemente, fundamental para impedir la victoria de Jair Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones. En 2019, el primer año del gobierno de Jair Bolsonaro, fue el turno de las mujeres indígenas de protestar valientemente en la capital federal. Nuestros estudiantes estuvieron allí, presentes en estas manifestaciones democráticas y esto debe ser un motivo de orgullo para quienes estamos en la universidad.
Sin embargo, estos movimientos no salieron ilesos. Las investigaciones en el campo de los estudios de género muestran que, además de los avances recientes, como la adopción por parte de parejas LGBT, el reconocimiento del derecho a cambiar de nombre y de género sin cirugía de reasignación de sexo y la –tímida– ampliación del derecho al aborto legal , incluidos los fetos anencefálicos, este auge de los movimientos sociales generó una reacción conservadora en parte de la sociedad brasileña. Y también dentro del campo progresista, incluso entre nuestros colegas que ven estos movimientos como “identitarios”.
Esta reacción no es exactamente nueva. Durante la década de 1970, se fortalecieron nuevos movimientos sociales, a través de una ola feminista en el Norte global, combinada con luchas negras, estudiantiles y ambientalistas por el libre ejercicio de la sexualidad. Las demandas feministas provocaron tensiones en las organizaciones de clase –sindicatos y partidos políticos–, bajo sospechas y acusaciones de divisionismo.
A partir de la década de 1990, con la consolidación de los estudios de género como campo de conocimiento, se fortalecieron los debates sobre la identidad como categoría analítica. En cuestiones de género (1990), Judith Butler fue más allá de la pregunta de Simone de Beauvoir (1949) sobre lo que significa convertirse en mujer para preguntarse quién, después de todo, sería el sujeto de las luchas feministas. En 1996, Stuart Hall planteó la pregunta: ¿quién necesita identidad (Hall, 1996)? En los movimientos sociales se refuerza la producción de identidades colectivas y se multiplica la denominación de sujetos políticos, como, por ejemplo, la identidad extraño. Se cambia el acrónimo GLS (Gays, Lesbians and Sympathizers) por GLBT y se acusa a los movimientos de crear una “sopa de letras” (Facchini, 2002).
Actualmente, estamos viviendo una intensificación de los ataques a estos movimientos sociales, propios de un momento de fascistización social y política. Desde la perspectiva de la extrema derecha, todo se combina en una realidad unidimensional: la universidad estaría llena de izquierdistas, feministas, LGBTQIA+, antirracistas y es un lugar contra el que luchar. El nuevo documental de la productora negacionista brasil paralelo, que supuestamente trata sobre la universidad (decimos “supuestamente” porque es una universidad que no existe la que se presenta en la serie), es el ejemplo más claro de ello.
Debería sorprender que, ante estos ataques, nuestros compañeros, en lugar de defender a un estudiante linchado públicamente a través de las redes sociales, se unan a la artillería pesada. ¿Qué hizo Tertuliana Lustosa, estudiante de maestría de la UFBA que se volvió viral en Internet después de un evento en Maranhão, que los provocó también, al punto de no apoyarla y, peor aún, culparla por un supuesto daño a la imagen de la universidad? ¿Cómo una discusión legítima y necesaria sobre identidades, prácticas académicas y pedagogías alternativas se convirtió en repulsión inmediata, incluso utilizando tácticas de extrema derecha al difundir memes y exponer a la persona en las redes sociales?
No corresponde aquí ahondar en la legitimidad de su investigación académica y de la pedagogía que propone. Leandro Colling, también profesor de la UFBA, ya explicó, en artículo reciente, cómo este nuevo momento en las universidades trajo conocimientos que “transformaron a los queer (blancos, cisgénero, americanos y del sudeste) en cuir o kuir (pensados por el culo del mundo, por nuestras abyecciones e insultos locales) y se mezclaron con el feminismo negro, el transfeminismo”. y el decolonialismo. Ese queer inicial ya no existe” (Colling, 2024).
La reacción conservadora por parte de los colegas parece indicar un malestar latente con los cambios recientes en la universidad. Un malentendido del alumnado actual y su potencial. En una institución en la que quienes se incorporan ahora todavía tienen grandes dificultades para sentirse parte y que está impregnada de violencia cotidiana, las actuaciones radicalizadas y provocadoras no deberían causar sorpresa. La performance de Tertuliana Lustosa sintetiza una tensión que ya está presente en la universidad. Después de todo, ¿qué cabe dentro y qué está “fuera de lugar”?
Defender la universidad y los movimientos sociales
Defender la universidad, hoy en día, es defender los sujetos reales que hay en ella, con toda la diversidad que le es observable y propia. Es también reconocer que el producto de estas transformaciones que diversificaron la universidad repercute en las expectativas de diversificación de conocimientos, algunos de los cuales se producen a partir de las identidades de diferentes sujetos. Las identidades pensadas en este sentido, como un fenómeno real e inevitable, como señala Asad Haider, “corresponden a la forma en que el Estado nos divide en individuos y a la forma en que formamos nuestra individualidad en respuesta a una amplia gama de relaciones sociales” ( 2019).
En este sentido, parece imposible no señalar que una universidad formada por una mayoría de trabajadores, mujeres, hombres y mujeres negros, LGBT y PcD, necesita estar atenta a lo que le exigen los sujetos que se reconocen desde la intersección. de muchos lugares.
Construir una universidad capaz de afrontar los desafíos que plantea el siglo XXI es, por tanto, negar el lugar de importancia que le atribuye la actual etapa del capitalismo. Significa construir resistencia, operar desde los márgenes, rechazar el “identitarismo”, pero asumir las identidades donde existen personas reales, en busca de otra sociabilidad y otros mundos posibles.
En efecto, nos apuntamos desde los lugares del 99% del feminismo; del lugar del feminismo negro, de los hombres negros, de las personas LGBT y PCD, todos los trabajadores y trabajadoras, que cambiaron para siempre el rostro de la universidad. Es, por tanto, en la intersección de estos temas, que es nuestra propia condición de estar en el mundo, como docentes y activistas de los movimientos sociales, que pretendemos defender la universidad, sus movimientos sociales y todo lo que hemos construido en las últimas décadas. . Lo haremos contra la ofensiva de la extrema derecha y de todos aquellos que temen perder sus privilegios y se imaginan capaces de mover la rueda de la historia en la dirección opuesta.
*Carlos Zacarías de Sena Júnior es profesor del Departamento de Historia de la Universidad Federal de Bahía (UFBA).
*Maíra Kubík Mano es profesora del Departamento de Estudios de Género y Feminismo de la Universidad Federal de Bahía (UFBA).
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