confinamiento por la izquierda

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Los principales medios ofrecieron una narrativa que “pegó”, asociando la corrupción con “la crisis económica del PT”. Sin evidencia empírica, y con un fuerte atractivo autoritario, se extendió a varios sectores de la sociedad.

Por Alexandre de Freitas Barbosa*

La izquierda está confinada, ha sido confinada, se ha confinado. En medio de la tragedia que estamos viviendo, permítanme hacer una reflexión histórica sobre el papel de la izquierda en la historia reciente del país. El encierro alude a hechos actuales, pero tiene un carácter metafórico, en el sentido de revelar algunas dimensiones ocultas de la realidad.

Quizás no sea exagerado decir que, considerando los últimos cuarenta años, la izquierda vive su momento de mayor irrelevancia en el escenario político nacional, en el sentido de incapacidad para inmiscuirse en los más altos órganos de decisión. No quiero decir que la izquierda en Brasil se acabó o que no tiene capacidad de proponer. Lejos de ahi. El problema es que ella ya estaba confinada antes de la pandemia del nuevo coronavirus.

Desde finales de la década de 1970, animada por las huelgas del ABC, la creación del PT y el renacimiento de los movimientos sociales, la izquierda jugó un papel decisivo en la redacción de la Constitución de 1988, en torno a la cual se produjeron muchos de los conflictos y consensos de la historia posterior. . .

La izquierda siguió presente en el juicio político a Fernando Collor, en el ministerio del gobierno de Itamar y actuó de manera contundente y crítica durante el gobierno de la FHC. En la década de 1990 se decía que “la prensa brasileña era el PT”, lo que obviamente es una exageración. Pero si el gobierno de FHC encontró apoyo y apoyo en los grandes medios de comunicación, no faltaron los espacios para que los distintos representantes de la izquierda expusieran sus críticas y proyectos alternativos. Sin este proceso de acumulación de fuerzas y de establecimiento de puentes con la sociedad, el PT no habría llegado al poder.

Durante la década de 2000, la izquierda se extendió por todos los poros de la vida política nacional. Estaba la izquierda en el gobierno –sobre todo porque los gobiernos del PT no eran precisamente de izquierda–, la izquierda sin posiciones que criticara a “su” gobierno, y la izquierda que abiertamente se posicionaba contra el gobierno. Las demás fuerzas del espectro ideológico se reorganizaron e incluso elaboraron una contraofensiva, en 2005, durante el “mensalão”, para retroceder durante el segundo mandato del presidente Lula. Los segmentos menos ideológicos del centro y la derecha, en la práctica, estaban dentro del gobierno.

¿Qué pasó después? Durante el gobierno de Dilma, las contradicciones sociales hasta entonces ocultas comenzaron a manifestarse a la luz del día, especialmente en un contexto de desaceleración económica, generando una mayor fragmentación –y luego desmoronamiento– de la amplia y frágil base de apoyo político.

Durante el gobierno de Dilma se impulsó una nueva coalición Medios-Finanzas-Congreso-Ministerio Público, que contó con el apoyo creciente del empresariado y la clase media. El juicio político fue un expediente constitucional para condenar “la obra en su conjunto”, con el apoyo del “Supremo, con todo”. Llegaron al poder aquellos que nunca lo conseguirían mediante el voto. El golpe no es una narración, sino un hecho.

Quienes ofrecieron la nueva narrativa que "pegó" fueron los principales medios de comunicación al asociar la corrupción con "la crisis económica del PT". Sin evidencia empírica, y con un fuerte atractivo autoritario, la nueva “verdad” se extendió a varios sectores de la sociedad. Los “social media” y los nuevos “intelectuales” de derecha, economistas o no, crearon las condiciones para la depuración de la izquierda del escenario político nacional. La guinda del pastel fue el encierro del presidente Lula, saltándose todos los expedientes legales.

La izquierda atrincherada jugó su última carta en las elecciones presidenciales de 2018, empañadas por la noticias falsas, por el odio de clases y la ausencia total de debate. Sin embargo, los vencidos aceptaron el resultado, recogieron sus banderas y se dirigieron hacia la oposición. La izquierda decidió respetar la elección viciada, que dio a luz al monstruo, encarnado en el hombre bestial y su clan familiar repleto de milicianos.

Los grandes medios de comunicación, Hacienda, FIESP, segmentos importantes del Poder Judicial y los nuevos líderes del Congreso se llenaron de alegría. Era hora de destruir, de acabar con los “excesos del PT” y el “socialismo”. En esta sociedad donde las clases se comportan como castas, “cada uno sabe su lugar”. Con cada oleada de reformas, aprobadas a pesar del monstruo, y gracias al aval y la costura de los presidentes de la Cámara y del Senado, los privilegiados pedían más. Sin reformas no hay crecimiento, era el eslogan. Y el crecimiento no llegó.

La izquierda exigió como máximo la autocrítica, una práctica impuesta por los regímenes de Stalin y Mao a los antiguos aliados. Mientras tanto, la izquierda, en su tarea de resistencia, luchó en sus diversos grupos, terminando por romper definitivamente los puentes con la sociedad política que la había expurgado.

Por eso, la izquierda ya estaba confinada antes de la pandemia. Como no puede salir a la calle, se suma a los “maricones” de la declaración de Dilma, durante los sucesivos pronunciamientos televisivos caracterizados por una irracionalidad monstruosa. Los líderes de la izquierda, en el mejor de los casos, pueden pedir la renuncia del capitán. Aún más sintomática es la rueda de prensa de Lula convocada por medios alternativos. En el momento que vivimos, la entrevista censurada por los grandes medios es un destello de racionalidad en el mar de bestialidad en el que vivimos.

El coronavirus trajo el barajado total de las cartas en el juego político. Los antiguos adversarios se mantienen unidos frente al terror que se avecina. Basta seguir los movimientos de los líderes del Senado y la Cámara, de los ministros de la Corte Suprema, de algunos militares de alto rango no locos y de gobernadores de todas las siglas. Consumen sus energías tratando de mantener confinado al que ya no preside nada.

El encierro de la izquierda es grave. Nos guste o no, la izquierda conoce como nadie las instituciones del Estado y sabe desarrollar políticas públicas. No solo diseñó la Bolsa Família, construyó el SUS, amplió las universidades públicas e implementó un conjunto de políticas sociales con capilaridad –basadas en datos empíricos y metodologías de evaluación de impacto–, sino que también sabe operar el BNDES, la Caixa Econômica Federal y el Estado compañías. Sabe dialogar y construir consensos.

Su mayor falla fue no haber concebido un proyecto de desarrollo y no haber conquistado segmentos sociales importantes para esta tarea a través de una planificación democrática de largo plazo.

En la crisis que vivimos, cada minuto es precioso. Es hora de dejar de jugar con la ideología y llamar a los que entienden las cosas. “Hora de llamar al PT” –no en el sentido peyorativo que asumen las siglas que dieron la vuelta a las tornas–, sino desde la amplia izquierda, más allá de este y otros partidos políticos, vinculados a importantes movimientos sociales y que aglutina lo mejor en cuanto a personal técnico y científico. El momento es salvar vidas, preservando el empleo y los ingresos.

*Alejandro de Freitas Barbosa Profesor de Historia Económica y Economía Brasileña en el Instituto de Estudios Brasileños de la Universidad de São Paulo (IEB/USP)

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