por LUIZ WERNECK VIANNA*
La inercia que ha afectado al país es fruto de la ideología neoliberal
Hasta ahí, tan buenas habrían sido, en el relato anecdótico de Millor Fernandes, las palabras pronunciadas por un torpe al caer del piso 10 de un edificio al pasar por el 9, como podemos conjeturar a los pocos días de la investidura presidencial de Lula y Alkmin, cerrando los ojos para no ver a los amotinados que todavía sueñan con una intervención militar acampados alrededor de la Praça dos Três Poderes esperando la solución mágica de un golpe militar. Es cierto que, rompiendo la burbuja de los conspiradores contra el orden democrático, lo que aún tenemos entre sus defensores está dispuesto a tomar medidas para defenderlo. En la misma dirección, se espera que la inmensa participación popular esperada para la ceremonia de toma de posesión presidencial actúe como una fuerza disuasoria para los dementes.
Aparte de lo imprevisto, siempre una posibilidad frente a la locura que ha crecido libremente en los últimos cuatro años, es posible, después de todo, realizar una celebración cívica por la reanudación de la vigencia de los rituales propios de la democracia. Pero no se equivoquen, una vez terminada la fiesta, la locura de los conspiradores antidemocráticos seguirá su curso, en ciertos sectores aún más enfurecidos por la desgracia de sus propósitos, y que tienen cargos en los poderes legislativos y maquinarias estatales de varios ciudades y estados en sus manos, además de que tienen una expresión partidista.
La imposición de un gobierno democrático no será tarea fácil, demandará tiempo y mucha flexibilidad por parte de la coalición que ahora asume las riendas del Estado, que, por cierto, no ha faltado desde el inicio de la campaña electoral. campaña, el trabajo de la La composición más amplia posible de los ministerios del nuevo gobierno da fe de que los riesgos de la situación actual no están siendo ignorados.
De cara al nuevo gobierno, todo es nuevo, particularmente en el escenario internacional donde se agudizan las disputas geopolíticas entre las grandes potencias, así como en nuestra demografía política donde los estados tradicionalmente hegemónicos del centro-sur ven mermado su protagonismo por el surgimiento de el Nordeste, evidente en la composición ministerial. Las experiencias de pasadas administraciones, en este caso, consisten únicamente en credenciales válidas para la selección de nuevos directores de aparatos públicos, pero por sí solas no garantizan el éxito de sus intervenciones a sus directores.
No se trata simplemente de reponer lo destruido por el régimen anterior, aunque eso es importante, sino de buscar la innovación en un país que deprimía la actividad científica e ignoraba a la industria, convirtiéndose anacrónicamente en la situación de exportador de ., cambiando el eje urbano-industrial, punto de partida de su exitosa modernización, por el agrario, incapaz, aunque se resalte el destacado papel que viene cumpliendo, de sentar las bases para construir el futuro.
Fuera del tema social, donde se han hecho buenas elecciones, en vano se busca, entre selectos cuadros ministeriales, portadores de nuevas promesas para un país de más de doscientos millones de habitantes sedientos de nuevas oportunidades de vida. La timidez en esta búsqueda parece provenir del miedo a caer en la fórmula del nacionaldesarrollismo, convertida por la prédica neoliberal en un estigma a evitar como el diablo huye de la cruz.
Este mismo temor es alimentado por la conspiración contra las acciones estatales en el sentido de apalancar el desarrollo, otro estigma que impide la búsqueda de innovaciones creativas para el cambio social. La inercia que afectó al país es resultado de la ideología neoliberal, que ha reinado durante décadas entre las élites dominantes, cebada, en gran parte, debido a que los lineamientos nacional-desarrollistas han sido, entre nosotros, llevados a cabo por autoritarios regímenes.
La disociación entre nacionaldesarrollismo y autoritarismo es, si se mira bien, un mandato constitucional cuando establece que la sociedad debe guiarse por los ideales de justicia y solidaridad, plantas que no crecen como malas hierbas en el mercado y que exigen un trabajo continuo de jardinería. . Corresponde al gobierno democrático que acabamos de conquistar ejercer estas precauciones, que sólo son posibles si entiende que esta es una misión que debe compartir con su sociedad civil.
En la industria de la salud, por ejemplo, para la que estamos dispuestos a emprender vuelos ambiciosos, la agrupación en redes de equipos ya constituidos, de centros de investigación universitarios o no, tenemos una base segura para apalancarla con recursos públicos y privados.
Por otro lado, la apreciación del sindicalismo, como en los países avanzados, especialmente en Alemania, puede convertirse en un socio importante en las actividades productivas, siempre que sus estatutos legales prevean sus formas de participación. La ingeniería institucional, bajo el imperio de una política democrática, con los recursos humanos que ya tenemos, puede ser el instrumento para implementar los valores que consagramos en nuestra Constitución, rompiendo con nuestras tradiciones de exclusión.
*Luiz Werneck Vianna es docente del Departamento de Ciencias Sociales de la PUC-Rio. Autor, entre otros libros, de La revolución pasiva: iberismo y americanismo en Brasil (Reván).
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