Conceição Tavares y Delfim Netto

Imagen: Berk Ozdemir
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por DANIEL AFONSO DA SILVA*

Ambos economistas, cada uno a su manera, dejaron huellas profundas, imborrables, positivas y superlativas en la historia del país y en la vida de quienes convivieron, mucho o poco, con ellos.

“La universidad, de hecho, es quizás la única institución que puede sobrevivir sólo si acepta las críticas, de una manera u otra, desde dentro de sí misma. Si la universidad pide a sus participantes que guarden silencio, se condena al silencio, es decir, a la muerte, porque su destino es hablar”.
(Milton Santos).

Ni cliché ni ilusión: el fallecimiento de Antônio Delfim Netto (1928-2024) junto con el fallecimiento de Maria da Conceição Tavares (1930-2024) provocaron un inmenso vacío en la vida nacional brasileña. Fue un shock, sinceramente, sin precedentes. Un accidente, evidentemente, difícil de remediar. Su ausencia, como tal, inaugura un malestar que nada parece poder contener o superar.

Conceição Tavares y Delfim Netto, cada uno a su manera, dejaron huellas profundas, imborrables, positivas y superlativas en la historia del país y en la vida de quienes convivieron, mucho o poco, con ellos. Marcas tan perennes y constitutivas que, seguramente, casi nadie, en los últimos cincuenta, sesenta o setenta años, ha podido compararlas. Marcas que por tanto se quedarán. Como patrimonio inmaterial de Brasil. Elaborado a partir de una experiencia singular. paradigma de savoir faire. Modelo.

Muchos observadores –no pocas veces envenenados por ideologías confusas y superficiales– intentan separarlos, Conceição Tavares y Delfim Netto, entre sí. Pero esto, por lógica y por verdad, es imposible. Siempre han sido complementarios. Y todo el mundo lo sabe.

Hoy en día, los autodeclarados analistas intentan reducirlos, Conceição Tavares y Delfim Netto, a la condición de economistas. Sí, trabajaron en este noble ámbito que es la economía. Pero claramente eran poco convencionales. Fueron, por el contrario, siempre y en todo, valores atípicos. Por supuesto, excepcional, extraordinario. Generalmente emulando a los clásicos. Por tanto, ante todo, son filósofos. Filósofos morales. Como lo fueron sus maestros eternos Adam Smith, David Ricardo, Karl Marx, Joseph Schumpeter y el propio John Maynard Keynes. Por lo tanto, los practicantes de Economía política. Sin, en estos términos, rendirse nunca a las simplificaciones de Ciencias económicas.

Conceição Tavares y Delfim Netto lo hicieron así, porque sabían que el mundo es real independientemente de las ilusiones que se expresen sobre él. Y, al hacerlo, fueron, sobre todo, humanistas en el sentido más agudo de la expresión. Eran, por tanto, verdaderos eruditos. Maestros de su oficio. Pero una comprensión profunda del flujo de la vida.

Por eso eran prácticos por devoción, pragmáticos por convicción y realistas por vocación. Eso, en ellos, siempre fue líquido y seguro.

Y, visto esto, pocos de sus verdaderos pares –de los cuales, entre los brasileños, por edad y generación, quizás sólo Eugênio Gudin (1886-1986), Roberto Campos (1917-2001), Celso Furtado (1920-2004), Mário Henrique Simonsen (1935-1997) y Luiz Carlos Bresser-Pereira (nacido en 1934 y viviendo entre nosotros) merecen mención: fueron, por tanto, tan dignos, fiables y completos.

Con aciertos y errores. Pero siempre envuelto en honestidad y convicción.

Honestidad y convicción que impusieron a Conceição Tavares y Delfim Netto el imperativo de la transmisión. Porque sabían íntimamente que el verano necesita muchas golondrinas. No convertidos en seguidores o discípulos. Pero continúa. Personas competentes para recibir, portar y transmitir el testigo. Y, visto así y recomponiendo todos sus tiempos, se puede decir que ellos dos, Conceição Tavares y Delfim Netto, fueron, ante todo, profesores/transmisores. Y, por ser quienes eran, uno de los mejores. Y, a menos que juzgue mejor, estaba en esta condición y persona que cada uno de ellos disfrutaba ser y ser el más. Entonces, no por casualidad, la historia de la consolidación de la universidad brasileña se entrelaza con la trayectoria personal y profesional de los dos: el profesor Antônio Delfim Netto y la profesora Maria da Conceição Tavares.

Di lo que quieras decir, pero sí: estos dos profesores, Conceição Tavares y Delfim Netto, fueron, a lo largo de su vida, sobre todo constructores y formadores. Constructores de instituciones y formadores de personal.

Y, precisamente por eso, la USP, la Unicamp y la UFRJ, donde Conceição Tavares y Delfim Netto pasaron más tiempo, más tiempo y más directamente, lamentaron y aún lamentan la ausencia de sus maestros. Una ausencia que, mucho más allá de la USP, la Unicamp y la UFRJ, dejó todo muy triste y muy gris.

Triste y gris porque, al fin y al cabo, Conceição Tavares y Delfim Netto eran, en sí mismos, instituciones. Instituciones que, curiosamente, retroalimentaron la carácter distintivo de una época que, por diversas razones, naturalmente parece ya no existir. Una época que mezcló inteligencia, honestidad intelectual, ideas y elegancia combinadas con sinceridad, honestidad personal y convicciones. Una época en la que, por supuesto, los idiotas, de los que tanto se refería Nelson Rodrigues (1912-1980), todavía tenían algo de pudor y estaban lejos, muy lejos de dominar el mundo, la sociedad brasileña y la universidad brasileña.

Dicho así y descaradamente, Conceição y Delfim fueron, por así decirlo, un obstáculo moral para la afirmación de la indigencia cultural e intelectual en el país. Tanto es así que todas sus manifestaciones públicas –en gestos, palabras, presencias y miradas–, incluso las controvertidas e imperfectas, fueron siempre convencidas y rigurosas. Siempre tratando conscientemente de evitar la propagación de lo repugnante. vale todo que, poco a poco, se fueron apoderando de los espacios de producción y difusión de conocimientos y saberes en Brasil – siendo las universidades el mayor objetivo – en los últimos veinte, treinta o cuarenta años.

Pero ahora, con su ausencia, la ausencia de Conceição y Delfim, este apoyo –desaparecido hace mucho tiempo y cansado de la guerra– tiende a volverse aún más frágil. Sí, es frágil porque, sin Conceição y sin Delfim, una cierta idea de compromiso moral con el trabajo intelectual está perdiendo su condición de existencia. En consecuencia, la producción de conocimientos y conocimientos tiende a seguir siendo inofensivamente irrelevante. Y la universidad –especialmente la pública– tiende a permanecer estancada, estrangulada y aplastada.

La idiotez moral, como todo el mundo sabe, galopa en todos los frentes. La indigencia intelectual, como todos ven, avanza para conquistar su plenitud. Y la sinergia de estos dos fenómenos –el de la cretinidad moral y la indigencia intelectual– acentúa la conocida entropía de la vida cotidiana dentro de los muros de las universidades en Brasil para acelerar su deformación hacia su destrucción.

Y, sobre esto, ya ha dicho mucho Darcy Ribeiro (1922-1997). En su opinión, esto es algo que viene de lejos. Que estaba bien pensado y bien cosido. Y, con el tiempo, se reveló en el nefasto proyecto de convertir el atraso de la universidad (y de la educación en general) en una misión.

El problema general es que este proyecto –inaugurado durante el régimen militar, acelerado después de él y afirmado en este cuarto del siglo XXI– fue expuesto por la huelga docente federal de este año 2024 y afirmado como una realidad cruel e inequívoca. Sólo recuerda ver. Pero quien realmente quiera demostrarlo todo debería volver a la atmósfera de la huelga de este año.

Hacer esto, siempre que se haga con paciencia y sin parte pris, el observador escéptico notará rápidamente que, en medio de las cuestiones, al menos tres reflexiones alimentaron las discusiones e inundaron las mentes.

Una primera, con un sindicato audaz y mayoritario, en defensa de la huelga. Un segundo, con una clara mezcla gubernamental, en rechazo y negación de la huelga. Y un tercero, basado en cuestiones de orden y principios, que sugiere el camino intermedio; es decir, el camino de reflexión y meditación sobre el significado de la universidad, la naturaleza de las actividades de sus asistentes y el lugar de esta institución multicentenaria dentro de la sociedad brasileña.

Eso fue todo y nada más que eso. Es decir, posiciones a favor, en contra y ni a favor ni en contra de la huelga. Y, por lo tanto, estas tres reflexiones produjeron una impresionante masa crítica y analítica, rica y sin precedentes. Parte de esto es digno de reconocerse, por el papel decisivo que juega el sitio web la tierra es redonda.

Observando con calma todo el debate, a lo largo de los más de ochenta días de huelga se publicaron cerca de doscientos artículos sobre el tema. Y, sinceramente, no hubo ningún artículo. En general, los artículos estaban muy bien informados y bien intencionados. Producido por profesores de todas las regiones y subregiones de Brasil. Desde los más remotos hasta los más céntricos. Reuniendo así impresiones y sensibilidades de prácticamente todas las realidades universitarias. Desde instituciones, universidades e institutos federales, los más antiguos hasta los más recientes y novedosos. Y, así, crear la mejor y más densa fotografía de la profesión docente en las universidades federales actuales.

Por mi parte, inauguré una modesta colaboración con un sencillo artículo, muy amablemente publicado aquí, al inicio de la huelga, el 15 de abril, día 1 de la huelga, bajo el título “La huelga de profesores en las universidades federales”, donde se puede leer que, a mi entender, “no corresponde, por tanto, defender o no la huelga de los docentes federales por reposiciones salariales merecidas, constitucionales y morales. Lo fundamental es recuperar las fuerzas para reconocer honestamente la brutalidad de la pesada derrota existencial de los últimos años y, finalmente, volver a meditar seriamente sobre para qué estamos realmente todos los profesores de las universidades federales y de otras universidades brasileñas”.

Posteriormente, como consecuencia de la reafirmación de mi convicción, aparecería “Mucho más allá del césped verde de los vecinos” y "Navegando en ceñida”. Dos artículos producidos en diálogo, siempre sincero y respetuoso, con argumentos contrarios a los míos. ¿Dónde podría resaltar eso? "La huelga federal de docentes genera un malestar mucho más profundo, más fundamental y casi existencial".

Y, con más detalle, resaltar que “Sintonizar el debate con este diapasón, apoyar o negar la huelga se convierte en una navegación extraña. Navegación en ceñida. Sin brújulas y sin dirección. Lo cual, por supuesto, no elimina la legitimidad de todas las acciones de huelga federales o de la negación de huelgas. Sin embargo, desgraciadamente, simplemente, de manera sincera, indirecta pero insistente, echa agua en los molinos de quienes, especialmente fuera de los muros, consideran que "la universidad brasileña, salvo casos raros, es inofensiva, inocua". Aun así, algunos están debatiendo qué podría hacerle la huelga al gobierno de Lula (desgobierno)'”.

Estas simples manifestaciones – en línea con un artículo anterior, “Cimientos desertificados” – Como se puede ver desde el principio, abogaron por el camino intermedio. El de la meditación y la reflexión. Un camino, sinceramente, peligroso. Especialmente cuando se viaja sin armadura dentro del sistema. Un sistema, como es bien sabido, lleno de trampas y plagado de terreno inestable que, no pocas veces, da la cara en forma de represalias y amonestaciones. Eso habitat, como todo el mundo sabe, odia las divergencias.

Pero esta vez no navegué solo ni surqué el mar. Todo lo contrario. Apenas la huelga comenzó a afianzarse, varios docentes de la más alta calidad intelectual, competencia técnica y valores morales y espirituales entraron a la trinchera común y, sinceramente, sofisticaron la globalidad de argumentos que imponen a todos el camino del medio.

Por solo mencionar algunos, cabe destacar que la profesora Marilena Chaui elevó de manera indeleble el nivel de discusión con su preciosa “La universidad operativa”. Luego, el ex rector de la UFBA, João Carlos Salles, amplió el recorrido de su colega de la USP con su sugerente “Mano de Oza”. Más tarde, fue el turno del profesor Roberto Leher, ex rector de la UFRJ, de ampliar aún más la complejidad cognitiva del debate movilizando evidencias abrumadoras que casi nadie conocía o, al menos, aún no había visto en perspectiva.

De esta manera, los tres –por sólo mencionarlos, Chaui, Salles y Leher– rompieron la mezquindad de la discusión minorista sobre si apoyar o no la huelga de docentes en 2024 y lanzaron la discusión a un nivel verdaderamente diferente. Un nivel que, sinceramente, tuvo el mérito de revivir el único debate urgente, necesario y válido sobre la universidad brasileña que atañe a la indagación permanente sobre su significado, naturaleza y dignidad. En definitiva, qué universidad, universidad para qué y universidad para quién.

Es curioso, pero así fue. Y al hacerlo, reconectaron con el eslabón perdido en las batallas de Conceição Tavares y Delfim Netto, que siempre fue la educación.

Conceição Tavares y Delfim Netto siempre han navegado por los agitados y controvertidos mares de la excelencia en la educación superior brasileña. Y, en este sentido, siempre han sido defensores implacables de una universidad pública, digna y honesta. Un espacio intelectualmente digno, culturalmente relevante y políticamente comprometido en la mejora de la sociedad brasileña – es decir: en la reducción de sus aporías, desigualdades e injusticias. Y, por tanto, una universidad reacia al retraso, al estancamiento, a la indigencia, al ensimismamiento y a la mediocridad.

Conceição Tavares y Delfim Netto, en este sentido, fueron, sí, teóricos, pero también prácticos. Véanse, como ejemplos, los departamentos de Economía que ellos, con su sudor, crearon. Pero, en un nivel más general, fue al comienzo de la redemocratización, entre los años 1970 y 1980, cuando ellos –y todos– comenzaron a notar que la deriva de las universidades brasileñas en general hacia el atraso era grave, crónica y acelerado. Pero, después del Muro y bajo el feliz globalización, esa primera convulsión se convirtió en una pesadilla.

Los ingenuos dilemas entre provincianismo y cosmopolitismo se hicieron más pronunciados. Las reacciones intrascendentes que apaciguaron complejos de interioridad versus temores a los grandes centros, con el inicio de la expansión de la interiorización de la red universitaria por el interior del país, produjeron verdaderas deformaciones y dramas –algunos de los cuales, aún hoy, no han sido superar. Pero, peor que todo eso, los vientos de aquellos tiempos posteriores al Muro intoxicaron los ojos, taparon los oídos y enterraron a casi toda la educación superior pública brasileña en las ilusiones del utilitarismo técnico frente a los imperativos del pensamiento complejo. Como resultado, como señaló Marilena Chaui, se abrieron caminos para el surgimiento de esa excrecencia llamada “universidad operativa”.

En cualquier caso, vale la pena señalar, para aquellos tiempos, en tiempo real, durante las tormentas de los años 1990, Conceição Tavares y Delfim Netto estuvieron activos en otros lugares. Estaban en el Parlamento. Eran diputados. Creían en la política y la entendían como salvación.

Mientras tanto, en el suelo de tierra de la vida cotidiana dentro de los muros de la universidad, voces inquietas expresaban su malestar. Pero uno de ellos, francamente, chocó y desconcertó. Resonó con su fuerza, presencia y estridencia. Y desconcertaba por su tono, visto hoy y en perspectiva, macabramente profético.

Era la voz de un brasileño peculiar, de inteligencia superior, conocido y famoso –como sus pares Florestan Fernandes (1920-1995), César Lattes (1924-2005) y Mário Schenberg (1914-1990)– en todo el mundo. Era la voz de un chico de Bahía, criado en Brotas, formado inicialmente en Salvador y que se llamaba Milton de Almeida Santos (1926-2001). Maestro ineludible e inolvidable de todos nosotros.

Milton Santos, como tantos otros brasileños ilustres, fue acusado, perseguido, arrestado, humillado y maltratado por los militares después de 1964. Pero, a diferencia de muchos, nunca perdió la esperanza ni la dignidad. Milton Santos no se vendió ni abandonó sus convicciones.

Y, quizás, también por eso, su regreso a Brasil y su reintegración –tras el martirio– al sistema universitario brasileño fueron, por decir lo menos, experiencias claramente complejas, ruidosas y tortuosas.

En resumen, no fue aceptado en el CEBRAP, tuvo dificultades en la UFRJ y tuvo dificultades para integrarse a la USP.

Pero, una vez integrado en la universidad más importante del país, amplió su diferencia.

No se trata aquí de que el impacto político, moral, intelectual y estético de sus obras, como Por una nueva geografía (1978) La obra del geógrafo en el tercer mundo (1978) El espacio dividido (1978) El espacio ciudadano (1987) La naturaleza del espacio (1996) y Por otra globalización (2000). Cualquier geógrafo –o cualquier persona con una formación mínimamente académica– sabe de qué se trata.

Tampoco vale la pena recordar mucho ni subrayar que este ilustre bahiano y ciudadano de Brotas recibió el Premio Vautrin Lud, una especie de Nobel en su exclusiva área de actividad, en 1994. Pero, para quienes albergan dudas o, que sabe, complejos mestizos que se encuentran con el genio de este distinguido brasileño, simplemente vale la pena resaltar que los mundialmente conocidos y famosos David Harvey, Paul Claval, Yves Lacoste y Edward Soja – por nombrar sólo algunos de los más famosos métier común: recibirían el mismo premio sólo algún tiempo después o mucho después.

Por tanto, dicho así y sin pudor, Milton Santos fue, efectivamente, brillante y único.

Y, por todo eso, sus pares de la USP decidieron otorgarle, en 1997, el honroso título de Profesor Emérito de la USP. A lo cual, Milton Santos recibió, por supuesto, con mucho gusto.

Pero, a diferencia de muchos de sus pares en una situación similar, aprovechó el momento para hacer una apasionada denuncia de la situación en la universidad brasileña.

Los que vivieron pueden recordarlo. Cualquiera que simplemente se entere, créame: su demostración no fue nada suave.

El intelectual y la universidad estancada era su título. Era el año 1997. El mes de agosto. El día 28.

Milton Santos inició su discurso con una curiosa oda a los obstáculos y derrotas de la vida intelectual, enfatizando que “un hombre que piensa, y que por tanto casi siempre se encuentra aislado en su pensamiento, debe saber que los llamados obstáculos y derrotas son los única vía para posibles victorias, porque las ideas, cuando son genuinas, sólo triunfan tras un camino espinoso”.

Pero, más adelante, llamó la atención sobre el hecho de que este “camino espinoso” se estaba viendo socavado por el arribismo universitario impuesto por el modelo universitario vigente. El arribismo, en su opinión, sólo puede conducir al conformismo y al silenciamiento del pensamiento. Y, al final, dejó claro que, claro: una universidad que no piensa o deja pensar no es realmente una universidad.

Y el discurso continuó. Donde, luego, vaticinó que “creer en el futuro es también tener la seguridad de que el papel de una Facultad de Filosofía es el papel de la crítica, es decir, de construir una visión integral y dinámica de lo que es el mundo, de lo que es el país, cuál es el lugar y el papel de la denuncia, es decir, de proclamar claramente cuál es el mundo, el país y el lugar, diciendo todo esto en voz alta”.

Y continuó diciendo que “esta crítica es obra del propio intelectual”.

Una obra previamente practicada genuinamente por filósofos. Pero, en los tiempos modernos, depositario de los artesanos de las Humanidades. Es decir, personas que, por profesión, se dedican seriamente a las Artes, la Filosofía, la Geografía, la Historia, la Literatura y afines. Personas que, al fin y al cabo, tengan la formación y la voluntad de transitar la encrucijada de la inconmensurabilidad de la complejidad de la transversalidad del proceso de construcción del conocimiento. Personas sin las cuales, dejó claro una vez más, la universidad simplemente no existe. O, cuando insisten en subsistir, en el mejor de los casos, están condenados a la miseria.

Sí: así de duro. Pero contundente y veraz. Y, sinceramente, El intelectual y la universidad estancada, merece ser leído y releído, meditado y comprendido.

Seguramente nadie fue más directo, honesto y preciso a la hora de diagnosticar el accidente en la universidad brasileña que Milton Santos. Allá por 1997 y hasta su muerte en 2001, llamó la atención sobre esta crisis crónica. Que, después de todo, era una cuestión de significado e identidad. Esta crisis, con el paso de los años, sólo empeoró las cosas.

Y esto ha sido así, sobre todo, porque la indigencia intelectual, cultural y moral se ha apoderado efectivamente de todo. Así, hoy en día, la mayoría de los universitarios se han vuelto indiferentes al problema. En parte porque no tienen la competencia cognitiva para entrar en la discusión. En parte porque, sinceramente, ni siquiera sé de qué se trata.

Entonces sí: lea Milton Santos. Y, cuando lo hagas, te darás cuenta de lo obvio: no hay universidad sin Humanidades. Pero, como todo en la vida, esto se puede entender de una manera diferente y contemporánea. Quién sabe, tal vez en una fórmula más suave que simplemente sugiera que el destino de la universidad depende del destino de las Humanidades.

Cuando Milton Santos aclaró este entendimiento, Brasil vivía inmediatamente después del régimen militar, el Muro de Berlín, el fin del bloque soviético y el comienzo de la ubicuidad de la globalización. Después de eso, y ya entrado el siglo XXI, todo este panorama se volvió más complejo y, con él, la situación de la universidad.

Desde el principio se produjo una amplia expansión de la red de instituciones de educación superior en el país. Lo que, por supuesto, generó un aumento en el número de instituciones. Pero al mismo tiempo, curiosamente, el número de universidades no aumentó. De lo contrario, quién sabe, podría incluso disminuir. Y disminuyó porque, poco a poco, lo que se entendía como universidad se convirtió en otra cosa, que, sinceramente, no sabemos muy bien qué es.

Pero las razones, después de leer a Milton Santos, quedan claras. Basta con retomar con calma el proceso de aceleración de la expansión de las instituciones de educación superior desde principios de siglo.

Cualquiera que haga esto se dará cuenta rápidamente de que, por increíble que parezca, había, en general, poco o ningún interés real en valorar el lugar de las Humanidades dentro de las nuevas instituciones. Y hay que creer que esto no fue simple descuido o mera falta de atención. Esto es un retraso como proyecto. Y, visto así, el ataúd de la universidad se convirtió en misión. Porque, claramente, las instituciones que surgieron de la nada o se emanciparon de otras a partir del año 2003-2005 fueron, en general, forjadas sin ningún interés en crear carreras verdaderamente consistentes y relevantes en campos esenciales del saber y del saber como las artes, la filosofía, la geografía. , historia, letras y similares.

Esta negligencia imperdonable, llevada hasta sus últimas consecuencias, violó el significado mismo de la universidad en Brasil. Esto se debe a que, sin la latencia de las Humanidades dentro de estas nuevas y flamantes instituciones, la formación de una o dos generaciones de brasileños quedó completamente deformada hasta el punto de comprometer la “construcción de una visión integral y dinámica de lo que es el mundo”. dentro de la sociedad.

En consecuencia, sin negarlo, la indigencia intelectual se convirtió en norma en todas partes y contribuyó a allanar el camino seguro para el ascenso a la presidencia de la República de una persona verdaderamente estúpida. La leche se derramó. Todos lo vieron y todos lo saben.

Las agonías de las noches desde junio de 2013 hasta el 8 de enero de 2023 fueron inmensas. Pero no sin razón. Y la huelga de docentes federales en 2024 no hizo más que aumentar la condena por el accidente y puso de relieve que la situación era mucho peor de lo que imaginaba Milton Santos.

El lapso de veinte o veinticinco años de expansión/deformación de la universidad brasileña, produjo entre los académicos una mayoría sin ninguna aptitud o sensibilidad para advertir las infinitas sutilezas dentro de la variedad de campos del saber y del conocimiento. Dicho sin pudor alguno, se perdió la noción de cosas básicas, como la distinción entre humanidades y ciencias (humanas o naturales).

Ante esto, sinceramente, lo mejor es guardar silencio. Pero con el silencio, la universidad –sin las Humanidades– muere. Porque, como predijo Milton Santos, “la universidad, de hecho, es quizás la única institución que puede sobrevivir sólo si acepta las críticas, de una manera u otra, desde dentro de sí misma. Si la universidad pide a sus participantes que guarden silencio, se condena al silencio, es decir, a la muerte, porque su destino es hablar”.

Todo, por tanto, además de muy triste, es muy grave.

Y, tal vez, ahora, viendo la gravedad de todo el panorama, nos damos cuenta de cuánto se extraña a Conceição Tavares y Delfim Netto, sin clichés ni ilusiones.

Conceição Tavares y Delfim Netto obsesionaron en su discurso. No hables por hablar. Pero al hablar –ahora, tal vez, se entiende– posponer el silencio del final. Del fin de la universidad y del fin del devenir.

*Daniel Alfonso da Silva Profesor de Historia en la Universidad Federal de Grande Dourados. autor de Mucho más allá de Blue Eyes y otros escritos sobre relaciones internacionales contemporáneas (APGIQ). Elhttps://amzn.to/3ZJcVdk]


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