por ÉMILE BENVENISTE*
Es también la sociedad la que es la condición del lenguaje.
Aplicada al mundo animal, la noción de lenguaje solo recibe crédito por un abuso de términos. Sabemos que hasta ahora ha sido imposible establecer que los animales tengan, aun en forma rudimentaria, un modo de expresión que tenga los caracteres y funciones del lenguaje humano. Todas las observaciones serias realizadas sobre las comunidades animales han fracasado, todos los intentos realizados mediante diversas técnicas para provocar o controlar cualquier forma de expresión que se parezca a la de los hombres. No parece que los animales que emiten gritos variados manifiesten, en el momento de estas emisiones vocales, conductas de las que inferimos que se transmiten mensajes “hablados”. Las condiciones fundamentales para una comunicación propiamente lingüística parecen faltar en el mundo de los animales, incluso de los superiores.
La pregunta se presenta de manera diferente a las abejas, o al menos debemos enfrentar el hecho de que puede ser así. Todo lleva a creer, y el hecho se ha observado durante mucho tiempo, que las abejas tienen una forma de comunicarse. La prodigiosa organización de sus colonias, sus actividades diferenciadas y coordinadas, su capacidad de reacción colectiva ante situaciones imprevistas, sugieren que tienen habilidades para intercambiar mensajes reales. La atención de los observadores se centró especialmente en la forma en que se advierte a las abejas cuando una de ellas descubre una fuente de alimento.
Una abeja cosechadora obrera, al encontrar, por ejemplo, en vuelo una solución azucarada por medio de la cual cae en una trampa, inmediatamente se alimenta de ella. Mientras se alimenta, el experimentador se encarga de marcarlo. La abeja luego regresa a su colmena. Momentos después, se puede ver llegar al mismo lugar un grupo de abejas, entre las cuales no se encuentra la abeja marcada y que todas provienen de la misma colmena.
Debió advertir a sus compañeros. Es realmente necesario que hayan sido informados con precisión, ya que llegan sin guía al lugar, que muchas veces está muy lejos de la colmena y siempre fuera de la vista. No hay error ni vacilación en la localización: si la primera ha elegido una flor entre otras que igualmente podrían atraerla, las abejas que vengan tras su regreso se arrojarán sobre aquella y abandonarán las demás. Aparentemente, la abeja exploradora les ha indicado a sus compañeras de dónde viene. ¿Pero de qué manera?
Este fascinante problema ha desafiado a los observadores durante mucho tiempo. Karl von Frisch (profesor de Zoología en la Universidad de Munich) le debe a Karl von Frisch, a través de los experimentos que ha estado realizando durante unos treinta años, haber establecido los principios de una solución. Su investigación dio a conocer el proceso de comunicación entre las abejas. Observó, en una colmena transparente, el comportamiento de una abeja que regresa después de encontrar comida. Inmediatamente es rodeada por sus compañeras en medio de una gran efervescencia, y éstas extienden sus antenas hacia ella para recoger el polen que carga, o absorber el néctar que arroja. Luego, seguida de sus acompañantes, realiza bailes. Es en este momento esencial del proceso y del propio acto de comunicación.
La abeja se entrega, según el caso, a uno de dos bailes diferentes. Una es dibujar círculos horizontales de derecha a izquierda, luego de izquierda a derecha en sucesión. El otro, acompañado de una vibración continua del abdomen (bailando, “danza del vientre”), imita más o menos la figura del 8: la abeja vuela en línea recta, luego da un giro completo hacia la izquierda, vuelve a volar en línea recta, comienza de nuevo un giro completo hacia la derecha, y así sucesivamente. Luego de las danzas, una o más abejas salen de la colmena y se dirigen directamente a la fuente que había visitado la primera, y luego de saciarse, regresan a la colmena donde, a su vez, se entregan a las mismas danzas, lo que provoca nuevas salidas. ., de modo que tras unas cuantas idas y venidas, cientos de abejas ya se han congregado en el lugar donde la primera descubrió alimento.
La danza en círculos y la danza en ocho son, por tanto, verdaderos mensajes a través de los cuales se señala el descubrimiento a la colmena. Quedaba por encontrar la diferencia entre los dos bailes. K. von Frisch pensó que se trataba de la naturaleza de la comida: la danza circular anunciaría el néctar, el ocho, el polen. Estos datos, con su interpretación, presentados en 1923, son nociones vigentes hoy y ya popularizadas.[i] Es comprensible que hayan despertado un gran interés. Sin embargo, aun demostradas, no nos permiten hablar de un lenguaje verdadero.
Estos aspectos son ahora completamente renovados por los experimentos que Karl von Frisch realizó posteriormente, ampliando y corrigiendo sus primeras observaciones. Las dio a conocer en 1948 en publicaciones técnicas y, resumidas muy claramente, en 1950 en un pequeño volumen que reproduce conferencias pronunciadas en Estados Unidos.[ii] Después de miles de experimentos de una paciencia e ingenio verdaderamente admirables, logró determinar el significado de las danzas. La novedad fundamental consiste en que no se refieren, como había pensado inicialmente, a la naturaleza del hallazgo, sino a la distancia que separa este hallazgo de la colmena.
La danza circular anuncia que el lugar del alimento debe buscarse a corta distancia, en un radio aproximado de cien metros alrededor de la colmena. Luego, las abejas se van y se esparcen por la colmena hasta que la encuentran. La otra danza que realiza el trabajador segador vibrando y describiendo ochos (bailando), indica que el punto se encuentra a mayor distancia, más allá de los cien metros y hasta los seis kilómetros. Este mensaje tiene dos indicaciones distintas: una sobre la distancia y la otra sobre la dirección.
La distancia está implícita en el número de figuras dibujadas en un tiempo dado; siempre varía en razón inversa de su frecuencia. Por ejemplo, la abeja describe de nueve a diez "ochos" completos en quince segundos cuando la distancia es de cien metros, siete para doscientos metros, cuatro y medio para un kilómetro y dos sólo para seis kilómetros. Cuanto mayor es la distancia, más lento es el baile. En cuanto a la dirección en la que buscar el hallazgo, es el eje del “ocho” que apunta hacia el sol; dependiendo de si se inclina hacia la derecha o hacia la izquierda, este eje indica el ángulo que forma el sitio del hallazgo con el sol. Las abejas pueden orientarse incluso en días nublados, debido a una sensibilidad particular a la luz polarizada.
En la práctica, existen ligeras variaciones de una abeja a otra o de una colmena a otra en la evaluación de la distancia, pero no en la elección de uno u otro baile. Estos resultados son producto de aproximadamente cuatro mil experimentos, que otros zoólogos, al principio escépticos, repitieron en Europa y Estados Unidos, y finalmente confirmaron.[iii] Ahora tenemos los medios para que sea realmente la danza, en sus dos formas, la que sirve a las abejas para informar a sus compañeras de sus hallazgos y guiarlas mediante indicaciones de dirección y distancia. Las abejas, al percibir el olor de la cosechadora o al absorber el néctar que ha tragado, descubren además la naturaleza del hallazgo. Ellos a su vez emprenden su vuelo y llegan al lugar con certeza. A partir de ahí, el observador puede, según el tipo y ritmo de la danza, predecir el comportamiento de la colmena y verificar las indicaciones transmitidas.
No es necesario subrayar la importancia de estos hallazgos para los estudios de psicología animal. Quisiéramos insistir aquí en un aspecto menos visible del problema que K. von Frisch, preocupado por describir objetivamente sus experiencias, no tocó. Estamos por primera vez en condiciones de especificar con cierta precisión el modo de comunicación empleado en una colonia de insectos; y por primera vez podemos imaginar el funcionamiento de un “lenguaje” animal. Puede ser útil señalar brevemente en qué es y en qué no es un lenguaje, y cómo estas observaciones sobre las abejas ayudan a definir, por similitud o por contraste, el lenguaje humano.
Las abejas son capaces de producir y comprender un mensaje verdadero que contiene innumerables datos. Por lo tanto, pueden registrar relaciones de posición y distancia; pueden guardarlos en la “memoria”; pueden comunicarlos simbolizándolos por varios comportamientos somáticos. El hecho notable es inicialmente que manifiestan una aptitud para simbolizar: hay incluso una correspondencia “convencional” entre su comportamiento y los datos que traducen. Esta correspondencia es percibida por las demás abejas en los términos en que se les transmite y se convierte en motor de acción. Hasta ahora hemos encontrado, en las abejas, las mismas condiciones sin las cuales no es posible el lenguaje: la capacidad de formular e interpretar un "signo" que se refiere a una determinada "realidad", la memoria de la experiencia y la capacidad de descomponerla.
El mensaje transmitido contiene tres datos, los únicos identificables hasta el momento: la existencia de una fuente de alimento, su distancia y su dirección. Estos elementos podrían ordenarse de manera un poco diferente. La danza circular simplemente indica la presencia del hallazgo, determinando que se encuentra a poca distancia. Se basa en el principio mecánico de “todo o nada”. La otra danza formula verdaderamente la comunicación; esta vez, es la existencia de alimento lo que está implícito en los dos datos (distancia, dirección) expresamente señalados. Uno ve aquí muchos puntos de semejanza con el lenguaje humano. Estos procesos ponen en acción un verdadero simbolismo, aunque rudimentario, a través del cual los datos objetivos se transponen a gestos formalizados, que incluyen elementos variables de constante “significado”. Además, la situación y función son las de una lengua, en el sentido de que el sistema es válido dentro de una comunidad dada y que cada miembro de esa comunidad tiene aptitudes para usarlo o comprenderlo en los mismos términos.
Las diferencias son, sin embargo, considerables y ayudan a tomar conciencia de lo que realmente caracteriza al lenguaje humano. La primera, esencial, es que el mensaje de las abejas consiste enteramente en danzar, sin la intervención de un aparato “vocal”, mientras que no hay lenguaje sin voz. De ahí surge otra diferencia, que es de naturaleza física. La comunicación en las abejas, al no ser vocal, sino gestual, se realiza necesariamente en condiciones que permitan la percepción visual, bajo la luz del día; no puede ocurrir en la oscuridad. El lenguaje humano no conoce tal limitación.
Aparece también una diferencia capital en la situación en que se produce la comunicación. El mensaje de las abejas no provoca ninguna respuesta del entorno, solo cierto comportamiento, que no es una respuesta. Esto significa que las abejas no conocen el diálogo, que es la condición del lenguaje humano. Hablamos con otros que hablan, esta es la realidad humana. Esto revela un nuevo contraste. Como no hay diálogo para las abejas, la comunicación solo se refiere a ciertos datos objetivos. No puede haber comunicación sobre un dato “lingüístico”; no sólo porque no hay respuesta, siendo la respuesta una reacción lingüística a otra manifestación lingüística; pero también en el sentido de que el mensaje de una abeja no puede ser reproducido por otra que no se haya visto en los hechos que anuncia la primera.
No se ha probado que una abeja, por ejemplo, lleve el mensaje que recibió en su propia colmena a otra colmena, lo que sería una forma de transmisión o retransmisión. Se ve la diferencia en el lenguaje humano, en el que, en el diálogo, la referencia a la experiencia objetiva y la reacción a la manifestación lingüística se mezclan libremente, hasta el infinito. La abeja no construye un mensaje a partir de otro mensaje. Cada uno que, alertado por el baile del primero, sale y va a alimentarse al punto indicado, reproduce la misma información cuando regresa, no del primer mensaje, sino de la realidad que acaba de comprobar. Ahora bien, el carácter del lenguaje es proporcionar un sustituto de la experiencia que sea adecuado para la transmisión sin fin en el tiempo y el espacio, lo cual es típico de nuestro simbolismo y el fundamento de la tradición lingüística.
Si ahora consideramos el contenido del mensaje, será fácil ver que se refiere siempre y sólo a un dato, la comida, y que las únicas variantes que contiene están relacionadas con datos especiales. El contraste con el contenido ilimitado del lenguaje humano es evidente. Además, el comportamiento que significa el mensaje de las abejas denota un simbolismo particular que consiste en una copia de la situación objetiva, de la única situación que hace posible un mensaje, sin variación ni transposición posible. Ahora bien, en el lenguaje humano, el símbolo en general no configura los datos de la experiencia, en el sentido de que no existe una relación necesaria entre la referencia objetiva y la forma lingüística. Habría que hacer muchas distinciones aquí bajo el aspecto del simbolismo humano, cuya naturaleza y funcionamiento han sido poco estudiados. La diferencia, sin embargo, permanece.
Un carácter final de la comunicación de las abejas se opone fuertemente a los lenguajes humanos. El mensaje de las abejas no se puede analizar. Solo podemos verlos como un contenido global, la única diferencia está relacionada con la posición espacial del objeto informado. Es imposible, sin embargo, descomponer este contenido en sus elementos formativos, en sus “morfemas”, de modo que cada uno de estos morfemas corresponda a un elemento del enunciado. El lenguaje humano se caracteriza precisamente allí. Cada enunciado se reduce a elementos que pueden combinarse libremente según reglas definidas, de modo que un número muy pequeño de morfemas permite un número considerable de combinaciones, de donde nace la variedad del lenguaje humano, que es la capacidad de decirlo todo.
Un análisis más profundo del lenguaje muestra que estos morfemas, elementos de significado, se resuelven, a su vez, en fonemas, elementos articulatorios desprovistos de significado, aún menos numerosos, cuyo ensamblaje selectivo y distintivo proporciona las unidades significativas. Estos fonemas “vacíos”, organizados en sistemas, forman la base de todos los idiomas. Está claro que el lenguaje de las abejas no permite el aislamiento de constituyentes similares; no se reduce a elementos identificables y distintivos.
El conjunto de estas observaciones revela la diferencia esencial entre los procesos de comunicación descubiertos entre las abejas y nuestro lenguaje. Esta diferencia se reduce al momento que nos parece más adecuado para definir el modo de comunicación que utilizan las abejas; no es un lenguaje, es un código de signos. Todos los caracteres resultan de esto: la fijeza del contenido, la invariabilidad del mensaje, la referencia a una sola situación, el carácter indescomponible del enunciado, su transmisión unilateral. Es significativo, sin embargo, que este código, la única forma de “lenguaje” que aún puede descubrirse entre los animales, sea característico de los insectos que viven en sociedad.
Es también la sociedad la que es la condición del lenguaje. Esclarecer indirectamente las condiciones del lenguaje humano y el simbolismo que supone no es el menor interés de los descubrimientos de K. von Frisch –además de las revelaciones que nos traen sobre el mundo de los insectos. É possível que o progresso das pesquisas nos faça penetrar mais fundo na compreensão dos impulsos e das modalidades desse tipo de comunicação, mas o haver estabelecido que ele existe e qual é e como funciona já significa que veremos melhor onde começa a linguagem e como se delimita el hombre.[iv]
*Emile Benveniste (1902-1976) fue profesor de gramática comparada en el Collège de France. Autor, entre otros libros, de El hombre en el lenguaje (Brasileño).
Traducción: Maria da Glória Novak y Luiza Neri.
Publicado originalmente en la revista Diogenes, yo (1952).
Notas
[i] Así que Maurice Mathis, El pueblo de las abejas, p.70: “El doctor K. von Frisch había descubierto… el comportamiento de la abeja enganchada alrededor de la colmena. Según la naturaleza del hallazgo a explorar, miel o polen, la abeja enganchada realizará una verdadera danza de demostración sobre las tortas de cera, girando en círculos para una sustancia azucarada, describiendo ochos para el polen”.
[ii] Karl von Frisch, Las abejas, su visión, sentidos químicos y lenguaje, Ithaca, Nueva York, Cornell University Press, 1950.
[iii] Véase la introducción de Donald R. Griffin al libro de K. von Frisch, pág. VIII.
[iv] [1965]. Para obtener una descripción general de las investigaciones recientes sobre la comunicación animal y el lenguaje de las abejas en particular, consulte un artículo de TA Sebeok, publicado en Ciencias:, 1965, pág. 1006 arts.
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