¿Cómo vivir la Semana Santa en medio de tantas crisis?

Imagen: Jeffry Surianto
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por LEONARDO BOFF*

La Resurrección no es el recuerdo de un pasado, sino la celebración de un presente, siempre presente, que nos da alegría.

Muchas crisis están azotando a la humanidad: la crisis económica con la caída de los grandes bancos en los países centrales, la crisis política con el auge mundial de las políticas de derecha y de extrema derecha, la crisis de las democracias en casi todos los países, la crisis del Estado cada vez más burocratizado, la crisis del capitalismo globalizado que no logra resolver los problemas que él mismo creó, generando una acumulación de riqueza en muy pocas manos en un mar de pobreza y miseria, la crisis ética, como valores de la gran tradición de la humanidad ya no cuenta, pero lo posmoderno todo vale (cada pensamiento va), la crisis del humanismo porque en las relaciones sociales prevalecen relaciones de odio y barbarie, la crisis de la civilización que empezó a introducir inteligencia artificial autónoma que articula miles de millones de algoritmos, toma decisiones, independiente de la voluntad humana, poniendo en riesgo nuestro futuro común, la salud crisis que golpea a toda la humanidad por el Covid-19, la crisis ecológica que, si no cuidamos la biosfera, nos alerta sobre una posible y terminal tragedia del sistema-vida y del sistema-Tierra. Detrás de todas estas crisis hay una crisis aún mayor: la crisis del espíritu que representa una crisis de la vida humana en este planeta.

El espíritu es ese momento de la vida consciente en el que nos damos cuenta de que pertenecemos a un todo mayor, terrenal y cósmico, que estamos a merced de una energía poderosa y amorosa que sustenta todas las cosas y a nosotros mismos. Tenemos la facultad específica de poder dialogar con él y abrirnos a él, identificando un sentido mayor que lo impregna todo y que responde a nuestro impulso de infinito. La vida del espíritu (lo que los neurólogos llaman el “punto de Dios” en el cerebro) está sepultada por el deseo irrefrenable de acumular bienes materiales, el consumismo, el egoísmo y una profunda insolidaridad.

Después de agosto de 1945, cuando Estados Unidos lanzó dos bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, nos dimos cuenta de que podíamos autoaniquilarnos. Este riesgo ha aumentado con la carrera armamentista, que ahora incluye a nueve naciones, con armas químicas y biológicas y alrededor de 16 ojivas nucleares. La actual guerra entre Rusia y Ucrania hizo que Vladimir Putin amenazara con el uso de armas nucleares, trayendo el miedo apocalíptico del fin de la especie humana.

En este escenario, ¿cómo celebrar la fiesta mayor de la cristiandad que es la Pascua, la resurrección del crucificado, Jesús de Nazaret? La resurrección no debe entenderse como la reanimación de un cuerpo muerto como el de Lázaro. La resurrección, en palabras de San Pablo, representa la irrupción de “lanovissimus adam (1Cor 15, 45), es decir, del nuevo ser humano, cuyas infinitas virtualidades presentes en él (somos un proyecto infinito) emergen plenamente. Aparece así como una revolución en la evolución, una anticipación del buen fin de la vida humana. El Resucitado ganó una dimensión cósmica, nunca abandonó el mundo y llena todo el universo.

En este sentido, la Resurrección no es el recuerdo de un pasado, sino la celebración de un presente, siempre presente para traernos la alegría, la suave sonrisa en la certeza de que la muerte asesinada de Jesús de Nazaret, el Viernes Santo, es sólo un pasaje a una vida, libre de muerte y plenamente realizada: la resurrección. El sombrío horizonte se aclaró y se abrió paso el sol de la esperanza.

Pensando en términos del proceso cosmogénico que todo lo abarca, la resurrección no está fuera de él. Por el contrario, es un nuevo surgimiento de la cosmogénesis y de ahí su valor universal, más allá del acto de fe. La resurrección es la síntesis de la dialéctica, de la que Hegel tomó su dialéctica, de la vida (tesis), de la muerte (antítesis) y de la resurrección (síntesis). Este es el final de todo, ahora anticipado para nuestra alegría. Es la verdadera génesis, no del principio, sino del final ya alcanzado.

Considero que la versión evangélica de la resurrección de San Marcos es la más realista y verdadera. Termina el texto con Jesús resucitado, diciendo a las mujeres: “Id y decid a los apóstoles ya Pedro que él (el Resucitado) va delante de vosotros en Galilea. Allí lo veréis como os he dicho” (Mc 16,7). Y así termina. Las apariciones reportadas, según la convicción de los eruditos, serían una adición posterior. Es decir: vamos todos camino de Galilea para encontrarnos con el Resucitado.

Él resucitó personalmente, pero su resurrección no fue completa hasta que sus hermanos y hermanas y toda la naturaleza resucitaron. Estamos en camino, esperando al Resucitado que aún no se ha revelado plenamente. Por eso, el mundo fenomenológicamente sigue igual o peor, con guerras y momentos de paz, con bondad y perversidad, como si no hubiera habido una resurrección como signo de superación de esta ambigua realidad.

Aun así, después de que Cristo resucitó, ya no podemos estar tristes: el buen fin está garantizado.

Felices celebraciones de Semana Santa para todos los que pueden hacer este camino y también para los que no pueden.

*Leonardo Boff Es teólogo y filósofo. Autor, entre otros libros, de la resurrección de Cristo y la nuestra en la muerte (Vozes).


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