por CRISTIAN RIBEIRO*
La creación de un discurso contra las prácticas eugenésicas y la ideología racista, a favor del elitismo urbano, es más que necesaria.
La destrucción de la sede de la Escola de Capoeira Angola Cruzeiro do Sul y del Teatro Vento Forte, en la zona oeste de la ciudad de São Paulo, el 13 de febrero, por parte del gobierno municipal, además de lamentable y absurda en varios aspectos, es un ejemplo más de un proceso de borrado territorial e histórico de las poblaciones negras en las ciudades brasileñas.
No se trata de una acción aislada de un gobierno elitista centrado en los intereses inmobiliarios de ciertos grupos económicos. Pero sí, como viene de un proyecto político ultraconservador que tiene aversión y repudio por todo lo que se entiende por cultura, especialmente cuando está dada por representaciones populares. Se suma a la vieja norma de depurar la presencia negra de áreas urbanas consideradas estratégicas, en el sentido de incrementar el valor de su metro cuadrado en función de la no permanencia-existencia de estas poblaciones en esa localidad o sus alrededores.
Todos los grandes procesos de modernización urbana en Brasil siguieron esta lógica espuria. Desde Río de Janeiro, pasando por São Paulo, Porto Alegre, Recife y Campinas, hacer una ciudad moderna y civilizada, “mejor” y más “linda”, siempre se ha basado en la retirada de las urbanidades afrodescendientes, lo más lejos posible de las áreas remodeladas.
Una reproducción de la higiene urbana que se ha perpetuado de generación en generación, desde finales del siglo XIX en Brasil, hasta nuestra contemporaneidad social en la que la codificación propagandística de la venta de viviendas en lugares de alto estándar ya lleva en sí toda una referencia de los grupos humanos con los que el cliente tendrá, o no, que convivir en su vida cotidiana, a su alrededor. Sin que tales implicaciones necesiten ser implícitas para ser válidas.
El carácter arbitrario del proceso de demolición de un símbolo histórico y reconocido de la producción cultural, ubicado en una zona catalogada por la Condephat, en contra de una decisión judicial vigente que garantizaba la permanencia y el funcionamiento de ese organismo cultural vivo y dinámico. Que durante casi medio siglo se haya erigido como un referente negro y popular para vivir y transformar la ciudad desde una perspectiva democrática e inclusiva es verdaderamente chocante y repugnante.
Pero esto no debería sorprendernos. Es la repetición del mismo patrón al que desgraciadamente estamos más que acostumbrados –lo que no quiere decir resignados– el que rige los destinos civilizadores de la metrópoli de Paulicéia. Con lo que parece que ya no sabemos cómo lidiar…
Las reacciones y expresiones de repudio ante lo ocurrido son loables, pero en términos prácticos, ¿qué representan? Las críticas y puntuaciones denunciando los abusos cometidos por el Ayuntamiento son necesarias y precisas. Pero ¿qué representan realmente? La constitución de un discursivo frente a un práctica de carácter eugenésico y de ideología racista, en favor de un elitismo urbano que separa cada vez más polis entre “nosotros” y “ellos”, que define quién puede o no circular por sus calles, vivir en sus casas, es más que necesaria y se contextualiza en los procesos de luchas antirracistas en sus más diferentes formas que enfrentan cada vez más el racismo estructural en Brasil. Pero en términos prácticos, ¿qué significa esto?
El hecho es que las reacciones contra la especulación inmobiliaria y sus prácticas urbanísticas racistas siempre se producen de forma reactiva. Siempre después del hecho. Nunca de forma preventiva, proactiva. Un reflejo de cómo las fuerzas sociales y políticas progresistas han perdido su capacidad de potenciar reivindicaciones y liderar resistencias y alternativas concretas a nuestro conservadurismo social.
O rompemos este ciclo y empezamos a ocupar posiciones protagónicas en esta lucha política, en esta disputa civilizatoria de la sociedad, de modo que tengamos posibilidades de constituir nuevas perspectivas emancipadoras de imaginar, convivir y habitar una ciudad. De lo contrario, seguiremos lamentando cada vez más nuestras derrotas y fracasos. Sin poder ofrecer la más mínima oposición a la bancarrota civilizatoria que amenaza con tragarse todo y a todos para satisfacer su deseo especulativo.
Las mismas fuerzas políticas y económicas que actúan cada vez más sin límites, ni vergüenza, en tierras paulistas, que se sintieron libres de actuar con éxito en su proyecto de destruir la Escola de Capoeira Angola Cruzeiro do Sul y el Teatro Vento Forte, muestran sus garras una vez más con el proceso de demolición que intentan repetir, ahora, en la “Comunidade da Vila Esperança”, en la zona este de São Paulo. Con el objetivo de construir una piscina.
Como una muestra más de la –falaz- eficacia de esta administración a la hora de prevenir inundaciones y buscar consolidar la imagen del alcalde como buen gestor. Sin consulta ni mínima participación de las poblaciones directamente involucradas. Decisiones siempre arbitrarias e impositivas, irrespetando toda participación y autonomía popular.
Una acción que en realidad pretende enmascarar la consolidación de un modelo de gestión política cada vez más excluyente y segregador, que tiene poca –o ninguna– preocupación por el bienestar social de quienes luchan por sobrevivir en la ciudad. De las zonas urbanas negras y periféricas, tan bien definidas poéticamente por Racionais MC como del “otro lado del puente de aquí”.
Volver a soñar e imaginar la ciudad, a través de la convivencia democrática y de la calidad de vida como un derecho universal y no un accesorio del lujo urbano de unos pocos y para unos pocos, es una necesidad primordial para romper y detener la primacía elitista y racista que moldea cada vez más los destinos de esta Sampa cada vez más animal y menos humana. Quien niega su origen negro, indígena, nororiental, inmigrante, por una ideología de blanqueamiento social que debería sonar anacrónica y arcaica en el siglo XXI. Si no fuera un retrato trágicamente preciso de los absurdos normalizados a los que nos sometemos cada vez más.
Ya es hora de que dejemos de llorar las derrotas... ¡Aprendamos de nuestros errores y fracasos, para que podamos sembrar nuevos destinos urbanos con un sesgo más humanista y popular!
¿O acaso resignarnos al cinismo y al conformismo que todo lo empeora y no aporta consuelo, a la mediocridad que cada vez más busca alejarnos de toda esperanza, es la única alternativa que nos queda? Rezo y lucho para que…
¡Que el proceso de resistencia en torno a la permanencia de la “Vila Esperança” y sus mejoras urbanas sea el primer paso en una nueva dirección!
¡Se acabó, llora!
*Cristiano Ribeiro es estudiante de doctorado en Sociología en la Unicamp.
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