por LEONARDO BOFF*
El sistema de su autosostenimiento en todas las esferas que conforma un planeta vivo, la Gran Madre o Gaia, está en riesgo de colapsar
Últimamente muchos me han preguntado las razones de tantos fenómenos extremos que están ocurriendo en todo el planeta: ¿por qué hay tantos tifones, ciclones, inundaciones, ventiscas, sequías prolongadas y olas de calor de alrededor de 40ºC o más, ya sea en Europa o incluso en gran parte de nuestro país? Hasta hace unos años, los grandes centros científicos e incluso el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) tenían dudas sobre su naturaleza, si era algo natural o consecuencia de la actividad humana. Lentamente la frecuencia de los eventos extremos fue aumentando hasta que la ciencia reconoció que se trataba de un evento antropogénico, es decir, el resultado de la acción humana devastadora de la naturaleza.
Algunos científicos proyectaron la hipótesis que luego fue confirmada como una teoría (cierta en la ciencia mientras no sea refutada) de que había comenzado una nueva era geológica. Con razón la llamaron antropoceno que siguió al Holoceno del que venimos hace más de diez mil años. Significa que el meteoro rasante que destruye la naturaleza y compromete el equilibrio del planeta es el ser humano, especialmente el proceso productivo explotador. Hoy esta comprensión se ha naturalizado en los discursos científicos y también en los medios de comunicación.
Algunos biólogos, al ver el exterminio de especies vivas debido al cambio climático, empezaron a hablar de la necroceno es decir de la muerte (necro en griego), a gran escala, de vidas; sería un subcapítulo del Antropoceno. La situación se agravó mucho con el estallido de grandes incendios en muchas regiones del planeta, incluidas las que se consideraban las más húmedas, como el Amazonas y Siberia. Para tal evento, extremadamente peligroso para la continuidad de la vida en la Tierra, se creó la expresión piroceno (en griego piros es fuego).
Estaríamos ahora dentro de diversas manifestaciones de desequilibrios en el sistema-Tierra y en el sistema-vida que nos obligan a plantearnos la pregunta: ¿cómo será el curso de nuestra historia de ahora en adelante? Si no hacemos cambios valientes y continuamos por el camino recorrido hasta ahora, podríamos vivir verdaderas tragedias ecológico-sociales. António Guterrez, Secretario General de la ONU ha utilizado expresiones duras, afirmando: “o reduciremos drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero o nos enfrentaremos al suicidio colectivo. Aún más directo fue el Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti: “Estamos en el mismo barco: o nos salvamos todos o no se salva nadie” (n. 32).
El caso es que la Tierra ya no es la misma. El sistema de autosuficiencia en todas las esferas que constituye un planeta vivo, la Gran Madre o Gaia, corre el riesgo de colapsar. Quienes calculan anualmente la Sobrecarga de la Tierra (El sobregiro de la Tierra), es decir, la creciente reducción de elementos de soporte vital, se produjo este año el 2 de agosto. Nos advierten que no podemos llegar a noviembre porque entonces todo el sistema planetario colapsaría.
Si todo ha cambiado, nosotros que somos parte de la Tierra o, más correctamente, esa porción consciente de ella, también tendremos que cambiar e incorporar aquellas adaptaciones que nos permitan continuar en este planeta. ¿Cuál es la base de esta adaptación?
La tecnociencia es ciertamente indispensable. Pero ahí no hay solución. Ella se ocupa de los medios. Pero ¿medios para qué fines? Estos fines constituyen ese conjunto de principios y valores que fundamentan una sociedad humana y permiten una convivencia mínimamente pacífica, porque, abandonados a sus propios impulsos, los seres humanos pueden devorarse unos a otros (superando la barbarie).
La fuente de estos valores y principios no se encuentra en utopías conocidas y obsoletas, en ideologías o religiones. Para ser humano, tales valores y principios deben buscarse en la propia existencia humana, cuando se observan con atención y profundidad.
El primer dato: pertenece al ADN humano, como lo demuestra uno de los descifradores del genoma humano (J. Watson, ADN: el secreto de la vida, 1953) “amor social”. Por ello nos sentimos relacionados con todos los portadores de este código, incluidos los seres vivos de la naturaleza. Este amor social funda una fraternidad sin fronteras, constituyendo la comunidad biótica y la sociabilidad humana. Cuidados esenciales: desde la antigüedad (fábula 22 de Higinio de tiempos de César Augusto) ha sido visto como la esencia del ser humano y de todos y cada uno de los seres vivos.
Si no se cuida, asegurándole los nutrientes necesarios, se marchita y muere. Esto incluye mantener los bosques en pie y reforestar las zonas devastadas. El sentido de interdependencia entre todos también está en nuestro ADN. Todos estamos dentro de una red de relaciones y nada existe ni subsiste fuera de este complejo de relaciones, constituye la matriz relacional, perdida en el modo de producción capitalista que privilegia la competencia y no la cooperación y otorga centralidad al individuo, separado de su relación con con la naturaleza.
Depende también de nuestro sustrato humano, la percepción de corresponsabilidad colectiva y universal, porque o todos se unen y se salvan o la realidad se desgarra con el riesgo de interminables tragedias ecológico-sociales. Este sentido de corresponsabilidad colectiva sustenta el proyecto social más prometedor capaz de salvaguardar la vida que tomó forma en el ecosocialismo (cf. Michael Löwy). Sería la humanidad junto con la comunidad de vida viviendo dentro de una misma Casa Común de manera colaborativa y acogedora de las diferencias.
Dentro de esta Casa Común conviven diversos mundos culturales con sus valores y tradiciones, como el mundo cultural chino, indio, europeo, americano e indígena, entre otros. La espiritualidad también pertenece a la existencia humana original, que se compone del aprecio por la vida, la compasión por los más débiles, el cuidado de todo lo que existe y vive y la apertura total al infinito, ya que somos un proyecto con infinitas posibilidades de realizarse. Esta espiritualidad no se identifica con la religión, aunque esta nace de la espiritualidad, sino con los valores antes mencionados.
Para lograr esta forma de habitar la Tierra, el ser humano tendrá que renunciar a muchas cosas, especialmente al individualismo, al consumismo, a la búsqueda insaciable de bienes materiales y al poder sobre los demás. Estas son adaptaciones obligatorias, si decidimos continuar en este pequeño y hermoso planeta o enfrentaremos todas las crisis mencionadas anteriormente que podrían, al final, acabar con la especie humana.
En este sentido podemos hablar de una recreación del ser humano que se adaptó a la nueva fase de la Tierra calentada y equilibrada a un nivel superior de calentamiento (entre 38-40o¿W?). Pondrá la vida en su centro y todo lo demás a su servicio. Como ya se ha dicho, la Tierra de la Buena Esperanza será finalmente la anticipación del mito de los pueblos originarios: la Tierra sin Mal.
*Leonardo Boff es ecologista, filósofo y escritor. Autor, entre otros libros, de Habitar la Tierra: cuál es el camino hacia la fraternidad universal (Voces). [https://amzn.to/3RNzNpQ]
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