por AFRANIO CATANÍ*
Comentario al libro de Alberto Manguel
1.
Escribir a partir de un texto de Alberto Manguel (1948) me provoca cierta sensación de ambigüedad y malestar. Quisiera aclarar de entrada que la calidad y erudición de sus obras, los temas de sus investigaciones y las influencias intelectuales que estudió y produjo este escritor, traductor, ensayista y editor argentino, nacido en Buenos Aires -el que vivió- No están en juego (vidas) y trabajadas (trabajos) en varios países del mundo y en diferentes continentes. Siempre leo tus libros con mucho gusto y aprendo mucho de ellos.
Alberto Manguel aceptó dirigir la Biblioteca Nacional de la República Argentina durante la presidencia de Mauricio Macri, quien gobernó el país desde diciembre/2015 hasta diciembre/2019. Como sabemos, Mauricio Macri es un político de derecha y, en la segunda vuelta de las elecciones argentinas de 2023, apoyó a Javier Milei, incluyendo el nombramiento de algunos de sus principales técnicos del nuevo gobernante, quienes ocupan puestos relevantes en la administración. que empezó hace poco.
Alberto Manguel sucedió a Horacio González (1944-2021), quien la dirigió durante una década (2005-2015), como director de la Biblioteca Nacional; Cuando Horacio González dejó el cargo, con el triunfo macrista, recibió un conmovedor homenaje de empleados, intelectuales y usuarios. Con motivo de su fallecimiento, el 22 de junio de 2021, tales muestras de cariño se repitieron en el mismo lugar.
2.
Con Borges, publicado originalmente en 2004, solo se publicó en Brasil en 2018.
Alberto Manguel escribe que de 1964 a 1968 “tuve la suerte de estar entre los muchos que leyeron para Jorge Luis Borges. Después de la secundaria, trabajé en Pygmalion, una librería angloalemana en Buenos Aires, de la cual Borges era un cliente habitual” (p. 12). Al final de la tarde, cuando Jorge Luis Borges salió de la Biblioteca Nacional, de la que era director, pasó por la librería. “Un día, después de elegir algunos títulos, me invitó a visitarlo y leerle por las noches, por si no tenía nada más que hacer, ya que su madre, ya en los noventa, se cansaba con facilidad. Jorge Luis Borges podía invitar a cualquiera: estudiantes, periodistas que lo iban a entrevistar, otros escritores. Hay un grupo numeroso de personas que le leen en voz alta (…) Tenía dieciséis años. Acepté y tres o cuatro veces por semana visitaba a Jorge Luis Borges en el pequeño departamento que compartía con su madre y Fany, la empleada doméstica” (p. 12-13).
El departamento de Jorge Luis Borges, hoy ciego, era un “lugar fuera del tiempo”, lleno de libros y palabras. O, como se desprende del pequeño volumen, “un universo puramente verbal”, que lleva al joven Alberto a interesarse cada vez más por los libros y su lectura y, en consecuencia, por la literatura. Alberto Manguel nos irá presentando, poco a poco, a Jorge Luis Borges en detalle, en sus preferencias literarias, tics, afectos y antipatías, viajes, narrativas, formas de trabajar...
Las curiosidades y peculiaridades se suceden: el apartamento está mal ventilado, bastante oscuro, lo que crea una sensación de “feliz aislamiento”; Se habla de su ceguera – “en un famoso poema se le presenta como una demostración de la 'ironía de Dios', que le había dado 'los libros y la noche'” (p. 15), además de situarla bajo el marco histórico. aspecto, recordando a reconocidos poetas ciegos (Homero y Milton) y con cierta proximidad, “pues fue el tercer director de la Biblioteca Nacional afectado por la ceguera, después de José Mármol y Paul Groussac” (p. 14-15).
Para Jorge Luis Borges la ceguera y la vejez eran diferentes formas de aislarse. “La ceguera lo obligó a permanecer dentro de la celda solitaria en la que compuso sus últimas obras, construyendo frases en su cabeza hasta que estuvieron listas para ser dictadas a quien estuviera disponible” (p. 16).
El escritor pidió a la gente que escribieran las palabras que acababa de componer y memorizar. Luego, pídales que lean lo escrito. Pide cuatro o cinco lecturas, “escuchando las palabras, dándoles vueltas visiblemente en la cabeza. Luego añade otra frase, y otra más. El poema o párrafo (…) toma forma en el papel, tal como lo hizo en tu imaginación. Resulta extraño pensar que la composición recién nacida aparece por primera vez con una letra que no es la del autor (...) Borges toma el papel, lo dobla, lo guarda en su cartera o dentro de un libro” (p. 16-17).
Doña Leonor, la madre, y Beppo, el gran gato blanco, eran “dos presencias fantasmales” en aquel apartamento. Llamó a doña Leonor Madre, y siempre usaba “Georgie”, el apodo en inglés que le había puesto su abuela de Northumberland (p. 18). Se supo desde temprana edad que Jorge Luis Borges sería escritor, más precisamente a partir de 1909, cuando Evaristo Carriego (1883-1912), poeta que vivía en el barrio y amigo de los padres de Jorge, fue objeto de uno de los primeros libros del joven escritor–, compuso algunos versos en honor al niño de diez años al que le encantaba leer (p. 18-19).
La relación entre madre e hijo era feroz y, como era de esperar, protectora. Una vez en una entrevista con un programa de televisión, Doña Leonor explicó que en el pasado ayudó a su marido ciego y ahora hace lo mismo por su hijo. Ella declaró: “Yo era la mano de mi marido, ahora soy la mano de mi hijo” (p. 19-20).
El mundo del escritor argentino era enteramente verbal, “en el que rara vez entraban la música, el color y la fuerza” (p. 20). Las pocas excepciones fueron las obras de su amigo Xul Solar (1887-1963), su hermana Norah, así como Durero, Piranesi, Blake, Rembrandt y Turner, “pero se trataba de amores literarios, no iconográficos” (p. 20). Cantó algunos tangos y milongas más antiguos, “pero odiaba a Astor Piazzolla” (p. 21).
Alberto Manguel habla de la biblioteca borgeana, de los libros que lo acompañaron desde adolescente y de la forma en que se involucró con ellos. “Para Borges, el núcleo de la realidad estaba en los libros: en leer libros, en escribir libros, en hablar de libros” (p. 29). Le encantaba la poesía épica, “que le hacía llorar”, así como la lengua alemana, las novelas policíacas, no era indiferente a los melodramas y “lloraba con los westerns y las películas de gánsteres” (p. 35). Le encantaba hablar en los cafés y con Macedonio Fernández (1874-1952), quien “escribía y leía poco, pero pensaba mucho y hablaba brillantemente” (p. 43).
Se destaca su amistad con Adolfo Bioy Casares (1914-1999) y Victoria Ocampo (1890-1979), se exploran las dos pesadillas que lo persiguen (los espejos y el laberinto), y se comenta sobre Silvina Ocampo (1903-1993). , además de resaltar que Borges estrechó la mano de Videla y Pinochet, “actos por los que luego pidió disculpas, cuando firmó una petición en nombre de los desaparecidos” (p. 61).
La controversia también ha sido siempre su relación con el peronismo. Jorge Luis Borges dijo que después de la llegada al poder de Juan Domingo Perón (1895-1974) en 1946, “cualquiera que quisiera un puesto oficial debía pertenecer al Partido Peronista. Jorge Luis Borges se negó y fue transferido de su puesto de asistente bibliotecario en una pequeña sucursal municipal al de inspector avícola en un mercado local. Según otros, el traslado fue menos dañino, pero igualmente absurdo: habría sido enviado a la Escuela Apiária Municipal. En cualquier caso, Jorge Luis Borges renunció” (p. 62).
Él y su madre pasaron tiempos difíciles, ya que después de la muerte de su padre en 1938, dependían únicamente del salario de Jorge Luis como bibliotecario para sobrevivir. Con su dimisión, se vio obligado a superar su timidez y dar conferencias y conferencias. Memorizó el texto completo, “frase por frase, párrafo tras párrafo, repitiéndolo hasta que cada vacilación, cada búsqueda aparente de la palabra correcta, cada ocurrencia quedó completamente arraigado en su mente. Considero mis conferencias como la venganza de los tímidos, dice riendo” (p. 62).
En las páginas finales todavía se pueden encontrar observaciones sobre los prejuicios de Jorge Luis Borges, algunos de los cuales son infantiles y hasta racistas; También hay consideraciones que involucran el mundo literario, en el que terminó reduciendo sus opiniones a cuestiones de simpatía o capricho, explicando que sólo era posible construir una historia de la literatura perfectamente aceptable con autores rechazados por él (p. 62-63). .
También hay un hermoso párrafo en el que el joven Alberto Manguel, en la Nochevieja de 1967, lo visita y lo encuentra trabajando, luego de tomar un vaso de sidra en el departamento de Bioy y Silvina. Él compone un poema. Siguió fielmente la advertencia de su amigo Xul Solar: lo que una persona hace en Nochevieja refleja sus actividades en los próximos meses. “Cada Nochevieja comenzaba un texto para que el año siguiente le diera más escritura” (p. 64).
Jorge Luis Borges habló de las ciudades que consideraba suyas: Ginebra, Montevideo, Nara, Austin, Buenos Aires. Sin embargo, añadió: “No quiero morir en un idioma que no entiendo” (p. 65). Murió el 14 de junio de 1986 en Ginebra, “la ciudad en la que había descubierto a Heine y a Virgil, a Kipling y a De Quincey, y donde leyó por primera vez a Baudelaire, al que adoraba en aquella época (se memorizó Las flores del mal) y ahora lo aborrecía” (p. 66).
“El último libro que le leyó una enfermera del hospital que hablaba alemán fue Heinrich de Ofterdingen, de Novalis, que había leído por primera vez durante su adolescencia en Ginebra” (p. 66).
Al final de Con Borges, Alberto Manguel, entonces de 55 o 56 años, asume que su narrativa “no son recuerdos; son recuerdos de recuerdos de recuerdos, y los acontecimientos que los inspiraron han desaparecido, dejando sólo unas pocas imágenes, unas pocas palabras, y ni siquiera puedo estar seguro de que ellos mismos sucedieran tal como los recuerdo” (p.66).
3.
Na Milonga Albornoz Jorge Luis Borges escribió que
El tiempo
esta olvidado
es memoria
Además de buena literatura, Borges me brindó una lección práctica que todavía utilizo hoy. A principios de los años 1990 terminé de escribir mi tesis doctoral. No quedó satisfecho con el resultado, pero al mismo tiempo no estaba en condiciones de reformularlo; Quería mejorar algunos capítulos, eliminar ciertas redundancias, simplificarlo aquí y allá. De todos modos, no fue posible cambiar la versión original.
Poco a poco entendí que ese sentimiento de parcialidad, que tal vez experimentan la mayoría de investigadores y escritores, fue resumido por Jorge Luis Borges en una entrevista concedida al escritor Jorge Cruz y publicada en el antiguo Caderno de Sábado de la hoy extinta Periódico (10.08.1988/XNUMX/XNUMX): “Diría que todos mis libros, y esto lo podría decir cualquier escritor que sepa, son borradores de un solo libro al que quizás nunca llegue”.
“¿Por qué escribes?”, pregunta Jorge Cruz.
“Bueno, un día le pregunté a Alfonso Reys, ¿por qué publicamos? Y me dijo: Yo también me hago la pregunta. Básicamente publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo borradores”.
Alfonso Reyes escribió una “versión” más pulida al respecto: “Eso es lo malo de no publicar libros: que te pasas la vida reescribiéndolos” (preguntas gongorinas, PAG. 60). Este pasaje fue utilizado por Borges en su libro. Discusión. En el “Prólogo” del mismo, el viejo mago añadió con picardía: “No sé si la excusa de un epígrafe me protegerá”.
*Afranio Catani es profesor titular jubilado de la Facultad de Educación de la USP. Actualmente es profesor invitado en la Facultad de Educación de la UERJ, campus Duque de Caxias..
referencia
Alberto Manguel. Con Borges. Traducción: Priscila Catão. Belo Horizonte: Âyiné, 2022, 68 páginas. [https://amzn.to/3UeX8Cg]
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