COLOMBIA 2021

Gabriela Pinilla, Still from Bairro Policarpa, títeres de 10 X 3 cm en acrílico sobre papel y periódico, 2013, Bogotá, Colombia.
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por OSVALDO COGGIOLA*

La movilización colombiana está sólo en su etapa inicial. Se tambalea un régimen clave para mantener el orden imperial en América Latina

En la noche, tras el toque de caída, derribaron puertas hasta las nalgas, sacaron a los sospechosos de sus camas y se los llevaron a un viaje sin retorno. Seguía siendo la búsqueda y exterminio de los malhechores, asesinos, pirómanos y rebeldes del Decreto Número Cuatro, pero los militares se lo negaron a los padres de sus víctimas, quienes desbordaron la oficina de los comandantes en busca de noticias. “Seguro que fue un sueño”, insistieron los oficiales. “Nada ha pasado en Macondo, no pasa ni pasará. Este es un pueblo feliz”. Así se consumó el exterminio de los dirigentes sindicales.
Gabriel García Marqués, XNUMX años de soledad

En Colombia, en la última semana, un pueblo se levantó, no solo contra el gobierno (Iván Duque), último avatar de una dinastía de narcocriminales, sino contra todo un régimen político, cuya fachada “democrática” apenas esconde su policía. raíces/ militares, en connivencia con el asesinato de grupos paramilitares, y apoyado por el capital financiero internacional y el FMI. El régimen que, en las últimas décadas, ostenta el récord latinoamericano y mundial de asesinatos de dirigentes y activistas sindicales.

............................Violencia contra sindicalistas en Colombia (1971 – 2018)

fuente: Sistema de información sobre derechos humanos, Sinderh

Según información de 2013, desde 1984 habían sido asesinados más de 2.800 sindicalistas, casi 100 sindicalistas por año, con un porcentaje de impunidad del 94,4%; también hubo 3.400 amenazas de muerte, 1.292 desplazamientos, 529 detenciones, 192 ataques a sindicatos, 208 hostigamientos, 216 desapariciones forzadas, 83 casos de tortura y 163 secuestros de sindicalistas, según datos de la Confederación General del Trabajo (CGT); El 64% de los asesinatos de sindicalistas a nivel mundial se cometieron en Colombia. Entre enero de 1973 y diciembre de 2018 se registraron 14.992 violaciones a la vida, libertad e integridad física de sindicalistas, con 3.240 homicidios que victimizaron a más de 480 sindicatos. En el año y medio que nos separa de esa estadística, las cosas solo han empeorado. Según una encuesta reciente, en 2020 hubo más de 250 delitos cometidos por grupos paramilitares y bandas criminales, operando en connivencia con el Estado. Duque también ha reactivado la fumigación de cultivos de hoja de coca con glifosato, interrumpida en 2015 por recomendación de la Organización Mundial de la Salud y tras múltiples protestas de los campesinos. Duque insistió en la importancia de los militares en el control de las protestas populares, dando continuidad al “uribismo”, término que identifica al grupo vinculado al expresidente Álvaro Uribe, jefe del actual títere presidencial.

En la última semana, las protestas contra el reaccionario proyecto de reforma fiscal del gobierno, que elevó brutalmente los impuestos que pagan los trabajadores, han dejado hasta el momento un saldo de 24 muertos y más de 800 heridos, 89 desaparecidos, además de al menos seis violaciones, según a información de la Defensoría Pública de Colombia. Muchos de los heridos fueron víctimas de armas de fuego. La Oficina de Derechos Humanos de la ONU ha acusado a los organismos de seguridad colombianos de “uso excesivo de la fuerza” tras lo ocurrido en Cali la noche del 3 de mayo, cuando la policía abrió fuego contra los manifestantes. El ministro de Defensa de Colombia, Diego Molano, culpó a los grupos armados "criminales" de la violencia en las protestas. Ante las protestas, el presidente Iván Duque pidió al Congreso sacar de la agenda de votaciones el proyecto de reforma tributaria para que sea revisado y sea “fruto del consenso, para evitar la incertidumbre financiera”. “La reforma no es un capricho, es una necesidad”, insistió, sin embargo, Duque.

¿Cómo se llegó a esto? Desde el 28 de abril, un gran paro nacional contra la reforma ha paralizado la capital colombiana y el resto del país. Se registraron más de 130 piquetes y movilizaciones en toda Colombia. En Bogotá, el tránsito estuvo paralizado desde un inicio con piquetes en las entradas a la ciudad, asegurados por trabajadores, estudiantes y transportistas que se sumaron al paro. Los cortes se realizaron cruzando camiones, con piedras en las vías y con llantas quemadas. La ciudad fue el epicentro de una gran movilización que reunió a las centrales sindicales del país, confederaciones de jubilados, estudiantes públicos y privados, indígenas y campesinos. Hubo enfrentamientos con el escuadrón de la muerte. esmad, responsable de más de una decena de asesinatos el año pasado, tras el levantamiento popular en la capital por el asesinato de un joven obrero a manos de la policía local. Medellín cerró el metro. En Bucaramanga, Tunja, Cartagena y otras ciudades hubo varias movilizaciones y un show de ollas a partir de las 6 de la tarde.

Con la reforma tributaria, el gobierno trató de enfrentar una situación de quiebra fiscal. Colombia tuvo un déficit fiscal de 7,8% en 2020, su peor desempeño en medio siglo. Con la reforma, el gobierno pretendía recaudar 6.300 millones de dólares entre 2022 y 2031, a costa del bolsillo de los trabajadores y del pueblo; El 87% de la recaudación provendría de los salarios y sólo el 13% de las ganancias capitalistas, en un contexto donde la pobreza ya afecta al 42,5% de la población. En 2019 había 17,4 millones de pobres; actualmente, hay 21 millones, en medio de un colapso sanitario provocado por el coronavirus. Los hospitales están al borde del colapso y los trabajadores de la salud están exhaustos. Colombia tiene más de 2,8 millones de contagios y casi 74.000 muertos: es el cuarto país con más contagios y el quinto con más muertos de América Latina y el Caribe.

El proyecto de reforma estableció el aumento de los impuestos a la renta y a los productos básicos, con el fin de incrementar la recaudación tributaria y evitar que la deuda colombiana genere la pérdida de más puntos en las evaluaciones de riesgo de los organismos internacionales, además de crear una renta básica y un fondo de conservación del medio ambiente. El gobierno defendió la necesidad de recaudar el equivalente al 2% del PIB y “sostener los programas sociales implementados durante la pandemia del Covid-19”. Sin contar que la histórica corrupción colombiana se tragaría las migajas destinadas a las “zanahorias” del proyecto (medio ambiente, “renta básica” – ayudas de emergencia), la parte del león de la nueva recaudación estaría destinada a remunerar al gran capital financiero – usurero, especialmente a nivel internacional, lo que fue confirmado, entre otras cosas, por información de los grandes medios colombianos: “Economistas desde diferentes perspectivas coinciden en que Colombia necesita una reforma tributaria que le permita recaudar más para mantener sus cuentas al día y también para preservar la reputación de estabilidad de Colombia con los acreedores internacionales" (énfasis añadido). Es decir, saquear al pueblo para remunerar la deuda usurera con bancos y fondos de inversión, especialmente internacionales. La gente salió a la calle.

La huelga general del 28 y 29 de abril se prorrogó hasta el 30 de abril y el 1 de mayo. Se convirtió así en una huelga general y una rebelión popular con movilizaciones, cacerolas y peleas callejeras contra las fuerzas represivas. El alcance de las medidas de fuerza, convocadas por la Comisión Nacional del Desempleo, que agrupa a las centrales sindicales (CUT, CGT y CTC), provocó una primera reacción del presidente. El viernes 30, el gobierno anunció un cambio en el proyecto: las masas populares, ya lanzadas al combate, insistieron en el retiro total del proyecto. El 1 de mayo, la rebelión se extendió por todo el país y cobró nuevo impulso. Además de las manifestaciones en la capital Bogotá, que se dirigieron a la Plaza de Bolívar, cercana a la sede del Poder Ejecutivo, ya la casa del presidente Duque, se realizaron grandes movilizaciones en Barranquilla, Medellín, Cali y Neiva. Por la tarde, organizaciones campesinas anunciaron su adhesión a la protesta.

Incluso los medios de comunicación de derecha pidieron el retiro de la reforma, lo que solo encendió la chispa de la rebelión popular. En días anteriores, el gobierno y los medios de comunicación intentaron desactivar la movilización, diciendo que no respondía a las necesidades de la lucha contra el Covid-19. Los docentes participantes respondieron que combatir la asistencia era lo que se necesitaba para reducir los contagios y ese era uno de los objetivos del paro educativo nacional. Finalmente, el domingo 2 de mayo, el gobierno se vio obligado a retirar por completo el proyecto de reforma. Incluso cuando Duque anunció la suspensión del proyecto, el clamor popular continuó, con la consigna “sigue el paro” –en referencia al nombre del movimiento que encabezó las protestas: Paro Nacional. Duque es un testaferro de las grandes empresas y su ahora exministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, quien renunció presionado por las manifestaciones, es famoso por su ortodoxia neoliberal a favor de las grandes empresas. Ambos encarnan el “modelo económico” al que apuntan las protestas, que convierte al país en uno de los más desiguales de América Latina y del mundo. El movimiento popular argumenta que la economía colombiana está “arraigada en el clientelismo político” que ha eximido de impuestos a los grandes oligopolios agrícolas y mineros, entre otros sectores.

Pero la reforma tributaria fue solo la chispa. El enojo de los manifestantes se manifiesta, centralmente, contra las "fuerzas de seguridad" de un régimen con características policiales instaurado desde hace más de medio siglo, que bajo el pretexto de combatir a la guerrilla (hoy integrada casi por completo al régimen político: Juan Manuel Santos , Timochenko, líder de las FARC, firmó un acuerdo de paz en 2016, mediado por el gobierno cubano) lo utilizó para expropiar y desplazar a millones de campesinos, dejándolos en la miseria y favoreciendo la concentración de la tierra. En septiembre de 2020, anticipándose a la actual indignación, y también durante las protestas, el asesinato de 13 personas bajo represión policial en Bogotá desató el debate sobre la necesidad de una “reforma policial”, incluida la desarticulación de un escuadrón encargado de reprimir las manifestaciones. La policía colombiana es parte del Ministerio de Defensa y está estructurada -en su formación y objetivos- para el contexto del conflicto armado contra un enemigo concreto: las “fuerzas marxistas”.

La rebelión popular fue respondida con la militarización de las calles. Senadores del oficialismo (el “Centro Democrático”) propusieron que se estableciera un estado de conmoción interna, un estado de sitio. El opositor “Frente Progresista” no movilizó fuerzas el día 28, y solo rompió su silencio para repudiar los “saqueos” durante las movilizaciones. El reemplazo de Carrasquilla busca generar un "consenso en torno a la reforma tributaria" con sectores de centro y derecha y conformar un "consejo consultivo". A pesar del retiro de la reforma y la renuncia del ministro, la huelga continúa transformándose en una huelga política bajo el lema "Fora Duque". En un comunicado conjunto, las centrales sindicales llamaron a la desmilitarización de las ciudades, la vacunación masiva y el cese de la escolarización. El movimiento indígena Minga, junto a otras organizaciones sociales, comenzó a defender la “renuncia del presidente Duque”. Caravanas de camiones cortan accesos y manifestaciones a plazas y parques, buscando el apoyo de la población. La respuesta a la represión en Cali fue de cientos de miles en las calles, la ciudad fue nombrada “capital nacional de la Resistencia”.

En Popayán, capital del Cauca (departamento con mayor número de campesinos desplazados y violencia paramilitar), manifestantes incendiaron establecimientos policiales. El Esmad ingresó a la Universidad Industrial de Santander, reprimiendo a los estudiantes. Hace dos semanas, Duque había creado un tribunal militar “con independencia financiera, administrativa y operativa” que no estaría bajo el mando del militarizado Ministerio de Defensa. Sin embargo, la iniciativa fue mal recibida, porque los miembros de la policía seguirán siendo juzgados por los militares, como la PM en Brasil, que tiene su propio foro judicial. Uribe reivindicó a través de su cuenta de Twitter el “derecho de los militares y policías a usar sus armas para defender su integridad”. La fuerza ejecutora de las masacres es el servicio de seguridad y espionaje – Esmad (Escuadrón móvil antidisturbios), cuya disolución reclaman los manifestantes. La movilización colombiana está sólo en su etapa inicial. Se tambalea un régimen clave para el mantenimiento del orden imperial en América Latina, en el único país de América del Sur con costas en el Atlántico y el Pacífico, con cinco bases militares estadounidenses, y también en el Caribe. Una nueva etapa política puede comenzar en nuestro continente. La lucha contra el régimen más reaccionario de la región, el del genocida Bolsonaro, gana un aliado decisivo donde menos lo esperaban el capitán y su corte militar.

*Osvaldo Coggiola. Es profesor del Departamento de Historia de la USP. Autor, entre otros libros, de Historia y Revolución (Chamán).

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