¿El clientelismo político es corrupción?

Imagen: Elyeser Szturm
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El capital extranjero está más interesado en criminalizar el uso de la negociación de recursos, en su defensa del programa neoliberal y la política monetarista de contención del gasto estatal.

Por Francisco Pereira de Farías*

El clientelismo político –presente en las relaciones horizontales (Ejecutivo y Legislativo) y verticales (gobierno central y gobierno regional) del aparato estatal (burgués) contemporáneo, así como en las campañas electorales y en la gestión de las políticas de gobierno– aparece como la negociación de recursos, cargos y facilidades sociales para el apoyo político. Su comprensión se inserta, por tanto, en el análisis de la “política de apoyo”, en la expresión de Nicos Poulantzas [1].

La política de apoyo, es decir, la implementación de medidas gubernamentales para satisfacer las necesidades de la clase asalariada, surge como una necesidad de contener el apetito de la clase capitalista por saquear la fuerza de trabajo, garantizando su reproducción simple o normal al nivel de civilización alcanzado. . A través del apoyo se refuerzan los lazos de subordinación política, en definitiva beneficiando los valores de la clase dominante, pues presupone la relación con el discurso de la representación del pueblo-nación, es decir, se presenta como una modalidad a implementar. la “voluntad nacional-popular”.

Diferentemente, la política de alianza de clases, es decir, la implementación de políticas sociales que promuevan la reproducción ampliada de la fuerza de trabajo, nace del interés de las fracciones subordinadas de la clase dominante por conquistar la hegemonía política. En Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, las burguesías internas (representadas por partidos liberales y asociaciones patronales) establecieron alianzas con las clases trabajadoras (bajo la dirección de partidos socialdemócratas o socialistas y fuerzas sindicales), con vistas a la conquista del poder. de los intereses americanos en sus países. Esto, en parte, resultó en el llamado estado de bienestar.

Si, en términos generales, el clientelismo está al servicio de los valores de la clase dominante, en contextos específicos puede desempeñar un papel a veces conservador, a veces progresista, según la correlación de fuerzas en el juego de intereses de las fracciones dominantes. Como señaló Poulantzas, el capital monopolista se divide en capital extranjero y burguesía nacional, y dentro de él hay una disputa entre estas fracciones.

Ahora, luego de la crisis de 1970, el sector interesado en criminalizar el uso del clientelismo político será el capital extranjero, por su vinculación con todo el programa neoliberal, en especial la política monetarista de contención del gasto del Estado. Para los representantes de este capital, las prácticas clientelistas son un despilfarro del gasto público, que debe estar orientado no por demandas sectoriales o regionales, sino por el interés general de la nación (léase: intereses del capital extranjero).

En varias democracias capitalistas, las prácticas clientelistas se consideran ilegales (una excepción es EE. UU., donde existe una regulación de los llamados los grupos de presión). Una de las razones de esta interdicción legal sería la búsqueda del gran capital internacional de restringir el poder de la burguesía interna, tendiendo a utilizar el clientelismo como recurso de su cohesión política. En otras palabras, la política del capital monopolista internacional de contener los gastos del Estado y maniobrarlos a su favor busca imponer el control sobre el clientelismo, haciendo uso de prácticas de judicialización.

La burguesía interna, conquistando la hegemonía en el Estado nacional, puede hacer uso progresivo del clientelismo, pues, si bien esta fracción de clase llega a tener preponderancia en la política nacional, juega un papel en parte subordinado en el campo de la política internacional, es decir, de la intereses del capital imperialista central. La burguesía interna se convierte tanto en una fracción hegemónica (a nivel nacional) como en una fracción semisubordinada (a nivel internacional). En Brasil en la década de 2000, el uso de regateos por parte de la burguesía interna con el Estado para conquistar mercados en el exterior o mantener el control de la producción nacional de petróleo provocó reacciones del capital internacional para tratar de desestabilizar al gobierno de izquierda o de centro-izquierda.

Desde el punto de vista de la relación con su base social específica, un partido de izquierda no es coherente cuando hace concesiones al clientelismo político. Porque a las fuerzas de izquierda les interesa restringir el clientelismo entre los asalariados, ya que se convierte en un obstáculo para la generalización de los intereses de clase. Pero, como participante en una alianza de clases que asciende al gobierno del estado burgués, algún tipo de clientelismo "superior" se vuelve casi inevitable. Las presiones intergubernamentales pueden llevar al partido a recurrir a prácticas selectivas, en vista de la estabilidad de la coalición gobernante.

El abordaje del tema del clientelismo político en las corrientes de izquierda, centrado en la polaridad ideología público/privado, genera propuestas políticas ineficaces. Desde un punto de vista práctico, acaba aceptando propuestas de judicialización de la negociación partidaria en la vida política. No cuestiona cuando la legislación pone la corrupción privada y la vestíbulo político.

La regla institucionalizada de la burocracia moderna, sin embargo, requiere que el funcionario no confunda su sustento con los medios administrativos del Estado. De esto no se sigue que un agente estatal, actuando en vista de objetivos partidistas, esté “privatizando” el estado. Aunque en la práctica la línea divisoria entre lo “privado” y lo “público” oscilará, debido a los estallidos de individualismo y arribismo en la vida político-partidaria, en principio, la acción, por ejemplo, de un político de destinar recursos del Estado a un grupo o comunidad a cambio de apoyo político-partidista no debe confundirse con el desvío de recursos hacia su vida privada-familiar.

Surge entonces la pregunta: ¿debe una política progresista posicionarse a favor de la propuesta de despenalizar el clientelismo político? Podemos hacer una analogía con el problema del consumo de drogas. La criminalización de las drogas termina favoreciendo los intereses económicos del grupo de traficantes, bajo el pretexto de preservar los valores morales de la sociedad. Satisfacer las aspiraciones de los individuos y las comunidades es una forma más eficiente de controlar el uso de estupefacientes.

Asimismo, la criminalización del clientelismo político termina favoreciendo los intereses de las fracciones hegemónicas del capitalismo mundial (capital monopolista internacional, burguesía estadounidense, etc.), bajo el pretexto de defender los valores e intereses generales de las naciones. La participación y la organización serían los medios más efectivos para combatir el clientelismo entre las clases subordinadas.

No se podría decir que con esta proposición hoy la izquierda estaría legislando por sí misma. Lo que parece extraño es que la agenda política nacional esté guiada casi exclusivamente por la coalición de derecha. La reanudación de la reforma política se convertiría en una agenda de lucha de la oposición de izquierda, con la regulación de la vestíbulo político. Esto implicaría la nulidad de procesos judiciales que restringen la presencia de líderes de izquierda en el escenario político.

En todo caso, ante la embestida del capital internacional e imperialista, bajo la coordinación de sus agencias representativas (Banco Mundial, ONU, FMI, OMC, OCDE) o del Gobierno de EE.UU., reemplazando el caballo de batalla de los “derechos humanos” por cruzada civilizatoria para combatir la “corrupción política” – corresponde a los grupos de izquierda tomar una posición clara: el clientelismo político no es corrupción.

*Francisco Pereira de Farías Es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Federal de Piauí.

Notas

[1] Agradecimiento a Danilo Enrico Martuscelli por sus comentarios a una primera versión de este texto, publicado en Debate sobre Brasil, 07 / 04 / 2016.

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