por RICARDO INNACE*
Comentario a dos cuentos que abordan la relación entre profesor y alumno
“La relación entre maestro y alumno será, de hecho, uno de los temas favoritos del escritor, explorado como un juego profundo y complejo de dar/recibir, aprender/desaprender, amar/odiar” (Nádia Battella Gotlib)
Sofía
“Los desastres de Sofía” es uno de los relatos más intensos de Clarice Lispector. Originalmente incluido en Una legión extraña (1964). En tono autobiográfico, la narradora se refiere a la singular experiencia que tuvo, a los nueve años, en el salón de clases con su maestra. La inconfundible estructura ficcional, compuesta por una densa sintaxis que registra una cierta turbulencia interior ligada a un flujo de pensamiento capaz de reverberar imágenes contundentes, a veces indigeribles, abismales –no menos dotadas de sublimación–, confía la materialidad a la aventura errante de este exalumno quien recapitula su mala conducta en clase. Cáustica e implacable es la tarea de Sofía, quien insistentemente expone ante sus compañeros la fragilidad de ese “señor gordo, grande y silencioso, de hombros contraídos” y con una “camiseta ajustada”.
Las mañanas del maestro y del discípulo se configuran así: desde el fondo de la sala, sentada en el último pupitre que le ha sido asignado, habla en voz alta y lo enfrenta con un desafío, inhibiéndolo hasta que pierde la concentración y tartamudea. Pero lo hace movida por un impulso binario de rabia y amor, en la confusa esperanza de despertarlo a la vida ante la que –intuye la pequeña Sofía– se acobarda este chico que “había empezado a dar clases en la escuela primaria”.
El cuento toma prestado el título de una novela escrita por la condesa de Ségur (Los males de Sophie [1858]), obra, por cierto, por la que transitaron muchos lectores adolescentes de la generación de Clarice. Resulta que los desastres impuestos al personaje de Clarice van más allá de los reinados de una niña traviesa. La altivez de esta Sofía (del griego, Sofía: sabiduría) implica tropiezos de otro orden, en una travesía arriesgada y dolorosa, que da rienda suelta a la más pura, innata, asertiva y paradójicamente lúcida ignorancia que el autor de La pasión según GH potencializado en el transcurso de toda su literatura- una ignorancia que raya en el aprendizaje genuino, cuya esencia el léxico se empeña en perseguir y nombrar.
Como se puede prever en la trama de Clarice, el discurso se levanta contra las convenciones. El dual mide fuerzas, provoca fricción, chispas. El maestro personifica, en esta trama, al adulto que el niño se ve obligado a salvar, sin saber exactamente qué y para qué ("era como si, a solas con un escalador paralizado por el terror del precipicio, y aunque inexperto, no podía sino tratar de ayudarlo a bajar”). El hombre, que en lugar de “con un nudo en la garganta había contraído los hombros”, asoma -prematuramente y prohibitivamente- como paradigma del deseo a la Sofía de la época escolar, época en la que corría con inconmensurable vigor por el terreno expansivo y asimétrico. de la escuela, deslizando las manos sobre los troncos de los árboles en los que los alumnos tallan diseños secretos e íntimos con sus navajas.
Si estas eran las acciones matutinas del protagonista, las ensoñaciones nocturnas traducían distintas preocupaciones: “Por la noche, antes de dormir, me irritaba”; “[…] ya no hablaré más de mí en el vórtice que estaba en mí mientras soñaba despierto antes de dormirme”. Y agrega: “Yo estaba siendo la prostituta y él era el santo. No, tal vez no eso. Las palabras me preceden y me superan, me tientan y me modifican, y si no tengo cuidado será demasiado tarde: se dirán cosas sin que yo las haya dicho.
De hecho, tanto la matriz espacial como la temporal se destacan en la tesitura. La narradora adulta, en el presente del enunciado, opera en su memoria sus reminiscencias escolares –recuerda que, a los trece años, la noticia “gritó” por un “antiguo amigo” que “la maestra había muerto en esa madrugada” . La revelación despierta el malestar, activa y moviliza la intriga. Si no fuera por esta información repentina, el lector podría no conocer, en detalle, la escena principal del cuento.
Un día, el profesor asigna una actividad a la clase. Solicita el desarrollo de una determinada composición basada en este cuento: un hombre, sin dinero, sueña que ha descubierto un tesoro; por tanto, anda por el mundo en busca de fortuna, pero no la encuentra. Regresa entonces a su humilde hogar y, desprovisto de alimentos, se sostiene de las raíces que cultiva en el patio trasero; prospera y se enriquece cuando decide vender sus propios cultivos.
Sofía es la primera en completar la lección: sale triunfante del local, con más tiempo para el recreo. Sin embargo, cuando sus compañeros ya habían terminado la tarea, decidió regresar a la habitación para recoger un objeto y fue sorprendida por el maestro, entre montones de cuadernos. Desprevenido, segundos después el alumno se da cuenta de que hay alguien allí: “Solo en la silla: me estaba mirando”.
El pasaje que sigue manifiesta un patetismo extraordinario, ejemplar de la manera voraz y de tal fuerza autoral para penetrar y escudriñar la condición humana. El profesor, al contrario de lo que supone la desvalida Sofía, no toma represalias por los malos tratos a los que es sometida a diario. En realidad, está asombrado porque acaba de terminar de leer el ensayo y está extasiado con el (al revés) horizonte interpretativo que el atrevido estudiante ofrece al “tesoro” inscrito en la fábula; él está sobre todo encantado con el desenlace que ella le da a la historia.
“Los desastres de Sofía” saca a la luz ingredientes que son caros a la poética de Clarice: un detalle físico es, por tanto, agrandado y adquiere una conformación grotesca; un evento resulta en desestabilización psicológica, culminando en un extrañamiento que genera vértigo y náusea; se optimiza un silencio y se potencia un lenguaje de inusitado y sobrecogedor resplandor, cuyo estilo, en dicción experimental, dibuja insólitas asociaciones, serpenteando por figuras como el oxímoron, la hipérbole, la sinestesia, guiñando el deslumbrante ejercicio de la obra literaria; se muestra una voz femenina en perspectiva de alteridad y se hace referencia a un insecto.
Aquí hay algunos segmentos valiosos de esta web: “Al escuchar mi nombre, la sala se deshipnotizó. Y muy lentamente vi a todo el maestro. Muy lentamente vi que el maestro era muy grande y muy feo, y que era el hombre de mi vida. (...) Para mi tortura, sin perderme de vista, lentamente se quitó los anteojos. Y me miró con ojos desnudos que tenían muchas pestañas. Nunca le había visto los ojos que, con sus innumerables pestañas, parecían dos dulces cucarachas. (…) Lo que vi fue tan anónimo como un vientre abierto para una operación intestinal. Vi que algo pasaba en su rostro (…) como si un hígado o un pie intentaran sonreír, no sé. (...) Vi dentro de un ojo. (...) Esa misma noche todo se convirtió en un ataque de vómitos incontrolable que dejaría encendidas todas las luces de mi casa.”
Joana
Si la convivencia entre Sofía y el hombre de la “camiseta ajustada” tiene lugar en un espacio público (la escuela), el acercamiento y las conversaciones entre Joana y la profesora, en Cerca del corazón salvaje (1943), tiene lugar en una habitación privada: la sala de estar del educador que ofrece consejos.
En la ópera prima de Clarice Lispector, la protagonista es una adulta y casada, que vive un excesivo conflicto existencial y conyugal. Otávio, el marido, tiene una amante; Joana, por casualidad, conoce a un hombre y tiene una relación con él. El tiempo se vuelve borroso para ella; hay un ir y venir de recuerdos efímeros. De hecho, su particular manera de relacionarse con el mundo es digresiva: mimetiza el comportamiento oscuro, el estado de ánimo introspectivo y agudo de esta mujer.
El narrador, en tercera persona, es receptivo a todas estas impresiones, combina su voz discursiva con las reminiscencias de la antiheroína que queda huérfana muy temprana, vive con sus tíos y, posteriormente, es internada en un internado. En este momento de la vida de Joana –una fase tensa de autoconocimiento e incertidumbre (“misterioso ascenso de la pubertad”)– el instinto se expresa a través de la transgresión que caracteriza la mentira y el robo de un libro.
Ir a la casa del maestro no es solo por la necesidad de protección, otras razones hacen que ella lo busque. Discurso reflexivo y estado profesional de este chico que tendría la edad suficiente para ser su padre; la posibilidad -al final de la entrevista- de salir redimida y liberada de los pecados acumulados que pesan sobre ella; la vertiginosa búsqueda de comprensión, todo esto inquieta a Joana, todo esto la espolea.
En la primera parte del libro se anuncia que la maestra “penetraba milagrosamente en el mundo oscuro de Joana y se movía allí con ligereza, con delicadeza”. “- No vale más para los demás, en relación al ser humano ideal. Vale más dentro de ti mismo. ¿Entiendes, Juana? “-Después de todo, en esta búsqueda del placer se resume la vida animal. La vida humana es más compleja: se reduce a la búsqueda del placer, su miedo y, sobre todo, la insatisfacción de los intervalos. Es un poco simplista de lo que estoy hablando, pero no importa por ahora. ¿Lo entiendes? Todo anhelo es la búsqueda del placer. Todo remordimiento, lástima, amabilidad, es tu miedo. […]”.
En este territorio ambiguo, Joana pone a prueba sus propios límites. Se siente vigilado por la esposa del profesor, por lo que cultiva el odio y la admiración por ella. Es como si el aire de superioridad de esa mujer estuviera justificado por tener un hogar y un marido que cuidar. Deja entrever que tiene un horario para llegar al trabajo: no sería justo pasar tanto tiempo con una chica desorientada.
Y sin poder despedirse, porque tuvo el segundo mareo del día, la huérfana se escapa de la casa. Antes de eso, observa una “estatua desnuda, con líneas borradas suavemente como al final del movimiento” en el gabinete de porcelana reluciente. Continúa hacia la playa y deja atrás a “ese hombre fuerte”, cuyos dedos se entrelazan con la tapa y las páginas de un libro. En la arena, los pies de la niña “se hundían y volvían a salir pesados. Ya era de noche, el mar rodaba oscuro, nervioso, las olas lamían la playa”.
Horas después, de vuelta en casa de sus tíos, se entrega a la voluptuosidad. No por casualidad, el capítulo retratado se titula “El baño”: “El agua es ciega y sorda pero felizmente inmutable, brillando y burbujeando contra el esmalte transparente de la bañera. La habitación sofocada con vapores tibios, los espejos empañados, el reflejo del cuerpo ya desnudo de una mujer joven en los mosaicos húmedos de las paredes.”
En la segunda parte de la novela se registra el reencuentro como profesor. Joana ya no es una niña, su intención es informarlo y escucharlo sobre su matrimonio con Otávio, que tiene una fecha fija. A la protagonista le falta coraje para contar la noticia: descubre que el maestro ha sido abandonado por su esposa. Había engordado, había estado enfermo; ahora envejecido, con “su gran cuerpo desplomado sobre la silla”, está disperso y en pijama bajo el cuidado de un joven enfermero. La casa no mantiene la conservación que tenía; lo que llama la atención del visitante, en lugar del armario, es el “reloj y el botiquín”. La virilidad del de pelo negro se desvanece – en ese momento, el “profesor parecía un gran gato castrado reinando en un sótano”. Por si fuera poco, accidentalmente una de sus zapatillas se le resbala del pie, y “su pie de uñas curvas y amarillentas aparece desnudo”.
Sofía y Joana
Evidentemente, las relaciones de convivencia que establecen Joana y Sofía con los profesores violan el orden convencional. Diagrama de Clarice, ya en Cerca del corazón salvaje, dominantes que enfatizan el lado oblicuo e intempestivo de la vida. En otros textos reaparecen sus maestros interpretando papeles de menor o mayor prestigio, tal es el caso de las novelas. La manzana en la oscuridad (1961) y Un aprendizaje o El libro de los placeres (1969), y el cuento “O crimen do profesora demática”, en Lazos familiares(1960). Con la representación de estos personajes del ámbito docente, el conocimiento, en sí mismo, sería más como la enigmática figura de un matorral: serio y conmovedor... apasionadamente despeinado.
*Ricardo Iannace es docente del Programa de Posgrado en Estudios Comparados de Literaturas en Lengua Portuguesa de la FFLCH-USP. Autor, entre otros libros, de Retratos en Clarice Lispector: literatura, pintura y fotografía (Ed. UFMG).