Por Julio Cortázar*
Comentario a la película de Buñuel realizada en México en 1950, ganadora del premio a mejor director en el festival de Cannes.
Con todo lo que amo de los perros, el andaluz de Buñuel siempre se me escapó. yo tampoco lo se la era dorada [i]. Buñuel-Dalí, Buñuel-Cocteau, Buñuel-años surrealistas gozosos: Tuve noticias de todo en su día y de forma fabulosa, como a finales de Anábasis"Mais de mon frere le poète on a eu des nouvelles… Et quelques-uns en eurent connaissance…[“Pero de mi hermano, el poeta, tuvimos noticias… Y algo de ella tuvo conocimiento…”[ii]]. De repente, sobre un trapo blanco en una pequeña habitación de París, cuando apenas podía creerlo, Buñuel se encontró cara a cara. Mi hermano, el poeta, ahí, tirándome imágenes como los niños tiran piedras, los niños dentro de las imágenes de Los olvidados, una película mexicana de Luis Buñuel[iii].
He aquí que todo está bien en un arrabal de la ciudad, es decir, que la pobreza y la promiscuidad no alteran el orden, y los ciegos pueden cantar y pedir limosna en las plazas, mientras los jóvenes torean en un páramo reseco, dándoles abundancia. de tiempo a Gabriel Figueroa para que los filme a su gusto. Las formas -esas garantías oficiales no escritas de la sociedad, que quien es quien bien delimitados – se llevan a cabo satisfactoriamente. El suburbio y los líderes de las facciones se miran casi en paz. Entonces entra Jaibo.
Jaibo se ha escapado del centro penitenciario y está de nuevo entre los suyos, sin dinero y sin tabaco. Trae consigo la sabiduría de la prisión, el deseo de venganza, la voluntad de poder. Jaibo extrañaba su niñez encogiéndose de hombros. Entra en sus suburbios como el amanecer en la noche, para revelar la imagen de las cosas, el verdadero color de los gatos, el tamaño exacto de los cuchillos, la fuerza exacta de las manos. Jaibo es un ángel; ante él nadie puede dejar de mostrarse tal como es. Una piedra golpea el rostro del ciego que cantaba en la plaza, y la fina película de formas se rompe en mil fragmentos, la fingir y el letargo se desvanecen, los arrabales saltan a escena y juegan el gran juego de su realidad. Jaibo es quien azuza al toro, y si a él también le llega la muerte, no importa; lo que cuenta es la máquina puesta en marcha, la belleza infernal de los cuernos que de repente se elevan a su razón de ser.
Así, el horror se instala en plena calle, con una doble moral: el horror de lo que sucede, de lo que, por supuesto, siempre sería menos horrible leído en el periódico o visto en una película para uso de los herederos; y el horror de quedar atrapado en el público bajo la mirada de Jaibo-Buñuel, de ser más que un testigo, de ser –si tienes la suficiente entereza– un cómplice. Jaibo es un ángel, y se nota en nuestras caras cuando nos miramos al salir del cine.
El programa general El olvidado no pasa y no quiere ir más allá de una exposición seca. Buñuel o el antipatético: nada de planteamientos angustiosos como en Kuksi (En algún lugar de Europa[iv]) o documentación detallada de un caso (perdido en la tormenta[V]). Aquí los muchachos mueren a palos y sin perder tiempo, se pierden en las calles sin nada más que un talismán al cuello y un poncho al hombro; van y vienen como la gente que encontramos y perdemos en los tranvías; por cierto, para que sintamos nuestra alienación responsable.
Buñuel no nos da tiempo para pensar, para querer hacer algo con al menos un movimiento de conciencia. Jaibo mueve los hilos, la cosa va. “Demasiado tarde”, se ríe el ángel feroz. Debería haberlo pensado antes. Míralos ahora morir, degradarse, vagar en la basura”. Y nos lleva suavemente a través de la pesadilla. Primero, a un tiovivo empujado por niños jadeantes y exhaustos en el que otros niños que pagan montan los caballitos con la dura alegría de los reyes. Luego un camino desierto, donde una pandilla ataca a un ciego, o una calle donde asaltan a un hombre sin piernas y lo dejan de espaldas en el suelo, monstruoso de impotencia y angustia, mientras su carreta se pierde calle abajo.
Una por una, las figuras del drama caen a su nivel básico más bajo, que las formas ocultan. Las personas en las que teníamos cierta confianza se degradan en el último momento. Hay tres inocentes en total, y eso es tres niños. Una, “Olhinhos”, se perderá en la noche con su talismán al cuello, con diez años de edad; otro, Pedro, está a punto de salvarse, pero Jaibo lo vigila y lo devuelve a su destino, el de morir a palos en un granero; la tercera, Metche, la chica rubia, recibirá su primera gran lección de vida, a cargo de su abuelo: deberá ayudarlo a llevar sigilosamente el cadáver de Pedro a un basurero, donde caminará con nosotros en la última escena de la obra. .
Mientras tanto, la policía mata a Jaibo, pero está claro que esta demanda de formas sociales es mucho más monstruosa que los dramas desatados por él; el niño se ahogó, María tapa el pozo. Preferimos a Jaibo, quien nos mostró el tamaño del pozo que había que tapar antes de que cayeran otros niños.
Aquí en París se reprochó la evidente crueldad y el sadismo de Buñuel. Quienes lo hacen tienen razón y buen gusto, es decir, manejan armas dialécticas y estéticas. Personalmente, me decanto aquí por las armas utilizadas en las tramas de la película; No sé en qué un asesinato sugerido por gritos y sombras es más meritorio o excusable que la vista directa de lo que ocurre. En el "Diario"[VI] De Ernst Jünger, que acaba de publicarse aquí, el autor y sus amigos en el mando alemán “escuchan hablar” de las cámaras letales donde se extermina a los judíos, algo que les produce “profunda preocupación”, porque podría ser cierto…
Así también las simulaciones de horror apenas perturban al público; por eso es bueno que de vez en cuando un señor pueda sacar el asado y el pera melba, y para eso está Buñuel. Les debo una de las peores noches de mi vida, y espero que mi insomnio, la madre de esta nota, les sirva a otros para una labor más directa y fructífera. No creo demasiado en la enseñanza del cine, pero sí en la lenta maduración de los testimonios. Un testimonio se sostiene por sí mismo, no por su intención ejemplar. Los olvidados barre la mayoría de las películas convencionales sobre problemas de la infancia; al suprimirlos, sitúa y delimita su propia importancia. Como ciertos hombres y ciertas cosas, es un faro tal como lo entendía Baudelaire; tal vez su proyección en las pantallas del mundo lo convierta en un “grito repetido por mil centinelas…”[Vii].
Esta noche recuerdo al señor Valdemar[Viii]. Como la gente del arrabal de Buñuel, como el estado de cosas universal que lo hace posible, el señor Valdemar ya está descompuesto, pero la hipnosis (imposición de una forma ajena, de un orden que no es el suyo) lo mantiene en un estado engañoso. vida, una apariencia satisfactoria. Sin embargo, el señor Valdemar está a nuestro lado y todos rodeamos la cama del señor Valdemar. Entonces entra Jaibo.
julio cortazar (1914-1984), periodista y escritor, es autor, entre otros libros, de Los premios.
Traducción y notas: Fernando Lima das Neves
Artículo publicado en Revista Sur. Buenos Aires, n. 209-210, metrosabril-abril de 1952, pág. 170-172. El texto fue escrito en diciembre de 1951 en París, pocos meses después de que la película de Buñuel ganara el premio a la mejor dirección en el Festival de Cine de Cannes.
Notas
[i] La edad de oro. Director: Luis Buñuel. Francia, 1930.
[ii] Perse, San Juan. Anábasis (trad. José Daniel Ribeiro). Lisboa: Relógio D'Água, 1992 [1924]. PAG. 75. El pasaje completo es: “Pero de mi hermano, el poeta, tuvimos noticias. Una vez más escribió una cosa muy dulce. Y algunos de ella tenían conocimiento…”.
[iii] Los olvidados. Director: Luis Buñuel. México, 1950.
[iv] Valahol Europában. Director: Géza von Radványi. Hungría, 1948.
[V] La búsqueda. Director: Fred Zinnemann. Suiza/Estados Unidos, 1948.
[VI] Jünger, Ernst. Revista I (1941-1943). París: René Juliard, 1951 [1949].
[Vii] Baudelaire, Carlos. Las flores del mal (trad. Júlio Castañón Guimarães). Sao Paulo: Cía. das Letras, 2019 [1857]. PAG. 81.
[Viii] Poe, Edgar Alan. “La verdad sobre el caso del señor Valdemar.” cuentos (trad. Julio Cortázar). Madrid: Alianza Editorial, 2002 [1845]. PAG. 61-66.