Películas en cuarentena: Buena Vista Social Club

Imagen: Elyeser Szturm
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Por Walnice Nogueira Galvão*

Comentario a la película de Win Wenders que presenta a músicos cubanos hasta ahora inactivos y “olvidados”

El hermoso documental de 1999 de Wim Wenders sobre músicos cubanos, Buena Vista Social Club, resulta del rescate realizado por Ry Cooder, guitarrista estadounidense autor de la banda sonora de París, Texas, al descubrir que estos profesionales sobrevivieron en la oscuridad tras la extinción de los juegos de azar y los casinos, su principal mercado laboral.

Viejos, pobres y negros, todos en sus ochenta, hacen un sonido de respeto. Por si fuera poco, nos dimos cuenta gracias a la película de que son grandes artistas y grandes personalidades, que tan bien supo captar Wim Wenders; no era para él también ser un cineasta inusual, en tamaño más grande que el calibre.

Una de las cosas buenas de la película es presenciar su alegría por tocar y cantar nuevamente. Entre los más destacados, el pianista Rubén González, que hacía diez años que no poseía un piano, el cantor Ibrahim Ferrer y el guitarrista, también cantor, Compay Segundo, nombre de guerra de Francisco Repilado, apodado así por ser la segunda voz de el dúo Los compadres. Verdadera memoria viva de hijo, Tuvo una trayectoria similar a la de la gran cantante de jazz estadounidense Alberta Hunter, que fue descubierta tarde a los setenta años, tras toda una vida trabajando como enfermera en un hospital.

Acordaos de Cartola, también revelado más tarde, lavadero de coches en Ipanema que fue. El cubano, cuando el mercado de la música se contrajo o desapareció, dejó la guitarra y se puso a trabajar diecisiete años como torcedor hasta jubilarse. Incluso con más de noventa años, mientras vivió Compay Segundo volvió a cantar en el estudio ya dar espectáculos. Un año antes de la película, para deleite de los fans, grabó en España un doble CD que lleva su nombre. Y en 1996 se inició el rodaje y preparación colectiva de un CD homónimo, que sería galardonado con el prestigioso premio Grammy en Estados Unidos.

Ry Cooder -cosa de músico- había recibido una cinta y se comprometió a ir a grabar a músicos cubanos y africanos en La Habana. Los de África nunca aparecieron, retenidos en Europa. Él, en Cuba, iba convocando a los que encontraba, con mensajes de boca en boca, y así aparecieron estos monstruos casi por casualidad. Luego se grabó el primer CD. El nombre de Buena Vista Social Club se inventó allí, en su momento, para acabar bautizando los CD, los espectáculos y la película.

El primer CD rompió el mundo: tocaron en Amsterdam y otros lugares antes del Carnegie Hall; Todo esto antes de la película. Les gustaba mucho “disfrutar un poco antes de morir”, como dicen. Se les muestra en un recorrido conmovedor por el centro de Nueva York, encontrando todo hermoso. En el concierto en el Carnegie Hall, que constituye la apoteosis de la película y finaliza con los cubanos desplegando su bandera, vemos a la espléndida cantante Omara Portuondo, toda de negro y turbante amarillo, cantando Prueba, prueba, prueba. E Ibrahim Ferrer, muy elegante con una americana roja, sin abandonar su habitual gorra. El teatro estaba repleto, a los traviesos les encantaba y hacían todo tipo de trucos para seducir al público, como, por ejemplo, tocar la guitarra. De espaldas.

El hijo de Ry Cooder, también en la película, es percusionista. Declara que Cuba es el paraíso de su especialidad, e incluso los músicos de otros instrumentos hacen las percusiones más originales, como Cachaíto, el contrabajista que toca de oído y acompaña al pianista en cada nota sin necesidad de escuchar previamente.

Es admirable la gracia con que actúan estos veteranos, destacando aquí Compay Segundo: el espléndido lenguaje corporal; la puesta en escena de un personaje escénico dotado de carisma y discurso propio; composición de personajes con elección de vestimenta, sombrero o gorra en un ángulo impertinente, cigarro entre los dedos; el peinado, excéntrico o que connota un sentido de la elegancia muy particular, nada conformista. Destaca también la singular bonhomía y un dejo de estoicismo sardónico ante los percances de la suerte, por parte de quienes no pidieron asilo y siguieron viviendo en su país a pesar de las penurias.

El reconocimiento resultó en la aclamación internacional, desencadenada por recitales en nichos en el campo como Amsterdam y Carnegie Hall, desde allí extendiéndose por todo el mundo. Como prueba, ya se han editado varios CD y algunos libros.

Da a pensar que nunca se ha hecho una película como esta en Brasil, tierra de soberbios músicos, nada menos que los cubanos, y cineastas incomparables. Hasta hace poco, seguían vivos artistas con perfiles carismáticos como Pixinguinha, Nelson Cavaquinho, Cartola, Clementina de Jesus, Moreira da Silva, Carlos Cachaça, por mencionar los más recientes. El hincha brasileño sueña despierto cuando se pregunta si alguien como Glauber Rocha habría enfocado su cámara en un traje así.

La película revisita la manía sonora que reina en la isla, recordando en ello a nuestro país. Es algo que tiene repercusiones en la literatura, como, por ejemplo, en la obra de Cabrera Infante. en la novela tres tristes tigres (Seix Barral), el apartado con el subtítulo “Ella cantaba boleros” habla de una inolvidable cantaora gorda y negra, cuya actuación atrapaba a los oyentes con la baba de un dolor inconfesable. El ambiente de la noche era algo que casi podías tomar en tu mano, tal era la fuerza de la reconstrucción.

En busca de tales artistas y tal ambiente, que sólo subsiste en la memoria, en tiempos posteriores fue posible encontrar huellas en el único cabaret sobreviviente, el Tropicana, donde en medio del espectáculo de Hollywood había una viñeta de cinco minutos. en el cual ex machina un músico de pistón -extraordinario-, tocando boleros. Y eso, al parecer, connotaba más o menos un injerto del pasado, venerado como si fuera su icono purificado de los males. No mas que eso.

Imagínese el asombro de los fanáticos, entonces, cuando vieron la película y descubrieron que todo estaba allí, simplemente borrado en un pliegue de la historia.

El oído de Cabrera Infante había sido sensible a la música en más de una ocasión. Años después del primero, al escribir la novela La Habana por un infante fallecido (Companhia das Letras), muy diferente de Tres tigres tristes, pero con un título de juego de palabras en la tradición de aquél –un evidente juego de palabras con la composición de Ravel–, volvería al tema.

Libro de melómanos, amplía sus incursiones en el sector erudito, deteniéndose menos en el popular. Pero sí marca la presencia de muchos de estos artistas en la vida habanera, incluido el reconocido cantante y director de orquesta como el alcalde sonero, Beny Moré, apodado “Bárbaro”. O bien el destacado pianista y cantante, una especie de -si no sacrílego- Louis Armstrong latino: Bola de Nieve (bola por analogía y de nieve por antonimia), gordo, negro, con la cabeza rapada y homosexual.

La verdadera moda que el cine extendió por el primer mundo, como ocurre a veces con golpes construida artificialmente, esta vez por casualidad nos presenta excelentes resultados. No es solo el CD canónico, con el mismo título que la película, el que está disponible para los interesados: ya se han grabado varios otros, ya sea nuevos con el equipo de la película o exclusivos con cada uno de los actores principales, discos en solitario respectivamente por Compay. Segundo, Ibrahim Ferrer, Rubén González, Omara Portuondo, etc. O bien, se reeditan antologías de excelentes discos del pasado, en los que se pueden encontrar buenas muestras, entre otras, de la voz del gran Beny Moré.

Para nosotros la música cubana, con su fuerte acento africano, nunca sonó, al contrario de lo que suena a los oídos del primer mundo, la música del mundo. Esta etiqueta, como es sabido, se aplica a todo lo que no es música angloamericana, cubriendo por tanto toda la nuestra, lo que sin duda nos da escalofríos. En cuanto al sonido nativo de la isla, instantáneamente le dimos la bienvenida y nos sentimos como en casa con él; por no hablar del swing inimitable.

Los brasileños ya estaban familiarizados, a través de películas y discos, con medidas de este origen que se hicieron populares aquí, como la rumba, la conga, el mambo, el chachachá, etc. A excepción de la película de Wim Wenders y sus derivados, la salsa, el ritmo más extendido en los últimos años y que, si no me equivoco, fue creado en Nueva York por hispanoamericanos que interpretaban la su Cubano, del que desciende muy de cerca. Sin olvidar a la cantante Celia Cruz, la banda del puertorriqueño Tito Puente sería su máximo exponente durante casi medio siglo.

Un beneficio adicional, además de la película y los discos, es que, gracias a la ola mercantil, se producen libros sobre el tema, trayendo algunos de ellos CDs que han sido insertados y preparados con mimo, para ilustrar lo que sus páginas estudiar. Aunque no van más allá de las cintas de divulgación comercial, están bien hechas y funcionan como una introducción, sirviendo al aficionado que anhela más luz.

Tengo en mis manos dos de ellos, que aparecieron en Francia, con casi el mismo título, solo se distinguen por el artículo. Músicas cubanas (1998), de Maya Roy, editado por la Cité de la Musique y Actes Sud, forma parte de una colección que ya cuenta con numerosos títulos de música del mundo, y que la colección a la que pertenecen, Música del mundo, es traducción. Abarca desde los acordes árabe-andaluces hasta el gospel norteamericano, evidentemente negro, o incluso la liturgia judía, pasando por Java, Hungría y Portugal. Como veis, parece que nada de esto es europeo ni blanco…

el otro es Las músicas cubanas (1999), de François-Xavier Gómez. Sin pretensiones, ofrece un pequeño capricho gráfico sobre papel de mala calidad, pero por otro lado trae una cronología completa, una bibliografía dirigida e incluso una discografía, añadiendo indicaciones de sitios web para los interesados. una edición Librio, todavía sin mucha marca, tiene, sin embargo, distribución por Flammarion.

A veces, en definitiva, puede ocurrir que en medio de la mezclilla brillen algunas pepitas, para regocijo del aficionado –pese al estampado que señala una más de las muchas maniobras de marketing que nos asolan–, como en este caso.

*Walnice Nogueira Galvão Profesor Emérito de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la USP.

referencia

  • Buena Vista Social Club (Cuba / Alemania, 1999)
  • Dirigida por: Win Wenders
  • Reparto: Ry Cooder, Joachin Cooder, Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Rubén González, Omara Portuondo.
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