Cine en cuarentena: Ken Loach, Luc y Jean-Pierre Dardenne y Maren Ade

Imagen: Elyeser Szturm
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por Roberto Noritomi*

Comentario sobre tres películas europeas que abordan las transformaciones en el mundo del trabajo.

No se puede acusar al cine de haber evitado los retrocesos en el mundo del trabajo que se han producido en las últimas décadas. La precariedad de las relaciones productivas y el desempleo masivo coparon las pantallas en películas como Recursos humanos (Cantete, 1999), lunes bajo el sol (Aranoa, 2002), Las nieves del Kilimanjaro (Guédiguian, 2011) y la ley del mercado (Brize, 2015).

El año 2016 añadió tres obras más significativas a la lista anterior: Yo, Daniel Blake (Ken Loach) la chica desconocida (Luc y Jean-Pierre Dardenne) y Toni Erdmann (Maren Adé). Obras de destacados cineastas independientes, tienen el mérito de traer diferentes dimensiones a un escenario económico que involucra la migración, la crisis del sistema de seguridad social y el escalón más alto de las empresas transnacionales. A pesar de sus singularidades estéticas, vale la pena arriesgar algunos comentarios circunstanciales sobre las películas en su conjunto.  

Ken Loach lidera el camino. Siempre comprometido con la lucha de los trabajadores y en sintonía con el calor del momento, el director dispara su cámara contra las penurias del desmantelamiento del sistema de seguridad social en Inglaterra (no es difícil percibir ecos de umberto d (De Sica, 1952)). Al hacerlo, se hizo cargo del destino crepuscular de los trabajadores de su país (y del mundo desarrollado en general). Daniel Blake es un ejemplo de esta clase que vivió sus tiempos heroicos, como lo demuestra el círculo de relaciones que aún mantiene.

Sin embargo, envejecido y enfermo, la gran proeza del hábil carpintero se reduce a enfrentarse a los entresijos de los organismos oficiales para conseguir ayudas en caso de enfermedad. Muy al estilo del realismo de Loach, una situación prosaica se convierte en el eje dramático cuyo desenlace es lo menos importante. Lo que cuenta aquí es rodar en la planta baja, donde las preocupaciones y tensiones se limitan a las necesidades básicas: comida, alquiler, salario, etc. Estas limitaciones objetivas definen todo el radio de acción y aspiraciones de los personajes. La cámara destaca cada momento de esa gente común.

Es en este contexto que Daniel Blake liderará el declive de su clase y verá el surgimiento de una nueva generación de clase trabajadora, precaria y deforme. Esto es claro en el contraste entre la maestría y el orgullo profesional de Blake y la mano de obra evasiva y lábil de la joven desempleada Katie. La artesanía de Blake está obsoleta y está consignada en la tienda de antigüedades, junto con su caja de herramientas. Los conocimientos adquiridos a través de la experiencia ya no tienen valor, ni siquiera para llenar un formulario electrónico. La reestructuración productiva atropella a Blake ya toda la clase obrera.

Pero para el viejo trabajador, el verdugo viene en la figura del agente del Estado, es decir, la burocracia impersonal e inescrutable que dificulta el acceso a los beneficios legales. He aquí el modelo asistencialista neoliberal que lleva al borde de la humillación la petición de un derecho. Ante esta pétrea opresión burocrática, Loach apoya a Blake en las relaciones de amistad y vecindad. Sin embargo, a pesar del énfasis en los lazos comunitarios, la película culmina en una reacción solitaria y patética (el grafiti de la agencia de seguridad social). Las organizaciones sindicales y políticas ya no mediaban en la lucha.

Para los hermanos Dardenne, la política no es lo que importa. En sus películas, el mundo del trabajo es la arena del conflicto ético y no de clase. la chica desconocida sigue la regla. En él, Jenny Davin es una médica dedicada que trabaja en las afueras de Lieja, lidiando con situaciones sociales contundentes que incluyen trabajadores precarios, inmigrantes ilegales y otros segmentos marginados, sin embargo, su mayor preocupación es con el rigor de la práctica profesional. Para el buen profesional importa más la eficiencia técnica que el paciente.

Este vínculo profesional se ve sacudido tras la muerte, cerca de su oficina, de una joven migrante negra, que estaría viva si no fuera por el protocolo médico que le impidió abrir su puerta. A partir de ahí, impulsado por la culpa, Davin emprende un agotador viaje para identificar a la joven desconocida y remediar lo que para ella es la mayor injusticia, es decir, un ser humano que vive, o muere, sin identidad.

La película entra, en este punto, en otra fase. Si en el primer momento predomina la obediencia ciega al protocolo profesional, en el segundo destaca la flexibilidad y la informalidad. Davin se deshace de los procedimientos rígidos y se inviste de autoridad médica para interrogar a los pacientes en busca de información sobre la joven. La función profesional se convierte en una postura investigativa al servicio de una trama policial y, sobre todo, de depuración de culpas y de un dilema ético.

Sin embargo, a diferencia de las películas policiacas, el objetivo aquí no es resolver un crimen, sino desentrañar a la víctima y reparar una indignidad humana que trasciende las urgencias históricas. Si hay toda una causalidad que lleva a la explotación de los inmigrantes ilegales, el médico no se siente responsable por ello. El desplazamiento ético es otro: partir del ciudadano limitado a intereses inmediatos (profesional) y llegar a un orden de valor universal e indeterminado, la Humanidad.

Finalmente, la alemana Maren Ade sube a la máxima cumbre empresarial. tu universo es hombres de negocios. Los trabajadores aquí son consultores contratados, y bien pagados, por empresarios y accionistas para dar un disfraz tecnocrático a sus deliberaciones, que son, sobre todo, políticas. Inés está dentro de este disfraz. Con una larga formación y experiencia, asesora a una multinacional petrolera en operaciones en Rumanía. Y pronto podrá estar en cualquier otro lugar, en las más variadas artimañas para encontrarse con la vorágine del capital.

La película busca abordar precisamente esta disponibilidad integral, física y moral, del trabajador de alta dirección. La vida de Inés se confunde de manera camaleónica, hasta en la intimidad, con la del tomadores de decisiones. Inés, sin embargo, no forma parte de ellos. Día y noche es sometida a órdenes y excesos, sufriendo incluso actitudes machistas y otras afrentas. Su reacción, sin embargo, es serena ya veces hasta jocosa. El consultor se aleja de caracterizaciones maniqueas; no es la arribista cínica y sin escrúpulos ni la angustiada reprimida. Las situaciones embarazosas a las que se ve expuesta demuestran que el diploma es menos relevante que su maleabilidad e impasibilidad. Estos son los atributos que garantizan el éxito y la supervivencia en la red corporativa.

La perturbación es por cuenta del padre, disfrazado de Toni Erdmann, que invade, a través del burlesque, la rutina de Inés y trata de rescatarla para emociones sencillas y familiares. Pese al tono mordaz, para Erdmann lo cuestionable no es el carácter de explotación perpetrado en las acciones empresariales que legitima su hija. Este es un hecho aparte. La vida alternativa no toca la política.

Tras este breve recorrido por las tres películas, a pesar del esfuerzo crítico de los directores, queda claro que las obras no plantean cambios basados ​​en la intensificación de las contradicciones inherentes al mundo del trabajo. La osadía se ve intimidada por el movimiento de capitales, cuya lógica acumulativa: promueve recortes presupuestarios, restringe derechos y servicios públicos (como el Estado informatizado, tercerizado y restrictivo de prestaciones que subyuga a Daniel Blake); invade y desestabiliza países, provoca migraciones desenfrenadas y somete a legiones al trabajo ilegal (como la niña africana esclavizada y prostituida en Lieja); especula e interfiere en las economías periféricas (como la reestructuración productiva que aconseja Inés y que se traducirá en desempleo y precariedad en las relaciones laborales).

En definitiva, Blake, Inés y la joven africana se unen en un mismo drama. El capital tiene estas cosas. Unifica el destino de los trabajadores y de los pueblos.

Para estar a la altura del desafío, las películas podrían haber sido más generosas en la apertura de significados narrativos. En cualquier caso, las obras son aportaciones necesarias y ávidas de intervención, lo que es buena señal estos días.

*Roberto Noritomi es doctor en sociología de la cultura por la USP.

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