por WALNICE NOGUEIRA GALVÃO*
Las películas políticamente notables desmienten la irrelevancia de la alegoría al tratar con la distopía y el apocalipsis.
magistral es Si el viento cae (2020), rara película armenia dirigida por Nora Martirozyan, una armenia que vive en Francia. Tiene un elenco armenio, a excepción del protagonista francés. La trama se sitúa en un diminuto país enclavado en el Cáucaso, llamado Nagorno-Karabaj, superviviente de una guerra civil que lo desgarró durante tres años, entre 1991 y 1994. la ciencia-ficción distópico, descubre que todo es verdad, es decir, que el país existe, aunque sin estatus geopolítico reconocido, y que nadie ha oído hablar de esa guerra porque coincidió con los conflictos de los Balcanes que fragmentaron a la antigua Yugoslavia. Una alegoría más...
En la capital hay un aeropuerto desactivado que está a la espera de una licencia de organismos internacionales para volver a operar, y el auditor francés que llega del exterior se entera de las condiciones del país para dar su informe. De ahí la trama. Intrigante es el chico que cruza la escena en todo momento, llevando una botella de agua en cada mano, que vende por vaso. La película es de una belleza asombrosa, siempre enigmática, y trata de descifrar las condiciones de vida en un lugar así, con recuerdos y cicatrices tan duras. paralelos con Bacurau imponerse, porque si allí hay un pequeño país que no está en el mapa, aquí hay una pequeña ciudad que poderes no tan ocultos han decidido borrar del mapa.
Ya que estamos en el plano distópico, no cuesta nada ver lo muy interesante no mires hacia arriba (2021).. Desairado por los Oscar, ya que los miembros de la Academia no deben haber estado felices de ver una representación tan precisa, es una sátira mordaz de la era Trump y su legado de noticias falsas, oscurantismo, canalla, estupidez y truculencia antidemocrática.
Un par de astrónomos advierten de un cometa que se dirige a la Tierra en curso de colisión y se enfrentan a la burla, la desmoralización y los habituales ataques de negación. Cabe señalar que los dos protagonistas están desglamorizados: no están bien vestidos, ni bien arreglados, ni están a la moda. La Presidenta de la República, interpretada por la gran Meryl Streep, es una caricatura: además de parecer una piraña, solo piensa en ser reelegida y no tiene idea de lo que están hablando. Nombró a un hijo horrible -tan horrible como ella, y recordando a otros hijos de otros presidentes- como titular de la Casa Civil, donde disfruta movilizando los poderes de represión y espionaje a su disposición. Ambos, madre e hijo, del mayor descaro.
Es la primera vez que vemos en pantalla el alcance a largo plazo de las políticas de Donald Trump. Los presentadores de televisión no están preparados para cosas serias, y además son de la mayor desgracia: a esto conduce el pérfido desprestigio de la ciencia y del saber. Etcétera. Y si el espectador espera una buena solución, puede desistir. La película no es optimista, aunque persiste en el humor cáustico.
Aquí conocemos a Mark Rylance, de esperando a los bárbaros, sobre un papel adecuado a su grandeza. Su personaje es una síntesis de los magnates de Silicon Valley, que se convirtieron en multimillonarios creando el aparato totalitario más grande de la historia humana. Y siempre con ese aura de puras científicas y científicas, convencidas de que están en la falsa neutralidad del algoritmo, insistiendo en que no tienen nada que ver con los resultados y las consecuencias para las personas. Así llegamos al vértice de la desigualdad, con estas herramientas preparadas para hacer que los ricos sean aún más ricos y los pobres aún más pobres.
Películas tan notables desde el punto de vista político como estas desmienten la irrelevancia de la alegoría al tratar la distopía y el apocalipsis. Una tarea de críticos profesionales, sería el caso de tener paciencia para ver una cantidad enorme de películas de vampiros, muertos vivientes, la ciencia-ficción o fantásticas, por no hablar de las de superhéroes que se cuelan en estas otras o eso pretenden. Quién sabe, entonces, se podría pensar en la posibilidad de aventurar algunas hipótesis sobre su proliferación. Ciertamente infantilizaron al público, pero, además del ataque que supusieron al cine como instrumento de reflexión sobre el mundo contemporáneo, puede ser precisamente a través de alegorías y símbolos que expresan algunas de las preocupaciones más profundas que nos escocen.
*Walnice Nogueira Galvão es profesor emérito de la FFLCH de la USP. Autor, entre otros libros, de Leer y releer (Sesc\Ouro sobre azul).
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