por BRUNO KARSENTI*
Consideraciones sobre la crisis actual de las ciencias sociales
¿Las ciencias sociales en peligro? Nos preguntan mucho sobre el tono alarmista y defensivo de este tema. No nos gusta, pero parece inevitable. El signo de interrogación, como suele ocurrir, jugó un papel modulador, una señal de que no queríamos confundir todo en un simple grito de advertencia. Es que, respecto a estos peligros en sí mismos, se impuso una aclaración desde el principio. Para ello no basta la sola tarea, por indispensable que sea, de enumeración y denuncia. Es interesante identificar qué tienen estos peligros de específicos, plurales, irreductibles y, sobre todo, nuevos en la coyuntura actual.
Esta situación es a la vez contextual, ligada a las condiciones sociales y políticas en las que hoy se desarrolla el trabajo en ciencias sociales en el mundo, y estructural, ligada a lo que han llegado a ser las ciencias sociales y su lógica interna, a la forma en que construyen su conocimiento El punto indiscutible es que la percepción de los peligros está viva en nuestros grupos profesionales, y que se manifiesta en varios frentes, internos y externos al campo científico. Lo que es igualmente claro para la mayoría de los actores es lo que estos peligros tienen en común: se configuran dentro de la relación, nunca completamente pacificada e inevitablemente problemática, entre el conocimiento y la política, la práctica científica y la práctica política.
Subrayemos una cosa: estamos hablando aquí específicamente de las ciencias sociales. Por tanto, somos conscientes de que la problemática de la relación entre saber y política es válida para todo tipo de ciencia, dejando claro que todo saber tiene un poder, aunque sólo sea porque se impone y actúa sobre la opinión, de modo que ese poder el individuo no puede dejar de entrar en tensión con los diferentes poderes instituidos, ya se encarnen en el Estado, en la administración y los poderes públicos, ya provengan de componentes más o menos organizados e influyentes de la sociedad civil. Que las dos fuerzas puedan converger regularmente, articulando lógicas políticas y económicas, poder público e intereses sectoriales y privados, sólo complica e intensifica las restricciones en juego.
Sin embargo, para estos saberes particulares que toman como objeto los fenómenos sociales, revelando la trama pasada y presente, invisten aires culturales diferentes sobre la base de una investigación empírica que quiere ser rigurosa y de un comparatismo que quiere ser controlado, podemos decir que la tensión es más fuerte. La razón es fácilmente conocida: es que los poderes instituidos, en la época moderna, no pueden excluir de su propia legitimación el conocimiento racional y objetivo de los procesos sociales sobre los que ejercen su acción. Es porque, por difícil que sea el contexto, el tipo de conocimiento que representamos existe, persiste, insiste un poco en todas partes. Atacada con la mayor dureza posible, la voluntad de saber que expresa este tipo de saberes, por estar incrustados en el desarrollo de las sociedades modernas, se impone más allá de lo que puedan hacer quienes quisieran deshacerse de ellos.
Sucede que este problema general conoce, desde hace algún tiempo, un fuerte énfasis, razón por la cual la palabra peligro surge espontáneamente. De hecho, el problema ha sido abordado de múltiples formas, dando lugar a diferentes tipos de reacciones defensivas, en torno a las cuales se han movilizado un gran número de actores de nuestras comunidades profesionales en los últimos años. En este coloquio veremos varios ejemplos de las formas que tomaron las protestas, las resistencias y las defensas concertadas en un clima considerado cada vez más desfavorable. Pero, pasar del grito de alerta a la reflexión -a la que, por supuesto, nos insta nuestro trabajo- es, en primer lugar, preguntarnos en qué consisten realmente los peligros percibidos, cómo distinguirlos histórica y analíticamente.
Si se puede describir su particularidad en el momento, esto presupone que, sin dejar de estar atento a la unicidad de las situaciones, no se renuncia a formular un juicio de conjunto. Tal juicio es tanto más necesario hoy, cuando sabemos que este saber nunca ha estado tan interconectado e internacionalizado, de modo que el daño causado, dondequiera que esté, repercute en el conjunto de nuestras prácticas. De ahí la urgente necesidad que está en el origen de este coloquio: sentar las bases de algo así como una conciencia transnacional común, ya partir de ahí forjar un diagnóstico de uso común. Para elaborar este diagnóstico, sin anticiparme en modo alguno a las conclusiones de las discusiones, me gustaría, en pocas palabras, esbozar el marco general por el que, en mi opinión, debe guiarse la reflexión, e indicar los puntos estratégicos entre que debemos mover.
Partiré de esta proposición inicial. Hay, por supuesto, un significado político intrínseco en la práctica de las ciencias sociales.
"Evidentemente"? En esta proposición, en tanto sea aceptable, cada palabra, en tanto tratemos de entenderla verdaderamente, pierde su evidencia y plantea una serie de interrogantes. ¿“Ámbito político intrínseco”? Un alcance es lo opuesto a un postulado. Es una posición conquistada a través del conocimiento mismo, en una extensión de su práctica, y no un presupuesto ideológico básico. Sin embargo, esta posición conquistada, en este caso, es realmente política. Como tal, penetra y modifica el campo donde chocan las ideologías. El compromiso en este espacio puede ser más o menos marcado, según el caso, según los objetos, disciplinas, investigadores individuales, diría temperamentos. Lo que nos permite suponer que, por pequeño que sea, nunca será nulo.
Las ciencias sociales son una parte integral del entorno moderno. Ahora bien, en esta configuración, son los conflictos ideológicos los que estructuran la experiencia política y le dan contenido. Más aún, así es exactamente como nuestro saber considera las ideologías: no, de manera reduccionista, como figuras de falsa conciencia y errores de juicio, sino como determinadas perspectivas sobre la sociedad en su conjunto, movidas, sin duda, por intereses grupales, pero también por los ideales expresados por estos grupos, por lo que se involucran desde su posición en la discusión y lucha por leyes comunes, cuyo orden no está fijado a priori, fijado por la tradición. Es traspasado este umbral crítico, en sociedades históricamente comprometidas con la decidida recuperación y transformación de sus propias normas, que emergen las ideologías.
Para las ciencias sociales, que brotan del mismo movimiento general, son algo que hay que descifrar. Este trabajo consiste en tomarlas juntas, en relación entre sí, en simétricar sus respectivas posiciones, en determinar las relaciones reales en torno a las cuales se determina cada una, y en hacer aparecer las normas implícitas que transmiten al confrontarlas en un mismo espacio. De estas consideraciones generales sobre la crítica inmanente de las ideologías, en la que siempre estamos comprometidos, en alguna medida, tomo lo siguiente: si el alcance político de las ciencias sociales tiene un sentido, radica esencialmente en el esclarecimiento del campo global que las ideologías definen, tomadas en relación con los ideales en conflicto en ellas, las controversias que se desarrollan en ellas y los modos de justicia practicados que resultan de ellas. Esto es seguido por una verdadera toma de posición. Reside en una intervención fundada en el más alto grado de lucidez que ha hecho posible un conocimiento de esta naturaleza.
¿Qué tipo de intervención es esta? Respondamos volviendo a algunos conceptos fundamentales que no dejan de guiarnos, seamos historiadores, antropólogos, sociólogos, juristas, economistas o filósofos de las ciencias sociales. El famoso principio de neutralidad axiológica –o, para tomar su equivalente durkheimiano, la crítica de los preconceptos– nunca significó la despolitización del conocimiento, sino una forma de superación de los supuestos político-ideológicos en lo que son parciales y situados, siendo su fin último su objetivación. , su inscripción en un sistema de relaciones y clarificación de sus perspectivas, la posibilidad de trazar una nueva línea política donde el futuro común de los grupos presentes pueda ser cuestionado más conscientemente.
Karl Mannheim, discípulo heterodoxo de Weber que sin duda llevó más allá el análisis de la relación entre las ciencias sociales y las ideologías, habló de “relacionismo” al respecto. E insistió en que tal punto de vista no conduce, contrariamente a lo que pudiéramos creer, a un relativismo paralizante de la acción. Es todo lo contrario. La política intrínseca al conocimiento que estas ciencias llevan consigo es verdaderamente una política, forjada a través del distanciamiento que operaron y la objetivación completa de las posiciones que alcanzaron. Pues este circuito, donde se vinculan un desvío y un retorno a la experiencia política, es la única forma verdaderamente consistente de honrar la exigencia esencial de la política moderna, que es fundamentar su justificación normativa en las expectativas de justicia que emanan del desarrollo social y de la autocomprensión de la que es capaz.
He descrito a grandes rasgos el terreno común sobre el que se construyen nuestras prácticas científicas y asumen su significado político. Lo que podemos llamar simplemente una política ilustrada está fundada. Tiene sus raíces en la Ilustración del siglo XVIII, si sabemos desentrañar esta corriente como lo han hecho algunos historiadores contemporáneos, identificando en ella la primera palanca de un desplazamiento crítico abierto a la reapropiación en diversos contextos sociales y políticos que nunca han dejado de expandirse, tanto dentro como fuera de Europa.
Sobre todo, nuestras disciplinas heredan el tipo de crítica reflexiva más avanzada y científicamente constituida que se acentúa en la segunda mitad del siglo siguiente: la que radicaliza y formaliza las condiciones epistémicas del comparatismo, y sobre todo se refiere a las transformaciones efectivas de las sociedades. en cuestión, las injusticias estructurales que engendran, y las formas de regulación y solidaridad que soportan al mismo tiempo.
Hoy lo sentimos por todas partes: recordar los grandes principios es insuficiente. Esto se debe a que las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI mostraron la crisis del modelo en el que se inscribían. Las causas de esta crisis son múltiples, es imposible analizarlas aquí. Lo que sí podemos decir es que tienen su raíz en la disyuntiva cada vez más aguda, refractada en diferentes niveles, de determinar los nuevos procesos de integración que demanda la dinámica en funcionamiento, en términos de individualización de las relaciones sociales, diferenciación de esferas de actividad, la intensificación e internacionalización de los intercambios, y la extensión de las relaciones interdependientes entre grupos, dentro y más allá de los estados-nación.
La gramática y los métodos de las ciencias sociales que se habían ido consolidando progresivamente en el período precedente y que, de hecho, correspondían a una época en que el modo de cohesión de las sociedades políticas y el tipo de integración que realizaban podían gozar de relativa claridad, necesitaban ser profundamente renovada. Este desafío ha crecido en las últimas décadas. Constituyó un fuerte estímulo para las ciencias sociales contemporáneas y, hay que decirlo, fue testigo de un notable renacimiento.
Retomaré aquí los términos elegidos por Isabelle Thireau para presentar nuestro coloquio. En la recolección y construcción de datos, en la interpretación a que los sometimos y en la generalización realizada, en la capacidad de aprehender las perspectivas morales e intencionales de los actores sociales y de transformarlas en una dimensión constitutiva de los fenómenos estudiados, se avanzó. considerable en todas nuestras disciplinas. Se tejió así un “hilo más fino pero también más fuerte”. Surgieron nuevos paradigmas y nuevos enfoques que permitieron completar las operaciones analíticas y descriptivas que requiere la configuración más inestable, tensa y compleja en la que nos encontramos.
Sin embargo, en el curso de esta evolución, ya pesar del desarrollo y enriquecimiento de los métodos, el alcance político intrínseco del conocimiento perdió su claridad. El trabajo, en estas condiciones, fue desatendido, lo que trajo dos consecuencias: por un lado, un retroceso positivista, donde los objetos sociales se presentan de manera resueltamente fragmentada, y donde la especialización extrema sirve muchas veces de coartada para rechazar cualquier teorización juzgada por principio incómodo – mientras que, por difícil que sea, es indispensable para una politización consistente; por otro lado, el aumento del poder de las orientaciones ideológicas sustentadas y aceptadas más que objetivadas, y los prejuicios que inducen al cuestionamiento y la investigación – lo que se traduce en este caso, y contra lo que parece, en un fenómeno de subpolitización de las ciencias sociales , ya que es por este medio que se convierten en presas voluntarias de una politización que les es extrínseca.
Las dos tendencias, concebimos sin esfuerzo, son de hecho interdependientes. Se combinan, superponen, alternan o conjugan aún más fácilmente, en última instancia, porque proceden del mismo déficit. Pero, sobre todo, acompañan una evolución política más general que plantea obstáculos sin precedentes, revelándose, en muchos sentidos, hostil a la formación, mantenimiento y redistribución de estos circuitos complejos entre formas de conocimiento y prácticas sociales que la política de las ciencias sociales requiere para construirse. .
Este plano, que podemos decir contextual -pero el contexto nunca es completamente externo al conocimiento que se concibe como hechos sociales- está determinado de antemano en paralelo. De hecho, ambos son inseparables. Cuanto más pierden las ciencias sociales su alcance político, menos ilustrado se vuelve el debate político. Cuanto menos ilustrada, más crece y se endurece en posiciones cerradas al conocimiento y comprensión de los procesos de integración de nuevo tipo, demandados por la diferenciación social, por las reivindicaciones de derechos individuales y colectivos y por las nuevas interdependencias dentro y fuera de Estados Unidos. Estados nación
En términos políticos, esto se traduce en que liberalismo y nacionalismo se empujan mutuamente, el primero percibiendo la diferenciación social sólo como la individualización de intereses y pretensiones subjetivas, el segundo congelando las pertenencias en identidades cerradas y excluyentes. Resulta que ya no tienen nada incompatible entre sí. En última instancia, también allí, ambos se funden en nuevas síntesis políticas, cuyo rasgo común es dar la espalda al impulso histórico, social e intelectual del que las ciencias sociales han sido vector.
Estas oscilaciones y síntesis pueden asumir diferentes perfiles. Son la contrapartida de la crisis de las ciencias sociales. Asignarles un papel casual, enfatizar demasiado el contexto, obviamente sería falso; sobre todo, sería demasiado fácil comprometerse y evitar enfrentar nuestras propias responsabilidades. Es mejor ceñirse a esta observación: las dos evoluciones, científica y política, están totalmente correlacionadas. Se expresan entre sí, actúan continuamente unos sobre otros, trazan la misma configuración global, con sus salientes, clivajes y confusiones. Lo que implica que cada uno de nosotros debe estar preparado para tomar en sus propias manos lo que depende de nosotros, la única solución para ver una salida al impasse al que hemos llegado.
En toda ética, profesional o no, siempre conviene circunscribir lo que los estoicos llamaban “cosas que dependen de nosotros”. Para los científicos sociales de hoy, esto es exactamente de lo que se trata. Indudablemente, la tarea no es la misma y el tipo de esfuerzo varía según la gravedad de las situaciones, la intensidad de las presiones, coacciones, incluso coacciones que pesan sobre quienes han decidido hacer de las ciencias sociales su profesión. Es un hecho que, de la mencionada evolución política, surgieron en las últimas décadas políticas nacionalistas autoritarias, en ocasiones francamente dictatoriales, donde se materializaban amenazas.
Provocaron el exilio de muchos investigadores, debido a las tragedias que siguieron. Lo que muchas veces dio lugar a estrategias de escritura, investigación y enseñanza en condiciones de gran vulnerabilidad. En estos mismos contextos muy limitados, también estamos asistiendo, ya veremos, a reconfiguraciones significativas. Surgieron redes y prácticas científicas, sustentadas en todo lo que, dentro de estas mismas sociedades, sigue expresando la necesidad de las ciencias sociales, signo de contratendencias que una atención dirigida exclusivamente al funcionamiento represivo de los regímenes amenaza con desatender.
En las democracias liberales -donde las corrientes nacionalistas han entrado, hay que insistir, en una fase de progreso cada vez más tangible- la situación es muy distinta. Los peligros no adquieren el carácter de represión. Emanan de diversas fuentes, más bien toman la forma de una crítica aguda, de una ignorancia deliberada o no, de la negación de la cientificidad o de la acusación de corrupción intelectual; muchos de estos discursos, avalados o extraoficialmente, pueden traducirse en degradación, desprestigio, empobrecimiento y pérdida de recursos. La función emancipadora e integradora de las ciencias sociales, lo que llamamos su significado político intrínseco, está en el centro de atención.
Ahora bien, allí también –y quizás sea necesario añadir, allí sobre todo, cuando las ciencias sociales siguen siendo libres en el sentido de que la coerción y el control no las amenazan– se plantea la cuestión de actuar sobre lo que realmente depende de nosotros. Es entonces cuando sentimos el imperativo de aclarar, para nosotros mismos y para nuestros interlocutores, en qué consiste este sentido político y cuál es su valor.
Optamos por darle al coloquio una pregunta, que concebimos como una especie de viático adecuado a cada intervención: “¿en qué condiciones las ciencias sociales, tal como las practico, tienen el efecto emancipador que deben tener?”. La pregunta apunta a un deber, y se sitúa al nivel de las condiciones de posibilidad. Reforzando lo que acabo de decir, podemos traducirlo así: “¿Cómo puedo formular, a partir de algunas situaciones de mi experiencia profesional y reflexionando sobre la práctica actual de mi oficio, el sentido político intrínseco de las ciencias sociales?”.
Las dos preguntas se complementan. En efecto, es con la ayuda de este operador, la legítima expectativa de emancipación individual y colectiva que atraviesa las sociedades modernas y las orienta históricamente, que se pueden discriminar y describir los peligros que hoy acechan a las ciencias sociales. Solo puedo anotarlos, a lo largo de mi experiencia, de manera rapsódica, pero me gustaría, en conclusión, ordenarlos en una especie de diagrama, lo que me llevará a decir una palabra sobre los eventos recientes que han golpeado el EHESS en tu corazón, es decir, concretamente, en tu campus Dónde nos encontramos.
En primer lugar, están los peligros que provoca la emancipación de las ciencias sociales, que las hace ver como una amenaza directa al orden social y político, que coloca su conocimiento en una posición de blanco predilecto. Estos peligros varían en intensidad y naturaleza según los regímenes políticos y según las fuerzas que los oponen dentro de las sociedades en cuestión.
Luego están los peligros que se derivan de la impugnada función emancipatoria, del desconocimiento de su significado o de la hostilidad que suscita, que puede provenir de poderes externos (interesados en esta reconsideración por diversas razones políticas, en las democracias liberales como en cualquier régimen), pero también por desconocimiento o pérdida de referentes internos al campo científico, a través de prácticas científicas desfasadas en relación con las exigencias de dicha política intrínseca (al respecto, los peligros parecen más acentuados en las democracias liberales, marca de la desarrollos políticos e intelectuales que allí se realizan).
Y finalmente, hay peligros de otro tipo, quizás más inquietantes. Surgen de lo que podríamos llamar expectativas frustradas, es decir, del sentimiento de que la promesa de emancipación individual y colectiva que portan las ciencias sociales ha sido en realidad traicionada, que su honra no corresponde a sus pretensiones. Así que estos mismos conocimientos de repente se pasan al lado del enemigo. Son estigmatizados por posiciones que perciben y se afirman como más capaces de actuar hacia la emancipación. Más aún: son denunciados como el señuelo que primero hay que vencer para emprender otro camino –donde, más allá de eso, nada se puede o no se quiere decir, la rebeldía en sí misma es suficiente y, muchas veces, hay incluso una glorificación de su mutismo.
En las democracias liberales estos no son peligros menores, ni mucho menos. Sospechamos que no son ajenos a los que enumeré en la segunda categoría, más propios de estos contextos democráticos que de los que no lo son. Ahora bien, notemos que es de ellos lo que corresponde simplemente, aquí mismo, a la violencia expresada verbalmente y traducida en actos. Entre las pintadas realizadas con motivo del ataque sistemático al edificio de la EHESS hace unos meses, obra de sus ocupantes, entre los que se encontraban algunos estudiantes de ciencias sociales (de la institución o de otra parte, da igual), leemos inscripciones como como: “Muerte a la sociología”; “Antropología Disciplinaria Colonial”.
Me saltaré las amenazas de muerte. ad hominem. También pasaré por alto los libros e instrumentos de trabajo destruidos. En las paredes también se leía: “Muerte a la democracia”, como para trazar el espacio más amplio del odio dirigido a este saber como tal, pues es cierto que su desarrollo fue y sigue siendo permitido por este singular tipo de régimen. .la política, la democracia, y sobre todo por el tipo de existencia social e histórica que le corresponde.
Cualquier arrebato crítico es significativo, incluso si simplemente descarta el discurso. En cuanto a nuestro discurso, tiene menos que justificarse ante él que consolidarse, esclarecerse en su supuesto ámbito. Esto implica retomarlo como vector de reflexividad y ubicarlo mejor en la amplia situación política, de la cual formas engañosas de crítica, como las convicciones conservadoras y las negaciones liberales, son ahora los polos dominantes. En resumen, en esta triangulación que nos encierra, nuestro lugar debe ser reconstruido por la comunidad que representamos, incluidos profesores y estudiantes.
Porque el último peligro que acabo de mencionar nos concierne a todos nosotros, que muy a menudo llevamos a cabo misiones docentes además de investigadoras, dos tareas cuyo vínculo orgánico no hace falta demostrar. Estaba en proceso de preparación de este coloquio y le dio, de hecho, un tono muy particular. Digamos que hizo más urgente su forma, porque indicó imperiosamente la necesidad de redefinir, para un público más amplio -que incluye a la generación joven que nos empeñamos en formar, armados de interrogantes y expectativas-, el sentido de lo que realmente hacemos. , y la política científica que nos mueve cuando le dedicamos nuestras fuerzas.
*Bruno Karsenti es director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS). Autor, entre otros libros, de Politique de l'esprit: Auguste Comte et la naissance de la science sociale (Hermann).
Artículo escrito a partir de la conferencia en el coloquio “¿Ciencias sociales en peligro? Prácticas y saberes de emancipación” organizado por la École des Hautes Études en Sciences Sociales, los días 23 y 24 de junio de 2022.
Traducir mariana barreto.
Publicado originalmente en el sitio web Politika.
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